No se puede hablar de fracaso cuando nada se ha intentado, cuando solo se ha copiado e imitado. Estudiar el pasado para no repetirnos es el deber.
Hay personas que, al no conseguir de inmediato soluciones a los problemas que nos acoquinan, se hacen eco de supuestos y honestos luchadores anticorrupción sin conocer sus verdaderas intenciones en el ámbito de la política. Muchas veces esas personas inocentes, sin conocimiento de causa, riegan el veneno a los cuatro vientos sin comprender el daño que se causan y causan en general a todos los afectados.
La anticorrupción no es una solución, por el contrario, es un anclaje a la miseria. Hoy los anticorruptos se babean, están en trance, tienen un orgasmo continuado, acelerado, y ruegan por que nunca acabe. Los anticorruptos no quieren soluciones, solo quieren criticar, se alegran con el dolor ajeno, y si les preguntan por soluciones sacan a relucir la desgastada barajita de que se necesitan los mejores, los más capacitados, los expertos, los estudiados, los honestos impolutos, dispuestos a sacrificarse por su tarea, y esto en el caso de que no tengan interés en el cargo, porque si lo tienen, de inmediato se insinúan como los grandes salvadores, gritándolo a los cuatro vientos.
Los anticorruptos se agrupan con los envidiosos, incapaces, mediocres, criticadores, que buscan sembrar cizañas para ocupar el cargo que critican con furia. Normalmente se apiñan en pequeñas cofradías, sectas partidarias, en esquinas, botiquines o se refugian en las redes, en medios de desinformación, para lanzar sus dardos envenenados llenos de irresponsabilidad, que les permite presionar y obtener el jugoso cargo donde de inmediato forman una madeja de protección, hasta que una mafia mayor o distinta les quita el coroto.
Pero, ¿acaso conocemos anticorruptos que hayan diseñado un plan para ir al fondo de la mal llamada corrupción? ¿Los ha visto usted presentar un libro con un cuerpo de ideas que analice a fondo las causas reales de tal o cual situación criticada? Nunca. Eso sí, llenan libros y libros con casos de corrupción, citan a Bolívar, a Cristo y ahora a Chávez como toletes amenazadores contra la corrupción, señalándolos como los adalides de la anticorrupción, escondiendo que en su época todos ellos fueron acusados de corruptos y asesinados por esa misma piara embrutecida que, hoy como ayer, gritan en su desafuero “¡Muerte a los corruptos!”.
Estos señores pululan en los distintos partidos, sean de derecha o de izquierda comunistas o anarquistas, chavistas, utópicos o religiosos. Ellos alimentan las leyendas, los misterios, de los actos de corrupción; son expertos y se ganan fama de honestos viviendo corruptamente de la crítica a la corrupción, y hasta que no demuestren lo contrario de su banal y corrupta existencia no merecen ser tomados en cuenta en la búsqueda de soluciones reales a las causas que generan la pobreza. En definitiva, la acción de los anticorruptos solo busca mantener al capitalismo limpiándole de vez en cuando la inmundicia.
Para entender el problema PDVSA, hagámonos algunas preguntas: ¿Quién la fundó, para qué la fundaron, cuándo la fundaron, a cuáles intereses obedecía, de quién eran esos planes, por qué las transnacionales pusieron a Gómez en el poder y sacaron a Castro, por qué le dieron un golpe de Estado a Medina, por qué sacaron del poder a Pérez Jiménez, por qué quisieron tumbar a Chávez, por qué lo asesinaron, qué papel jugó la cúpula adeco-copeyana desde 1942 en todo ese tinglado de la mafia transnacional que controla el negocio del petróleo y todos los demás negocios del mundo, por qué las transnacionales del petróleo persiguen con tanta ferocidad al gobierno bolivariano azuzando a sus perros políticos, intelectuales, académicos, profesionales, odiantes, ignorantes y trepadores, que hacen el trabajo de destaponar el desagüe para que las riquezas sigan fluyendo cómodamente hacia los centros del poder extranjero?
Cuando la primera corporación petrolera puso sus patas sobre este territorio, ya traía en su lomo un taladro y un balancín dispuesta a robarnos el petróleo, pero no solo trajo estos aparejos tecnológicos. Con ello creó un ejército, una academia, unas profesiones, una arquitectura, un arte, una escuela, un liceo, una universidad; todos con manuales de estudio gringos; unos modos, usos y costumbres que ordinariamente fueron imponiendo vía sus clubes de rotario, de leones, el béisbol, el chicle, la Coca-Cola, la Pepsi, el cigarrillo, la radio, la televisión, el cine; sus campos petroleros, donde impusieron sus ordinarias costumbres a los obreros que repitieron y se mimetizaron en estas miserias que imponía la rutina del trabajo.
Fue una invasión silenciosa completa. Para ello contaron con el servicio invaluable de las elites que incluso se prestaron para servirles como compradores de concesiones petroleras. Lo demás todo se sabe: Venezuela pasó de ser una colonia europea a ser una colonia de las corporaciones petroleras y comerciales, con el regusto de las elites que vieron crecer sus ganancias producto de las migajas que dejaban caer las corporaciones, y no de su esfuerzo y trabajo productivo.
En adelante, las corporaciones se erigieron en los mandamases de esta mina petrolera, sus designios se cumplían al pie de la letra y todo aquel que se opusiera a su dictadura era, como mínimo, sometido al escarnio público. Los dirigentes del gobierno que se les oponían o intentaban actos de soberanía eran tumbados, sacados del gobierno o simplemente asesinados. Tenemos el caso de Castro, Medina Angarita, Pérez Jiménez o Chávez, quien fue asesinado por orden de las petroleras.
Durante 86 años, las petroleras gobernaron dictatorialmente esta mina, imponiendo doctrina empresarial, militar, profesional, artística, académica, educativa, política. Averigüemos los manuales de estudio, y hasta los que hablan de conuco, ecología o permacultura, donde citan a los investigadores gringos o europeos, e incluso en la actualidad no se cuestiona a la agroindustria como consumidora del presupuesto agrícola, arruinadora del suelo y envenenadora de gente y animales, mucho menos lo que tiene que ver con técnicas de extracción, comercio o administración del petróleo y sus derivados petroquímicos.
Las corporaciones tienen agentes en todos los niveles. Desde la década de los cuarenta, tienen el control de las empresas, los partidos políticos, el Estado y todas las demás organizaciones que realizan labor en el territorio venezolano que obedecen ciegamente el mandato transnacional. Nadie se atreve a cuestionar el santo grial de las doctrinas gringas, logrado en menos de cien años.
A PDVSA la fundaron y administraron los gerentes formados y al servicio de las distintas corporaciones que siempre han robado el petróleo, usando las mismas técnicas mafiosas de las corporaciones. De hecho, los únicos presidentes que han logrado medio descubrir las entrañas del monstruo y obligarlo a regañadientes a obedecer directrices del gobierno no han pertenecido a su nómina, sino que han sido políticos infiltrados por el proceso, verbigracia el comandante Alí Rodríguez Araque.
Con la llamada conversión petrolera en 1971, las transnacionales que habían robado el petróleo desde siempre a Venezuela, con la complicidad de las elites internas, despojaron a la nación vendiéndole las chatarras inservibles de la industria petrolera a precio de nuevas, pero lo peor fue que con la llamada nacionalización ocurrida en 1976 bajo el gobierno entreguista de Carlos Andrés Pérez, las transnacionales recuperaban toda la industria petrolera con la privatización de PDVSA. De allí la famosa apertura petrolera.
PDVSA es hija del más abyecto crimen contra el país que alguien se haya podido imaginar. Esta empresa ya trae en su seno el síndrome de la entrega al extranjero. La cultura PDVSA no es ni por asomo favorable a los intereses venezolanos. Ningún presidente, director o gerente ve a PDVSA como interés venezolano, sino como trampolín para escalar puestos en las corporaciones petroleras extranjeras, verdaderas dueñas del petróleo y su mercadeo en el mundo. Para muestra un botón: el señor Rafael Ramírez, siendo un redomado militante ultraizquierdista, termina siendo un cuadro de las transnacionales, lo que explica por qué nunca ha sido sancionado.
PDVSA fue el tinglado de títeres usado por las corporaciones petroleras para robarnos todos los recursos petroleros y gasíferos. Fue una obra montada en tres actos: conversión petrolera 1971, nacionalización 1976 y apertura petrolera, iniciada en 1992 justamente después de cumplirse 20 años de la conversión y PDVSA estaba funcionando a todo tren, pero con una campaña de las corporaciones y sus agentes internos de que estaba mal administrada por el Estado. Un intento de saqueo que fue detenido por Chávez en 1999.
Ninguno de sus presidentes, con sus consabidas excepciones, obedeció a los intereses de la nación, todos se prestaron al show de robar al país en nuestras narices. De no ser por la aparición de Chávez en la escena, la obra habría tenido un final feliz para las transnacionales, con los grandes aplausos y vítores del público, incluidos nosotros los venezolanos, que al salir del teatro nos daríamos cuenta de la estafa, pero ya no habría nada que hacer sino lo de siempre: repetir que el gobierno, los políticos y la corrupción nos tienen jodidos y continuar rumiando la amargura, y repitiendo el mismo cuento: somos muy ricos, pero mal administrados.
El problema de nosotros los venezolanos con la industria petrolera, y en general con el territorio y los recursos, es que no sentimos que seamos parte integral, no hay una relación afectiva de pertenencia con este territorio. La cultura minera impuesta primero por la Europa feudal y ahora con las corporaciones capitalistas, nos mantiene como dueños esclavos, comportándonos como saqueadores extranjeros, aunque no tengamos nada. Esto es tan así que saqueamos la música, artesanía, bailes, poesía, canciones de campesinos y pescadores como medio de justificar el plato de comida diario, sin percatarnos que en ese gesto egoísta desprendemos de su posible sustancia trascendental lo que nos puede, en el futuro, hacer país; árbol con raíz fuerte y frutos frescos en permanencia.
El asunto de Pequiven, PDVSA y las demás industrias del Estado es que pertenecen a conceptos ideados por los foráneos en función de sus intereses. Cada tornillo, cada máquina, cada procedimiento, es producto del método capitalista, el cual no controlamos en absoluto. La formación gerencial o técnica de alto nivel no es producto del conocimiento venezolano sino del extranjero. Por tanto, las causas y consecuencias van más allá del funcionario que se vende, que incluso se siente orgulloso de su acto. En ese sentido, las preguntas deberían abarcar un espectro más amplio, y no es un problema del chavismo, es más un problema de cómo esta industria fue pensada como herramienta para la extracción en este territorio invadido y saqueado por el capitalismo.
Una industria que debe ser repensada en el marco de la contradicción que ha generado este proceso, y eso incluye la formación política de su personal que se siente extranjero, aun habiendo nacido en este territorio. Y para ello no bastan los panfletos del socialismo, la revolución, el compromiso patria o muerte, sino la introducción de nuevos paradigmas donde la pertenencia al país está por encima de la pertenencia a una empresa, donde nos comportamos como foráneos anteponiendo los intereses extranjeros antes que los del país. No basta enviar a otros países a los técnicos para que adquieran más destrezas, si antes no entienden políticamente el para qué está esa empresa y a quién debe servir ante todo.
El diseño de la empresa le pertenece al invasor; su tecnología, ubicación, administración e incluso el cómo se reparten los dividendos. No es una industria integrada. Aguas abajo o aguas arriba no existe. Por el contrario, su funcionamiento siempre será favorable al mercadeo y las utilidades de las corporaciones extranjeras. El diseño está segmentado intencionalmente para que todo funcione de forma separada y al mismo tiempo nada pueda funcionar, si una sola de las partes falla. Pero, además, este esquema permite que la empresa siempre esté atada a las corporaciones, ya que los convenios de asistencia tecnológica nos amarran a sus empresas de servicio. El caso más inmediato es el de Tellechea, que a su vez nos recuerda el paro petrolero del dos mil dos, donde no se podían arrancar plantas por el control que mantenía la empresa norteamericana sobre PDVSA y su cerebro.
La lucha nos enseñó en ese momento que podíamos funcionar solos en el futuro, si lo intentamos con la formación y el conocimiento de trabajadores cargados de fervor por la tierra que habitan. Solo que en aquel momento a nadie se le ocurrió el análisis de la experiencia expresada en el libro Caballos de Abril, testimonios de los trabajadores de la refinería El Palito, para sacarle jugo a la guerra en contra; repetimos 22 años después, sin paro petrolero, la historia.
Otro ejemplo es la petroquímica en Venezuela. No es una necesidad nacional, sino de las corporaciones agroindustriales que impulsaron la revolución verde de los años 60. Pocos de sus productos eran para uso del país, y es por eso por lo que de aquí se sacó el fertilizante, los químicos y se nos dejaron los pasivos ambientales. Nunca se pensó la petroquímica como una necesidad para “el desarrollo”, sino simplemente como uno de los eslabones de la cadena de explotación y extracción de la mina que una vez más favorece a las transnacionales del imperio capitalista. El que funcionarios se vendan por medio plato de sopa es solo un aspecto anecdótico y miserable de la historia de la industria petrolera en Venezuela.
Diseñar y concebir un país pasa primero porque ese sea nuestro interés. Hasta ahora el país que tenemos obedece al diseño del invasor. PDVSA y su actual situación es solo una consecuencia. ¿Por qué antes del chavismo los presidentes de PDVSA no salían presos? Porque para el invasor esa no era una necesidad, porque los topos trabajaban y aún trabajan haciéndole la guerra a la industria. Es decir, al país desde adentro, estos le obedecían sin la necesidad del chantaje, la extorsión, la coacción o el saboteo.
En los últimos 25 años, el odio que hemos visto materializado en sanciones, golpes de Estado, asesinatos, magnicidios, invasiones, bloqueo y sus derivados, llevados a cabo por las corporaciones y sus aliados internos, es el resultado de las políticas implementadas por el gobierno contra la intención de robarnos el petróleo. Es por eso por lo que hemos visto que, a casi todos los presidentes que ha puesto el gobierno en PDVSA, han salido presos, porque no es política de Estado robarse los recursos o entregárselos a los extranjeros. Pero eso no basta, necesario es ir a fondo en la cultura petrolera, verdadera causa de los robos y la conducta entreguista de sus altos funcionarios.
Nunca debemos olvidar que PDVSA estaba a punto de ser vendida en los años 90 a través de la apertura petrolera, que la Faja Petrolífera del Orinoco se vendía como faja bituminosa (o sea, no era petróleo sino un subproducto, sí, la mayor reserva de petróleo del planeta). Es como si no recordáramos los apellidos de los presidentes de PDVSA antes de Chávez y al principio de su gobierno; revisemos dónde estudiaron y para quiénes trabajaban antes de que PDVSA existiera o antes de que entraran a PDVSA, dónde se formaron, y por ahí conseguiremos las claves de por qué se venden por dos puyas y una locha.
Todas las corporaciones petroleras están detrás de la destrucción de PDVSA, nuestra única corporación (y una de las más grandes e importantes a nivel global en la industria del petróleo y el gas), y ellos saben que destruyéndola también harían lo mismo con el gobierno y se apropiarían del país. Con el paro petrolero nos deshicimos de 20 mil tecno-burócratas, privilegiados, creídos, y los sustituimos por otros de la misma calaña. Nos deshicimos de presidentes, directores y gerentes vendidos a las transnacionales petroleras, y los hemos sustituido por unos iguales.
Pero no se trata de criticar sino de analizar por qué ocurrió. Por ejemplo, nadie puede culpar a la dirigencia política, a Maduro, a Chávez, de la conducta de esos personajes. No podemos culpar a la técnica, a la ciencia, de los hechos, sino de la falta de pensamiento, de asumir en colectivo la situación productiva, económica, cultural, académica, artística; la información, la ciencia, todo ha sido usado para evitar que esta mina se convierta en un país de plena pertenencia.
Esto nos obliga a entender el cómo asumir el problema de la producción, cómo entrompar el problema de las fábricas, cómo administrarlas, cómo se preparan los administradores, cuál es el diseño político y el objetivo que los motiva. No bastan las consignas de independencia, desarrollo y otras martingalas desarrollistas, anquilosadas en el lenguaje. Se requieren acciones reales, sin temor. Hay países en donde se inventa la manera de evadir el control del gran capital sin tener que pasar por los filtros que impone la dinámica de la industria capitalista, y esto solo es posible cuando existen criterios de pertenencia, cuando se abandonan las acciones y lenguajes que expresan este control.
No se puede ser país si seguimos sosteniendo los lenguajes sociológicos, academicistas, tecnocráticos, científicos que terminan expresando la dinámica capitalista en el control de PDVSA y las demás industrias, y en la política que lleva adelante el Estado. No son los mejores, los sindicatos, los honestos, los meritócraticos; es la política y el interés detrás de ella la que definirá si estas empresas y este Estado sirven o no a los intereses que tenemos.
Las corporaciones solo piensan en sus intereses y no les importa a quién matan, a quién destruyen o roban. No sigamos dándole fuerza a la conseja de que PDVSA, el Estado y las demás empresas e instituciones son nidos de ratas, porque solo estaremos beneficiando a los enemigos de este país.
Vayamos sin temor a la médula del problema. Una cultura invasora nos habita desde hace quinientos años y se reproduce como virus, porque tiene sus condiciones ambientales para que ocurra. Desde el kínder, la escuela, la universidad, y todas las demás instituciones y medios de información, arte o arquitectura, todo lo existente en el andamiaje minero que habitamos nos mantiene ocupados en robarnos entre nosotros mismos, mientras los dueños extranjeros se quedan con la mayor tajada.