Vie. 27 Diciembre 2024 Actualizado Sábado, 14. Diciembre 2024 - 10:42

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Aficionados a las armas protestan en el estado de Virginia (EEUU) contra posibles regulaciones (Foto: Reuters)

EEUU podría ser destruido por la vía de sus propias armas

El reciente tiroteo masivo en una escuela primaria de Uvalde, Texas, en el que hasta ahora se ha registrado la muerte de 19 niños y dos maestras, ha conmocionado a la sociedad estadounidense devolviendo la atención y el debate nacional sobre el tema de la tenencia de armas en el país.

Para los estadounidenses es un asunto recurrente. La clasificación de "tiroteo masivo" es una categoría establecida en el país para registrar situaciones con armas de fuego donde cuatro o más personas resulten heridas o muertas. Antes del 24 de mayo, fecha de esta conmoción, ya se habían registrado más de 200 "tiroteos masivos" en lo que va de este año.

Estados Unidos es sin dudas un país con condiciones únicas sobre el tema de las armas de fuego. Se trata de condiciones socio-históricas que han confeccionado una cultura de veneración y posesión de las armas, por lo cual es imposible que allí se aspire a un desarme general. Apenas hoy se discuten las posibilidades de regulaciones sumamente superfluas y no hay un horizonte político donde se estime un tratamiento de los factores de fondo.

Un país fundado por las armas

El nacimiento de Estados Unidos tiene entre sus máximas referencias la llegada de colonos y peregrinos en el barco Mayflower en 1620. Para los estadounidenses tradicionalistas blancos, el nacimiento del país y la épica del nuevo mundo comenzó desde este punto. Los peregrinos "llegaron en barcos", como diría el presidente argentino Alberto Fernández, sentando las bases sin saberlo de un país que ya tenía indígenas y al cual se sumarían los negros y los hispanos.

Para los blancos colonos, puritanos que huían de Europa, la búsqueda de tierra nueva inhóspita les trajo a América con el miedo y las primeras armas sobre sus hombros. Básicamente la nueva tierra significaba para ellos el escape del Estado y de la iglesia de Europa.

La colonización del norte del América fue además una empresa repleta de creencias y pólvora. La más sobresaliente de ellas es la doctrina del "Destino Manifiesto", una construcción lírica que data desde 1630. Esta se funda sobre el "Mito de la frontera", o la épica de la conquista del salvaje oeste, que no es otra cosa que la historia de blancos armados avasallando indios y robando tierras desde la costa del Atlántico Norte hasta el Pacífico.

El Destino Manifiesto fue asumido como visión del progreso estadounidense, una doctrina que implicaba el uso de las armas, la posesión del territorio por vía de la fuerza y la creación de los Estados que luego formarían parte de la unión.

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Imagen alusiva a los peregrinos en el Mayflower, entre biblias y armas. (Foto: Imagen de Dominio Público )

El vínculo de estos referentes históricos y simbólicos con la libre tenencia de armas en Estados Unidos es claro. En 1791 fue aprobada la llamada "Carta de Derechos", un conjunto de enmiendas y derechos ciudadanos que perduran hasta hoy. En ellas figura la Segunda Enmienda, la cual otorga "al pueblo" el derecho de poseer y portar armas.

La conformación de la Carta de Derechos como documento constitucional de la unión contenía las aspiraciones de las elites locales de los Estados que la conformaron para 1791. Estos se aseguraron que desde su fundación, la unión y la conformación de un gobierno federal no tuvieran consigo el monopolio de las armas y el uso exclusivo de la fuerza.

Esto obedece en gran medida por las particularidades del propio proceso de colonización, el cual se desarrolló mediante civiles armados, luego mediante milicias armadas y luego por ejércitos estatales, protopaíses que formaron parte la unión.

La Segunda Enmienda refiere de manera taxativa: "Siendo necesaria una milicia bien organizada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del pueblo a poseer y portar armas no será infringido".

Las armas y el odio como antídoto del miedo

Los propios procesos históricos y narrativas de cohesión de Estados Unidos han promovido la tenencia de armas como una fórmula para contener el miedo arraigado.

En tiempos de la fundación del país, armas para garantizar la vida de los blancos frente a los indios. En tiempos de esclavismo, armas para garantizar que no ocurrieran revueltas de negros. En tiempos de Guerra Civil, para garantizar que los hogares no quedaran indefensos. En tiempos de segregación, armas para garantizar la protección de los hogares contra los negros. En tiempos de Guerra Fría, armas para garantizar la derrota del comunismo y la amenaza externa. En tiempos posteriores al 11-S, armas para garantizar la derrota del terrorismo interno. Armas en las ciudades para detener la delincuencia, armas en los suburbios para proteger a las "buenas personas" y "buenas familias".

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(Foto: AFP/Getty Images)

Así trascurre la historia de Estados Unidos hasta nuestros días. La tenencia de armas se arraiga mediante denominaciones y justificaciones diversas donde el principal componente es el miedo.

En tiempo presente, Estados Unidos es el país con la población más armada del mundo. Si bien es difícil calcular la cantidad de armas de fuego en manos privadas, cifras de la Small Arms Survey, un proyecto de investigación con sede en Suiza, estiman que en 2018 había unos 390 millones de armas en circulación.

Según la investigación, hay 120,5 armas de fuego por cada 100 estadounidenses, lo cual hace de Estados Unidos un país con más armas que ciudadanos.

Otras estadísticas han referido que al menos un 40% de la población posee algún tipo de arma de fuego, esto de acuerdo a una encuesta donde las personas manifestaron voluntariamente tener armas, lo cual indica que la cifra real de personas armadas puede ser mayor.

Small Arms Survey había calculado en 2011 que había 80 armas por cada 100 estadounidenses. Esto refiere que en el presente la cifra se ha incrementado en un 50%, en unos pocos años, en una sociedad donde confluyen tensiones y temores multidireccionales.

En Estados Unidos aumentan las creencias que suponen un colapso del gobierno y la sociedad. Es un país donde pululan los llamados prepers, o personas que se preparan atrincherándose en bunkers familiares con armas y comida, para un contexto apocalíptico o de conflicto civil.

Las tensiones raciales y sociales a gran escala, como las masivas reacciones por el asesinato de George Floyd en 2020, son también acelerantes de la creencia de un conflicto armado por razones raciales.

Se suma a ello la creciente desconfianza por el gobierno. Este país fundó su tradición de población armada como mecanismo de contención a su mismo gobierno federal y a sus gobiernos estatales. En teoría, desde su fundación, Estados Unidos se asume como la cuna de las libertades dado que su población está armada para contener una tiranía. Esa creencia fundacional del país es más arraigada hoy, especialmente ante un claro agotamiento de su modelo político, pérdida de legitimidad de sus liderazgos y disolución progresiva en curso y de facto de sus instituciones.

Para hacer memoria, Estados Unidos es un país donde ya se ha vuelto habituales el filibusterismo parlamentario, los choques entre el Ejecutivo y el Legislativo, denuncias de elecciones amañadas o robadas y dos presidentes en línea con dudosa salud mental.

Las tensiones sociales acrecentadas por la pandemia, la crisis económica permanente y la debacle estructural del empleo, factores que se suman al clima de desconfianza general, se acrecentaron, de ahí que la tenencia de armas mediante el vehículo del miedo adquiere más coherencia ante las creencias más frecuentes de un colapso social.

En el plazo actual hay tanta población armada en Estados Unidos que, incluso, quienes no consideraban tener alguna, ya la han adquirido o piensan hacerlo para no ser los únicos sin armas.

La cultura de veneración a las armas

El denominador cultural nos lleva inmediatamente a Hollywood como sospechoso habitual en la propagación de la cultura de las armas. Pero es más complicado que eso, pues el factor socio-cultural deriva hacia varias direcciones.

Antes que Rambo apareciera sin camisa matando soviéticos junto a los futuros talibanes en Afganistán y antes que Swarzenegger apareciera con su pobre pronunciación del inglés parpadeando por ráfagas de salva en Comando, ya era normal que en Estados Unidos cualquier grupo de personas se organizara en milicias portando cualquier clase de rifles y con casi nula regulación de su gobierno.

Cualquier poblado, comunidad o suburbio cuenta hoy con grupos de adeptos a las armas que se organizan para compartir su afición por razones de cacería, deporte o dispararle a latas de cerveza.

No obviemos que en el país más consumista del mundo, hasta hace poco, colocaban mostradores de rifles y subametralladoras en tiendas como Walmart, por lo cual era posible adquirir un AR-15 junto a la compra de supermercado de fin de mes, tan solo demostrando ser nacido en Estados Unidos, contando con la nacionalidad y la edad correspondiente permitida acorde a la ley del estado.

La sensación de estatus y poder que entregan las armas es, además, un componente subjetivo de la tenencia de estas, lo cual también las hace un bien de consumo. Tan solo imaginemos para los gringos la sensación de un teléfono nuevo de alta gama, pero con una pistola de la marca Beretta.

La veneración de las armas yace también en la creencia de los estadounidenses de ser responsables de su propia seguridad. Lo cual no es otra cosa que el traslado a la población de las creencias infundadas en el heroísmo y el control social de la delincuencia, que han sido exacerbadas por Hollywood y los noticieros. Muchos poseedores de armas en realidad se consideran personas benévolas que cuidan del bien propio y ajeno y se "protegen" a sí mismos. De ahí que, para muchos estadounidenses, no tener armas es un asunto de "cobardes" y "maricas".

No es posible un desarme de la población estadounidense

Actualmente, en el Senado estadounidense, el filibusterismo abiertamente practicado como método de regulación de debates y de legislación mantiene estancadas las discusiones sobre legislaciones federales para el control de armas.

Instrumentos legales como el HR 1446, la Ley de Mejora de los Controles de Antecedentes de 2021, y el proyecto HR 8 se encuentran represados en el Senado, estancados en discusiones dilatadas. Básicamente, consisten en legislaciones sobre la verificación de antecedentes penales para quienes deseen adquirir un arma, la disposición de las armas en hogares o los controles de registro.

Otros proyectos de leyes federales se basan en la regulación de los "kits de armas" para contener el ensamblaje particular de las llamadas "armas fantasma". Básicamente consiste en la regulación de percutores y demás componentes de las armas para rastrear su procedencia. En suma, lo que hay sobre el tapete es meramente superficial, no hay intención alguna de ir a los temas de fondo.

Las posibles regulaciones a la compra y distribución de armas en Estados Unidos están contenidas debido a la propia pugna de poderes en el legislativo estadounidense y suponen una piedra de tranca, que viene principalmente de los republicanos, partido que tiene serios vínculos con la llamada Asociación Nacional del Rifle, (NRA), instancia fundada en 1871 y que sigue en el presente como una institución política y cultural del país.

Por esta razón, los escenarios de regulación de armas en Estados Unidos revisten en sí mismos un problema profundamente político e institucional.

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Foto del italiano Gabriele Galimberti, de su su trabajo "The Ameriguns" (Foto: Gabriele Galimberti)

La NRA sigue siendo el lobby de armas más poderoso de Estados Unidos, con un presupuesto sustancial para influir en los miembros del Congreso sobre la política de armas. Como asunto político, la tenencia de armas es también un asunto de opinión pública. Una encuesta de Gallup en 2020 referida por BBC indicó que, a pesar de la indignación pública generalizada por los tiroteos masivos, el apoyo estadounidense a leyes de armas más estrictas en 2020 cayó al nivel más bajo desde 2014.

En dicha encuesta, casi un 40% de la población se inclinó por mantener las regulaciones actuales (no aplicar nuevos controles), e incluso un 10% se inclinó por aplicar controles menos estrictos que los vigentes. Entretanto, una buena parte de la población restante que sí quiere un control más estricto de las armas, no necesariamente se inclina por un desarme general.

Aunque la opinión pública pueda verse conmocionada, en Estados Unidos no hay garantías de que las muy posibles nuevas regulaciones por armas se traduzcan en un saldo político favorable para la administración de turno. Esto, dada la percepción general de que los controles de armas no necesariamente incidirán en una desaparición de los tiroteos.

De hecho, teóricamente las posibilidades de nuevos controles no desaparecerán la afición de los ciudadanos por la tenencia de armas, ni desaparecerán a los "lobos solitarios" que ejecutan los tiroteos masivos.

Es posible que las personas que cuenten con antecedentes penales las podrán adquirir en condiciones de mercado negro o mediante la sofisticada fabricación casera. En Estados Unidos ya existen condiciones para que, mediante impresoras 3D, algún armero particular con mediano talento pueda fabricar un rifle sin ningún tipo de serial y comprar los accesorios en la tienda de la esquina.

Otro factor a considerar es que, especialmente desde el ascenso de Donald Trump a la presidencia y luego del accidentado y todavía dudoso final de su mandato, las milicias, grupos supremacistas y grupos de ultraderecha armados han adquirido presencia abierta en la política estadounidense. Han salido del closet.

Es decir, a diferencia de épocas anteriores, el planteamiento de regulaciones a las armas ha tenido hoy una respuesta pacífica pero armada por parte de estos sectores que han adquirido presencia política en protestas a favor. En varios casos, se les ha visto protestar armados en las calles alegando la protección de sus derechos amparados en la Segunda Enmienda. Por defecto, hacen ejercicio de la protesta usando las armas como un mecanismo de intimidación y regulación de su propio gobierno federal o de sus gobiernos estatales, sobre los cuales ha recaído la acción de regular superfluamente ante la inamovilidad del Senado en Washington.

Básicamente, los estadounidenses armados de hoy invocan los propios principios fundacionales del país para no ceder a sus gobiernos regulaciones que puedan traducirse en entregarles el monopolio de la fuerza, y muchos nunca entregarán sus armas pacíficamente. Por ello, y ante la posibilidad de una respuesta armada, debe considerarse hoy como imposible la derogación de la Segunda Enmienda y un desarme general de la población.

Ese escenario debe pensarse plenamente descartado, más todavía con las sensaciones de malestar, desconfianza y miedos crecientes en la población estadounidense, la cual se acerca más a un punto de ruptura de los grandes consensos institucionales y sociales.

El propio desarrollo de los tiroteos masivos es, incluso, un factor acelerante del miedo y el refugio en las armas. El ejemplo más nítido de ello es el caso de Uvalde, lugar del más reciente infame tiroteo. La NRA y sus entusiastas coincidieron en una convención en Texas proponiendo armarse más todavía para "asegurar" las instituciones escolares dada la demostrada inmovilidad de la policía para detener al último tirador por un cambio en sus protocolos para el uso de la fuerza.

Estados Unidos todo no es Texas, pero es de estadounidenses pretender apagar el fuego con más fuego. En un corto plazo es imposible mirarlo como un país donde la población sea desarmada. Eso simplemente no ocurrirá, aunque haya lugar a regulaciones cosméticas.

A la larga, no hay escenarios favorables para Estados Unidos si se aceleran las condiciones de quiebre de las instancias de poder, si se agudizan las tensiones económicas, sociales y raciales, o si parte de su población termina neurotizada por la propagación de espirales de violencia incontenible.

Acorde a una perspectiva puramente socio-histórica y socio-cultural, las armas, que son parte de las raíces fundacionales y parte del contrato social del país, podrían ser a la larga un componente de su autodestrucción.

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