Lun. 25 Noviembre 2024 Actualizado 6:37 pm

Entre trochas y rumbas

Recientemente hemos apreciado desde la vocería más alta del país, en específico la del presidente Nicolás Maduro, dos frases que son referentes en la lucha de Venezuela en el marco de la pandemia Covid-19 y que han sido llamativas por su polémica y por sus derivaciones.

En dos alocuciones distintas, pero marcadas por un tono de preocupación, el Presidente llamó “por el amor de Dios” a detener las “rumbas” y reuniones de familiares y amigos, alegando que el estudio de casos detectados arrojaba que más de 70% de los casos comunitarios se debía a actitudes irresponsables y relajamientos de la población por esas razones.

Antes de ello se refirió como factores de expansión del virus a quienes eran encomendados por elementos oscuros en la frontera a ingresar al país mediante trochas estando contagiados de Covid-19, pero la exasperación pública por la palabra “bioterrorista” sacó de contexto la aseveración y fue extrapolada a todo aquel que cruzaba por los pasos ilegales, eludiendo los controles sanitarios fronterizos de los PASI.

En efecto, trochas y rumbas son la explicación de la actual tendencia evolutiva del virus en el país, significando la perforación del cerco epidemiológico a gran escala que ha resguardado a la población de la pandemia.

El Covid-19 cruzó las trochas y se metió al tuétano de los barrios, de manera silente y otras veces armando una rumba entre familia y amigos.

Durante los dos primeros meses de esta crisis el país apenas acumuló poco más de mil casos y dos meses después la estadística es más de 16 veces superior.

Estos eventos y la totalidad de la crisis son también objeto de tratamiento político. Ello tiene bemoles, muchos elementos que reseñar descarnadamente.

Los que llegaron y los que se quedaron

Ante el auge de la pandemia y ante estas causas, la autoridad pública ha llamado a la denuncia de los trocheros y a detener las reuniones. Entonces hay quienes reniegan del “estado policial” por ello.

Por otro lado la palabra “bioterrorismo”, que aunque ya fue defenestrada y por ello hubo una disculpa pública del Presidente, sigue resonando. Ella cala en un debate que define a los trocheros como migrantes maltratados por la economía, por la adversidad y la exclusión, cuestión que es cierta.

La adversidad de las condiciones fronterizas, y la cada vez más grande, pero también cada vez más insuficiente capacidad de los PASI, la espera en los flancos internos y externos de la frontera, la gran oleada en retorno por el descalabro en las “sólidas” economías de los países vecinos, la exasperación, la impaciencia y la dureza de ese tránsito, pero también la irresponsabilidad individual e indolencia de muchos quienes cruzan, son también parte de toda esta trama.

De ahí que el debate generó posiciones maniqueas, entre “buenos” y “malos”. Entre unos migrantes pobres que son perseguidos en las trochas “injustificadamente”, y así, simplonamente, sobre el “mal gobierno” que los persigue. Esto generó un desfase en el sentido común político, pues este se trasladó a la preferencia a unos pobres y no a otros.

Es pobre el migrante que retorna y que llega en harapos. Pero también es pobre el que permaneció en su país, en su barrio, que ha lidiado con mil adversidades en la economía bloqueada. Es también pobre el que se quedó y al cual el virus le llegó al barrio, a veces armando la fiesta. Es pobre el que se sacrificó cuidándose él y los suyos y que ahora está batallando en una cama, por razones fortuitas, por deslices de algunos quienes regresaron.

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Entonces, a algunos les duelen unos pobres, pero otros no. A quienes solo les duelen los migrantes, todo por las palabras que usó Maduro, selectivamente se olvidan de los otros, porque es más importante atizar el caldo de la exasperación y la emotividad políticamente direccionada que ver la situación en conjunto.

Nuestro sentido común político, de repente repleto de visceralidad, olvidó la gestión altamente eficaz que el gobierno y la población tuvimos de la crisis durante los primeros meses. La hicimos a un lado, porque simplificamos la política desde la dimensión de nuestras emociones y no por la dureza y ecuanimidad que demanda la gestión de estas circunstancias.

Los intrincados caminos de la gestión de la crisis

En una crisis como la actual, todos queremos que los responsables del estado nos protejan eficazmente, pero somos reticentes a las complejas (y a veces duras) formas en que esto tiene que hacerse.

Por otro lado, la crítica al gobierno por estas situaciones, además de ser fácil e instantánea, es a veces pendenciera y conveniente. Hablamos de los trocheros que llegaron directo al barrio, como si no existieran modalidades para atender migrantes en la frontera, que aunque no son fáciles en los PASI, han atendido a decenas de miles de venezolanos responsables que sí se han sometido a los controles.

¿Es que acaso los venezolanos que pasaron por los PASI no son también migrantes maltratados y en harapos? ¿Por qué unos nos parecen más víctimas y otros no? ¿Por qué nuestra selectividad en crear “buenos” y “malos”?

Para el gobierno nacional el desafío más crítico en la adversidad con la que se lidia con esta pandemia radica en sostener las capacidades y el músculo institucional y político para continuar. No hay un método para gestionar esta crisis sanitaria, en un marco de bloqueo económico, asedio externo y desgaste interno generado por estas crisis simultáneas.

Este marco de gran excepcionalidad como tantas otras veces supone un punto crítico en el que los métodos excepcionales, creados sobre la marcha, también irán acompasados a los ritmos y estados de ánimo de la población generados por las circunstancias.

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Desde la población, es necesario invocar nuevos sentidos comunes políticos.

En este tema de trochas y rumbas, entendamos que no hay pobres de preferencia, todos son importantes, toda vida vulnerable debe protegerse. Admitamos que pese a lo difícil del tránsito fronterizo, lo viable siempre fue gestionar el cerco del virus en la frontera, lo cual demostró ser efectivo frente a tener que contener el virus desatado en muchos barrios tal como hoy lo está.

Caracas habilitó ahora 900 camas en el Poliedro para atender pacientes asintomáticos. Como es sabido también fueron tomadas las Residencias Estudiantiles de Sabana Grande. Vendrán también más hoteles privados y otras edificaciones públicas que serán ocupadas.

El presidente Maduro llamó a la Iglesia a ofrecer sus espacios (como sitios de retiro espiritual y otros) y estos ya dijeron que no. Pero les tocarán a la puerta. Dicho así, veamos la situación entendiendo las señales que envían desde el gobierno, es evidente que Caracas se prepara anticipadamente para un gran aumento estadístico de casos que podría estar a la vuelta de la esquina.

Toda esta trama de excepcionalidad, en la Caracas “cundida de coronavirus” como la refirió el Presidente, va a generar nuevos espasmos, va a generar nuevos debates, va a estar acompañada de medidas, drásticas algunas, benevolentes otras, necesarias todas.

Todo este marco de presiones multidireccionales va a colocar en entredicho a todos los actores, demandando una cohesión indispensable. La población debe protegerse a sí misma y el estado tendrá que proteger a la población a cualquier costo.

Pero esta excepcionalidad no deja concluidas ciertas cosas. Al Covid-19, al cual le tratamos como la crisis sanitaria que es, también debemos darle el tratamiento político que merece. La política lo es todo.

En la población hay que convocar el acto político de la solidaridad, la conciencia por lo individual y lo colectivo, que tanto nos protegió en los meses iniciales de la pandemia. Pese al desgaste de las cuarentenas, el estado económico, hay que hacerlo.

Por otro lado, en las instituciones del estado urge asimilar que no hay pérdida de la congruencia entre la gestión de la emergencia y los métodos revolucionarios para hacerlo. Que, por el contrario, los métodos para asumir las circunstancias deben ser revolucionarios.

Nos urge a todos un sentido común político donde podamos mirar la totalidad de las circunstancias, con mirada panorámica, con todos sus tramos y eventos, para de esa manera asimilar con claridad los tiempos que nos aguardan.

En esta emergencia no todo es sórdido y oscuro. Admitamos, que pese a la tendencia ascendente de las estadísticas en Venezuela, hemos obrado bien frente a esta crisis. Que la mortalidad del virus es apenas del 0,6% de los casos detectados (unos 16.571) y que al día de hoy los casos de alta (10.195) superan ampliamente los casos activos. Un 62% han sido dados de alta.

Ello implica que tal como han venido las oleadas de 500 y 600 casos reportados al día, en cuestión de dos o tres semanas vendrán estadísticas similares de casos dados de alta al día. Pero para superar la tendencia ascendente y degradar el virus al mínimo es indispensable cortar el patrón de proliferación, justo ahora, en circunstancias más difíciles que al inicio de la pandemia.

Hay que evitar el desgaste del músculo del estado en la administración de las atenciones médicas, poniendo mucho más esfuerzos en contener la proliferación. Estas modalidades son hoy simultáneas y sus caminos son intrincados. No son bonitos, no son fáciles, no son amables muchas veces. Pero estas dimensiones las impuso esta crisis y así hay que maniobrarlas. En realidad, así suelen ser las más arduas luchas por la vida.

¿Tendremos el sentido común político para asimilarlo?

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