Las recientes declaraciones de Lula sobre Venezuela en las que propuso repetir elecciones o formar un gobierno de coalición han puesto de manifiesto, nuevamente, la carencia de una estrategia clara y consistente en el manejo de la política exterior del mandatario brasileño.
La ambigüedad e improvisación que han caracterizado los movimientos diplomáticos hechos desde Brasilia los últimos días debilitan la posición geopolítica del país suramericano en el contexto regional y mundial, llamado a jugar un papel de primer orden en la construcción de un nuevo orden internacional, multipolar.
la tenaza
La combinación de las presiones ejercidas tanto por los círculos liberales, dentro y fuera de su gobierno, como por el bolsonarismo en el ámbito doméstico y por Estados Unidos en la arena internacional ha sido la causa principal de que el presidente Lula abandonara su postura inicial de neutralidad respecto a Venezuela, que expresaba un tratamiento dentro del umbral de la autonomía estratégica.
Evidentemente, este abordaje no fue sostenible en el tiempo y aunque su propuesta sobre la repetición de sufragios no le concede a Washington el reconocimiento ilegal de Edmundo González como "presidente electo", ciertamente en torno a Lula se ha afianzado una percepción de debilidad y falta de ascendencia geopolítica para imponer sus criterios e intereses por encima de las presiones.
Desde el principio del conflicto postelectoral, todo el espectro del establishment, dentro del propio gobierno, la oposición al PT y los grupos afiliados a Bolsonaro han empleado la narrativa del supuesto fraude electoral en Venezuela para sacar provecho de cara a los comicios municipales de octubre de 2024 en Brasil.
Para esos sectores, atacar a Lula por fungir como mediador en Venezuela corresponde con una estrategia que busca erosionar la imagen de los candidatos del presidente brasileño en las principales ciudades como Sao Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, decisivas en esos comicios.
Asimismo, la oposición en general y el bolsonarismo en particular desde el Senado continúan apremiando al ejecutivo brasileño para que establezca un lapso de pronunciamiento sobre los resultados del 28J y el posible reconocimiento, o no, de Nicolás Maduro como presidente reelecto.
Por otro lado, la intensa campaña internacional ejercida a través de múltiples canales diplomáticos, fundamentalmente de Estados Unidos, contribuyó a que Brasil modificara su postura en la Organización de Estados Americanos (OEA).
La delegación brasileña en la OEA finalmente se adhirió a la resolución del 16 de agosto que buscó un efecto de escalada en el ámbito diplomático contra Venezuela, signo de un cambio radical en el talante que abogaba por el respeto a la institucionalidad venezolana que caracterizó sus primeros pronunciamientos.
visión geopolítica de mirada corta
Lula parece que ha optado por no seguir el razonamiento geopolítico de los países Brics+. Sus principales socios en el bloque, China y Rusia, reconocieron la victoria de Maduro y apelaron al principio de no injerencia y respeto a la soberanía nacional.
La ambigüedad del mandatario está determinada por cálculos limitados de política interna y el sostenimiento de sus líneas de entendimiento y cooperación con Estados Unidos y Europa.
De este modo, la aspiración histórica de Brasil de convertirse en una potencia regional independiente se ha visto socavada por una política exterior con amplias muestras de alineación con el polo occidental.
El camino que ha tomado Lula en relación a Venezuela arroja luces sobre si realmente es capaz de garantizar que Brasil se convierta en un referente de autonomía geopolítica en el escenario internacional.
Su postura contradice los principios de soberanía y multilateralismo defendidos por el bloque de los Brics+, y debilita su capacidad para cuestionar el orden mundial unipolar.
Al ceder a las presiones externas, Brasil no solo perdería influencia en el seno de este grupo sino que también comprometería su credibilidad como factor independiente en el ámbito internacional.
En todo este contexto, la cosmovisión prooccidental de Itamaraty ha sido decisiva.
Las tensiones internas y externas activaron los resortes ideológicos y prácticos de la institución, lo que supuso un nuevo impulso a su objetivo general de debilitar el rol de Brasil como líder del Sur Global, y de esta forma enmarcar al país dentro de la arquitectura occidental, con una independencia de política exterior restringida a lo económico y comercial.
UN DISPARO EN el PIE
Independientemente de las razones que estén motivando el cambio radical de perspectiva del presidente Lula respecto al contexto postelectoral venezolano, se evidencian los altos costos que acarrea tal vacilación frente a un escenario donde Brasil pudo jugar un papel estelar cónsono con su aspiración de potencia emergente con proyección global.
La imagen que muestra su liderazgo como fuerte y decidido en Brasil ha quedado comprometida. Su gobierno, en una actualidad de altísima polarización política, carga el peso de grandes debilidades manifestadas en la necesidad de buscar consensos internos que garanticen la gobernabilidad del país.
Dicha vulnerabilidad compromete la autonomía de Brasil y dificulta su capacidad para desempeñar un rol protagónico en los asuntos globales.
Lula decidió subirse al carro del cuestionamiento contra las instituciones venezolanas, a pesar de que su mismo triunfo presidencial en 2022, de solo 1,8% de diferencia, fue reafirmado por el Tribunal Superior Electoral de Brasil, tras la impugnación de Jair Bolsonaro.
Ahora mismo, a la luz de la cuestión venezolana, el mandatario se enfrenta a una encrucijada decisiva en su política exterior: alinearse con Washington y Bruselas en defensa del declinante orden liberal "basado en reglas", o priorizar las relaciones con el Sur Global para promover un orden multipolar desde los Brics+, con base en el respeto a la soberanía y la no injerencia.
Las acciones de Lula, hasta ahora, sugieren que es en la primera opción donde se sentiría más cómodo.