Justo antes de abandonar la Casa Blanca, en enero de 1961, el presidente Eisenhower lanzó una célebre advertencia contra el "complejo militar-industrial", describiendo cómo las empresas de defensa y los funcionarios militares actuaban en connivencia para influir indebidamente sobre la política pública.
Joe Biden, 64 años después, dedicó su propio mensaje de despedida a temas similares. Evocó una nueva oligarquía, un complejo "tecnológico-industrial" que absorbe el poder en Silicon Valley a expensas del pueblo estadounidense.
Biden aludía, obviamente, a los cálidos lazos entre Donald Trump y multimillonarios de la Big Tech como Elon Musk. Aunque la crítica del presidente saliente suena vacía, sobre todo teniendo en cuenta la cercanía de su propia administración a los intereses corporativos, hay algo de verdad en sus afirmaciones. Los florecientes lazos entre las grandes tecnológicas y el gobierno de Estados Unidos están dando nueva forma al futuro del país, y es probable que reciban un gran impulso con Trump.
Al comienzo de su segundo mandato, sus vínculos con la industria tecnológica son evidentes. Musk, por poner un ejemplo, prometió donar importantes fondos a la campaña de Trump. Fue nombrado codirector del nuevo Departamento de Eficiencia Gubernamental, un cargo que le permite influir directamente sobre las decisiones presupuestarias federales. Para no quedarse atrás, todas las grandes empresas tecnológicas han donado millones al fondo de investidura de Trump, con todos, desde Jeff Bezos a Tim Cook, disfrutando de asientos de primera fila el lunes 20 de enero. Esto señala un importante realineamiento político entre las élites de Silicon Valley, tradicionalmente un semillero de progresismo liberal. A principios de este mes, por ejemplo, Zuckerberg anunció que eliminaría los verificadores de hechos de sus plataformas.
Sin embargo, se trata de algo más que mero oportunismo político elegir a un ganador y adaptarse al nuevo panorama político. Tampoco se puede entender esta complicidad simplemente por lo que Trump ha prometido a los multimillonarios: en particular, adoptar un enfoque menos regulado hacia las criptomonedas y hacia la inteligencia artificial (IA). Lo que está ocurriendo aquí forma parte de una historia mucho más amplia, que mezcla el pasado militar-industrial de Eisenhower con el presente tecnológico-industrial de Biden. Bienvenidos, pues, al futuro tecno-militar de Estados Unidos. Con los gigantes del sector privado detrás, el Estado de seguridad del país será más mortífero que nunca, incluso cuando su dependencia de los contratos federales exponga tanto la hipocresía de los tech-bros como la continuidad del programa político de Trump.
No se trata de un fenómeno totalmente nuevo: los vínculos de la industria con el gobierno, enraizados en el militarismo de la Guerra Fría, eran exactamente lo que Eisenhower temía en los años sesenta. Lo que es diferente ahora, sin embargo, es la forma en que las capacidades militares y de inteligencia estadounidenses se han subcontratado a las grandes empresas tecnológicas.
Pensemos en Amazon, uno de los principales proveedores de servicios de computación en nube tanto para el Departamento de Defensa como para la CIA. No menos sorprendente, Amazon ha desarrollado activamente herramientas de IA para la optimización logística y el análisis del campo de batalla, integrándose aun más en las operaciones de defensa. Sus competidores también se han movido en una dirección similar. La incursión de Google en la tecnología militar incluye el Proyecto Maven, que utiliza IA para analizar imágenes de drones con fines de vigilancia y selección de objetivos. A pesar de las protestas internas, que obligaron a Google a retirarse del proyecto, la empresa sigue prestando servicios críticos en la nube a organismos gubernamentales.
Microsoft, por su parte, ha conseguido numerosos contratos de defensa, entre ellos el desarrollo del Sistema Integrado de Aumento Visual para el ejército estadounidense. Este sistema, valorado en 22 mil millones de dólares, mejora el conocimiento de la situación de las tropas mediante la realidad aumentada. Aunque tradicionalmente ha tenido menos vínculos con el Pentágono, Meta también ha entrado en este campo los últimos días, poniendo su modelo de lenguaje de gran tamaño Llama a disposición de clientes militares. Este último ejemplo subraya cómo las grandes empresas tecnológicas están aprovechando las herramientas de IA de vanguardia para fines militares, lo que difumina aun más las fronteras entre la innovación privada y la política exterior estadounidense.
Las grandes empresas tecnológicas tampoco están solas ya que una nueva oleada de empresas más pequeñas está surgiendo tras ellas. Se autodenominan Little Tech, aunque en realidad valen miles de millones de dólares y su riqueza suele estar garantizada por lucrativos contratos de defensa.
Un ejemplo: el sistema de satélites Starlink de SpaceX se ha vuelto indispensable para las operaciones militares de Estados Unidos al proporcionar internet seguro y fiable en zonas de conflicto como Ucrania. La empresa de Musk también está desarrollando una constelación de satélites espías hechos a la medida para las agencias de inteligencia, lo que profundiza su papel en la seguridad nacional. Anduril, fundada por Palmer Luckey, realiza una labor similar. Al principio llamó la atención por sus torres de vigilancia para detectar inmigrantes, pero ahora construye drones autónomos, misiles, robots y otras tecnologías de defensa.
Sin embargo, ninguna empresa personifica mejor el tecno-militarismo que Palantir. Fundada por Peter Thiel, quien recibió financiación inicial de la rama de capital riesgo de la CIA, ha desarrollado su empresa en estrecha colaboración con varias agencias de inteligencia estadounidenses. Uno de los productos de Palantir, Gotham, integra datos de vigilancia y reconocimiento para proporcionar información sobre contraterrorismo e inteligencia en el campo de batalla. Otro programa, Foundry, ofrece gestión logística y de la cadena de suministro. Estos sistemas están demostrando su utilidad sobre el terreno: han ayudado a Ucrania a luchar contra Rusia y a Israel a atacar a los combatientes de Hamás en Gaza.
No menos importante, esta nueva generación de tecno-militaristas también está dando forma al discurso público. Sus líderes, especialmente Thiel y Luckey, son conocidos por abrazar sin complejos una agresiva ideología neoimperialista que glorifica la guerra y la violencia como expresiones fundamentales del deber patriótico. "Las sociedades siempre han necesitado una clase guerrera entusiasmada y excitada por ejercer la violencia sobre los demás en pos de buenos objetivos", explicó Luckey en una charla reciente. "Se necesita gente como yo que esté enferma en ese sentido y que no pierda el sueño fabricando herramientas de violencia para preservar la libertad". Alex Karp, consejero delegado de Palantir, ha hecho afirmaciones similares argumentando que para restaurar la legitimidad y reforzar la seguridad nacional, Estados Unidos debería hacer que sus enemigos "despierten asustados y se vayan a dormir asustados", algo que podría conseguirse mediante el castigo colectivo.
Lo que une a estos autodenominados tecno-guerreros es su creencia de que Estados Unidos debe utilizar la tecnología, especialmente la IA, para afirmar el dominio mundial de su país, un desarrollo del que, por cierto, pueden beneficiarse enormemente. El objetivo obvio es China, que Thiel y los demás consideran una amenaza existencial para el Hegemón. Y lo que es más importante, sostienen que los gigantes tradicionales de la defensa, así como los monopolios de las grandes empresas tecnológicas, no son adecuados para esta tarea, sobre todo debido a sus engorrosas estructuras corporativas.
El año pasado, Palantir incluso publicó un manifiesto en el que atacaba las prácticas de contratación establecidas por el Pentágono. Entre otras cosas, afirmaba que el Departamento de Defensa debe fomentar la competencia y acelerar el desarrollo, naturalmente abriéndose más a las Little Tech. Esto representa nada menos que una declaración de guerra contra los contratistas heredados, sobre todo si se recuerda que Palantir y Anduril están en conversaciones con una docena de competidores, entre ellos SpaceX y el fabricante de ChatGPT OpenAI, para pujar conjuntamente por contratos del colosal presupuesto de defensa estadounidense de 850 mil millones de dólares.
En cualquier caso, esta actividad subraya la vacuidad de la ideología libertaria y antiestatista que defienden los tech-bros como Thiel. Por mucho que afirmen oponerse al gran gobierno, la verdad es que el complejo tecno-militar depende totalmente del Estado: para canibalizar los mercados extranjeros, canalizar la financiación de las agencias de seguridad y, por supuesto, para librar guerras. Como gurú ideológico de Little Tech, Thiel ha cultivado amplios vínculos con Magaworld donando 15 millones de dólares a la campaña de JD Vance para el Senado en 2022, quien por su parte invirtió en Anduril.
Gane quien gane la inminente guerra civil entre las grandes tecnológicas y su primo más abrasivo, está claro que el complejo tecno-militar dará forma no solo a la nueva administración sino también a la sociedad estadounidense, lo que exacerbará la creciente interdependencia entre el poder estatal y los intereses corporativos. Pero quizá lo más sorprendente de todo sea lo que el complejo tecno-militar dice sobre la plataforma política de Trump. El nuevo presidente se ha presentado como antiintervencionista y como candidato de la paz, pero su administración está estrechamente alineada con empresas que dependen de perpetuar el militarismo estadounidense. La fijación de los tecno-guerreros por China ejemplifica esta dinámica ya que la tensión con la República Popular ofrece amplias oportunidades a las empresas de defensa de alta tecnología. Mientras las corporaciones que prosperan con la guerra sigan ejerciendo influencia sobre la política exterior estadounidense, es poco probable que el país pueda dejar de lado sus tendencias belicistas.
El creciente poder del complejo tecno-militar también tiene implicaciones nacionales. Las tecnologías de vigilancia desarrolladas por empresas como Palantir pueden desplegarse tanto en el país como en el extranjero, como de hecho ya se ha hecho. En 2009, después de todo, JPMorgan utilizó un programa de Palantir llamado Metrópolis para controlar los datos de los empleados, incluidos los correos electrónicos y las ubicaciones GPS, para detectar signos de descontento. Una vez más, figuras como Thiel repiten como loros su libertarianismo mientras se benefician de tecnologías de vigilancia autoritarias, una contradicción que está a punto de proseguir a la nueva administración. Aun es pronto, pero no hace falta ser un Eisenhower para adivinar por dónde irán estas tensiones.
Oroginalmente publicado por UnHerd el 21 de enero de 2025, la traducción para Misión Verdad fue realizada por Spoiler.