Vie. 29 Marzo 2024 Actualizado ayer a las 6:48 pm

Trapos rojos, y el Esequibo

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De las tácticas de guerra de todos los tiempos, el trapo rojo debe ser de las más universales: lanzas una carnada o señuelo, un globo o señal llamativa, presunta o aparentemenre apetitosa, a ver si el rival comete el error de irse detrás de ella como el toro detrás del paño o coleto del color de la sangre.

Páez era un experto en trapos rojos; las hazañas de Las Queseras y Mucuritas fueron posibles porque los españoles se engolosinaron con las fintas y platos fáciles que les sirvieron los llaneros, antes de morir despedazados. Muy tarde era ya cuando se dieron cuenta de que habían sido seducidos por una manzana podrida, un falso culo de utilería, un lingote radiante y luminoso pero lleno de basura y cenizas.

El trapo rojo más evidente que está siendo utilizado en nuestra contra en los últimos tiempos es ese holograma, afiche o calcomanía disfrazada de seria amenaza, apellidada Guaidó. Estamos frente a frente los ejércitos comunicacionales y militares de Venezuela y Estados Unidos; el enemigo saca de pronto un trapo con la figura de un garabato, y le pone arriba: “Presidente de Venezuela”. Hemos sido cuidadosos y certeros al no lanzarnos ciega y locamente detrás de ese espejismo. El sujeto o equipo al frente del bando formal y oficial de la Revolución sabe que meter preso a ese vil muñeco no derivaría en ningún resultado firme o tan siquiera provechoso, así una multitud de nuestros soldados y combatientes mediáticos ande pidiendo a gritos que se agarre al bicho y se le encarcele, se le maltrate, se le aplique un sufrimiento proporcional a sus faltas.

El resultado del error de encarcelar o zarandear a ese trapo rojo sería una intervención directa que no tenemos manera de enfrentar sin sacrificar miles de vidas humanas. Y su encarcelamiento no detendría ninguna rapiña, ninguna actitud hostil, ninguna humillación. Porque Guaidó no toma decisiones, no gobierna, no moviliza pueblo ni soldados: metes preso al tipo y mañana Estados Unidos nombra a otro “presidente” o trapo rojo que le siga firmando el traspaso de bienes y activos. Otro firmante validaría el saqueo en curso. No es Guaidó: son sus jefes.


El trapo rojo de más reciente manufactura es un poco más complejo, más delicado y de difícil manipulación, porque involucra un asunto sensible llamado soberanía y otro mucho más sensible, llamado posibilidad real de cierre de la tenaza alrededor de Venezuela. Se llama territorio Esequibo.

La jugada o jugadas de este siglo en torno a ese gigantesco trapo rojo se resumen así: nos amenazan con oficializar o convertir en letra legal el despojo. Si reaccionamos con violencia, nos atacan desde ese y otros flancos y en tres días estamos derrocados, invadidos y de paso despojados también. Y si no reaccionamos, es posible que, efectivamente, los factores que claman por el derrocamiento del chavismo ya hayan sido instruidos para la entrega de esos territorios a las transnacionales del petróleo y la minería (que en el Esequibo hay más diamantes, oro y coltán que en toda Venezuela, y que el océano de petróleo en su jurisdicción es de los más notables del continente, es algo que saben muy bien los dueños del hemisferio).

Pero hay algo más, relacionado con la ciudadanía y los procesos geopolíticos, cuyo abordaje amerita un extra de sinceridad y serenidad. Van tres necesarios asteriscos antes de proceder a desglosar el ejercicio, que no es fácil, cómodo ni risueño.


Guyana administra política y económicamente todos los asuntos de ese territorio, que sigue en disputa por parte de Venezuela, ya que, en efecto, el Reino Unido lo despojó y manoseó sucesivamente durante los dos siglos pasados. Ahora que se ha descubierto el depósito de hidrocarburos en su mar territorial, entonces ya sabemos que Guyana podrá administrar en las formas y en el papel lo que sea, pero las decisiones sobre esos recursos están en manos de las hegemonías anglosajonas.

Pero se atraviesa lo otro, la parte doméstica, humana, y más sensorial del asunto.

La superficie del Esequibo mide dos terceras partes de todo ese país vecino que llaman Guyana. Si Venezuela un día reivindica por cualquier procedimiento de hecho y de derecho los procesos vitales de esa enorme franja de tierra, y le pone el nombre de algún prócer o personaje venezolano, los habitantes del Esequibo seguramente tendrán algo que decir al respecto. Porque en el Esequibo no solo hay minerales: allí vive gente, y es probable que esa gente no sepa ni le interese quiénes fueron Bolívar, Sucre, El Carrao de Palmarito o el grupo Madera. Ningún elemento cultural o histórico (ni el idioma, ni la música, ni el reconocimiento de las gentes) obliga a los habitantes del Esequibo a profesarnos algún tipo de afecto o preferencias.

Los alegatos jurídicos que dicen que el Esequibo es venezolano son sólidos e irrebatibles, pero si el procedimiento de anexión del Esequibo a Venezuela pasa por un referendo entre sus habitantes probablemente no lo ganaremos. Nada o casi nada parece indicar que en el Esequibo la gente se muere de ganas de ser invadida por Venezuela y convertida en connacionales nuestros.

En un punto fronterizo entre Venezuela y el Esequibo existe un pueblo que más de 90 por ciento de los venezolanos jamás ha oído nombrar: San Martín de Turumbang. Es el único pueblo de Venezuela donde sus habitantes hablan indistintamente español e inglés. Su población es tan volátil, flotante e inestable que unas veces registra 800 habitantes y meses después ya tiene 2.400: la alquimia de la minería en los movimientos demográficos.

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Hoy está dominado por bandas criminales y mafias de la gasolina, el oro y los minerales. Cuando el Gobierno de Venezuela ha entrado a poner orden la situación se torna hedionda a masacre, porque es imposible desconectar el elemento criminal del tejido social, así que allí, en territorio que todavía puede llamarse venezolano, la soberanía no se puede ejercer por las buenas. Tampoco por las malas.

En 1969, San Martín fue el foco de una rebelión indígena que quiso proclamar la independencia de ese territorio y su anexión a Venezuela, y el resultado fue que, de la plomamentazón, todos los pueblos indígenas considerados venezolanos debieron moverse al oeste (para acá) y olvidarse de ir a armar zaperocos independentistas del lado de allá, zape gato.

Así de envenenado es el inmenso trapo rojo que comienza allí mismito, donde el estado Bolívar se transfigura en país fantasma y desconocido. Diga cuál es el plato típico, la música que allí se escucha, el nombre de la prenda de vestir que manufacturan sus mujeres esclavizadas. Exacto: nada o muy poco sabemos del Esequibo. Pero nos gusta decir que “es nuestro”. Y tal vez debamos seguir haciéndolo; tampoco será así de fácil como se lo entregaremos a las multinacionales de la minería y el combustible fósil.

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Desde esas amargas evidencias deberíamos partir antes de seguir llenando las redes sociales de consignas y de exigencias al gobierno para que embista ese mollejón de trapo rojo y le declare la guerra al mundo occidental. Apropiarnos de tierras y de la vida de personas es una tarea imperial que tal vez muy poca gente nos aplauda (y dejar que la invada el enemigo no lo aplaudiremos nosotros).

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<