Entre el 24 y el 25 de junio de 2025, La Haya se convirtió en el epicentro de una cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que no solo marcó un giro inesperado en las dinámicas tradicionales de la alianza, sino que sirvió de vitrina para mostrar los vaivenes del poder global.
Esta reunión, celebrada bajo la sombra del cada vez más impredecible Donald Trump, mostró cómo los líderes europeos competían por halagar al presidente estadounidense y confirmó la dependencia estratégica de Estados Unidos de la cual adolece la coalición.
Desde las altas expectativas hasta la adulación al rey Trump
La agenda oficial de la cumbre, publicada por la OTAN días antes, prometía abordar temas cruciales como la seguridad colectiva, la cooperación energética europea, la confrontación prefabricada con Rusia y el fortalecimiento de la defensa continental frente a conflictos permanentes y emergentes, especialmente en Asia Occidental.
Sin embargo, desde su inicio, quedó claro que la verdadera estrella del encuentro sería Trump, quien acudió con la intención de reafirmar su visión "America First" dentro de un marco internacional que ha intentado resistirse durante años. Su regreso a la Casa Blanca en 2024 reconfiguró las dinámicas de poder dentro de la organización.
El magnate presidente, quien en distintas ocasiones ha amenazado con retirar a su país de la alianza, fue recibido con elogios por su "liderazgo decisivo" en materia de defensa colectiva. Llegó a La Haya con el precedente de una campaña electoral en la que volvió a cuestionar la utilidad de organizaciones multilaterales, incluyendo a la propia OTAN.
Líderes como el primer ministro británico, Keir Starmer, y el canciller alemán, Friedrich Merz, utilizaron un lenguaje cargado de superlativos, recordando las tácticas ya vistas en otros eventos internacionales donde líderes aliados optaron por mimar el ego del mandatario estadounidense.
El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, incluso lo comparó con un "padre" que debe usar "lenguaje fuerte" para controlar conflictos globales, particularmente en Asia Occidental. Esta analogía, que generó críticas, reflejaba una estrategia deliberada de acercamiento: tratar a Trump no como un igual, sino como un actor central e indiscutible en cualquier política de seguridad global.
Rutte felicitó a Trump por su acción "decisiva" y "verdaderamente extraordinaria" en Irán, obviando que se trató de una completa violación del derecho internacional y de todos los principios y normas que supuestamente le importan, por lo menos, a Europa.
Esta actitud sumisa alcanzó niveles insólitos cuando el mismo presidente estadounidense fue invitado a pernoctar en el Palacio Real de los Países Bajos, un gesto poco común reservado normalmente para monarcas extranjeros. "Son gente hermosa, de gran corazón", dijo Trump sobre el Rey Guillermo Alejandro y la Reina Máxima, evidenciando cómo la diplomacia europea buscó congraciarse con el mandatario estadounidense mediante símbolos y protocolos.
Una cumbre sin ambición ni relevancia
Aunque inicialmente se esperaba que Ucrania fuera uno de los ejes centrales de la cumbre, su presencia terminó siendo marginal. El presidente ucraniano Volodimir Zelensky apenas tuvo espacio en los discursos oficiales, y la invasión rusa fue mencionada de manera genérica en la declaración final, sin condenas explícitas ni propuestas de acción contundente.
Este vacío contrastó con las expectativas generadas por declaraciones previas de líderes europeos, quienes habían insistido en calentar una postura de confrontación frente a Moscú.
Todo apunta a que la postura de baja tensión con Rusia asumida por Trump influyó en ese resultado. Los europeos, a la sombra del magnate, llevaron al mínimo la intensidad previa de sus declaraciones sobre la supuesta "amenaza rusa".
España, por su parte, se convirtió en el centro de una polémica al anunciar públicamente que no podría alcanzar el objetivo de invertir el 5% del PIB en defensa para 2035, tal como ha exigido Trump desde 2017. El gobierno español justificó su decisión con base en restricciones presupuestarias internas, lo que desató una reacción inmediata del presidente estadounidense, quien amenazó con aplicar aranceles adicionales a las exportaciones españolas si no compensaban este incumplimiento.
Eslovaquia, por su parte, también expresó dudas sobre la viabilidad del nuevo estándar de gasto militar, señalando que su participación en la OTAN es meramente simbólica y que prioriza otras áreas sociales y económicas.
Estas voces disidentes pusieron en evidencia la fragilidad del consenso dentro de la alianza que, en teoría, debe basarse en la "solidaridad", pero que desde hace mucho tiempo, y hoy se torna obvio, se sustenta en la coerción económica y diplomática encabezada por Estados Unidos.
La declaración final emitida por los 32 países miembros fue notablemente tibia. Si bien reconoció la necesidad de aumentar el gasto militar, careció de compromisos claros, mecanismos de supervisión o sanciones concretas para los países que no cumplan con los nuevos objetivos, lo que sí asomó Trump.
Esto sugiere que la OTAN está más preocupada por salvar la apariencia de unidad que por avanzar en soluciones reales.
Cero dignidad: La estrategia del protectorado euroatlántico
Más allá de los discursos y las fotos protocolarias, lo que realmente subyace detrás de la nueva meta de gasto militar es una dependencia creciente de los sistemas de defensa estadounidenses. Los países europeos, obligados a elevar drásticamente su inversión, tendrán que recurrir inevitablemente a compras masivas de tecnología y armamento fabricado en Estados Unidos.
Países como Polonia y Alemania anunciaron compras multimillonarias de sistemas de defensa estadounidenses, mientras que proyectos europeos, como el Sistema de Combate Aéreo del Futuro (FCAS), quedaron en segundo plano. Esto no solo beneficia a las grandes corporaciones militares norteamericanas como Lockheed Martin o Raytheon, sino que profundiza una relación de subordinación estratégica.
Un 63% de las compras en defensa de la Unión Europea (UE) se realizan a empresas estadounidenses. Durante la cumbre, varias de ellas anunciaron contratos multimillonarios con países europeos para adquirir sistemas de misiles, drones y equipos de inteligencia artificial. Ello demuestra que la OTAN también es un canal privilegiado para el negocio armamentístico.
Además, el énfasis en el aumento del gasto militar ignora realidades complejas como la cooperación en inteligencia compartida, diplomacia preventiva y desarrollo tecnológico autónomo en Europa. En lugar de fomentar una estrategia integrada, la cumbre pareció responder únicamente a los deseos de Washington, que busca mantener su hegemonía militar en un momento de creciente competencia con China y Rusia.
Lo ocurrido niega un escenario en el que Rutte haya intentado engatusar a Trump mientras Europa construye una verdadera autonomía estratégica. Porque una eventual "manipulación táctica" no vendría con capitulaciones políticas reales que profundicen la dependencia.
Los ciudadanos europeos asumen cada vez una mayor carga fiscal para sostener una estructura de defensa que beneficia principalmente a corporaciones transnacionales y a un presidente estadounidense obsesionado con demostrar poder.
Encuestas recientes revelan que casi dos tercios de los europeos consideran que la elección de Trump hace que el mundo sea menos seguro, a la vez que el 70% considera que la UE debe confiar únicamente en sus propias fuerzas para garantizar su defensa y seguridad. Además, una alianza como la OTAN hoy inspira confianza solo a un 14%.
Desde que llegó otra vez a la Casa Blanca, Trump ha sido permanentemente agresivo con Europa, amenazando con anexarse Groenlandia mediante fuerza militar, una inmensa isla que conforma el 98% de la superficie de Dinamarca, país de la UE y miembro de la OTAN. También ha planteado anexarse el 100% de Canadá, otro miembro de la OTAN, y lanzó una guerra comercial durante la cual ha llamado rutinariamente a Europa "más desagradable que China" y diseñada para "joder" a Estados Unidos.
Con la dignidad bajo cero, la OTAN acaricia el ego de Trump y se constituye en una especie de "ejército satélite" de Estados Unidos, donde los países europeos pagan para garantizar una protección que, en última instancia, sirve a los intereses geopolíticos de Washington. Pasó de ser una institución de cooperación estratégica a convertirse en un escenario de adulaciones, chantajes comerciales y decisiones tomadas más por miedo que por convicción.
Lo ocurrido en La Haya no fue una cumbre de unidad, sino una demostración de cuán frágil es el orden internacional occidental, el cual depende de negocios y egos. En ese vacío de liderazgo colectivo, la OTAN naufraga entre la adulación y la irrelevancia.