El pensamiento humanista, con todos sus márgenes y raíces, hace mucho tiempo tomó el camino del nunca vuelvo. Dejando en la inercia de la repetición y la muerte a su derivado físico: el capitalismo en su etapa imperial.
Podemos concebir el país como una entidad que se siente, mira y nombra a sí misma, inventándose, diseñándose, creándose, pensándose, experimentándose, fecundándose desde sus adentros, sin imitaciones del afuera dominante, sin copias ni corta y pega. Motivado por la fuerza del adentro. Movido por la fibra de quienes se saben colectividades orgullosas del territorio que habitan, donde sueñan haciendo lo que corresponde. Es la única manera que podamos abrigar y designar este país en todo su esplendor, sin importar qué tan grande o pequeño sea.
En medio del reacomodo del capitalismo imperial, a lo único cierto que podemos apostar como gente de esta mina es a nuestra soledad. Nada del afuera desvanecerá la incógnita a resolver en el presente: o nos quedamos dando lástima como mina o nos empinamos en la historia de la especie como creadores de un nuevo pensamiento con el cual solucionar los problemas creados por el capitalismo.
Lo sustancial es entender que vivimos en un punto de lo inconmensurable, junto a todo lo demás; de nosotros depende ser lo que decidamos. Una cosa sí debemos tener clara: en el marco del capitalismo no existe solución para las mayorías.
El no tomar decisiones de acuerdo con las circunstancias nos mantendrá en un error permanente, doliéndonos sin sentido de la tragedia, tratando de producir ese miserable sentimiento de la lástima, pidiendo a gritos que nos tomen en cuenta en la familia capitalista, lloriqueando como propina la ausencia del regaño. Añorando mundos pasados como ideal, pretendiendo futuros panfletarios, sin asumir responsablemente la realidad de ser habitantes de esta mina que, con valentía, pensamiento y audacia, debemos transformar en un país al que podamos pertenecer por conocimiento y planificación sin tener que recibir nunca más órdenes de dueños.
Al principio, solo éramos europeos invadiendo territorio ajeno, acoquinando gente, y gente tratando de defenderse y resistir la embestida hambrienta y miserable de los llegados de afuera, quienes buscábamos por todos los medios violentos, o no, de quitarle todo, incluso la vida.
Aquí acabamos con culturas diversas. Aquí nos asentamos luego del crimen y el saqueo, que toda la vida hemos tratado de justificar. Aquí fundamos colonia en nombre de los amos de la Corona, y después de la burguesía, para seguir despojando. Aquí trajimos africanos y los esclavizamos para generar la segunda acumulación de capitales, que tiempo después fundaría lo que hoy es el humano capitalismo y su actual imperio mundial.
Así, nacimos venezolanos, con nombre impuesto y en minusvalía. Así, nos quedamos como abandonados, deseando siempre regresar como señores a Europa. Así, nuestros descendientes crecieron en la vergüenza y la mentira de que algún día nos iremos de esta mierda. Así, nos afiliamos a las ideas burguesas que afloraron y se impusieron en Europa, desde hace 300 años. Así, surgieron los Miranda, Rodríguez, Bolívar y otros que en el continente se percataron que ya éramos distintos a los europeos, que éramos mestizos, que no éramos ni europeos ni africanos ni originales, aunque seguían y siguen existiendo originales; que éramos otra gente y debíamos decidir nombrarnos como nosotros; pero esa incógnita, a pesar de cruentas guerras, aún sigue sin definirse.
Aun hay élites que sueñan con restaurar la Corona; con ser apéndices, dependientes, estúpidamente súbditos. Élite mestizamente avergonzada que no quiere que le recuerden el pasado, pero sí quieren ser parte igual en la mesa de los amos, aunque para ello tenga que vender hasta el último mestizo y la última piedra de este continente. Lo lamentable es que esta mentalidad también se cuela por las entretelas cerebrales de los esclavos que somos y no decidimos ser otra posibilidad en lo distinto porque, al igual que los amos, esperamos ser reconocidos como iguales en el concierto del poder.
Esta es la gran contradicción a la que se han enfrentado desde siempre los pensadores y luchadores de este continente, que se afiliaron primeramente a la revolución burguesa, luego a las ideas progresistas, comunistas, socialistas, anarquistas, redentoras del ser social, todas ellas llegadas de Europa. Más allá de las declaraciones grandilocuentes en las llamadas fechas patrias, en lo concreto, las élites se siguen reduciendo a la imitación teatral del poder.
Desde la guerra de independencia, supieron que construirnos distintos pasaba por la independencia política, económica, cultural. Que el primer paso era cortar el cordón umbilical con Europa, y lo hicieron, pero la élite de la época no entendió, no tuvo claro qué era lo que le estaba pasando en ese momento. Eran tan estúpidos y cortos de ambiciones como las élites de hoy, que solo sirven para babearse ante los amos que desde afuera nos controlan como mina que somos.
Lo único que querían esas élites era seguir contrabandeando con los ingleses, con los holandeses, con los alemanes, con quienes les compraran su vaina a un precio mayor y no tuvieran que pagar impuesto a la Corona. Eso era lo único que esa élite quería, porque era una élite que se pensaba aun como europeos abandonados en estas tierras de zancudos, negros e indios, tal y como se comportan los idiotas hoy, alojados en España o Miami, que claman de nuevo la invasión, el bloqueo y las sanciones contra Venezuela para sentirse realizados, como Coloncitos criollos.
La independencia que ellos querían era que la Corona no les cobrara impuestos, pero querían seguir siendo aceptados como culturalmente europeos. No querían cambiar la manera de vivir y sabotearon permanentemente todo lo que los luchadores por la independencia hicieron en este continente.
Y por supuesto nunca tuvieron el sentido de unidad de estos luchadores. Permanentemente han repetido la conducta rastrera como la del chileno Boric, o el argentino Fernández, o Pepe Mujica, o Petro, Lula, Noboa, Boluarte, Bukele, y otra larga ristra de jalamecates, incapaces de plantarse por encima de sus amos. Todos estos tipos van a Europa o a Estados Unidos a negociar particularmente, no van a hablar por un continente, o por sus pueblos. Hablan como élites, como negociantes, como comerciantes, como contrabandistas de toda la vida que han sido, entreguistas de los recursos, del territorio y de la gente de este continente. Esas élites juegan el papel del mayordomo que negocia en nombre de sus dueños. Están apegados umbilicalmente a las grandes transnacionales que desde afuera gobiernan este continente.
De manera radicalmente diferente, Chávez nos propone que llevemos adelante el pensamiento de Simón Rodríguez, nos propone ser creativos, inventar este continente como concepto, como decisión política, como posibilidad económica, como suceso histórico, artístico. Pero no se lo propone a un individuo, no se lo propone a una élite: se lo propone a la especie que habita esta parte del continente.
Porque no es posible hacerlo de manera individual, de manera elitista. Tiene que haber un convencimiento en las grandes mayorías de que eso se tiene que hacer y se debe hacer. Entonces, la tarea de todo pensador, de todo político, de todo intelectual, de todo activista, de todo soñador en esta época es tratar de crear ese concepto, de visionar el continente como una posibilidad de habitarlo con conocimiento de causa, en el entendido de lo colectivo y la pertenencia al territorio, y no a la inversa.
Eso implica cuestionar el actual modo de producción y su modo, uso y costumbre. No se trata de repartir equitativamente riquezas, ni de acabar con la corrupción, ni de administrar mejor el capitalismo, ni de combatir sus consecuencias como la miseria, el hambre, la pobreza, las drogas. Se trata de una tarea con dimensiones a largo plazo, que requiere de paciencia, estudio, conocimiento, planificación, para construir un nuevo modo de producción que genere otra cultura.
Tener el sentido no de que el continente nos pertenezca como hasta ahora se nos ha vendido con el capitalismo, sino de que pertenecemos al territorio. Por tanto, cambia la idea que tenemos sobre el mismo porque esto implica que debemos protegerlo, cuidarlo, que lo que hagamos no puede ser un temblor; tiene que ser para echar raíces fuertes, vigorosas. No para ser saqueado, vendido, entregado, destruido.
Tenemos que diseñar planes, estudiar y sistematizar todo lo que hagamos en colectivo. Vamos a concebir la crianza de niños, la comida, el arte; eso tiene que tener raíces, no puede ser un espasmo, un inmediato, un espectáculo, sino permanente. Debemos pensar que tendremos hijos, los hijos tendrán hijos, serán nietos y seremos abuelos, bisabuelos y tatarabuelos. Debemos pensar qué transmitiremos y qué nos transmitirán. Todo eso tiene que estar pensado como gente en este territorio, en el entendido de que la existencia no es la del individuo: la existencia es de la especie como otra forma de la vida.
Para cualquiera, esto es una perogrullada. Que este abuelo, hijo, nieto que proponemos sea conversado, que no será igual al concebido culturalmente en el capitalismo, porque hablamos de una cultura de pertenencia y no que nos pertenece, de un territorio al que pertenecemos y no que nos pertenece, de una filiación afectiva a la que pertenecemos y no que nos pertenece.
Debemos analizar, ¿cómo se le da continuidad a la especie en condición de no deterioro, de no enfermedad mental? ¿Cómo eliminar las taras básicas que hacen que esta especie esté permanentemente enferma y drogada por el hambre, el miedo y la ignorancia en este territorio? ¿Cómo superar esa condición de la especie que durante milenios ha sufrido ese desastre, y que la manera como lo han planteado las élites poderosas es absolutamente equivocada para la especie? Claro está, a beneficio de las élites, que entienden: si yo como, estudio y me protejo, el problema del hambre, el miedo y la ignorancia está resuelto para toda la especie. La guerra como método para conseguir lo anterior es un beneficio perfecto para las élites, pero no así para la mayoría de la especie esclavizada.
Tenemos que superar esta condición y crear otra, una condición de existencia. Para ello, repetimos, debemos pensar colectivamente, incluso inventar el método colectivo de pensar, porque inventarla significa pensarla, pensarla significa crearla, crearla significa experimentarla, experimentarla significa construirla y construirla significa hacerla permanencia; constancia en el ámbito de lo que cambia.
Implica que tenemos que diseñar otra escuela, otra universidad, otra arquitectura, otra manera de visionar cómo vivir la vida. Quitémonos de encima la pesada guaratara del conocimiento poderoso y pensemos por un instante que, antes de que sus poderosas instituciones existieran, ya se habían inventado los oficios, los puentes, las casas, la comida, las curas, las religiones, el arte, el calzado, el vestido, la diversión, que el poderoso sistematizó y nos ha hecho repetir al infinito para su usufructo como si fuera lo único, fin y principio.
Las amarras del imperio capitalista que inmovilizan a la población mundial están sueltas en este momento, por la muerte del pensamiento humanista y la guerra por el control total del planeta. Esto nos permite la posibilidad de poder pensar, de poder diseñar y de poder experimentar. Hay que intentarlo, salir de esa visión estúpidamente nacionalista de mi país, de mi territorio, de mi pueblo. Salir de ese marco y visionarse desde el pequeño territorio de dónde somos y visionarnos mundialmente, universalmente, proponiendo orgullosamente otra manera de vivir. Sin que nos sigan modelando propuestas foráneas.
En el mundo, la especie no espera sino una salvación mágica, pero nosotros los venezolanos, por medio del gobierno y con el gobierno como guía, podemos abrir grandes compuertas para producir entusiastamente conocimiento y no adquirirlo, porque el conocimiento actual del mundo es bagatela que se usa para mantener el poder del capitalismo en su etapa imperial. Toda la engañifa del progreso y el avance de las grandes tecnologías solo son ilusiones para las grandes mayorías, que al final siempre tendremos la sensación de estar saliendo de un circo ya sin carpa, para repetir la rutina del trabajo a la espera de un nuevo circo con los mismos payasos y maromeros en el puro esqueleto carcomido.
Somos universales porque nacimos y habitamos un punto X del universo, no porque sabemos, escribimos, pintamos, viajamos, comemos distintas cosas imitadas desde el afuera. Somos universales porque habitamos lo inmenso. Comprender que somos universales nos da otra dimensión, eso es distinto. Comprender qué somos, que pertenecemos al infinito, y en él correspondemos a este punto preciso donde nacimos, vivimos, jugamos, donde nos reproducimos como especie.
Permite deshacernos del concepto propiedad privada para concebir el juntos, el todo, para hacer y diseñar, como capacidad colectiva con los otros dentro, en ese territorio, punto de lo ilimitado. Tendríamos otra perspectiva absolutamente distinta de pensamiento a la que hasta ahora se nos ha impuesto. Comprender la frase de Rodríguez de "inventamos o erramos" es supremamente importante porque debemos superar todos los encajonamientos que, en la historia, el poder ha usado para someternos como especie.
Antes de la llegada de Chávez, era demasiada panfletaria esa idea en nosotros. Hoy vemos la importancia de la filosofía que profesó Rodríguez. Es extremadamente precisa, sin ella es imposible que ganemos la guerra al capitalismo, sin ella no es posible salir del marasmo en que nos ha sumido el poder. No podemos hacer más nada, de hecho, es tan preciso que llevamos 200 años equivocándonos porque no hay atrevimiento, la audacia del invento no se sostiene en un pensamiento creado por nosotros, porque no es inventar un carro, una lancha, un camión, una avioneta, un pantalón, una moda, una canción. No es de eso de lo que nos habló.
Nos habló fue de inventar, diseñar, crear, experimentar, construir gente, arquitectura, sistema de salud, modos, usos y costumbres, modo de producción, máquinas, herramientas, ciencia, tecnología, arte, de acuerdo con la ergonomía de la gente arraigada en el paisaje de estos territorios. Se nos habló fue de eso; en esa pequeña frase está contenido todo, pero la mente colonizada nos confunde con el principio humanista de ensayo y error.
Aquí cobra profundo sentido la frase "separémonos del capitalismo para andar juntos" en este territorio, desde donde podemos relacionarnos con los otros miembros de la especie en cualquier parte del mundo, sin complejos de ningún tipo, sin sentir que nos deben o debemos.
Entonces, gente, ¿nos inventamos o erramos definitivamente? Tenemos que decidir, porque esto no es posible en soledad. Analicemos: si radicalmente no creamos otra cultura, ¿de qué nos sirve tanto sacrificio colectivo?