Al endurecer sus formas de asedio a Venezuela, el gobierno estadounidense comenzó a instrumentar de manera abierta una política de aislamiento de la nación petrolera que ha evolucionado al vigente y sórdido bloqueo político y económico.
Emprendieron una hoja de ruta de medidas coercitivas unilaterales que han dado cuerpo “legal” a la conjura política que había precedido al asedio estadounidense contra Venezuela.
Los propósitos esenciales de ello siempre fueron degradar las relaciones internacionales de Venezuela, quebrarla como factor de recomposición del mercado energético internacional, detener su influencia regional y contener el auge de las fuerzas de izquierda en el continente.
La creación de una crisis de espectro total en el país, mediante un gobierno paralelo, el bloqueo, la promoción de la sedición interna y azuzar la guerra mercenaria, han sido de hecho factores que han dividido a la política en el Hemisferio Occidental de manera maniquea: o se está a favor o se está en contra del gobierno venezolano.
Las circunstancias que convirtieron a Venezuela en un nudo crítico, aceleraron la destrucción de la institucionalidad continental.
La desgastada Organización de Estados Americanos (OEA), la disolución de hecho de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) y el auge del “Grupo de Lima” como instancia sin formulación institucional, pero sí como foro para azuzar el desmantelamiento de Venezuela, son signos inequívocos de una ruptura de las relaciones internacionales desde y más allá de Caracas.
Las otrora relaciones de Venezuela con la Unión Europea (UE) que hoy están caldeadas, luego de las hostilidades del viejo continente en apego a la agenda de Washington, han acelerado el quiebre diplomático y de toda sobriedad institucional.
En resumen, el cuadro resultante de esta destrucción articulada y acompasada de este marco de relaciones políticas como las conocíamos, ha obligado a la nación caribeña a rediseñar su esquema de política exterior, eso sí, sobre bases sólidas de un esquema diplomático muy dinámico construido en los años de chavismo que han precedido al bloqueo.
El nuevo multilateralismo frente a la pandemia, la guerra y el bloqueo
Los tiempos en que pese a las diferencias con Washington, Venezuela vendía crudo a EEUU, terminaron. Los tiempos en que Venezuela tenía una relación constructiva con la UE se han ido al traste. Los tiempos en que pese a la atomización política y de intereses regionales Venezuela mantenía relaciones con ciertos países vecinos, han finalizado. Es indecible hablar de una parálisis perpetua en estas sinergias diplomáticas, pero el cuadro momentáneo es este y los tiempos políticos no esperan, siguen fluyendo.
De ahí que la nación bolivariana ha tenido que reperfilar su marco de relaciones afianzando alianzas estratégicas de reciente data. Como sabemos, Rusia, China, Irán y sus aliados en la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA-TCP), especialmente Cuba y Nicaragua, han sido factores denominadores de un nuevo multilateralismo.
Venezuela transita hoy los tiempos más duros en los que ha tenido que instrumentar como nunca antes sus nuevas alianzas y el multilateralismo que ha tenido que construir a medida de las circunstancias.
En los años en que el bloqueo estadounidense se ha acentuado con más fuerza, precisamente este 2020 en que Washington decidió aplicar “máxima presión” para hacer caer al país de cara a las presidenciales estadounidenses, sobrevino la pandemia Covid-19 decantándose en una crisis sanitaria global, que en Venezuela ha tenido el ingrediente adicional del ruido de los tambores de la guerra.
Hay unos hitos indispensables que necesariamente se deben mencionar en el marco de la coyuntura venezolana del momento.
Las colaboraciones de China y Rusia con ingentes dotaciones médicas en ruptura al bloqueo, tanto así como el apoyo de Cuba, han dado al traste con las posibilidades de una pretendida y fabricada “crisis humanitaria” en el país.
La llegada de buques iraníes con gasolina y aditivos para la refinación en el país, así como la llegada de equipamiento tecnológico para las refinerías venezolanas, está ayudando a dar al traste con una crisis energética y caos interno hechos a la medida del bloqueo. Todo en abierto desafío y ruptura abierta al cerco naval y en las narices de barcos militares estadounidenses.
El ALBA-TCP se ha reunido por vía remota, incluso con el acompañamiento de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), para repensar la economía subregional en tiempos de pandemia, tal como no lo ha hecho hoy ninguna instancia de la degradada institucionalidad continental. El objeto es fortalecer la cooperación, relanzar las agendas sociales y formular un espacio de aseguramiento político, económico y sanitario.
La amenaza de desatar una guerra mercenaria en Venezuela, tal como ocurrió con la fallida Operación Gedeón, ha resignificado la posición de Venezuela como nudo en la seguridad estratégica en este lado del mundo.
Las posibilidades cada vez más reales de un conflicto, pusieron a Venezuela nuevamente en el Consejo de Seguridad de la ONU subrayando los puntos de alerta. El rol de Rusia y otros aliados frente a estas pretendidas arremetidas han sido claves para formular la necesidad de romper los cada vez más frágiles “consensos” alrededor del bloqueo y la construcción de una guerra en Venezuela.
En otras palabras, tiempos tan adversos han acelerado que las relaciones venezolanas y la propia situación del país adquieran un nuevo dinamismo y los vínculos se profundicen de maneras inéditas con actores que eran impensables hace más de dos décadas.
Factores característicos de este momento son la pertinencia, el pragmatismo, la oportunidad, el ordenamiento de prioridades y el alineamiento de enfoques. Superar la pandemia, sedimentar y romper el bloqueo, asegurar el territorio, soportar las embestidas del aislamiento político y calibrar los cambios de tiempos en las relaciones internacionales, son los componentes de la política venezolana que hoy están rediseñados para sus adentros y para su frente externo.
Venezuela en “El Eje del Mal”
Cuando EEUU ingresó plenamente a Venezuela en lo que llaman “Eje del Mal”, las gravitaciones para la nación petrolera cambiaron tan drásticamente que la convirtieron en el nudo más incómodo de la política internacional en Occidente en era reciente.
Una nación rica en crudo, una factoría petrolera históricamente relacionada a EEUU, el país epicentro de choque entre los intereses de las hegemonías tradicionales versus los países emergentes, vértice de la nueva izquierda regional, el país con las relaciones más dinámicas con Eurasia y sus centros de poder, la nación que supo construir una alianza antihegemónica en el continente americano, en definitiva, Venezuela es todas esas contradicciones.
Ello ha significado la contundencia con la que el gobierno estadounidense ha implementado su esquema de desmantelamiento del país. Con las diferencias que aplican al caso, Venezuela es en términos políticos una Siria, un Levante, anclada en Occidente. Es un paso estratégico, una zona en disputa, una bifurcación ineludible.
Mucho se ha dicho, pero reafirmarlo no desgasta el concepto. Si cae Venezuela, tendrá lugar una pérdida sustancial del equilibrio y los necesarios contrapesos que el mundo necesita, no solo en materia energética, también es así en materia política. La hecatombe de un mundo convulso, con vigente crisis sanitaria, gran depresión en ciernes y luego la gran crisis socioambiental que nos aguarda, serán espasmos que demandarán una recomposición de las relaciones de fuerza del mundo y no la regresión a las viejas gravitaciones que Occidente impuso a su favor.
Sin ánimos de exagerar, América Latina necesita a Venezuela y al ALBA-TCP como bastiones contrahegemónicos y modelo viable de relaciones políticas y económicas alternativas al neoliberalismo en el continente. Los países emergentes necesitan acceder a la energía que Venezuela puede proveer. China y Rusia necesitan seguir desarrollando su influencia en este hemisferio para facilitar su posición como figuras de potencia en contrapeso a EEUU y esto va en las esferas comerciales, energéticas y militares.
El mundo en disputa tiene hoy la encrucijada de las viejas asimetrías y el nuevo marco de realidades multicéntricas. Y todos estos caminos, parafraseando aquella vieja frase, “conducen a Venezuela”.