A más de tres semanas de las elecciones estadounidenses, a expensas de las particularidades del sistema electoral de ese país, lo único que tenemos para afirmar que Joe Biden regirá desde la Oficina Oval es su proclamación por los medios de comunicación.
De hecho, afirmar que fueron los medios quienes han alzado la mano de Biden es impreciso. En realidad son los corporatócratas tras bastidores primeramente, y luego las empresas mediáticas, quienes lo han hecho saber.
Volviendo a las particularidades del sistema electoral estadounidense, lo cierto es que Biden técnicamente no ha sido electo. Lo será, hasta el 14 de diciembre cuando los delegados electorales en los estados depositen el voto, teóricamente, acorde al resultado electoral del estado y, por ende, se producirá la elección definitiva.
Un Donald Trump declarando "fraude" en su contra y los demócratas por otro lado acusándolo de pretender quedarse en el poder mediante "tretas", pese a lo matizadas de las narrativas, nos hablan de dos golpes de Estado simultáneos.
Trump es ese líder bocón y pendenciero que sigue atizando miedos en la política de su país, al alzarse en una hasta ahora fallida disputa judicial en los estados y al retardar -incluso poniendo en duda el proceso de- la transición de mando dentro de los caminos regulares.
El magnate presidente Trump, textualmente desde mucho antes de las elecciones, viene alertando de un "golpe de Estado" en su contra, lo dijo desde que se emprendió un juicio político en su contra. Hoy ese "golpe" tendría los carices de producirse por vías electorales y justo ahora, mediante vías judiciales en los estados.
Las posibilidades de dos golpes de Estado en Estados Unidos concurriendo de manera simultánea, de entrada suena como algo descabellado, debemos admitirlo. Pero negar en lo expedito tal posibilidad implica la negación automática de una disputa cruenta y real tras bastidores en el poder estadounidense. Veamos.
La pugna de élites como nudo crítico
Estados Unidos es espacio de confluencia de dos situaciones profundas, originadas de los propios procesos socio-históricos estadounidenses.
La primera de ella es la existencia de un llamado "Estado profundo", que lejos de algunas teorías de conspiración, es de hecho una realidad inapelable en la estructura de poder de ese país. Es decir, hay un andamiaje de intereses detrás de la estructura de poder formal que define los destinos de la política estadounidense, que ha maniobrado en gobiernos demócratas y republicanos con la misma eficacia, y que con su propia hoja de ruta han ido modulando la agenda estadounidense para el mundo y al mismo tiempo consolidándose como una maquinaria con su propia burocracia y metabolismos.
Esta vieja élite en el ejercicio de poder, que representa hoy las aspiraciones de los globalistas liberales (los mismos corporatócratas que proclamaron a Biden), lidió con el -para ellos trágico- episodio de la llegada de Trump a la Oficina Oval, un outsider, proveniente de la emergente elite conservadora, que es representante de las aspiraciones de la otra situación profunda; el Estados Unidos profundo, evangélico, repleto de blancos pobres, trabajadores mal pagados, sureños, redneks, conservadores, resentidos históricos con la clase política y demás partes de los despojos que el andamiaje capitalista liberal ha dejado en ese país.
Pero esta alta élite a la que Trump pertenece es nacionalista y ha visto en ese Estados Unidos profundo un indispensable piso político identificado por sentidos comunes, no solo sobre Make America Great Again, sino sobre las propias cualidades de la base material y existencial en las cuales está erigida la nación.
Estos sectores en pugna no han dejado de estarlo desde el ascenso de Trump y han sido factores de profundas fricciones.
Aunque pueda parecer que ha dado muchos motivos para ello, Trump ha sido el presidente que más ha sido baleado en la política de su país en las últimas décadas, incluso por temas esenciales, como el rol de Estados Unidos como "policía del mundo". Durante su mandato Trump cumplió su promesa de no involucrar a Estados Unidos en el uso abierto de las armas mediante fuerzas regulares y, sin embargo, ha recibido críticas por ello.
Pocos presidentes en Estados Unidos han contado con el rechazo que sí ha contado Trump, de la prensa, de los lobbys del complejo industrial-militar, de los lobos de Wall Street, de las corporaciones estadounidenses que tercerizaron sus operaciones a otros países, etc. Todos, empleando temas esenciales y puntos débiles de Trump frente a los temas de consenso social, como su xenofobia, machismo y narcisismo. Pero todos esos relatos son superfluos. El motivo real de los ataques a Trump va mucho más allá de tales apariencias.
El gobierno de Trump agudizó las fricciones con los factores tradicionales en el poder de su país, y todo implica que las contradiciciones profundas generadas desde la pugna de élites siguen expuestas, y que el escenario electoral que sigue en vilo no podría excluirlas.
Sí, Trump es un sujeto detestable, una peligrosa variante del imperialismo gringo que suena como un demente (para nosotros) al declarar que ganó las elecciones y que es amado en su país. Pero pensando un poco con mente abierta, con los precedentes que la pugna de élites ha dejado, debemos preguntarnos la pequeña, pero posibilidad al fin, de que haya lugar a un fraude en su contra, y que si así fuera, en Estados Unidos habría en curso una operación de "cambio de régimen" por vías institucionales, como bien saben los estadounidenses diseñarlos y aplicarlos en otros países.
En consecuencia, el atrincheramiento de Trump en el poder, que sería considerado desde la dirección opuesta un golpe de Estado, vendría a ser el momento de mayor peligrosidad en la política estadounidense en décadas, de maneras mucho más serias en que lo fuera la crisis electoral del año 2000 de George W. Bush frente a Al Gore.
¿Golpes de Estado simultáneos?
Trump declaró desde antes de las elecciones que el sistema de votación por correo estaría viciado. No obstante, los elementos más sobresalientes de una posible componenda en su contra por ahora no están evidenciados en el tema electoral, sino en las reacciones de su propio entorno en el andamiaje institucional de su país.
Tras los anuncios favorables a Biden, capciosamente y sin una explicación sólida Trump despide a su Secretario de Defensa, máxima autoridad militar, y ubica en su puesto a Christopher Miller, recién nombrado director del Centro Nacional de Contraterrorismo. Alguien con poca experiencia en cargos ministeriales que sigue la consigna de serle fiel al presidente.
A solo días luego del 3 de noviembre y luego de que las tendencias electorales cambiaban en un estado y otro, republicanos como el gobernador de Maryland Larry Hogan (probable presidenciable republicano), el senador Pat Toomey de Pensilvania, el senador Marco Rubio (este último de manera indirecta y a los días de manera abierta) se desmarcaron de Trump. Mauricio Clever-Carone, propuesto por Trump para el BID, felicitó a Biden y luego George W. Bush hizo lo propio como figura histórica de su partido.
Desde antes de las elecciones, cuando Trump anunciaba que se fraguaba un fraude electoral en su contra y simultáneamente se acrecentaron los temores de su atrincheramiento en el poder, en una carta abierta los generales retirados John Nagl y Paul Yingling instaron a las fuerzas armadas estadounidenses a tomar partido. "Si Donald Trump se rehúsa a abandonar la Oficina Oval cuando expire su mandato constitucional, las fuerzas armadas de Estados Unidos deben removerlo por la fuerza y ustedes deben dar esa orden", señaló el documento. La carta no evidencia un golpe contra Trump, pero tan inusuales pronunciamientos entre altos militares retirados dejan al relieve ciertos "sentidos comunes" en ese país. Presumen que Trump es un autócrata y debe ser removido.
En el contexto luego del 3 de noviembre, la apuesta del mandatario ha ido en la dirección de no otorgarle la victoria a Biden y, por ende, no favorecer dentro de los canales regulares una transición ordenada.
El pasado lunes la jefa de la Administración de Servicios Generales del gobierno estadounidense (GSA), Emily Murphy, notificó a Biden que la Administración Trump puso a su disposición los recursos federales para comenzar el proceso de transición en la presidencia del país, en una decisión que la funcionaria declaró que asumió "sin presiones" y dentro de las condiciones "regulares".
Sin embargo, a menos de 24 horas de este anuncio, Trump cuestionó la orden de la GSA de autorizar la transición presidencial . "¿Qué tiene que ver que la GSA haya permitido a los demócratas comenzar el trabajo con que nosotros continuemos empujando varios casos legales sobre la más corrupta elección presidencial de los Estados Unidos? Seguimos a toda velocidad. Nosotros jamás concederemos la derrota ante los votos falsos y 'Dominion'", escribió en Twitter, en un evidente alarde y sin ceder en lo narrativo a su supuesta victoria electoral, mientras sus funcionarios hacen maletas.
What does GSA being allowed to preliminarily work with the Dems have to do with continuing to pursue our various cases on what will go down as the most corrupt election in American political history? We are moving full speed ahead. Will never concede to fake ballots & “Dominion”.
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) November 24, 2020
Trump lidia fallidamente en el frente legal, sin conseguir ahora un caso sólido en tribunales estatales. El mandatario despide a la abogada que señaló a Venezuela y concretamente a Chávez y a Maduro de propiciar el "fraude", seguramente por tan errática estrategia propagandística.
Trump creó el fondo Leadership PAC para apoyar batallas legales y reconteos en estados que recientemente le dieron la victoria a Biden.
De acuerdo al medio France24, expertos legales sostienen que los litigios tienen poco chance de prosperar, pero Ben Ginsberg, quien lideró el equipo legal de George W. Bush durante el reconteo en la Florida en el año 2000, aseguró en "60 minutes" que la estrategia es un intento para demorar la certificación de los resultados hasta después del 14 de diciembre, la fecha cumbre en la elección cuando ya deben haberse superado las impugnaciones y litigios.
Este escenario sería idóneo para darle la posibilidad a la campaña de Trump "de pedirle a las mayorías republicanas en los congresos estatales que desconozcan la voluntad de los votantes y sean ellos los que escojan los delegados electorales que le den la victoria a Trump", refiere el medio francés.
Esto es, de hecho, una posibilidad ampliamente advertida por quienes, desde la otra dirección, asumen que Trump estaría fraguando un golpe de Estado o una supuesta violación del mandato de los votantes el 3 de noviembre para quedarse en el cargo.
Ambas posibilidades señalan el desarrollo de dos golpes de Estados simultáneos y bidireccionales, vale decirlo, pues lo cierto es que por encima de todos los eventos luego del 3 de noviembre, la elección estadounidense no deja de ser difusa y polémica.
Las incertidumbres tras bastidores
El grave cuadro de la política estadounidense propone nuevas incertidumbres. Si Trump está convencido de que hay un fraude en su contra, a estas alturas de la crisis política ya debe haber asumido la posibilidad de que está lidiando con los caminos intrincados de la estructura institucional en su país, lo que para él sería un golpe de Estado mediante modalidades camufladas en lo institucional, desde "el robo electoral" en los estados hasta la etapa judicial ahora en vigor.
También, desde su enfoque, Trump estaría sopesando que el "Estado profundo" estadounidense estaría jugando en su contra, quedándose prácticamente aislado dentro del aparato del gobierno y abandonado por algunos actores del gobierno y del Partido Republicano. Una grave encrucijada para el todavía mandatario.
Tal cuadro de posibilidades e incertidumbres deja pocos escenarios y su desenlace lo sabremos desde el propio Trump en las próximas semanas.
La primera posibilidad es, quizá, la más probable, que Trump podría optar por una salida pacífica del poder luego de ver fracasadas sus aspiraciones en las últimas instancias institucionales. A fin de cuentas, es un privilegiado con mucho que perder, que podría estar poco dispuesto a llevar la situación hasta sus últimas consecuencias y a un probable desbordamiento.
Para ello, tendría que declarar su rendición frente a los sectores que lo estarían sacando del poder por vías según él "fraudulentas", y ello sería posible en base a unos consensos mínimos sostenidos en privilegios.
La segunda posibilidad es que todo este cuadro podría ser incluso algo muy distante de lo aparente. Es decir, todo el argumentario del "fraude" podría ser una treta de Trump y podría estar apostando a una estrategia por su reelección en 2024, manteniéndose cerca de sus electores en la épica de un gobierno robado y una aspiración frustrada. A fin de cuentas, la crisis de legitimidad del andamiaje de poder estadounidense puso a Trump en el poder en 2016, y ello abre la posibilidad de que por esa misma vía pueda volver.
Sea cierto o no que haya un fraude contra Trump, lo cierto es que su figura se arraigó en sectores importantes de la vida estadounidense y su presencia seguirá siendo influyente, tanto o más aún de lo que son los Clinton o los Bush en el lado globalista liberal de la pugna de élites.
La tercera posibilidad sería la de la apuesta al caos. Trump podría quedarse en el gobierno, esperando las últimas consecuencias y obligar a sus adversarios a su remoción forzada. Desde su épica, él sería removido por vías del golpe, haciendo escalar al máximo nivel las narrativas que ha promovido de fraude en su contra. En ese escenario, el mandatario asumiría que aunque tiene importante fuerza política y se asume con un gran respaldo en la población, su momento político es ahora y que al irse del poder todo estará perdido. Que la élite que lo saca por vías "fraudulentas" no le permitirá volver y que mellarán su figura política, e incluso podrían judicializarlo en los próximos cuatro años.
Por lo tanto, su retirada sería hiriendo en lo profundo a la élite que lo corre del poder y dejando un enorme hueco en la legitimidad de la estructura de poder.
En esta apuesta, Trump podría resultar ser el demente que muchos dicen que es y, en consecuencia, el desbordamiento de las reacciones de sus seguidores abrirían un nuevo tramo de posibilidades y eventos, incluyendo el de un conflicto civil. Sí, podríamos asumirlo como demente, pero también como un enemigo acérrimo del establishment que, según él, hizo casi imposible su mandato y que luego lo saca del poder por vías ilegales.
Finalmente, y ante este mapa de posibilidades, los factores que no están del todo sujetos al control político, como los grupos supremacistas armados que han dicho que reaccionarán si hay fraude contra Trump, son el flanco difuso en esta crisis. Puede que actúen, puede que no. Sobre ellos es muy difícil hacer estimaciones.
Independientemente del desenlace que estos eventos tendrán, quizá lo único cierto es que la estructura de poder estadounidense está fracturada desde lo profundo y estos desgarramientos han quedado expuestos.
A Estados Unidos le aborda la crisis institucional al mediano plazo, que diluye las formas tradicionales de cohesión en las instancias de poder desdibujándose de esa manera la otrora primera potencia imperial del mundo.