Jue. 07 Agosto 2025 Actualizado 2:14 pm

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Un protestante quema un billete de dólar falso con la cara de Donald Trump en una manifestación en Brasil en contra de los aranceles (Foto: Reuters)
Colapso interno, consecuencias globales

Anatomía del desastre económico (y arancelario) de EE.UU.

La economía estadounidense, según los grandes medios financieros y las proclamas del presidente Donald Trump, se encuentra en uno de sus mejores momentos. Las gigantes tecnológicas —las llamadas Magnificent Seven— han publicado resultados que hacen saltar los indicadores bursátiles, y los titulares acompañan el entusiasmo con celebraciones de una supuesta era dorada de innovación, empleo y crecimiento sin precedentes.

Trump, fiel a su estilo, no tarda en atribuirse el mérito: "Estados Unidos es el país más atractivo del mundo", repite sin cesar. Los números en la bolsa parecen darle la razón. Las acciones de Meta suben más de un 11% en un solo día y la fiebre de la inteligencia artificial alcanza niveles de euforia, como si el futuro ya estuviera resuelto a golpe de algoritmo.

Detrás del brillo de las gráficas y los aplausos de Wall Street, se esconde una realidad mucho más turbia. La narrativa triunfalista que intenta reinstalarse en el corazón del capitalismo global no resiste una revisión honesta de los datos económicos.

Tal como advierte el economista Michael Roberts en su artículo "Los aranceles y la economía estadounidense", la economía estadounidense avanza sobre cimientos inestables: inversión artificial, cifras manipuladas, desempleo creciente y un aparato productivo cada vez más dependiente de la deuda. A esto se suma la agresiva reactivación de una política arancelaria incoherente que la sumerge en una peligrosa combinación de inflación, estancamiento y conflictividad comercial.

Ganancias sin base productiva

La economía tecnológica estadounidense ha encontrado en las grandes tecnológicas su principal fuente de oxígeno. Apple, Microsoft, Meta, Nvidia, Amazon, Alphabet y Tesla concentran hoy un tercio de las ganancias totales del índice S&P 500. Para los medios y analistas de Wall Street, ese dato basta para declarar la salud del sistema. Michael Roberts escribe que ese entusiasmo es una ilusión sostenida por expectativas, no por resultados económicos sólidos ni por una recuperación real de la actividad productiva.

Un examen más riguroso de los balances revela que las ganancias de estos gigantes no provienen aún de sus millonarias inversiones en inteligencia artificial, sino de servicios ya consolidados desde el auge anterior: redes sociales, publicidad digital y servicios en la nube.

Meta, por ejemplo, sumó más de 150 mil millones de dólares en valor bursátil tras anunciar un crecimiento significativo en ingresos por publicidad. Su CEO, Mark Zuckerberg, insiste en que el futuro está en la "superinteligencia", pero su propia directora financiera, Susan Li, admite que no esperan ingresos significativos por IA ni en 2025 ni en 2026. De hecho, la inversión prevista por Meta en infraestructura de IA (entre 66 mil y 72 mil millones para 2025) y el aumento del gasto para 2026 responden a una carrera especulativa por posicionarse. 

Microsoft repite la fórmula: ganancias récord en su división de nube, mientras proyecta un aumento vertiginoso del gasto en centros de datos —hasta 120 mil millones en 2026—, casi cuatro veces más que en 2023. Pero el retorno es marginal: aunque sus aplicaciones Copilot y la IA Gemini de Google acumulan cientos de millones de usuarios, solo el 3% paga por estos servicios. El modelo, por ahora, no genera ingresos proporcionales a la inversión.

En términos agregados, el gasto de capital en infraestructura de IA de Meta y Microsoft ya supera un tercio de sus ventas totales. Además, la inversión en inteligencia artificial ha aportado más al crecimiento del PIB estadounidense en los últimos dos trimestres que todo el consumo interno, un dato que desnuda hasta qué punto el relato de recuperación se sostiene sobre el entusiasmo tecnológico y no sobre el poder adquisitivo real de la población.

Roberts advierte que todo este entusiasmo por la inteligencia artificial ha hecho subir las acciones en la bolsa, pero en realidad no tiene mucho que ver con cómo va la economía del país, pues no está mejorando ni el empleo ni la economía real. Al contrario, las empresas están gastando enormes cantidades sin ver resultados, pidiendo cada vez más préstamos.

Muchos de esos préstamos no vienen de bancos y bonos tradicionales, sino de fondos privados que no están regulados como los bancos, pero que prestan grandes sumas de dinero a cambio de altos intereses. En otras palabras, las grandes tecnológicas están apostando el futuro de la economía estadounidense con dinero prestado, caro y poco transparente.

Entre la propaganda y el estancamiento

Mientras los gigantes tecnológicos alimentan la burbuja bursátil, la administración Trump encuentra otra vía para sostener su relato de éxito: los aranceles. Bajo la lógica del "America First", ha impulsado una política comercial agresiva, aplicando nuevas barreras a productos importados con el argumento de proteger la industria nacional y reactivar la economía interna. La estrategia, sin embargo, lo que hace es maquillar un estancamiento que ya se asoma con claridad en las cifras oficiales, señala Roberts.

Los últimos datos del PIB estadounidense mostraron un crecimiento del 0,7% en el segundo trimestre de 2025, lo que se traduce en una tasa anualizada del 3%. Trump no tardó en celebrar el número como prueba irrefutable del éxito económico de su política comercial. Pero el dato es engañoso. El supuesto crecimiento se debe principalmente a un desplome de las importaciones, con una caída del 30%, producto del encarecimiento de productos extranjeros por los aranceles. Esto hizo que el saldo comercial (exportaciones menos importaciones) mejorara artificialmente, sumando puntos al PIB. Pero si se excluye ese factor, lo que queda es una economía mucho más débil: el crecimiento real del consumo interno y de la inversión privada fue de apenas 1,2%, muy por debajo del trimestre anterior.

Peor aún es el panorama de la inversión en nueva infraestructura, que cayó más de un 10% en el segundo trimestre, y ya venía bajando desde el primero. La inversión en maquinaria también se frenó drásticamente. Roberts concluye que, sin los efectos artificiales de los aranceles, la economía estadounidense estaría creciendo a un ritmo inferior al 2% y con tendencia a la baja.

El mercado laboral también desmiente la propaganda oficial. Los últimos informes de empleo mostraron un aumento mínimo de apenas 73 mil nuevos puestos en julio, y los datos de mayo y junio fueron corregidos a la baja. En total, solo se sumaron 106 mil empleos en tres meses, frente a los 380 mil del trimestre anterior. Es el peor registro desde la crisis del covid. Las pérdidas de empleo en sectores clave como la manufactura, el transporte y la electrónica ya superan las 100 mil plazas en lo que va del año. Incluso el sector tecnológico, que se presenta como inmune, comienza a recortar personal. 

La inflación también avanza. A pesar del enfriamiento de la economía, los precios continúan subiendo a un ritmo cercano al 3% anual, por debajo del 2% que busca la Reserva Federal. Desde la pandemia, el poder adquisitivo de los trabajadores estadounidenses se ha erosionado en un 20%, y los salarios reales apenas han vuelto al nivel que tenían hace cinco años.

Este desajuste entre precios y salarios revela un fenómeno más profundo: la economía estadounidense se está deslizando hacia un escenario de estanflación, donde el crecimiento se frena, pero los precios siguen altos y el empleo se debilita.

El dilema se traslada a la Reserva Federal, que mantiene su tasa de interés en 4,25% por quinta reunión consecutiva. Trump exige una reducción urgente —y ha amenazado con destituir a Jerome Powell si no lo hace—, pero el banco central resiste. Bajar las tasas estimularía el consumo y la inversión, pero podría agravar la inflación. Sostenerlas, en cambio, enfría aún más la economía, encarece el crédito y frena la inversión privada. Cualquier movimiento implica costos.

Roberts lo resume así: la Reserva Federal no puede resolver esta crisis porque no es un problema de tasas, sino de estructura. Las grandes empresas siguen invirtiendo en sectores que no producen beneficios inmediatos, a la vez que la economía doméstica, dependiente del consumo y el endeudamiento, se ahoga.

Una economía que tambalea en el centro del sistema

La paradoja es que esta combinación de políticas no ocurre en un país cualquiera. Estados Unidos sigue siendo el núcleo del sistema financiero mundial. El dólar, más allá del declive imperial, funciona como moneda de reserva global, medio de pago en la mayoría del comercio internacional y unidad de referencia para los mercados de deuda, energía y alimentos. Cualquier sacudida en el centro tiene réplicas inmediatas en la periferia.

Cada vez que la Reserva Federal sube o baja su tasa de interés, las monedas y los precios internos de países enteros se ven afectados. La fragilidad de esta supuesta recuperación es profundamente desestabilizadora para el orden económico internacional.

Lo que Michael Roberts deja en evidencia no es solo el desgaste de una economía atrapada entre la especulación y el proteccionismo, sino el hecho de que Estados Unidos ha perdido la capacidad de liderar sin desestabilizar.

Desde su lugar central en el sistema financiero global, sus decisiones internas desordenadas y reactivas se irradian con fuerza hacia el resto del mundo, amplificadas por el peso estructural del dólar. Contaminan el entramado económico desde dentro, desestabilizándolo con cada movimiento.

En este contexto, los aranceles, la expansión desregulada del crédito y la ilusión tecnológica son reacciones desesperadas frente a un orden que se resquebraja desde su núcleo.

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