Los acontecimientos del 7 de octubre de 2023 se entienden mejor como un proyecto calculado de la resistencia palestina para hacer frente a las maquinaciones geopolíticas de sus adversarios regionales y mundiales, en un contexto de declive de la influencia estadounidense, ascenso de China y evolución de las alianzas en Asia Occidental.
La Operación Diluvio de Al-Aqsa, que conmocionó al mundo el 7 de octubre de hace un año, no fue un hecho aislado, fue la culminación de años de cambios geopolíticos, realineamientos de poder mundial y tensiones crecientes en toda Asia Occidental.
El hecho no solo fue un audaz movimiento de la resistencia palestina sino también una respuesta calculada a las alteraciones sísmicas que se estaban produciendo en la política internacional desde hacía años.
El núcleo de estos cambios fue la retirada estadounidense de Afganistán en 2021, que supuso un debilitamiento de la influencia que habían ejercido en la región. Tal decisión conmocionó a los aliados de Washington en el golfo Pérsico, especialmente a Arabia Saudita, que empezó a cuestionar la fiabilidad de la protección estadounidense.
La postura contraria de Estados Unidos en la guerra de Ucrania no hizo sino acentuar estas preocupaciones, lo que empujó a países del golfo Pérsico a explorar nuevas alianzas y acuerdos de seguridad. Una consecuencia notable fue la visita del presidente chino Xi Jinping a Riad en 2022, que dio lugar a acuerdos comerciales por valor de 30 mil millones de dólares y subrayó la nueva influencia de Beijing en la región.
Esta creciente presencia china y la cambiante dinámica regional allanaron el camino hacia el histórico acuerdo de normalización de marzo de 2023 entre Irán y Arabia Saudita, negociado en Beijing. Aunque este hecho enfrió algunas tensiones regionales, no resolvió por completo conflictos de larga data.
Por el contrario, reflejaba los esfuerzos de Asia Occidental por adaptarse a los cambios en el equilibrio de poder y prepararse para posibles nuevas alianzas que pudieran trascender rivalidades profundamente arraigadas. Las potencias regionales se estaban posicionando para hacer frente a la evolución del orden internacional, marcado por una creciente multipolaridad, desencadenada a su vez por la invasión ilegal de Irak por Estados Unidos hace dos décadas.
Guerra en Ucrania y realineamientos mundiales
La guerra en Ucrania, que estalló en febrero de 2022, causó conmoción más allá de Europa del Este. El hecho desencadenó crisis económicas, intensificó conflictos e incluso espoleó golpes militares en África. La ordenación geopolítica que siguió creó un notable alineamiento entre este y oeste, con Estados Unidos y sus aliados atlantistas a un lado y las potencias euroasiáticas y Rusia, apoyada por China, al otro. Pronto surgieron guerras de poder en puntos estratégicos de todo el planeta.
Para Rusia, la guerra fue vista como una defensa necesaria para su seguridad nacional, una reacción a la percepción de invasión occidental en su esfera de influencia. El Kremlin veía el conflicto en Ucrania no solo como una lucha territorial sino como una batalla más amplia por el control de los recursos, las rutas comerciales y las esferas de influencia en un mundo donde el dominio occidental de la ciencia, la tecnología y la industria había empezado a disminuir.
Esta guerra, a ojos de Moscú, formaba parte de una contienda más amplia para redibujar las fronteras del poder mundial.
El ascenso de China e India ha desplazado el peso industrial, económico y demográfico del mundo hacia Oriente. Esto ha intensificado la lucha por la influencia, con Rusia intentando reclamar su papel global desde Europa hasta Asia central. Mientras tanto, el "orden basado en normas" internacional liderado por Estados Unidos se ve sometido a presión a medida en que el gigante asiático intenta establecer su propio dominio económico y geopolítico.
Reactivar la causa palestina
La decisión de las fuerzas de resistencia palestinas de lanzar el Diluvio de Al-Aqsa el 7 de octubre de 2023 no se tomó al margen de estas corrientes mundiales.
Hamás y otras facciones palestinas reconocieron el momento estratégico: Estados Unidos estaba preocupado por sus enfrentamientos contra China y Rusia, según su estrategia de seguridad nacional, así como por susintentos de contener a Irán.
Una evaluación secreta de Hamás en Gaza, redactada tras el estallido del conflicto en Ucrania, señalaba un cambio global en las prioridades y vulnerabilidades, incluidas las divisiones dentro del propio Israel:
"La posibilidad de cambiar la posición y romper el ciclo de evasión y endurecimiento del asedio a los palestinos en Gaza, Cisjordania y Jerusalén por parte de un gobierno de extrema derecha fue anunciada en su programa y en las ideas de su presidente y sus ministros, basado en la idea de aumentar el Ministro de Asentamientos de Reemplazo y trabajar para acabar con la causa palestina con el fin de eliminar sus títulos vitales como la cuestión de los refugiados, el Estado, la independencia, Jerusalén como capital y la tierra como testigo del derecho palestino".
La evaluación concluyó que el clima mundial, junto con las luchas políticas internas israelíes, ofrecían una oportunidad excepcional para un golpe decisivo. Su gobierno de extrema derecha, dirigido por Benjamín Netanyahu y sus socios extremistas, había aplicado abiertamente políticas encaminadas a profundizar la ocupación, ampliar los asentamientos y marginar los derechos palestinos. Con las divisiones internas de Tel Aviv y la distracción de Occidente en Ucrania, el momento parecía propicio para un movimiento audaz que desafiara estas amenazas.
En el ámbito regional, Estados Unidos estaba trabajando para impulsar los Acuerdos de Abraham con la vista puesta en la negociación de un tratado de normalización entre Israel y Arabia Saudita. Este esfuerzo se consideraba crucial para formar un bloque árabe-israelí que pudiera ayudar a salvaguardar los intereses estadounidenses en Asia Occidental, en particular la seguridad de Israel.
Pero los palestinos veían estos esfuerzos de normalización como un grave peligro para sus aspiraciones nacionales. Temían que la implicación de Arabia Saudita sin asegurar concesiones significativas para la causa palestina diera luz verde a Israel para seguir adelante con su "solución final": aumentar los asentamientos judíos ilegales, estrechar el cerco a Gaza y borrar cualquier posibilidad de un Estado palestino, al tiempo que se judaizaba Jerusalén.
La resistencia creía que si Arabia Saudita continuaba por el camino de la normalización, otros países árabes y de mayoría musulmana podrían seguirla, aislando aun más la causa palestina. Ante una posible realidad geopolítica en la que la solidaridad árabe e islámica con Palestina se erosionaría, la resistencia vio la Operación Diluvio de Al-Aqsa como un último esfuerzo para cambiar la trayectoria.
Después del Diluvio
La respuesta de Israel al Diluvio de Al-Aqsa ha estado lejos de ser proporcionada. Lo que comenzó como una reacción a la operación de resistencia palestina se convirtió rápidamente en una campaña de limpieza étnica equiparable al genocidio y en una guerra regional más amplia, con agresiones devastadoras contra Gaza, Cisjordania, Líbano, Siria y Yemen.
Sin embargo, la brutal ofensiva militar de Israel parece servir a algo más que a los objetivos inmediatos de Tel Aviv. Encaja en la estrategia más amplia de Estados Unidos para asegurar sus intereses regionales y contrarrestar al mismo tiempo la creciente influencia de potencias como China, Rusia e Irán.
El foco israelí en destruir la resistencia palestina y desplazar a la población de Gaza se entrelaza con las ambiciones geopolíticas más amplias de Washington, que no tardaron en revelarse tras la matanza israelí de líderes de la resistencia libanesa en septiembre: la remodelación de Asia Occidental.
Era un plan que Tel Aviv había puesto en marcha mucho antes del 7 de octubre de 2023, cuando el primer ministro Benjamín Netanyahu subió al estrado de la Asamblea General de la ONU y mostró un mapa del "nuevo Medio Oriente" que imaginaba, uno que podría ponerse en marcha una vez que Washington le hubiera garantizado la normalización saudí-israelí.
A través de su representante en Tel Aviv, Estados Unidos pretende mantener el control sobre los recursos, las rutas comerciales y las alianzas de la región como parte de una estrategia más amplia para contrarrestar la influencia china y rusa. Este conflicto forma parte de una contienda más intensa por el dominio mundial, que se extiende desde Ucrania hasta el mar Rojo.
La respuesta internacional al sufrimiento en Gaza pone de manifiesto una flagrante contradicción. Mientras Estados Unidos y sus aliados afirman defender los valores liberales, los derechos humanos y la democracia, sus acciones a menudo cuentan una historia diferente. Durante el conflicto en Ucrania y el genocidio en Gaza, los Estados occidentales abandonaron muchos de los ideales que habían defendido durante largo tiempo en favor de fríos y duros intereses geopolíticos.
Una guerra más allá de Al-Aqsa
La actual guerra israelí contra Gaza, y ahora contra Líbano, no se debe solo a las consecuencias inmediatas de la operación de resistencia Diluvio de Al-Aqsa. Forma parte de un proyecto estadounidense más amplio para la región, que recuerda el llamado "Acuerdo del Siglo".
Esto es evidente en la escala de la agresión, que se extiende más allá de Gaza y otros puntos conflictivos. El objetivo final parece ser una transformación radical del orden geopolítico de la región, que garantice el control de los recursos, los puertos y las rutas comerciales, al tiempo que subyuga a las poblaciones para asegurar el dominio occidental.
Esta guerra va más allá de las fronteras o los territorios; se trata del control de la geografía económica mundial y de la influencia en un mundo donde el viejo orden está en tela de juicio. En esta gran lucha por la influencia, la gente sobre el terreno suele pagar el precio, ya sea en Ucrania, en Gaza o en cualquier otro lugar.
Los palestinos, enfrentados a una amenaza existencial, lanzaron el Diluvio de Al-Aqsa en un intento de cambiar el curso de la historia. Pero a medida que el conflicto se prolonga, ha quedado claro que los hechos forman parte de un juego de poder mundial mucho mayor, con consecuencias que se extenderán más allá de la región.
Ghassan Jawad es un escritor y comentarista político libanés que trabaja en el periodismo impreso, visual y sonoro desde 1996. Ha presentado numerosos programas de televisión y radio y publicado artículos políticos y literarios en periódicos locales como As-Safir, An-Nahar, Al-Kifah Al-Arabi y Al-Liwaa.
Este artículo fue escrito por Ghassan Jawad y publicado en inglés en The Cradle el 7 de octubre de 2024 y fue traducido para Misión Verdad por Spoiler.