Este 25 de mayo, se cumplió un año del asesinato de George Floyd por parte de la policía, evento que constituye, junto con la pandemia y las elecciones presidenciales, uno de los procesos sociales más importantes de 2020 en Estados Unidos, ya que terminó de definir el devenir del panorama político de ese país.
Y es que el asesinato televisado del afroamericano de 47 años en Mineápolis despertó la indignación a tal punto que las protestas devinieron en el surgimiento de una narrativa que promovía un cambio de paradigma que buscaba superar el racismo, la desigualdad social, los abusos policiales, entre otros males que aquejaban estructuralmente a la sociedad estadounidense.
La crispación social se extendió a casi todas las ciudades de Estados Unidos con un grado de violencia para el que fue necesario el uso de otros componentes del Ejército para contenerla.
A este proceso coyuntural se sumó un poderoso aparato propagandístico constituido por medios de comunicación, el mundo del espectáculo y entretenimiento, deportistas, activistas y políticos, cuyo fin era, en primer término, acabar con el supuesto origen del mal representado en la cuestionada y desgastada figura del presidente Donald Trump.
Se acusaba al magnate presidente de azuzar el supremacismo blanco y este se convirtió en el objetivo a vencer de todo lo que se amparó detrás del Black Lives Matter (BLM). Todo el descontento social fue capitalizado por los demócratas, quienes trazaron una hoja de ruta electoral usando los referentes del momento.
Sin duda alguna, esto definió la fórmula Joe Biden-Kamala Harris, dupla que supuestamente sería la encargada de promover los cambios sustanciales tanto en la política interna como la externa de Estados Unidos. No pasó mucho tiempo para derribar este mito esperanzador del sector progresista local y global.
Kamala Harris se convirtió en el centro de la lucha en tanto que fue anunciada por los grandes medios de comunicación como una novedad al proyectarla como "una valiente luchadora en defensa de los menos poderosos". Lo nuevo en este caso es que Harris era la primera mujer negra y la primera de ascendencia asiática electa como vicepresidencia del país.
Con el tiempo se ha ido demostrando que todo se trató de un cambio simbólico y cosmético para aprovechar momento político y social signado por las protestas antirraciales tras la muerte de George Floyd. La fachada de la mujer hija de inmigrantes que “lucha por los derechos civiles” no ha sido suficiente para lograr algún cambio, sobre todo por el prontuario arremeter precisamente contra los sectores más desposeídos de la sociedad.
Las muertes siguen
A un año del asesinato de Floyd y con nueva administración en la Casa Blanca, no es mucho lo que ha cambiado el panorama. En total 1 mil 127 personas fueron asesinadas por la policía en 2020, según Statista, un portal de estadística en línea alemán que pone al alcance datos relevantes que proceden de estudios de mercado y de opinión, así como otros indicadores oficiales de muchos países.
Por lo visto, el BLM no ha sido suficiente para frenar la matanza de afroamericanos a manos de los organismos de seguridad del país norteamericano.
"La tendencia de los disparos mortales de la policía en Estados Unidos parece no hacer más que aumentar, con un total de 292 civiles abatidos, 62 de ellos negros, en los primeros cuatro meses de 2021. En 2020, hubo 1 mil 21 disparos policiales mortales, y en 2019 hubo 999 disparos mortales. Además, la tasa de disparos policiales mortales entre los estadounidenses de raza negra fue mucho más alta que la de cualquier otra etnia, situándose en 36 disparos mortales por millón de habitantes en abril de 2021", refiere el portal.
En esa misma línea, otra organización que muestra el mapa de la violencia policial detalla que el 96% de los asesinatos del año pasado ocurrieron por disparos de la policía. Las pistolas eléctricas, la fuerza física y los vehículos policiales representaron la mayoría de las demás muertes. Asimismo, señala que solo 1% de todos los asesinatos (16 de casos) cometidos por la policía fue sometido a la justicia.
La plataforma Police Violence Report compila "información de informes de los medios de comunicación, obituarios, registros públicos y bases de datos como Fatal Encounters y el WashingtonPost, este informe representa el recuento más completo de la violencia policial mortal en 2020. Nuestro análisis sugiere que la mayoría de los asesinatos cometidos por la policía en 2020 podrían haberse evitado y que determinadas políticas y prácticas podrían prevenir los asesinatos policiales en el futuro".
Como muestra de que no hay ningún tipo de seguimiento de la conducta de los funcionarios policiales, encontramos que de los 444 casos de agentes implicados en asesinatos, al menos 14 habían disparado o matado a alguien antes y cinco tenían varios disparos anteriores.
"La mayoría de los asesinatos comenzaron cuando la policía respondió a presuntos delitos no violentos o a casos en los que no se denunció ningún delito. 121 personas fueron asesinadas después de que la policía les diera el alto por una infracción de tráfico", señala el mapeo, lo cual es un indicativo de que los cuerpos de seguridad no toman en cuenta el uso progresivo de la fuerza.
La muerte de George Floyd tuvo más o menos estas características: el uso desproporcionado de la fuerza para arrestar a un hombre desarmado. Murió por asfixia provocada por el agente Derek Chauvin, quien tras esposarlo y ponerlo boca abajo, y con la ayuda de dos agentes más, lo presionó contra el pavimento con su rodilla apoyada sobre el cuello. Durante casi nueve minutos, y ante la mirada de un cuarto agente y otros transeúntes, Floyd repitió varias veces que no podía respirar.
Debido a la gran cantidad de muertes por no acatar la voz de alto, en algunas ciudades han tenido que desarmar a los oficiales de tránsito. A este tipo de asesinatos evitables se suman las 97 muertes de personas con comportamientos erráticos y enfermedades mentales. Vale destacar que todas estas víctimas estaban desarmadas. El desglose de asesinato de personas desarmadas refleja el racismo y la xenofobia:
- Negros (27)
- Hispano (15)
- Nativo Americano (1)
- Asiáticos/Isleños del Pacífico (2)
- Blancos (31)
- Desconocido (4)
"Los negros tenían más probabilidades de ser asesinados por la policía, más probabilidades de estar desarmados y menos probabilidades de estar amenazando a alguien cuando fueron asesinados", dice Police Violence Report.
Racismo y abuso policial de vieja data
Si bien la muerte de George Floyd despertó la indignación y una ola de protestas antirraciales sin precedentes en los últimos años, el abuso policial se volvió un tema candente en Estados Unidos desde el tiroteo mortal de Michael Brown en Ferguson (Misuri) en 2014, durante el gobierno de Barak Obama, el único presidente negro que ha tenido el país norteamericano.
Incluso el mismo Black Lives Matter fue formado en 2013 para denunciar la brutalidad policial en Estados Unidos y desde entonces ha organizando marchas y manifestaciones en respuesta a los asesinatos de hombres y mujeres negros por parte de la policía.
Que actualmente sigan muriendo personas a manos de la policía estadounidense, sobre todo afrodescendientes, puede verse como un incumplimiento de promesa electoral por parte de los demócratas, pero también como una agenda ambiciosa y difícil de cumplir.
La imagen supremacista que se forjó en torno a Donald Trump despertó una suerte de "unidad nacional" que buscaba restituir "un orden" previo a la llegada del magnate presidente. Pero más allá de ese pasado perdido se supone que la fórmula Biden-Harris también congregaba a otros sectores de la sociedad que exigían cambios más profundos en el establishment, además de la comunidades afroamericana y sexodiversa con sus respectivas exigencias. Es por ello que el Partido Demócrata logra revestirse de un aire progresista que simbólicamente representaba un todo y "los buenos".
Evidentemente, los demócratas se apropiaron de la agenda de lucha justa y legítima de los afro para proyectarse como salvadores. Pero este disfraz progresista luego es cuestionable cuando se revisa de forma breve el historial criminal de los que encabezan el gobierno y otros cargos claves de la nueva administración.
Por una parte, la efervescencia del momento solapó el prontuario de acoso sexual, racismo, así como el respaldo a políticas segregacionistas y otras (no tan progresistas) de recortes a la seguridad social de Biden y, por otra, la herencia étnica de Harris tapó su historial de corrupción en cuerpos policiales y otras políticas judiciales retrógradas que aplicó cuando era fiscal de California.
Asimismo, solo basta ver los nombres de los que conforman el gabinete para saber que se trata de una transición, pero a la era Obama. Muchos de los rostros visibles en cargos estratégicos formaron parte del deep state, caracterizado por el historial de espionaje, intervencionismo y golpes de Estado.
La doctrina Woke en la Casa Blanca
La nueva administración de la Casa Blanca ha sabido mimetizarse con las "causas nobles" que apelan a la concienciación y a la justicia social y racial. A esto se le conoce comúnmente como Doctrina Woke que, según Argemiro Barro, deviene "en una sólida ortodoxia identitaria".
"Algunos de los campus más selectos de los estados demócratas empiezan a mostrar los rasgos de pequeños regímenes fundamentalistas. Guiados por una teoría que no permite la duda y al abrigo de la indignación desatada por casos como el asesinato de George Floyd, sus rectorías han creado poderosos comités, ideologizado los temarios e incluso organizado confesiones públicas de prejuicios raciales", dice el periodista e investigador.
Barro refiere que esta tendencia a hipersensibilizar los temas raciales y de género se ha colado rápidamente en universidades progresistas a tal punto de que se han creado cursos obligatorios para la sensibilización racial.
Sin embargo, todo parece indicar que esta doctrina apunta más a un tema de forma, de señalar y juzgar públicamente los ápices de racismo y homofobia en el discurso. Según Kendi y DiAngelo, hay que entrenar los sentidos "aprendiendo a localizarlo, cuestionarlo y combatirlo; aprendiendo a ser 'woke', a estar 'despiertos' ante las terribles agresiones que anidan en las palabras y en los comportamientos".
En un artículo publicado en Unz Review, el analista mejor conocido como The Saker refiere que:
"(...) es indiscutible que la ideología woke es la principal de la Administración Biden y por eso no se puede ignorar sin más. Por supuesto, no se han abandonado otras tendencias ideológicas de la clase dominante estadounidense (mesianismo, imperialismo, culto a sí mismo, capitalismo, etc.); en cambio, se han 'wokificado' en el sentido de que la ideología woke se utiliza ahora para dar a estas ideologías tradicionales de Estados Unidos una especie de imprimátur políticamente correcto".
La ofensa inmediata y la cultura de la cancelación son parte de esta ideología que busca imponer una moral de forma policíaca; donde lo racial, por ejemplo, se convierte en una camisa de fuerza pero solo desde el punto de vista superficial.
Si Estados Unidos adopta esta postura lo hace incuestionable desde el punto de vista de esa moral superflua. Que las embajadas y consulados estadounidenses enarbolen la bandera del orgullo gay junto a las barras y estrellas no es un indicativo de que respetan la vida en los países donde intervienen. Esta fachada tampoco sirve para detener el racismo instalado en la cultura y que casos como los de George Floyd sigan ocurriendo por centenas y miles.
"Para algunos, esto es sólo un gran esquema de hacer dinero para la 'América' corporativa que ahora está inundando todos sus anuncios con las razas correctas en total desprecio al porcentaje real de esa raza de la población y pequeño esquema de hacer dinero para aquellos que esperan conseguir algo de dinero gratis. En cuanto al homo-lobby estadounidense, se trata de una forma segura de alcanzar un poder y una influencia que de otro modo no podrían ni soñar. En otras palabras, el wokismo es una cuestión de dinero y poder, no de justicia", concluye.