El desplazamiento del signo político e ideológico de la región latinoamericana hacia un variopinto bloque de izquierda (progresista, dicen algunos) ha vuelto a poner sobre la mesa el agudo y complicado debate sobre la integración. Las elecciones presidenciales en Colombia y Brasil, pautadas para este año, de ser favorables para los candidatos Gustavo Petro y Lula da Silva respectivamente, podrían profundizar esa inclinación de la balanza y poner a la derecha en una situación de inferioridad numérica a nivel continental.
Sacando de la ecuación los posibles sobresaltos, intentos de fraude o agendas insurreccionales que podrían desestabilizar ambos procesos electorales, una victoria de Lula en Brasil y de Petro en Colombia formalizaría el giro regional hacia la izquierda, pero agregando nuevos elementos con respecto al denominado "ciclo progresista" anterior: Colombia marcaría un acento particular, e inédito, que se sumaría a Honduras y México.
En este paisaje donde impera una modificación sustancial de la correlación de fuerzas se abre nuevamente la interrogante de la integración regional, que supuso la materia pendiente de la oleada de gobiernos de izquierda de principios del siglo.
Las iniciativas del presidente Hugo Chávez, pasando por la UNASUR, ALBA-TCP hasta la CELAC, sin lugar a dudas implicaron un viraje geopolítico significativo que lograron socavar la primacía institucional del "panamericanismo" estadounidense, al mismo tiempo que sentaron las bases de un polo de poder continental, alternativo e independiente, con un alcance geográfico, económico, poblacional y geoestratégico sin precedentes.
Como bien sabemos, el efecto dominó de golpes de Estado y pérdidas electorales de gobiernos de izquierda, y la ofensiva de cambio de régimen contra Venezuela, frustró estas opciones geopolíticas, cuya orientación estratégica consistía en influir en el escenario internacional con voz propia para equilibrar el poder irrestricto de las potencias occidentales.
Actualmente, pese al cambio de coordenadas ideológicas, el escenario regional está atravesado por la disgregación y la ambigüedad, y ante eso la perspectiva sobre la integración y sus métodos de viabilidad y reimpulso adquieren un grado superior de complejidad.
El vacío de liderazgo y autoridad, el solapamiento de múltiples organismos con facultades similares y las huellas de una dependencia neocolonial prolongada históricamente, en forma de reprimarización exportadora, endurecida por la desenfrenada financiarización de la economía global, han jugado un papel determinante en la irrelevancia de los mecanismos de integración más destacados del continente.
A esto debe sumarse la extrema polarización ideológica, precipitada por Estados Unidos y sus Estados clientes, con la que se fraguó un cerco diplomático contra Venezuela para avanzar hacia el objetivo geopolítico de anular su presencia política en foros multilaterales al igual que su protagonismo político en el continente.
La creación de esta línea divisoria fue acompañada por una estrategia de sustitución e intercambio de alianzas a favor de las potencias occidentales, encabezada por iniciativas de derecha como ProSUR y la Alianza del Pacífico, configuradas para aprovechar el vacío dejado por la desactivación programada de UNASUR y CELAC.
Sin embargo, estos mecanismos orientados principalmente al comercio y la inversión, en el marco de un regionalismo abierto de factura neoliberal, no han proporcionado un liderazgo regional hegemónico a la derecha. Su efecto aglutinador, políticamente hablando, ha sido muy limitado, producto de la propia naturaleza corporativa y tecnocrática que marcó su nacimiento.
Pero por encima del diagnóstico general, el viento de cola de la reconfiguración política de la región latinoamericana debe ser aprovechado en una dirección constructiva.
Lo cierto es que, independientemente de los esfuerzos por desmantelarlas en términos prácticos, UNASUR y CELAC tienen un acumulado doctrinal, institucional y de legitimidad que podría ponerse nuevamente en juego, y de forma relativamente rápida. Para ello, y es una lección aprendida del ciclo anterior, deben sustituirse las metas faraónicas por algunas realizables para recuperar un piso mínimo de confianza y una agenda de acercamiento sobre las prioridades del continente, en el marco de una etapa constructiva que abra el espacio idóneo para aspiraciones superiores, sobre todo por el contexto cambiante e inestable de la política mundial.
La cláusula democrática de la CELAC ofrece una ruta propicia para reanudar el consenso de entendimiento, convivencia pacífica y respeto a la soberanía quebrado a la fuerza por Estados Unidos. Ejercitar este lenguaje de respeto y concertación, incorporándolo nuevamente a la escena diplomática, tiene una utilidad práctica en la unificación de criterios y un nuevo clima de cooperación.
Si, como decía el periodista polaco Ryszard Kapuściński, "la guerra empieza con el cambio de lenguaje", entonces la reducción de los niveles de conflictividad requiere la aplicación inversa del mismo principio.
La construcción de renovados mecanismos de resolución de controversias, tanto en la CELAC como en UNASUR, se muestra como una prioridad tras años de despojo y apropiación de la capacidad de interlocución intergubernamental en Latinoamérica a beneficio de las potencias occidentales. De hecho, la arquitectura de la CELAC conserva ideas aún vigentes sobre la configuración de estos mecanismos, por lo que una agenda centrada en su refrescamiento atraería el interés de los Estados y acercaría posturas encontradas.
Esta primera etapa también requiere un mayor dinamismo a nivel de la cooperación práctica de los mecanismos de integración. La instalación de una secretaría ejecutiva de la CELAC, propuesta por el presidente Nicolás Maduro en la última Cumbre del organismo en Ciudad de México (2021), es una propuesta coherente para sostener una dinámica activa de interlocución e intercambio entre gobiernos, más allá de las cumbres, contribuyendo a la armonización de agendas y objetivos de otros subsistemas de integración.
La aplicación de "sanciones" punitivas por parte de Estados Unidos contra Nicaragua, Cuba y Venezuela se trata de un factor novedoso en la política latinoamericana y no solo se circunscribe a los países afectados de forma directa. La violencia con la que han sido aplicadas implica un trastorno económico sin precedentes para el continente, cuya afectación abarca intereses económicos de países y mercados enteros, que han tenido que reestructurarse para evadir las "sanciones" secundarias.
La agresiva política de medidas coercitivas unilaterales de Estados Unidos debe ser tomada como prioridad en el escenario actual, ya que, por su alcance extraterritorial y prolongación en el tiempo y en la dinámica del sistema financiero internacional, los factores sociales y económicos impactados de manera indirecta son cada vez mayores en el ámbito regional. Las respuestas de integración ante este atropello sostenido en el tiempo deben ser múltiples y converger en una agenda de cooperación que ejerza una presión unificada de gobiernos, sectores sociales y económicos.
CELAC, UNASUR y ALBA-TCP podrían proyectarse como cajas de resonancia de este reclamo y de los daños ocasionados a escala latinoamericana.
Por otro lado, las vacunas anticovid desarrolladas por Cuba, la estrategia de prevención socioterritorial y de infogobierno desarrollada por Venezuela para frenar la pandemia, así como otros casos exitosos de contención del covid que hay en la región, reflejan una ventaja reputacional todavía sin explotar frente a Europa y Estados Unidos, cuyo saldo en esta materia fue muy decepcionante.
Los gobiernos latinoamericanos que mejor actuaron y aquellos que demostraron falencias, por el cuadro de disgregación mencionado anteriormente, no han tenido la posibilidad de encontrarse en un espacio de intercambio de experiencias científicas, aprendizaje de metodologías y acompañamiento, articulado mediante los mecanismos de integración existentes y por recuperar. Esta ventaja comprobada debe ser aprovechada de forma coherente y proyectarse internacionalmente como una herramienta de protagonismo en un escenario internacional donde muchos países quedaron entrampados en el acaparamiento de vacunas y en respuestas poco efectivas a nivel de control sanitario.
El camino por recorrer es largo y no exento de obstáculos. Pero para empezar, y con pasos firmes, es necesario comenzar por metas alcanzables y nutrir aquellos puntos de convergencia que ha ido ofreciendo la propia realidad geopolítica.