Estas semanas se ha vuelto costumbre escuchar o leer que el nuevo coronavirus ha venido para cambiarlo todo.
El virus que ha sacudido buena parte del planeta en lo que va de año 2020, se le ha presentado desde una perspectiva que roza el apocalipsis entre proyecciones de cambios bruscos y totales que abarcan todo el espectro ideológico.
El detonante
Si bien la pandemia representa una crisis internacional cargada de singularidad, y además peligrosa dada la ascendente cifra de muertos que va dejando, tampoco es cierto que los efectos generales que ha tenido sobre la población, la política y la economía mundial se deban al virus en sí mismo.
Lo cierto es que el coronavirus ha sido el detonante de una crisis general de la sociedad capitalista que viene incubándose desde el colapso financiero desde el año 2007–2008, cuando la caída del gigante de la corrupción estadounidense Lehman Brothers infectó todo el sistema económico y financiero del planeta dejando en la ruina a millones de personas.
Esta crisis financiera y civilizatoria nos legó la epidemia de una desigualdad aberrante, de la precarización laboral y la flexibilización, combinada con el poderoso virus de los rectores en servicios sociales básicos, el desempleo crónico y las deudas familiares y nacionales impagables.
La combinación de epidemias sociales producto de la gestión capitalista y neoliberal de la sociedad, ha hecho que el nuevo coronavirus tenga esta capacidad de desestabilizarlo todo. Y es que el virus puede matar a personas con los rasgos específicos que ya todos conocemos (patologías previas, sistema inmune debilitado, etc.), pero cuando esa muerte abarca a miles de habitantes e interrumpe el funcionamiento de sociedades enteras llevándolas al crack económico y social, la responsabilidad no es de la potencia del virus sino de las condiciones sociales y políticas donde ocurre.
Cuando las élites fascistas del capitalismo neoliberal tomaron el timón del sistema internacional tras la caída de la Unión Soviética a finales de los 90, las privatizaciones y las políticas de flexibilización laboral que redujeron el poder de los Estados a mínimos históricos fueron envileciendo y debilitando a la sociedad toda, en el curso de una distopía marcada por la deuda, la pobreza, el trabajo extenuante y mal pagado y la prohibición de derechos básicos como la salud.
Por estas razones el virus ha sido tan impactante, porque se mezcla, y además potencia, las epidemias del capitalismo que ya venían matando a millones por motivos que hemos ido naturalizando a lo largo del tiempo.
Todos los días miles de personas mueren por hambre, por falta de agua potable, por obesidad, por enfermedades provocadas por el sistema alimentario y productivo. Y el nuevo coronavirus nos ha permitido visibilizar la fragilidad en la que nos encontramos.
El “apocalipsis” anunciado
Antes de la aparición del nuevo coronavirus ya el mundo iba a la deriva. Ya a finales de 2016, el Fondo Monetario Internacional (FMI) expresaba que la economía presentaba síntomas de estancamiento.
La institución aseguraba en aquel entonces que “ocho años después de la crisis financiera mundial la recuperación sigue siendo precaria y plantea la amenaza de un estancamiento persistente”.
En 2018, el organismo elevó el tono de incertidumbre al afirmar que se estaban gestando las condiciones para una nueva crisis financiera debido al lento crecimiento de la economía mundial.
Un año después, el Banco Mundial (BM) afirmó que “la relación entre deuda y PIB de los países en desarrollo ha aumentado 54 puntos porcentuales hasta llegar al 168% desde que la deuda comenzó a acumularse en 2010. En promedio, esa relación se ha incrementado en unos siete puntos”.
Para el BM, esta “oleada de deuda” lastraría el desarrollo económico y derivaría en tensiones financieras difíciles de manejar.
Una nueva hecatombe estaba por venir, con o sin coronavirus. Estaba anunciada.
Por su parte, el informe de la ONG Oxfam sobre la desigualdad mundial en vísperas del Foro Económico Mundial de Davos (Suiza), ofrece un panorama desolador.
Según esta organización, “los 2 mil 153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4 mil 600 millones de personas (un 60% de la población mundial)”. La concentración de la riqueza ha llegado a un punto obsceno donde solo el 1% de la población controla casi toda la riqueza del planeta.
Las mediciones de Oxfam han sido respaldadas por la ONU. Existe un consenso casi absoluto en los principales organismos multilaterales de que las políticas de libre mercado están agravando la pobreza, desprotegiendo a la humanidad y llevando a niveles extremos la brecha entre ricos y pobres.
En condiciones sociales y políticas de estas características, el virus ha calado de forma brutal.
Capitalismo en tiempos de pandemia
Italia sigue siendo uno de los principales focos de la pandemia y uno de los países que más ha sufrido sus devastadores efectos. Ya superando casi los 20 mil muertos, su economía se encuentra paralizada y en varias oportunidades han ocurrido brotes de violencia y saqueos.
La potencia del virus, sin embargo, guarda una relación estrecha con las decisiones políticas de la élite capitalista italiana que ha priorizado sus negocios frente a la salud de los trabajadores y del país en general. Es el caso de Bérgamo, ciudad ubicada al norte de Italia y uno de sus principales polos industriales.
Aunque en otras ciudades afectadas al norte del país el gobierno tomó la decisión de declararlas como “zona roja” para frenar los contagios, en Bérgamo la patronal supo presionar a las autoridades para que las fábricas continuaran trabajando sin parar, evitando las medidas de confinamiento.
Los call centers, la industria armamentística y petroquímica, entre otras industrias en Bérgamo, se transformaron en focos de expansión del virus entre los habitantes de la ciudad y más allá. Los empresarios lograron que no se aplicara el confinamiento o la suspensión de la actividad industrial, lo que contribuyó a que la crisis sanitaria se saliera de control.
Un reportaje de la revista española Ctxt asegura que a la par a estas presiones de la patronal, la ciudad con un creciente pico en los contagios tuvo que enfrentarse a un sistema sanitario privatizado y sin capacidad para atender a tantas personas.
“El personal médico estuvo una semana trabajando sin protección; un buen número de sanitarios del hospital se contagió y extendió el virus entre la población. Los contagios se multiplicaron por todo el valle. El hospital resultó ser el primer gran foco de infección: pacientes que ingresaban por un simple problema de cadera acababan muriendo por haberse contagiado de coronavirus”, indica el reportaje.
Según la revista, las principales industrias de Bérgamo son propiedad de acaudaladas familias italianas con conexiones transnacionales que, a su vez, han respaldado históricamente la agenda neoliberal que destruyó los servicios públicos en el país europeo.
Vale recordar que Bérgamo fue la ciudad donde un convoy de militares trasladaban a los muertos por coronavirus. Una imagen que describe cómo el coronavirus ha fortalecido las municiones de combate de las élites capitalistas.
Otros casos dantescos
Una historia similar a la de Italia ocurre en las residencias para adultos mayores en el Estado español, lugares que se han convertido en focos de contagio provocando una mortandad de más de 8 mil ancianos.
La administración privada de estos centros de atención y los recortes de los gobiernos neoliberales en España transformaron las residencias en sitios de atención precarios, saturados, desmantelados en su infraestructura y con dificultades para los trabajadores. Esto viene ocurriendo desde hace tiempo.
En junio, según reporta eldiario.es,
“los trabajadores de las residencias del grupo Domusvi en Galicia (29 centros en esa comunidad autónoma) denunciaron las condiciones de deterioro tras años de precariedad y recorte. Aducían condiciones cercanas al esclavismo y desatención a los mayores”.
Las políticas de austeridad en España representan un factor decisivo en estas muertes, ya que las residencias se encontraban en proceso de desmantelamiento bastante antes de la llegada del virus. Y es que la falta de atención y escasa inversión en las residencias pone de manifiesto cómo el capitalismo español aprovecha la pandemia para facilitar el reordenamiento de estas infraestructuras.
Las camas se liberan para nuevos ancianos sin que les haya costado un centavo.
Cuando el trabajo mata
Pero este metabolismo del capitalismo en tiempos de pandemia es transnacional. Por ejemplo, en Estados Unidos ya se sabe con seguridad que la población afroamericana, ubicada en guetos y ciudades precarias y olvidadas, es la más afectada por el Covid-19.
El diario británico The Guardian revela que “Louisiana informa que el 70% de las muertes por coronavirus son negras”, mientras que “Alabama dice que los afroamericanos mueren a un ritmo desproporcionado”.
El Confidencial de España argumenta:
“Cerca del 60% de los muertos con coronavirus en Washington D.C. son afroamericanos, una cifra desproporcionada teniendo en cuenta que solo representan un 46% de la población de la ciudad, mayoritariamente blanca. En Milwaukee, los afroamericanos representan el 70% de las muertes con coronavirus, siendo solo el 26% de la población. En Michigan, con 854 muertes, los afroamericanos son el 33% de los infectados y casi un 40% de los muertos, pese a que solo representan el 14% de la población del estado. Un cuarto de las muertes de todo el estado de Michingan corresponden a Detroit, donde la población negra es del 79%”.
Associated Press, por su parte, indica:
“Cuando se conocen datos de raza, de solo 3 mil 300 de 13 mil muertes de Covid-19, los afroamericanos representan el 42% de las muertes. Esos datos también sugieren que la disparidad podría ser más alta en el sur. Por ejemplo, tanto en Louisiana como en Mississippi, los afroamericanos representan más del 65% de las muertes conocidas por Covid-19”.
La razón por la cual la población afroamericana se ha visto tan afectada yace en su posición de mano de obra dentro de modelo económico.
Excluidos históricamente de los mecanismos de movilidad social, los negros trabajan en buena medida “en la industria de servicios de educación y salud y el 10% en el comercio minorista (…) Los afroamericanos son menos propensos que las personas empleadas en general a trabajar en servicios profesionales y comerciales, los tipos de trabajos más susceptibles de teletrabajo”, informa el medio Science News.
El comercio minorista y otros servicios de envío no han sido limitados por el gobierno estadounidense, lo que aumenta la exposición al contagio de una población afroamericana que, en comparación con los blancos, “solo el 44% (…) posee su propia casa”, y que además no puede costearse los servicios médicos que conlleva contraer la Covid-19.
Mientras las clases medias y media altas de Estados Unidos pueden sobrellevar la situación utilizando sus ahorros, trabajando por Skype, Zoom o cobrando una prestación por desempleo, los negros se ven condenados a la precariedad y, en el “mejor” de los casos, a encontrar un trabajo en Amazon que los pondrá peligrosamente cercanos al contagio de Covid-19, y sin que el salario les alcance para curarse.
La pandemia también ha llegado a las favelas de Brasil donde los problemas de pobreza extrema y escasos servicios públicos es la norma. Mientras el gobierno de Bolsonaro, presionado por los empresarios, se ha resistido al confinamiento general para mantener la circulación de mano de obra, las administraciones locales persiguen la cuarentena para evitar el colapso sanitario.
En Guayaquil, Ecuador, ciudad que será recordada para siempre al exhibir cadáveres en plena vía pública, también es en las zonas pobres donde el virus ha pegado más.
En esta línea, el mapa de contagios de Colombia nos indica que las zonas más vulnerables y donde el trabajo es obligatorio y en condiciones precarias, la pandemia se acentúa.
El Covid-19 se ha vuelto una pandemia de tal gravedad porque el capitalismo, el libre mercado, la disolución de las fronteras y de los derechos de los trabajadores, generaron todas las condiciones para llevarnos a este precipicio.