Una muy buena noticia para Venezuela: la niña Maikelys Espinoza Bernal, de 2 años de edad, regresó a los brazos de su familia.
Estuvo separada de sus padres desde marzo de 2024 por las autoridades estadounidenses, y de manera definitiva a finales de marzo pasado cuando su padre, Maiker Espinoza, fue trasladado a la megaprisión Cecot en El Salvador, y su madre, Yorelys Bernal, deportada a Venezuela sin su hija.
La campaña para el regreso de Maikelys a Venezuela tuvo sus frutos, lo que expone un hecho de fondo irrefutable hasta el momento: hay un canal directo de negociación entre la administración de Donald Trump y el gobierno del presidente Nicolás Maduro.
Viraje circunstancial
La reapertura de los canales de diálogo entre Estados Unidos y Venezuela ha estado liderada por el enviado especial de Donald Trump, Richard Grenell, quien ha marcado un viraje significativo, aunque circunstancial, en la política exterior estadounidense hacia Caracas.
Este proceso, que se ha desarrollado fuera del marco tradicional de "máxima presión" impulsado históricamente por figuras como Marco Rubio, actual secretario de Estado, ha representado una ruptura con las dinámicas de "cambio de régimen", al menos de manera parcial, y abre una ventana de oportunidad para acuerdos pragmáticos de mutuo beneficio.
Desde su primera visita a Venezuela el 31 de enero, Grenell se presentó como un interlocutor directo del presidente Nicolás Maduro, desconectado del entramado opositor y alejado de los discursos maximalistas que dominaron durante la administración Biden y el primer gobierno de Trump. Su rol no solo simbolizó un cambio pretendidamente estratégico en Washington sino también un rechazo explícito al monopolio que sectores extremistas del Partido Republicano habían mantenido sobre la política venezolana.
Durante esa histórica reunión el presidente Maduro utilizó simbología histórica —como el recorrido por los relicarios de la gesta independentista— para reafirmar la soberanía nacional y posicionar a Venezuela como un actor autónomo. Por su parte, Grenell destacó la importancia de establecer "una relación diferente", basada en intereses comunes más que en confrontaciones ideológicas.
Este encuentro fue calificado por esta tribuna como una especie de "capoeira diplomática", en la que ambos actores ejecutaron movimientos estratégicos sin buscar resolver inmediatamente sus diferencias.
Sin embargo, uno de los primeros frutos tangibles fue la repatriación de seis ciudadanos estadounidenses detenidos en Venezuela por haberse involucrado en agendas desestabilizadoras; por la parte estadounidense, hubo la concesión de algunas presiones sancionatorias a individuos venezolanos y la apertura de un canal directo de diálogo para futuras acciones, como las repatriaciones de ciudadanos venezolanos directamente desde Estados Unidos.
Un caso revelador
Para la recuperación de la niña venezolana Maikelys, Grenell jugó un papel clave en facilitar el diálogo detrás de escena: el agradecimiento personal del presidente Maduro a este funcionario de la administración Trump así lo confirma.
Este hecho, pequeño en apariencia pero ilustrativo por la gravedad del caso, simboliza un giro importante: Washington estaría dispuesto a abordar temas de carácter sensible para ambos países, sin que predominen las prácticas coercitivas.
Este tipo de casos refuerza la idea de que la pugna entre las dos vertientes con relación a la política exterior estadounidense hacia Venezuela aun no se ha resuelto, y que existe una abertura que puede priorizar resultados concretos y relaciones funcionales, por sobre declaraciones vacías o agendas de desestabilización.
Asimismo, pone en evidencia el amortiguamiento del papel de Marco Rubio, cuyo enfoque maximalista y obsesivo por promover un "cambio de régimen" parece desfasado, tomando en cuenta que las decisiones políticas de la Casa Blanca respecto a Caracas todavía no se han definido.
Sin embargo, la guerra contra los migrantes venezolanos en Estados Unidos, cientos de ellos enviados a la megaprisión Cecot en El Salvador de manera agravante a los derechos fundamentales, usando —y abusando— del pretexto narrativo sobre el Tren de Aragua, da cuenta de que la praxis coactiva continúa con rienda suelta, con Rubio a la cabeza de este tipo de política.
El protagonismo de Grenell ante Venezuela durante los primeros meses de 2025 dejó en segundo plano a actores tradicionales como Rubio, negando cualquier intención de "cambio de régimen" y minimizó el rol de líderes opositores como María Corina Machado o Edmundo González Urrutia, quienes erosionaron la credibilidad de estos grupos.
Pero el actual Secretario de Estado, junto con sus socios legislativos de Florida, continúa intentando influir en la agenda hemisférica; su capacidad para bloquear avances se ha visto reducida por momentos, cuando Washington opta por un enfoque pragmático y negociador. Sin embargo, el jefe de la diplomacia estadounidense continúa.
Otros temas para la negociación
Un punto crucial en esta dinámica de diálogo y negociaciones es la perspectiva de renovación de licencias para empresas estadounidenses y europeas que han estado operando en Venezuela bajo el régimen de sanciones impuestas por la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC).
Especialmente relevante es el caso de Chevron, a la que desde finales de 2023 se le permitió mantener cierto nivel de operaciones. Si el caso de Maikelys provee signos de que se puede llegar a acuerdos, la empresa estadounidense pudiera esperar que Washington muestre mayor flexibilidad en el sector energético, especialmente considerando los intereses compartidos de empresas estadounidenses y europeas en el mantenimiento de producción en Venezuela y en el flujo de crudo hacia las refinerías de Texas y Nuevo México en Estados Unidos.
Además, podría barajarse la posibilidad de otorgar una nueva licencia a Trinidad y Tobago para operar en campos compartidos de gas costa afuera junto con PDVSA, iniciativa en la que también participa, por el lado trinitense, la británica BP.
La existencia de un canal directo entre Trump y Maduro ofrece una base realista para construir acuerdos progresivos. Este espacio de negociación, manejado discretamente, podría expandirse incluso hacia la cooperación humanitaria y las repatriaciones de manera legal, y no como se han venido escalando con los migrantes trasladados a El Salvador.
¿Es posible que de esta manera se consolide una diplomacia bilateral menos dependiente de agendas partidistas y más centrada en resultados concretos?
Un camino inevitable
Los resultados del caso Maikelys indican que el canal de negociación abierto entre Washington y Caracas es capaz de privilegiar el pragmatismo, el diálogo directo y la búsqueda de puntos en común que puedan ir resolviendo conflictos acumulados, síntomas de una dinámica que, si bien sigue siendo cautelosa y limitada, tiene potencial para transformarse en un proceso de distensión más amplio.
La experiencia de los últimos años ha demostrado que el modelo de "máxima presión" no logró sus objetivos declarados, mientras generaba daños colaterales significativos en la población venezolana y afectaba intereses geopolíticos y económicos estadounidenses.
Es por ello que el diálogo bilateral se presenta como una opción viable y una necesidad operativa para resolver asuntos cruciales, lejos del maximalismo de Marco Rubio y sus socios extremistas.
La inevitabilidad del diálogo continuado entre ambos gobiernos radica en que, pese a las diferencias ideológicas y políticas, existen intereses comunes que exigen un rango apropiado de cooperación.
En primer lugar, la estabilidad energética representa un interés compartido: Estados Unidos no puede ignorar la importancia estratégica de Venezuela como productor petrolero clave, especialmente en un momento global de volatilidad de los precios y las cadenas de suministro en el costado petrolero.
Por otro lado, hay cuestiones humanitarias y consensos básicos —como repatriaciones, intercambios de prisioneros o acuerdos migratorios— que requieren canales de comunicación fluidos y efectivos.
Aunque el camino seguirá lleno de obstáculos y resistencias internas en Washington, la continuidad de las negociaciones se perfila como una posible tendencia irreversible, respaldada por realismo político y necesidades prácticas.