Mar. 14 Mayo 2024 Actualizado ayer a las 3:57 pm

Política y pandemia: lo que el mundo debe aprender para no repetir el mismo error

En casi cuatro meses de desarrollo y evolución, la pandemia de la Covid-19 ha representado todo un terremoto político en amplias áreas del mundo.

No es la primera vez que fracasa el liberalismo

Ciertamente, la crisis económica, financiera y del sistema internacional que se ha puesto en el centro de la escena ya venía de antes, sin embargo, el impacto a nivel sanitario y la fragilidad de los Estados para gestionar con éxito la pandemia ha comprometido el paradigma neoliberal ante nuestros ojos de una forma singular.

Este episodio histórico marcado por el colapso de las estructuras políticas y económicas podría parecer novedoso, pero en realidad no lo es si ponemos a trabajar la memoria. Ya hemos asistido a otros eventos cercanos al apocalipsis, solo que ahora tenemos el “privilegio” de observar nuestra tragedia en vivo y en directo, las 24 horas, gracias a la maravilla del Internet.

Pero las razones y las causas que han precipitado este escenario tampoco han cambiado demasiado.

La primera y segunda guerra mundial, la Gran Depresión de 1929, el fascismo y el nazismo y las guerras en retaliación a la revolución rusa, una combinación de eventos que llevó a límites desconocidos el sufrimiento humano durante cuarenta años consecutivos, se habían venido cocinando en la onda corta del boyante capitalismo industrial que abarcó desde 1870 hasta 1914.

En cuestión de pocos años la imagen de que el proyecto liberal había resuelto todos los problemas de la humanidad se vino a pique. Su premisa de que la intervención del Estado era negativa y su obsesiva concepción de que el libre mercado regularía eficazmente el comercio mundial y las tensiones políticas, concluyó en la catástrofe del nazismo por un lado, y en la reordenamiento del paradigma político y económico del mundo, por otro.

La caída del liberalismo fue total y abrió pasó al keynesianismo (un mix entre capitalismo y distribución de la riqueza que acomodaría los defectos del sistema) en las postrimerías de la década del 30 del siglo pasado.

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El proyecto liberal salió del tablero mundial por más de 40 años al haber perdido toda su credibilidad. Mientras tanto, el keynesianismo mantuvo su fuelle como un instrumento ideológico para contener el programa de la revolución soviética que apostaba por un cambio radical en las estructuras de producción capitalistas.

Vuelven los monstruos

Pero al caerse la Unión Soviética, pero también una década antes, el mundo volvió a abrazar las ideas que fracasaron en 1914 como si nada de ese proceso hubiera aprendido. El historiador marxista Eric Hobsbawm asegura en su extendida obra sobre el siglo XX que la humanidad había perdido toda conexión orgánica con su pasado producto de un cambio histórico que no supimos comprender del todo.

El hecho es que las élites occidentales, sin un proyecto alternativo al frente, reanudaron su apuesta por el liberalismo pero en su versión más salvaje y globalizante: el neoliberalismo.

Una vez más, todos los asuntos humanos se delegaban en la economía de mercado en el marco de un ciclo de privatizaciones, desregulación y concentración del aparato económico que nos ha legado una desigualdad social y económica que roza la tragedia.

Y al mismo proyecto, las mismas crisis. La sobredosis inclemente de neoliberalismo en el tejido sanguíneo de la economía y la cultura por más de 30 años ha dado como resultados versiones remasterizadas de Hitler y Mussolini, que se adaptan a un mundo ideológico donde domina la mediación de las redes sociales.

Los fachos de nuestra época, Trump, Abascal, Bolsonaro y otros innombrables, se cuelan por la ventana, asumen posiciones de poder y liderazgo en países de peso internacional y nosotros parecemos no encontrarle una respuesta confiable a tan desagradables acontecimientos.

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Pero la hay y es muy humillante: repetimos un fracaso que ya nos había costado millones de muertos entre hambrunas, pandemias y guerras en el siglo pasado.

Una gripe altamente contagiosa ha revelado que un sistema pensado para convertir todo en mercancía y ganancias privadas no puede salvar a la humanidad, no puede brindarle asistencia médica, compensar su desempleo o sus deudas o reducir otras presiones que conlleva la crisis y la incertidumbre de este momento.

En tal sentido, la crisis sistémica que ha hecho explotar la Covid-19 nos obliga a ir acumulando las siguientes lecciones para el mundo postpandemia. Porque puede que no haya otra oportunidad para corregir los fracasos de una élite occidental despiadada, egocéntrica y asocial.

El mercado estafa

La confianza ciega en el mercado hizo imposible la preparación de los países frente a la pandemia, justamente porque es incapaz de prever estas circunstancias de tales características por su propio mecanismo.

Sobre esto el analista Richard Wolff advierte lo siguiente y enfoca su consideración en el principal foco de la pandemia a nivel mundial:

“Lo importante para la salud pública es la preparación de cada sociedad: pruebas almacenadas, máscaras, ventiladores, camas de hospital, personal capacitado, etc., para manejar virus peligrosos. En los Estados Unidos, tales objetos son producidos por empresas capitalistas privadas cuyo objetivo es el lucro. No era rentable producir y almacenar tales productos, eso no fue y aún no se está haciendo”.

El periodista irlandés Patrick Cockburn lleva este argumento mucho más allá al comparar la crisis actual con la de 1914:

“‘Leones liderados por burros’, fue la frase utilizada para condenar el desperdicio de vidas por incompetentes generales de la Primera Guerra Mundial y sus amos políticos. Las mismas palabras podrían usarse nuevamente hoy: una vez que la escasez era de ametralladoras y proyectiles de artillería, mientras que ahora son de ventiladores, máscaras quirúrgicas y kits de prueba. La característica común es que en ambos casos la escasez matará o deshabilitará a una proporción de aquellos que no reciben equipo esencial”.

Por su parte Robert Reich indica que “no hay instituciones análogas a la Reserva Federal con la responsabilidad de supervisar y administrar la salud pública, capaces de sacar una chequera gigante en cualquier momento para evitar la devastación humana, en lugar de financiera”, evidenciando las prioridades de la principal potencia occidental y cómo las mismas han desatado una crisis que puede alcanzar los 200 mil muertos.

Es urgente reducir el poder del mercado sobre la salud, y más allá, quitarle espacio en la conducción de los asuntos vitales de la humanidad.

Apostar a la salud pública

Justamente los países que no han tratado la salud como un lucrativo negocio han estado mejor preparados para enfrentar la pandemia.

Países como Venezuela, Cuba, China, entre otros, que han apostado por un modelo de salud pública universal, se han visto en mejores condiciones para luchar contra la Covid-19 y ahora mismo se posicionan internacionalmente como frentes de apoyo sanitario a países europeos con curvas de contagio y muerte descontroladas.

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Contrario a la prédica liberal que entroniza la vinculación del mercado en todas las esferas de la vida, en el marco de la Covid-19 la nacionalización y estatización de la salud es el único enfoque que puede proteger a la humanidad. Está demostrado que los países con sistemas públicos de salud robustos pueden combatir mejor esta enfermedad.

Paradójicamente, el modelo de la privatización de salud está demostrando su ineficiencia e insolidaridad.

Los recortes matan

Aunque aún parece lejos la superación de la pandemia y el retorno a cierta normalidad, ya los capitalistas y sus élites políticas se preparan para transferir el costo de la crisis económica de la Covid-19 a las capas pobres de la población.

Apelan a este enfoque cruel y despiadado bajo el mito de que los impuestos y otras inversiones públicas traban el desarrollo económico y desincentivan el crecimiento. Pero justamente esa visión es la que nos ha traído hasta acá, toda vez que la rebaja sistemática de impuestos y recortes a los servicios públicos ha dejado a los países sin defensas frente a la pandemia.

El mundo post-pandemia que se avecina seguramente será uno marcado por la depresión económica, la recesión en sectores estratégicos y un ciclo de desempleo crónico. Aún está por definirse la intensidad y la profundidad de este panorama, y de ello dependerá la prolongación de esta primera etapa.

Ante este escenario, las capas ricas occidentales se preparan para captar beneficios económicos aprovechando el contexto de una sociedad debilitada y desesperada. Ya ocurre en Estados Unidos con un megaplan “anticrisis” que beneficiará a Wall Street, en Colombia con exenciones fiscales a empresarios, y en Brasil y en muchos otros países donde los ricos reciben líneas de auxilio financiero.

Por tal motivo, esta crisis debe replantear el lugar del Estado, no como una caja chica de los ricos sino como un instrumento para evitar que los pobres paguen los efectos económicos de la pandemia.

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Sin un reforzamiento del empleo, de la seguridad social y sin un plan de estímulo económico generalizado, es probable que los efectos de la pandemia se prolonguen en el tiempo mientras los ricos se atrincheran en sus paraísos fiscales.

Reformatear la globalización

La pandemia ha sido también un relato fiel de cómo el virus viaja tan rápido como lo hacen los capitales en el marco de la globalización. Y es que un mundo totalmente abierto, hiperconectado digital y comercialmente, con fronteras difusas y gobiernos débiles supeditados a estructuras supranacionales, es terreno fértil para que la pandemia se expanda en cuestión de horas.

Políticamente la globalización está siendo cuestionada por un dilema que el sociólogo alemán Zygmunt Bauman ha precisado en su notoria obra Modernidad líquida. Palabras más palabras menos, Bauman sostiene que mientras el dinero se ha emancipado de toda relación con el espacio, las capas medias y bajas siguen atadas al suelo. Esto implica que mientras el gobierno y la población responden a dinámicas locales, el capital es global, se mueve sin restricciones y se aprovecha de esta condición para exprimir la fuerza de trabajo.

La globalización neoliberal ha dejado como resultado una creciente desigualdad que ha venido comprometiendo su credibilidad. Y en cierto sentido la Covid-19 es una enfermedad del dinero: las grandes transnacionales con negocios en incontables países han creado una mastodóntica red de comercio, transporte y consumo que debilita los controles de los Estados y expone a la población no solo a salarios miserables, sino a agresivos desplazamientos en diversas direcciones.

Los países del Sur Global se ven comprometidos en esta crisis por décadas de chantaje y extorsión del capital global, que les exige a los gobiernos todo tipo de reducciones fiscales y de garantías laborales para asentar sus negocios.

La pandemia debe abrir paso a una reforma de la globalización donde los capitales entren a operar en una zona de menor impunidad.

Construir otro orden internacional

Otro aspecto que está desvelando la pandemia es que el orden internacional vigente, dominado por los países occidentales, es incapaz de ofrecer respuestas eficaces.

La crisis ha llegado a tal punto que el criminal Henry Kissinger reconoció hace poco que el coronavirus puede socavar el orden internacional liberal donde Estados Unidos, desde el final de la segunda guerra mundial, ha tenido una posición dominante.

Aunque Kissinger barre hacia su casa e intenta salvar el lugar de Estados Unidos, tiene razón al afirmar que la pandemia está provocando que las instituciones liberales de Occidente fallen a los ojos de los ciudadanos.

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Con una geopolítica marcada por la globalización, es virtualmente imposible que ningún país, individualmente, pueda enfrentar la pandemia sin apelar a la cooperación y las alianzas multilaterales. Sin embargo, los países occidentales se sitúan en una posición defensiva y no dialogante, prohibiendo exportaciones de material médico, secuestrando el de otros países o colocando trabas para beneficiarse en medio de la alta demanda.

Esto ha provocado que la deriva hacia la desintegración de las estructuras internacionales vigentes se agudice, mientras que por otro lado se fortalecen los países que han apostado a un enfoque cooperativo como Venezuela, Cuba, China y varios países europeos y asiáticos.

El terreno está servido para un giro internacional o para una deriva que polarice aún más las posiciones desafiantes de las potencias occidentales.

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