Jue. 12 Junio 2025 Actualizado 4:53 pm

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La Big Tech, propietaria de ChatGPT, propone un modelo de desarrollo tecnológico centrado en mantener la supremacía estadounidense frente a China (Foto: Archivo)
Hacia una carrera armamentística estilo MAGA

OpenAI abre un nuevo capítulo en la nueva guerra fría tecnológica

Bajo el mandato de Donald Trump  Estados Unidos ha redefinido su enfoque sobre la inteligencia artificial (IA), y la ha convertido en una herramienta central de poder geopolítico. En este escenario, las grandes corporaciones tecnológicas (o Big Tech) como OpenAI, propietaria de ChatGPT y liderada por Sam Altman, han dejado atrás su retórica inicial de "beneficiar a la humanidad" para alinearse con un discurso nacionalista que prioriza los intereses económicos y estratégicos del país.

Altman, quien donó 1 millón de dólares para la investidura de Trump, presentó un documento ante la Casa Blanca titulado "Propuestas de OpenAI para el Plan de Acción de IA de Estados Unidos", que sugiere medidas como:

  • Mayor colaboración con el Pentágono en desarrollo de sistemas autónomos.
  • Censura preventiva de modelos de IA que no se alineen con los "valores occidentales".
  • Vigilancia ampliada de usuarios bajo el pretexto de combatir la "desinformación".

Claramente la Big Tech propone un modelo de desarrollo tecnológico centrado en mantener la supremacía estadounidense frente a China. Este plan no solo se basa en promover valores democráticos —conceptos vagamente definidos— sino también en crear barreras comerciales contra las tecnologías del país asiático, lo cual garantiza una posición dominante para empresas estadounidenses en el mercado global de IA.

Los giros y repliegues ideológicos de OpenAI

Lo que antes se vendía como un bien común, ahora se presenta como un arma estratégica en la guerra fría tecnológica. Este giro representa una ruptura clara con el pasado idealista de OpenAI, cuya misión original era compartir la inteligencia artificial de manera abierta y beneficiar a toda la humanidad sin distinciones nacionales. Sin embargo, ahora, el mensaje es inequívoco: "La IA dirigida por Estados Unidos debe prevalecer sobre la dirigida por el Partido Comunista de China".

La narrativa de "seguridad nacional" se utiliza para justificar restricciones comerciales, regulaciones internacionales sesgadas y un control más estricto sobre quién puede acceder a ciertos modelos de IA. Por ejemplo, OpenAI denunció haber detectado grupos chinos usando ChatGPT con fines "maliciosos", lo cual sirve para legitimar mayores controles de exportación y bloqueos tecnológicos.

Pero detrás de esta retórica de defensa nacional subyace un interés corporativo claro: proteger mercados, asegurar contratos gubernamentales y consolidar monopolios globales en torno a la IA. La supuesta seguridad nacional, en este caso, funciona como una capa discursiva para blindar beneficios privados.

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La empresa del magnate tecnológico Sam Altman ha propuesto a la administración Trump que "la IA dirigida por Estados Unidos debe prevalecer sobre la dirigida por el Partido Comunista de China" (Foto: Archivo)

OpenAI celebró el Proyecto Stargate, acordado entre la Casa Blanca y las Big Tech, porque contribuiría a "proteger la democracia" mediante la IA, pero omitió que su verdadero objetivo es blindar el monopolio tecnológico estadounidense a partir de una inversión privada de 500 mil millones de dólares.

Cuando OpenAI fue fundada en 2015 su visión era claramente globalista. Su manifiesto afirmaba que el objetivo era "avanzar en la inteligencia digital de forma que beneficie a la humanidad en su conjunto", sin ataduras financieras ni políticas nacionales.

En la actualidad esa visión ha sido sustituida por un enfoque profundamente nacionalista, en el que la palabra "humanidad" prácticamente desaparece de sus documentos oficiales.

La IA en el centro de la guerra fría tecnológica

La orden ejecutiva sobre IA, emitida apenas dos días después de que Trump asumiera el cargo, marcó un rumbo radicalmente diferente al de Biden: menos regulación, mayor libertad corporativa y un énfasis explícito en la competencia con China.

Mientras Biden intentaba establecer marcos éticos y multilaterales para el desarrollo responsable de la IA, Trump eliminó casi todas las restricciones y priorizó el crecimiento económico y la ventaja militar.

Su "Blueprint para convertir a Estados Unidos en la capital mundial de la IA" incluye:

  • Subsidios millonarios a empresas como OpenAI, Nvidia y Palantir.
  • Relajación de regulaciones para acelerar desarrollos militares.
  • Presión diplomática para que aliados adopten tecnología estadounidense y excluyan a China.

El discurso de la "alineación ética" de la IA es una cortina de humo. Bajo Trump, las corporaciones han falsificado compromisos con la seguridad mientras venden sistemas de vigilancia a gobiernos que no funcionan precisamente bajo los supuestos valores democráticos que Estados Unidos dice promover.

Además, la orden ejecutiva de Trump sobre IA funciona bajo la premisa de "Estados Unidos primero, la ética después" porque prioriza la competitividad corporativa sobre los derechos humanos al permitir:

  • Uso discriminatorio de la IA para promover la "crimigración", como el sistema que niega visas basado en redes sociales.
  • Exportación de herramientas de vulneración a la privacidad a gobiernos aliados, como ocurre con los softwares de reconocimiento facial usados en varios países de América Latina.
  • Censura y manipulación de la percepción en función de proteger las imágenes de Israel y Estados Unidos mientras se acusa a China de ello.

Las claves del futuro tecno-militar que se avizora están claras y la IA apunta más a ser un arma con pretensiones de dominación global que una herramienta para el "progreso". En sintonía con Trump, OpenAI ha propuesto una estrategia de crecimiento agresivo basada en tres pilares:

  1. Libertad para innovar. Eliminar cualquier regulación federal que pudiera interferir con el desarrollo rápido de IA.
  2. Exportación de la IA democrática. Promover modelos desarrollados bajo estándares occidentales mientras se bloquean tecnologías chinas.
  3. Control de infraestructura. Construir centros de datos globales aliados con Estados Unidos, excluidos los socios no alineados.

Su repliegue ideológico no es exclusivo: otras Big Tech como Google, Microsoft y Meta también han adoptado posturas similares en aras de aprovechar la agenda trumpista de desregulación y protección comercial.

¿Un club "MAGA AI" en el horizonte?

La narrativa de "exportar una IA democrática", promovida por OpenAI, tiene un trasfondo ideológico que va más allá del simple pragmatismo geopolítico. Al definir qué es "democrático" y quién puede participar en ese club, Estados Unidos y sus aliados están construyendo un sistema tecnológico profundamente unipolar. Solo ciertos países y actores son considerados dignos de acceso a tecnologías avanzadas.

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Al definir qué es "democrático" y quién puede participar de una tecnología supuestamente neutra, Estados Unidos y sus aliados están construyendo un sistema tecnológico profundamente unipolar (Foto: Archivo)

Este enfoque se refleja en la visión supremacista de OpenAI de dividir el mundo en tres categorías:

  • Países que siguen principios "democráticos" según Estados Unidos.
  • Países que aun no cumplen con estos estándares pero pueden mejorar.
  • China y sus aliados, excluidos automáticamente.

Esta división no solo excluye a más de mil millones de personas sino que deja claro cómo, para Washington, lo importante no es la calidad real de las instituciones sino la lealtad geopolítica.

Por otra parte Ruha Benjamin, socióloga y profesora del Departamento de Estudios Afroamericanos de la Universidad de Princeton, se refiere en su libro La raza después de la tecnología: herramientas abolicionistas para el 'New Jim Code' (2019) a "un diseño tecnológico que promete un futuro utópico pero que sirve a jerarquías raciales y prejuicios raciales".

Allí evidencia que políticas como las dispuestas por Trump y OpenAI están influenciadas por una visión de superioridad racial encubierta, en la que la IA es vista como una extensión de los valores "occidentales" de racionalidad, eficiencia y jerarquía. Esta visión no solo legitima el control tecnológico sino que también refuerza dinámicas coloniales en el acceso al conocimiento.

Dentro de Estados Unidos, la IA se utiliza como herramienta de vigilancia y control social. Desde deportaciones automatizadas hasta perfiles de riesgo basados en algoritmos, la IA no es neutral: reproduce sesgos sistémicos y refuerza estructuras de poder existentes.

La carrera armamentística es tecnológica... y viceversa

Para las Big Tech la IA es tanto una herramienta económica como un componente fundamental de la guerra fría moderna. Bajo Trump, el gobierno estadounidense ha acelerado la integración de sistemas de IA en operaciones militares, inteligencia y defensa.

La división de seguridad nacional de OpenAI es liderada por la exfuncionaria de inteligencia de la administración Obama, Katrina Mulligan, quien ha colaborado activamente con agencias como la NSA, la CIA y el Pentágono proporcionando modelos de lenguaje para tareas de espionaje, geointeligencia y análisis de amenazas. Estos han sido priorizados por tanques de pensamiento como la Corporación Rand.

Un ejemplo es el uso de ChatGPT en el simposio GEOINT 2025, donde representantes de OpenAI mostraron cómo su tecnología puede ayudar a identificar ubicaciones desde imágenes, facilitando operaciones militares y de vigilancia. Esta integración entre empresa privada y aparato militar plantea serias dudas sobre la independencia de la investigación y el potencial para usos letales.

Mientras tanto, el Departamento de Defensa ha lanzado programas multimillonarios para desarrollar drones autónomos, sistemas de alerta temprana y armamento guiado por IA, todos ellos justificados por la necesidad de "contener a China".

China, por su parte, reduce la brecha en la competencia y responde con inversiones masivas en inteligencia artificial militarizada, incluidos robots de combate, sistemas de defensa autónomos y redes de vigilancia urbana.

El conflicto tecnológico se traduce directamente en una carrera armamentística en la que la IA no solo define la economía futura sino también la capacidad de proyección de poder global.

Lo que ocurre hoy con OpenAI y otras Big Tech no es una evolución natural de la industria sino una transformación ideológica impulsada por el contexto político y económico de una potencia cuya hegemonía está en riesgo.

La administración Trump perfila la IA como un instrumento para la concentración de poder y recursos en el que esta oligarquía tecnológica renuncia a la pretensión de neutralidad para profundizar su rol de actor geopolítico clave.

Vaciadas las consignas de "progreso para la humanidad", se impone una agenda de control, exclusión y dominación en la que prevalece el beneficio corporativo, ahora disfrazado de interés nacional.

Ya no se trata de una guerra silenciosa sino de otra escandalosa muestra de que la tecnología es la columna vertebral de una disputa con profundas diferencias en la forma de concebir el mundo.

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