Vie. 14 Noviembre 2025 Actualizado 2:50 pm

Operación Lanza del Sur

El USS Gerald R. Ford en el océano Atlántico oriental el 5 de noviembre (Foto: Alyssa Joy / DVIDS)
Corolario Roosevelt marca Big Tech

Operación Lanza del Sur: la guerra algorítmica llega de Gaza al Caribe

El 13 de noviembre de 2025, el secretario de Guerra, Pete Hegseth, anunció desde su cuenta de X la puesta en marcha de la Operación Lanza del Sur (Southern Spear):

"El presidente Trump ordenó acción — y el Departamento de Guerra está cumpliendo. Hoy anuncio la Operación Lanza del Sur. Dirigida por la Fuerza de Tarea Conjunta Lanza del Sur y el Comando Sur, esta misión defiende nuestra Patria, expulsa a los narcoterroristas de nuestro Hemisferio y protege a nuestra Patria de las drogas que están matando a nuestro pueblo. El Hemisferio Occidental es el vecindario de Estados Unidos — y lo protegeremos".

La retórica está teológicamente cargada: "proteger", "expulsar", “defender". Nada nuevo. Pero lo que se despliega bajo ese lenguaje de "guerra justa" (casi santa) no es una flota de acorazados: según el comunicado oficial de la Marina estadounidense, publicado el pasado 13 de noviembre, es una constelación de embarcaciones robóticas de superficie de larga permanencia (long-dwell robotic surface vessels), drones VTOL (VTOL drones) y bots interceptores (interceptor bots), coordinados desde la Estación Naval Mayport (Floridad) y el Grupo de Trabajo Interinstitucional Conjunto Sur (Joint Interagency Task Force South).

La Cuarta Flota, que desde 2008 ha funcionado como la sombra naval del Comando Sur, ahora se presenta como el banco de pruebas de una revolución silenciosa: la operacionalización permanente de sistemas robóticos y autónomos (RAS) en el corazón del Caribe y América Latina. El comunicado lo deja claro:

“Lanza del Sur operacionalizará una mezcla heterogénea de Sistemas Robóticos y Autónomos (RAS) para apoyar la detección y monitoreo del tráfico ilícito, mientras aprende lecciones para otros teatros”.

Se trata de la normalización de lo que antes se ensayaba en ejercicios como Horizonte Digital de 2022. Y su objetivo declarado —"detección y monitoreo del tráfico ilícito"— es la ficción funcional que permite la penetración de infraestructuras de vigilancia en aguas jurisdiccionales de terceros Estados, sin necesidad de tratados formales ni debates parlamentarios.

Es crucial entender esto como un cambio sustancial en la forma del poder militar estadounidense. Ya no se trata de "intervenir" en el sentido clásico —desembarcos, golpes abiertos, embajadas como cuarteles generales—, sino de instalar una capa tecnológica de poderío delegado, donde la presencia militar no se mide en soldados sino en bits, algoritmos y contratos de servicio.

Bien a tono con la singularidad tecnológica de nuestros tiempos.

El tecnato MAGA: Palantir y la fusión corporatocrática

Detrás de Lanza del Sur hay una reconfiguración institucional, que se manifiesta en esta ocasión con el desarrollo actualizado de la estrategia naval estadounidense. El Departamento de Guerra —una creación semántica y burocrática profundamente simbólica— no es un retorno al siglo XIX, sino la expresión de un futurismo reaccionario: la creencia de que la superioridad occidental no se defiende con diplomacia ni con soft power, sino con dominio tecnológico (con secuelas profundas en en plano cognitivo): la capacidad de ver antes, decidir más rápido y actuar sin fricción humana.

En este ecosistema, Palantir mutó de contratista a convertirse en una protuberancia del Estado. Su CEO, Alex Karp, lo ha dicho sin rodeos:

"Palantir está aquí para disrumpir y hacer que las instituciones con las que colaboramos sean las mejores del mundo, y cuando sea necesario, asustar a nuestros enemigos y, ocasionalmente, matarlos".

Esta afirmación es sin duda una declaración de principio. Palantir no vende herramientas: vende capacidad de acción letal. Y lo hace con una filosofía clara: potenciar a Estados Unidos "hacia su superioridad innata y obvia", como dijo Karp en otra ocasión.

Desde enero de 2024, Palantir ha firmado contratos multimillonarios con el Departamento de Guerra, ICE y el Ejército.

En 2025, ha firmado contratos de 30 millones de dólares para rastrear movimientos migratorios en tiempo real y de casi mil millones con la Armada. Y en junio, cuatro ejecutivos de Palantir, Meta y OpenAI fueron nombrados tenientes coroneles del Ejército estadounidense en el nuevo Destacamento 201: Cuerpo Ejecutivo de Innovación (Detachment 201: Executive Innovation Corps), una unidad creada para fusionar el talento tecnológico privado con la innovación militar.

Shyam Sankar, CTO de Palantir, escribió con orgullo:

"Hoy, en la víspera del 250º cumpleaños del Ejército de EE.UU., levantaré mi mano derecha, prestaré juramento para apoyar y defender la Constitución, y seré comisionado como teniente coronel en la Reserva del Ejército en el recién formado Destacamento 201: Cuerpo Ejecutivo de Innovación".

Este nombramiento es una reconfiguración del Estado: los ejecutivos de la Big Tech/Silicon Valley están dentro de la cadena de mando, y no precisamente como asesores, sino como oficiales; con uniforme, con rango, con autoridad para tomar decisiones que afectan la vida de millones.

La Armada lo celebró así:

"Al incorporar la experiencia del sector privado al uniforme, Det. 201 está acelerando esfuerzos como la Iniciativa de Transformación del Ejército, que busca hacer a la fuerza más ágil, más inteligente y más letal".

La frase clave es "más letal". Se trata de aumentar la capacidad de acción violenta mediante la integración de inteligencia artificial, procesamiento de datos masivos y toma de decisiones algorítmica en el corazón del mando militar.

Y Karp no deja dudas sobre la vocación ideológica de la empresa:

"Si no se siente cómodo apoyando los esfuerzos legítimos de Estados Unidos y sus aliados en el contexto de la guerra, no se una a Palantir".

Este no es un discurso corporativo habitual: es una declaración de guerra: ya no se decide solo en salas de mando, sino en salas de servidores. Y quienes controlan los algoritmos —ahora con rango militar— deciden no solo qué se ve, sino qué se considera amenaza, qué se considera objetivo, qué se considera legítimo.

El modelo Gaza se exporta al Caribe

La guerra en Gaza fue, sí, una operación militar, pero también un laboratorio de dominio tecnológico. Allí, por primera vez a escala industrial, se desplegó una cadena de decisión letal donde el humano dejó de ser el centro. El sistema israelí Habsora —"el Evangelio"—, integrado con la plataforma AIP de Palantir, logró generar objetivos casi automáticamente, acelerando el ritmo de los ataques de días a minutos.

Según The Nation, Palantir proporcionó al ejército israelí "capacidades de localización avanzadas y potentes", capaces no solo de identificar blancos, sino de proponer planes de batalla completos, incluyendo despliegue de fuerzas especiales y logística de tropas.

Este modelo se traslada ahora, de Asia Occidental, a ponerse en marcha en el Caribe. Lanza del Sur reproduce los mismos principios:

  1. Ficción legal del no-estado de guerra. Al igual que en Gaza —donde Israel evitó declarar formalmente la guerra para operar bajo el régimen de "autodefensa contra Hamás como organización no estatal"—, Lanza del Sur se presenta como una operación contra el "tráfico ilícito", no contra un Estado soberano. Esto permite desplegar fuerza letal sin autorización del Congreso, sin rendir cuentas internacionales y sin activar los mecanismos de derecho internacional humanitario.

  2. Automatización de la escalada. En Gaza, la IA no solo aceleró la selección de objetivos, sino que normalizó la violencia: cada nuevo dato (un movimiento, una llamada, un patrón de tráfico) se interpretaba como una amenaza potencial, lo que justificaba más vigilancia, más sensores, más ataques. En Lanza del Sur, la lógica es idéntica: las embarcaciones robóticas de superficie de larga permanencia (long-dwell robotic vessels) no están para patrullar: están para aprender. Cada barco, cada dron, cada intercepción alimenta el sistema con datos que refuerzan su propia necesidad. Así, la operación se autorreproduce.

  3. Exportación de infraestructura, no solo de tácticas. Palantir envía paquetes completos de soberanía tecnológica. En 2023, su Skykit —una maleta con dron, cámara térmica, baterías, terminal Starlink y software AIP— se exhibió en la feria CES como "un paquete de inteligencia de defensa desplegable en entornos hostiles". Lanza del Sur es la puesta en práctica de ese kit: desplegable, autónomo, no exigente de bases permanentes, pero capaz de vigilar, registrar y actuar.

  4. Dilución de la responsabilidad. En Gaza, los operadores israelíes reportaron una sensación de “despersonalización” de la violencia: no eran ellos quienes decidían, sino el sistema. Lo mismo debería ocurrir en Lanza del Sur: si un dron intercepta un bote, ¿quién es responsable? ¿El comandante del centro de operaciones en Mayport? ¿El algoritmo de Palantir? ¿El teniente coronel Sankar, que diseñó la arquitectura? Nadie —y todos— lo son. Esa ambigüedad es el blindaje institucional del tecnato.

El Caribe no es Gaza, pero comparte una condición: es un espacio donde la soberanía de los Estados es frágil, las capacidades de respuesta tecnológica limitadas y las narrativas de seguridad fácilmente manipulables. O al menos eso está en la mente de los decisores militares y políticos del establishment.

Por eso, Lanza del Sur no necesita bombardear ciudades para imponer su lógica. Basta con que instale el hábito de la vigilancia permanente, la aceptación de que "algo sospechoso" merece ser interceptado y que la decisión sobre qué es "sospechoso" la tome una máquina entrenada con datos históricos sesgados, etiquetas políticas e intereses estratégicos difusos.

Venezuela: el blanco sin nombre, la guerra sin declaración

En el comunicado oficial de la Marina no se menciona Venezuela. Tampoco se mencionaba Irak en los primeros informes sobre los drones Predator en 2001. Pero basta con mirar el mapa: el así llamado Área de responsabilidad del Comando Sur de los Estados Unidos (USSOUTHCOM AOR) incluye el Mar Caribe, el Golfo de Venezuela, el Delta del Orinoco (en realidad toda América Latina y el Caribe). Es el corredor por donde —según las narrativas de seguridad estadounidenses— fluyen "narcoterroristas", armas iraníes y "actores malignos".

Lanza del Sur no necesita cruzar fronteras. Bastará con que sus buques de larga estancia (long-dwell vessels) se posicionen en zonas de alta mar contigua, sus drones sobrevuelen sin permiso el espacio aéreo limítrofe y sus centros de operaciones en Mayport y la Fuerza de Tarea Conjunta Interagencial del Sur (JIATF-S) clasifiquen patrones de tráfico marítimo como "sospechosos" bajo criterios que nadie externo puede auditar.

Este modelo de acción se sustenta en una ficción legal: que no se requiere una declaración de guerra porque no se enfrenta a un Estado, sino a una "organización delictiva", un actor no estatal. Esta ficción permite desplegar fuerzas sin rendir cuentas, como lo hizo Obama en Libia: tirarle a las embarcaciones civiles sin implicar riesgo político, bajo la excusa de que “ningún militar resultó herido”.

Lo que está en juego aquí, la transferencia de atributos de la guerra a la tecnología, juega en llave con las amenazas a la soberanía venezolana. Ciertos elementos fundamentales de la guerra —la decisión de atacar, la escalada táctica, la ausencia de responsabilidad personal— ya no dependen de un comandante humano, sino de un sistema algorítmico que opera bajo la autoridad de una empresa como Palantir.

Esa es la verdadera innovación de Lanza del Sur: consiste en una operación militar que es, a su vez, una infraestructura de guerra autónoma, donde el poder de decisión se desplaza del Capitolio a Silicon Valley; del general al algoritmo.

El almirante Carlos Sardiello, comandante del Comando Sur de las Fuerzas Navales de los Estados Unidos y la 4.ª Flota de los Estados Unidos, lo resumió con claridad:

"Las operaciones de flota híbrida aumentan nuestra colaboración con socios en la región mientras avanzamos en las tácticas, técnicas, procedimientos y procesos de la Armada".

Esa "colaboración con socios" es un eufemismo. En realidad, se trata de imponer una arquitectura de seguridad regional donde los países latinoamericanos no son aliados, sino clientes o sujetos de vigilancia.

Por eso, la "conciencia del dominio marítimo" es una forma de soberanía delegada: Estados Unidos decide qué se ve, qué se registra, qué se interrumpe. Y todo ello bajo la ficción de que "fortalece la soberanía" de los países vecinos, cuando en realidad la redefine a su favor.

Lanza del Sur, así, es la materialización visible de una tendencia larga: la absorción de la guerra por la logística; y de la logística por la informática.

Mientras se amenaza la soberanía de Venezuela y de los demás países en conjunto, se instaura la capacidad de gestionar la violencia bajo nuevos mecanismos tecnológicos. Ello mientras se sigue llamando "operación contra el narcotráfico" a la instalación de un sistema de dominio regional, en realidad una farsa para reactualizar el corolario Roosevelt con drones, algoritmos y contratos de la Big Tech en vez de simples cañoneras.

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<