La sucesión de eventos estruendosos, a gran escala, y en un periodo tan corto, no ayuda para reparar en detalles. Pero muchos detalles, sin ruido o sin decir demasiado, al revisarlos, son elocuentes.
En el medio de eso, también, la política por momentos puede ser más un asunto de coreografía que de frases impactantes, actos solemnes o grandes acciones de Estado.
La recepción de Richard Grenell, enviado especial de Trump, en Caracas el 31 de enero, ya es evidente, sin oficializar nada más de la cuenta, dijo bastante sobre la percepción de Venezuela, a pesar de lo notoriamente larvario del estado de la relación en este punto.
Ginga
Más que medirse en el ring antes de cualquier embiste, el encuentro tuvo rasgos de una roda de capoeira en la que el fin último del movimiento no es pegar, pero sí el amague anticipado.
El revuelo en medios y redes fue a la par de los acontecimientos. Nada lo antecedió. Algo que coincide con el estilo que ha adoptado la administración republicana en sus primeras semanas.
El primer registro audiovisual tiene a Grenell siendo paseado por el presidente Nicolás a lo largo de la exhibición de relicarios de la gesta independentista.
No es exactamente un juego semiótico discreto que la primera figura, representante del más alto nivel en la Casa Blanca, recibiera el mensaje a partir de un patrimonio objetual que fue testigo directo de la guerra fundante de la república.
Ni necesita mucho más para afirmar el lugar de enunciación desde donde Venezuela plantea uno de sus marcos, se infiere que antecediendo el paso a la conversación propiamente.
Acto siguiente, la fotografía de Grenell desde su cuenta X con seis procesados estadounidenses de vuelta a su país.
La distinción entre un acto de buena fe o uno de debilidad, sin que exista verbalización alguna, la da el quiénes son los "liberados".
Es verificable que en ese vuelo no estaba ninguno de los detenidos de mayor perfil o valor político, ya no hablemos sensibilidad en materia de seguridad.
Y si ese cálculo en el "valor" de un detenido resulta cínico, se puede tomar como medida que en la primera etapa del cese al fuego en Gaza una soldado israelí vale 50 presos palestinos.
Días después de la entrega de los detenidos, se mantiene oficialmente velada la identidad. En una entrevista con Megyn Kelly el propio Grenell afirma que algunos tienen "temas complicados" y no se revelarán los nombres.
¿Cuánto tendrán que ver los prontuarios delictivos de varios de ellos? Óptica pura.
Queda claro, según el propio Grenell, que más que una exigencia de la contraparte gringa fue un acto del presidente Maduro.
Aun más, por lo poco que ha trascendido sobre los retornados, según especulaciones uno de ellos era paramédico, integrante de una de las aventuras mercenarias desmanteladas.
Otro, un estafador y lavador de capitales para el narcotráfico que venía huyendo de la justicia estadounidense. El enaltecimiento de figuras tan advenedizas corre por cuenta de Washington.
El tono inicial del proceso.
Conjunciones
Independientemente de los dispositivos, tanto ejecutivos como legislativos, que han condicionado y definido la relación, entendiéndose como una posición oficial, el 31 de enero delinea otro registro.
A contrapelo del anémico reconocimiento a González Urrutia, o más bien, el desconocimiento forzado del gobierno de Nicolás Maduro —la continuidad administrativa desde mayo 2018—, los hechos —y las voluntades en juego— han creado una zona de contacto intermedio.
Se trata de un solo canal, la convención lógica que se establece en comunicaciones entre dos gobiernos, pero en su dimensión más básica operaron nuevos códigos —al menos ese día—. Este movimiento no es menor.
No menos evidente, la base de la aproximación ha sido pragmática, pero acarrea aun más el peso de lo que es en materia de hechos que lo unilateralmente declarativo, lo cual facilita la especulación sobre el viraje.
"Queremos una relación diferente", dijo Grenell en su entrevista-ofensiva de carisma tras regresar desde Caracas. Y Grenell no da un paso que no haya sido encomendado por su líder.
Por supuesto que "la táctica" de "hablar", como recurrentemente ha dicho, es en definición solamente eso, pero todo principio táctico se desprende de prerrogativas políticas.
La diplomacia en ese nivel no deja de ser un asunto entre Estados y gobiernos. Pero dado el carácter que ha cobrado este gobierno de Trump, una vez más es imposible desvincular al líder del resto de la política.
Por lo que pesa, y mucho, el registro que dentro de ese canal, y bajo esa codificación, se plantea centralmente entre líderes.
La capoeira de las acciones del 31 de enero, maniobras vistosas de contrincantes sin buscar resolver el encuentro con daños, pone como prevaleciente esa capa.
Por ahora existirá la oficialidad que existe, reforzada en esos términos por el propio Trump, pero esto también fue una conversación indirecta —¿hasta qué punto?— entre Maduro y el presidente 47.
Óptica y variables
Tema recurrente en esta nota: lo que no se dijo o se hizo el 31 de enero no quiere decir que no dijo suficiente con actos, gestos y capturas audiovisuales.
Grenell viene a Venezuela justo antes de que Marco Rubio comenzase su gira hemisférica con Panamá como punto de inicio.
Óptica 1: el expediente Venezuela realmente tiene una vía aparte del resto de la región.
Grenell, se puede asumir con seguridad que con la venia de Trump tuvo "la exclusiva" de contar en primera persona el intercambio, incluido, naturalmente, el control del relato.
Cuando por un lado Grenell refuerza la negación plausible del porqué están detenidos ciudadanos estadounidenses con background militar o incluso activo, y por el otro se promueve ante Megyn Kelly como el único eje de gravitación del intercambio, algunos puntos de su relato lucen algo exagerados.
Siempre existirá el registro de respaldo que realizó Caracas acechando la uniformidad del relato, de ser necesario.
Óptica 2: podrá darle la forma que guste, claramente ubicándolo en un lugar privilegiado, pero control no significa monopolio.
La profusa experiencia del presidente —y como canciller— Maduro le da suficiente sapiencia para conocer muy bien la incapacidad secular de Washington para cumplir sus acuerdos.
Aun así, su apuesta comienza con el gesto más visible —y ya glosado— poniendo en el centro la propuesta de la "agenda cero" como parte de la actual ventana overton.
Un Grenell exitoso en su gestión tiene mucho de lo que Venezuela le facilitó. Porque Venezuela de este modo da el visto bueno del interlocutor enviado.
O dicho de otra manera: otro rédito de Caracas es manifestar con todas sus letras a quién no quiere como enviado. Si Washington quiere un canal estable, es este.
Óptica 3: así como Estados Unidos renueva su prioridad en toda la plataforma continental y hemisférica directamente, la omisión de los "líderes opositores" —unos "perdedores", según Trump— junto al desmoronamiento de la trama criminal de la Usaid, no pareciera que en lo inmediato llegasen a existir en Venezuela intermediarios exclusivos desde la oposición.
Esto, también, al parecer, a despecho de los círculos de poder e influencia del sur de la Florida.
Los (aparentes) atributos de la dinámica establecida (hasta ahora)
La costumbre y certeza de que el breve interregno liberal de Biden y compañía estaba garantizado y reforzaba esa visión de mundo produjo languidez en muchos gobiernos.
No solo en Europa.
El grado de predictibilidad y consenso, aun con Ucrania y Gaza como descomunales puntos de fuga, facilitaba que la interacción internacional, en la "zona segura", se rigiera por el dogma.
El fin de la ilusión y el espejismo de la perpetuidad con el retorno del Donald, mejor aprendido, hiperfocalizado en sí mismo y con una lealtad esquematizada ha propagado el pánico.
Tener a buena parte del mundo en contra, sobrevivir a lo "insobrevivible" —que se me perdone el vocablo—, el propio acto de actuar desde la inventiva y la resistencia arroja los primeros réditos, ahí donde estaban preparados.
Si se contraponen los primeros contactos de la administración Trump con Dinamarca o Colombia con la de Venezuela, la mesura y el aplomo signaron la partida en Caracas. Y marcan una diferencia dramática.
En esa corta interacción parecieran visibles algunos atributos que deberán esperar a un segundo encuentro para hacerse sostenibles. Pero la especulación vale.
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De primero, una lógica transaccional, como han predicho o anticipado desde algunos lugares. Ninguno de los grandes "tantos" que se anotó Grenell representan grandes esfuerzos, sacrificios o pérdida de centro en las partes. Esto incluye la voluntad de cooperación de Caracas en atender a su ciudadanía deportada en general.
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Hasta ahora, señales explícitas y oficiales no parecen haber llegado del todo, pero no es descabellado aceptar una reciprocidad indirecta luego del 31 de enero, como —el no impedir— la renovación de la licencia Chevron dentro del programa de sanciones extraterritoriales.
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Así no se haya oficializado —y quedará por verse que se haga— la idea de la "agenda cero", existió un movimiento de adaptación que rompió con la inercia predecesora. Muestra indirecta de esa inercia la tenemos, de nuevo, en la voz de Grenell: para el enviado era un escándalo que ninguno de los detenidos estadounidenses fue objeto de atención alguna de la administración Biden, basándose en los preceptos consulares habituales, e independientemente de la ruptura de relaciones. En ese mismo renglón el desplazamiento del filtro "oposición venezolana" pareciera encuadrar igualmente.
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No alejado de eso, Estados Unidos modificó ¿circunstancialmente? su mirada y concepción de Venezuela deslastrándola de la pesada carga acumulada hasta ahora a partir de una obligatoria flexibilidad objetiva. Flexibilidad —así sea aparente— que pudo verse también en la manera en que México —antes que Canadá— negoció con Washington.
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En el desplazamiento de energías, en la interacción de los factores directos realmente existentes, pudiera vislumbrarse un grado de pragmatismo que opera por encima de la franja habitual. Una vez más, una clave de interpretación indirecta la ofrece una de las declaraciones anecdóticas más jactanciosas —y probablemente modificada a favor— del enviado en su entrevista con Megyn Kelly: afirmó el enviado que le dijo al Presidente que era un "regalo" la presencia de un diplomático gringo en Miraflores, y que parte de esa concesión es el registro audiovisual que se hizo público, que según Grenell le manifestó al Presidente que estaba ganando puntos en materia de propaganda, "cosa que entiendo", también dijo, pero quien ganó mayor puntaje en exactamente el mismo ítem fue el propio enviado de Trump.
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Las declaraciones inmediatamente posteriores del presidente 47 desde el despacho oval dejan igual de establecido que su objetivo final, un "cambio" —con la amplitud semántica del término—, no cambia. Lo mismo la posición preservada desde Caracas, que en poco cambia en sus bases esenciales, por lo que el sentido de realidad sobre los objetivos fundamentales mutuos persiste, en ambas direcciones.
Nada de esto puede considerarse como municiones de optimismo, en especial para nuestra contraparte. La gracia coreográfica de ese primer momento también encontrará sus límites.
Pero, por lo pronto, a la par de esa delineación del marco mutuo, operan otros ajustes en la dimensión macro, no de otra forma puede entenderse la admisión oficial —y desde su mirada— de las mejoras en Venezuela.
Dicho en el dialecto de 2019, el distanciamiento de la manida "emergencia humanitaria compleja" como algo asumido por el estado así habla.
El vértigo —en algunos casos pánico— en la franja de la oposición venezolana más dependiente, combinado con los zapateos pasivo-agresivos desde Florida —Scott, Salazar, etcétera— por más que le agreguen color al momento también es un peligro latente en el corto plazo.
A su favor tienen todavía recursos e instrumental para provocar un viraje artificioso por la vía de los hechos siendo dueños y señores de la trama oscura mayamera con sus mecanismos de violencia y presión.
Tienen, además, un repertorio jurídico-legislativo que los respalda. Y tienen a Marco Rubio capaz de jugar con gobiernos proxies en la región para intensificar la hostilidad vecinal.
Aun así, la diferencia es abismal con el primer contacto del primer ciclo Trump. Más cercano a tener elementos de un pacto de caballeros que —por ahora— de una nueva aventura demencial.
Que pudiera estar, perfectamente, a la vuelta de la esquina, dada la volatilidad inherente a la reasunción de poder de Trump, su rocambolesco sistema de alianzas en el gabinete y la cruel entropía de querer ajustar cuentas con una Venezuela que no han podido derrotar.