Vie. 27 Diciembre 2024 Actualizado Sábado, 14. Diciembre 2024 - 10:42

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Venezuela debe producir alimentos en cualquier rincón donde haya comunidades haciendo vida (Foto: Reuters)

Botar y desperdiciar alimentos (y un poco de especulación) (y II)

Venezuela es autosuficiente en varios rubros alimenticios: yuca, papa, ñame, ocumo y la mayoría de las raíces y tubérculos; casi todas las hortalizas, frutales, musáceas (plátano, cambur y topocho), maíz, azúcar; pescados, carne de bovino y otras especies. Importamos muchos alimentos procesados, sí, pero es mentira que la producción en el campo sea igual a cero.

Una amarga reflexión en clave sarcástica rodó por los estados llaneros y fronterizos con Colombia hace unos pocos meses, cuando salió a la luz la noticia de que Venezuela exportó a Irak 3 mil 700 reses (1 millón 600 mil kilos de carne de bovino). Quienes viven en esas regiones, adonde resuta imposible movilizar grandes cantidades de ganado sin que se dé cuenta todo aquel que tenga los ojos abiertos, recibió la noticia entre carcajadas: Venezuela produce tanta carne de bovino que la caravana que sale en negocios legales y de contrabando a Colombia es una caravana que prácticamente no cesa.

Esas 3 mil 700 cabezas exportadas al Sudoeste Asiático son apenas un detalle al lado de la enormidad de la producción y reproducción de ganado vacuno. Tiene todos los ingredientes para parecer una buena noticia, hasta que comienzan las preguntas y señalizaciones de rigor respecto a temas ambientales, culturales y de salud que la cría de bovinos conlleva.

Y aparte, una vez asumida la realidad más pragmática (los venezolanos necesitan y tienen derecho a consumir proteína de la que sea), lacera la pregunta más obvia: si tanta carne de vacuno producimos, ¿por qué los altos precios de la carne en todas las entidades?

La perversión llamada lógica capitalista termina contaminando toda celebración: está el traslado desde las sabanas y criaderos a los mataderos, de allí a frigoríficos que por lo general son alcabalas, purgatorios o innecesarios hitos intermedios antes de llegar a las carnicerías y otros expendios, esos lugares donde el precio final duele en el bolsillo.

Hay una suerte de boutique de la carne en Cumbres de Curumo, Caracas, adonde un imbécil me informó que un kilo de costillas costaba lo mismo que un kilo de bistek. Le pregunté: "Por qué". Todavía espero la respuesta.

La dictadura de la carne de bovino en Venezuela es de un absurdo que lo ha erosionado todo desde el siglo XIX para acá, empezando por el dato obvio de las prácticas gastronómicas hasta el más inasible de las otras prácticas culturales relacionadas con la economía y las relaciones sociales de clase.

La cría de ganado vacuno trae adosada la práctica de la esclavitud, de la violencia, de cierta absurdidad muy fácil de delatar y denunciar pero dificilísima de erradicar: en un país surcado de ríos que tres meses al año estallan en un festival de pescado gratis, llamado ribazón, en las ciudades no terminamos de entender que para producir 43 kilos de carne hace falta emplear, devastar y someter a erosión una hectárea al año.

Dicho de otro modo: usted debe someter una hectárea de territorio (10 mil metros cuadrados) a una enorme carga de estrés, gente esclavizada, contaminación e inversión absurda de recursos y energía, para obtener al cabo de un año 43 kilos de carne. Es un rubro proteico altamente ineficiente, pero se nos sigue estafando con la leyenda de que "culturalmente" estamos ya moldeados y habituados al consumo de carne.

"Culturalmente": el consumo masivo de carne de bovino en Venezuela tiene poco más de 200 años. El de pescado y otras especies tiene en estas tierras varios miles de años. Háblame de hábitos y de prácticas culturales.

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Temas ya tocados antes, profusamente: así como es absurdo y no tiene sentido que en San Félix y Puerto Ordaz falle la electricidad (ahí mismo, prácticamente al lado del Guri) también es ridículo que en los estados llaneros (y en Venezuela) la gente sienta una especie de angustia extrema por falta de harina precocida de maíz, la llamada "harina pan" y sus competidoras.

Guárico, Portuguesa y Barinas producen suficiente maíz para surtir a todo el país (y, otra vez, para exportar por vías diáfanas y turbias a Colombia). Pero se sigue imponiendo el absurdo que sólo considera comida a lo que viene empaquetado, envasado e identificado con una marca: los productores que venden maíz a orillas de las carreteras del llano seguramente gastarán parte del dinero recolectado con las ventas a la compra del masacote inorgánico y antinutricional llamado "harina precocida de maíz", y cuando preparen "eso" en sus budares creerán muy orondos que se están comiendo una arepa.

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Sea cual fuere el rubro alimenticio de cuya producción nos enorgullezcamos, el dispositivo más corrosivo, y de paso aceptado como lógico y "normal", que hace que ese rubro se encarezca, es la existencia del intermediario por excelencia, llamado transportista.

Pese a los gritos desgarradores que siguen proclamando que los señores del volante también tienen que comer (como si lo único transportable fuera la comida), la solución directa, obvia y casi instantánea a los efectos nocivos de la subida de precios debido a la matraca en las alcabalas y a las agallas de los intermediarios, es que cada ciudad o poblado se surta de lo que come en su propio territorio o periferia.

Pecaría de pretencioso mencionar algún porcentaje de lo que cada ciudad "debería" producir por sí misma, pero el caso es que movilizar toneladas de alimentos desde el Táchira hasta el oriente de Venezuela es de una estupidez tan idiota que ni siquiera vale la pena explicar por qué.

Y hablando de oriente: no he logrado nunca entender por qué el pescado que se consume en Puerto La Cruz proviene, mayoritariamente, de La Guaira. Averigüen ustedes y me cuentan a qué se debe semejante exabrupto.

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Desde que en el año 2011 el Comandante Hugo Chávez se dejó impresionar con la declaración de un ministro suyo, que dijo que "Dentro de Caracas cabe otra Caracas", no ha cesado el debate de qué hay que hacer y cómo hay que emplear los espacios ociosos, improductivos y subutilizados que todavía quedan en cantidad. Esa visión loca y suicida al final fue domada y reducida a una mínima expresión, y sirvió para ejecutar una de las más nobles tareas de la Revolución: hacer proliferar edificios residenciales para el pueblo, en cumplimiento de la Gran Misión Vivienda Venezuela.

Algunos cumplieron temporal y parcialmente uno de sus objetivos paralelos, que era darle uso agrícola a su periferia y zonas utiizables. Tarea pendiente que ha sido difícil reactivar.

Hace pocas semanas, siguiendo con el tema de Caracas y su territorio ocioso pero potencialmente utilizable, el presidente Nicolás Maduro anunció el rebautizo de la autopista más larga de la capital como Guaicaipuro, eliminando oficialmente para esa arteria el nombre del traidor Fajardo. Sin profundizar, pero con la visión del territorio aprovechable frente a los ojos, propuso el camarada presidente convertir la autopista y sus alrededores en un espacio para las artes.

Creo que es un buen momento para que se rescate las áreas verdes y ociosas de ese laberinto de viaductos para algo más que el entretenimiento y la contemplación: si la autopista Guaicaipuro se llegara a planificar como corredor productivo, Caracas recuperaría algo de su vocación productiva, que la tuvo y la tiene en estado de hibernación.

Y ya que de cultura y creación artística se está hablando, sería un buen momento también para que los cultores del canto, el teatro, la literatura, la danza y demás manifestaciones artísticas salgamos a demostrar que somos buenos para algo más que para echar canciones, palabras hermosas y performances: la obra maestra que le debemos a esta y a todas las ciudades es su conversión en centros donde la gente le dedica horas de su vida y energía corporal a la misión de producir alimentos. Ese bien que de nada sirve que sobre: hay que dejar de verlo como mercancía y convertirlo efectivamente (y no sólo en los discursos) en lo que es: en derecho humano.

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