Con más de 1 millón de casos confirmados y más de 80 mil fallecidos por Covid-19, Estados Unidos se ha convertido en la actualidad en el principal foco mundial de la pandemia, superando con creces al conjunto de países europeos afectados por el virus.
El errático manejo de la emergencia sanitaria junto a una arrogante subestimación inicial de los alcances de la Covid-19, ha derivado en el desbordamiento institucional de la Administración Trump y en una confrontación generalizada entre diversos niveles de gobierno.
La disputa por dirimir si deben prolongarse las medidas de confinamiento o si la economía debe reabrirse en cuestión de poco tiempo para frenar los efectos de la recesión, constituye el correlato del colapso político estadounidense y la división estructural de sus élites gobernantes.
El “destino manifiesto” de la “nación excepcional” de Estados Unidos ha quedado desmantelado a medida que avanza el coronavirus.
El hecho es que faltan escasos meses para las elecciones presidenciales donde Trump se jugará su reelección. Y es evidente que una pandemia que ha desbordado el sistema sanitario y puesto en jaque a millones de trabajadores desempleados y sin seguro médico, no favorece la imagen del presidente estadounidense de cara a su reelección.
La Casa Blanca ha intentado tapar la crisis social provocada por la pandemia buscando un chivo expiatorio y empleando algunas maniobras de distracción.
Mientras acusa a China de “esconder información” sobre el coronavirus y prepara un paquete de sanciones ilegales contra el gigante asiático, ha enfilado sus baterías contra la OMS, institución multilateral a la que le ha retirado el financiamiento.
En paralelo, ha elevado sus apuestas en la conducción del golpe de estado contra Venezuela mediante un despliegue aeronaval del Comando Sur (con el apoyo de la Cuarta Flota), apelando al mismo tiempo al recrudecimiento del bloqueo económico y a la contratación de mercenarios de Silvercorp para cristalizar el asesinato del presidente Maduro como una vía rápida para el cambio de régimen.
Estas maniobras pueden ser útiles para ganar tiempo, pero poco contribuyen a resolver la crisis real que vive Estados Unidos.
La situación ha dado un giro en los últimos días: el coronavirus ha roto la distancia social y de clase entre la élite gobernante y la población, tocando a las altas esferas del poder estadounidense. La cúpula militar y política del Imperio ahora ve con alteración una ola de contagios entre sus miembros.
Es también una metáfora de la pésima gestión de la pandemia.
La corresponsal de seguridad nacional del medio Defense One, Katie Bo Williams, reporta que “El coronavirus ha alcanzado los niveles más altos del gobierno de Estados Unidos, debilitando el mensaje del presidente Donald Trump de que el virus está disminuyendo y suscitando preocupaciones sobre un gobierno vaciado por funcionarios en cuarentena”.
Williams destaca:
“Dos altos funcionarios del Estado Mayor Conjunto han sido afectados, incluido el jefe de operaciones navales, el almirante Michael Gilday y el jefe de la Guardia Nacional, general Joseph Lengyel. Gilday estuvo expuesto a un miembro de la familia con Covid-19 y desde entonces ha dado negativo, pero se aislará por una semana, según un comunicado del Pentágono”.
Los contagios de estos dirigentes militares refuerzan la idea de que el Pentágono podría estar viviendo una crisis operativa inédita.
Hace días se supo que Katie Miller, secretaria de prensa y portavoz del vicepresidente Mike Pence, había dado positivo por Covid-19. La noticia prendió las alarmas sobre un posible foco de contagio en la Casa Blanca.
Pence, quien ya había visitado semanas atrás una clínica que atiende a enfermos de Covid-19, respondió al contagio de su portavoz reincorporándose a sus funciones luego de varios días de ausencia.
El medio Euronews ha confirmado que
“tres miembros del equipo de lucha contra la pandemia de la Casa Blanca permanecerán aislados tras haber estado expuestos al virus. Uno de ellos es nada menos que el principal epidemiólogo del Gobierno, el doctor Anthony Fauci, que es la cara pública de la lucha contra la enfermedad en el país”.
Es un hecho que el coronavirus pulula por las oficinas de la Casa Blanca (y también del Pentágono) y lo confirma un memorándum enviado a sus trabajadores y funcionarios recientemente.
El texto indica que “todos los que ingresan al ala oeste deben usar una máscara o una cubierta facial (…) El personal podrá quitarse las cubiertas de la cara si se sientan al menos a seis pies de distancia de sus colegas. Todavía no se espera que Trump mismo use una máscara”, según reseñó la agencia AP.
Sobre esta situación, el asesor económico de la Casa Blanca, Kevin Hassett, le dijo a CBS lo siguiente:
“Da miedo ir a trabajar (…) Creo que estaría mucho más seguro si estuviera sentado en casa de lo que iría al ala oeste (…) Es un lugar pequeño y lleno de gente. Es, ya sabes, un poco arriesgado. Pero tienes que hacerlo porque tienes que servir a tu país”.
Mientras el coronavirus avanza, Trump y su equipo de gobierno continúan desestimando el uso de la mascarilla en sus apariciones públicas y reuniones privadas, aun cuando lo recomienda el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, una institución gubernamental.
Trump ha dicho que no cree necesario el uso de las mascarillas y el New York Times reporta que no “hay planes para mantener separados a Trump y Pence para evitar una situación en el que ambos podrían estar incapacitados por Covid-19, la enfermedad causada por el coronavirus”, según reseñó la corresponsal de Defense One.
El enfoque negacionista de la pandemia ha convertido en un desastre la gestión de gobierno en el principal centro de poder de Estados Unidos.
Si los contagios se elevan entre funcionarios de alto nivel, existe una alta probabilidad de que estén fuera de juego los responsables de dirigir los asuntos militares y de política exterior del Imperio, en un escenario marcado por la confrontación creciente con China, Irán y Venezuela.
Quienes han desestimado la pandemia y han planificado una mediocre respuesta para atenderla, ahora reciben una dosis de su propia medicina.
¿Recomendarán inyecciones de desinfectante a los altos funcionarios del gobierno estadounidense? No nos sorprendería.