Registro de las nuevas pruebas de las últimas horas
En las últimas horas, el estado venezolano ha anunciado nuevas capturas en el marco de la fallida “Operación Gedeón”.
Grupos de mercenarios en el estado Zulia, en la localidad costera de Puerto Maya y en la carretera El Junquito-Carayaca, han sido neutralizados por las fuerzas de seguridad como parte de la “Operación Negro Primero Aplastamiento del Enemigo”, activada por la FANB en unidad cívico-militar para resguardar la soberanía nacional en estos momentos de alerta.
En total, 23 implicados en la expedición armada por las costas marítima fallida ya se han puesto a la orden de la justicia venezolana en total, según lo indicado por el ministro de Comunicación Jorge Rodríguez.
Entre las capturas destacan Luke Denman y Airan Berry, dos ex militares estadounidenses contratados por Juan Guaidó y Estados Unidos a través de la empresa de mercenarios Silvercorp para llevar a cabo un golpe de estado de Venezuela.
La confesión de Denman el 6 de mayo, y la de Berry hace pocas horas, revelan que la intención de la incursión mercenaria por La Guaira era capturar y asesinar al presidente venezolano Nicolás Maduro.
Los objetivos políticos y militares generales de la operación eran la sede de la presidencia de la República Bolivariana (Miraflores), el servicio de inteligencia SEBIN y el aeropuerto de Maiquetía en La Guaira.
El plan era sencillo en el papel: controlar militarmente el aeropuerto (por eso intentaron desembarcar por Macuto, a unos pocos kilómetros), secuestrar a Maduro en una unidad comando fuertemente armada dirigida por alias “Pantera” y Antonio Sequea y luego montar al mandatario venezolano en un avión con destino a Estados Unidos o darle muerte al atraparlo.
Berry confirma que el avión vendría de Estados Unidos y que controlar Maiquetía era clave, al igual que lo hizo ver Denman en su testimonio. Para ello, las camionetas artilladas, el armamento pesado y la logística de combate que no logró desembarcar en Macuto, en teoría permitirían un avance rápido y sorpresivo hacia Miraflores, garantizando el retorno a La Guaira.
Mientras los mercenarios desvelaban la gravedad de los objetivos, el asesor de Juan Guaidó, el colombiano J.J. Rendón vinculado a una trama del narcotráfico hace algunos años, confirmaba la veracidad del contrato suscrito con Silvercorp.
En Estados Unidos, algunos senadores demócratas han solicitado a la Administración Trump que revele la información que tenía sobre este fallido golpe de estado, en franca violación a la legislación que regula el estado de guerra y que la controla el Congreso en ambas cámaras.
Las pruebas irrefutables sobre la participación de Guaidó y Washington se aglomeran dándole forma a todas las piezas de la operación con un nivel de nitidez cada vez mayor.
Algunas ideas también encallaron
Si bien la agresión frustrada no logró sus objetivos, el acto en sí ha venido a demostrar las fallas de determinadas premisas y tesis políticas que se disputan la orientación ideológica del país.
No solo encalló en las costas venezolanas una incursión mercenaria impulsada por Estados Unidos, sino que también lo hizo un conjunto diverso (aunque solo en apariencia) de corrientes políticas que han posicionado sus hipótesis como la única medida de la realidad concreta.
La operación transcurrió en un clima de debate político marcado por los extremos ideológicos, por la desorientación intelectual, y vino a demostrar una nueva fractura de las tesis políticas del momento.
Existe un consenso común sobre el impulso dado por Estados Unidos a la operación del magnicidio, pero las ideas que podrían explicar las razones de su fracaso poco pueden aportarnos para dibujar un relato coherente sobre la situación política.
Con los eventos de Macuto, las ideas construidas para dar respuesta a la complicada resolución del conflicto venezolano han fracasado.
La teoría del “quiebre” marca María Corina Machado
La abanderada del sector de la ultraderecha venezolana ha sostenido, durante los últimos años, que las iniciativas de diálogo impulsado por el chavismo y sectores moderados de la oposición representan una pérdida de tiempo.
Ese discurso, aunque no tiene en ella su copyright, ha dado forma al esquema de pensamiento de promotores del golpe de estado como Luis Almagro, Marco Rubio y el mismo Juan Guaidó.
Esta corriente que vincula a elementos mayameros, del fascismo criollo y españolista (el caso de VOX) y de la propia Casa Blanca, tiene una presencia política, organizativa y electoral bastante limitada en el territorio venezolano.
Su aparato político cubre solo algunas zonas encolerizadas del país, lo que ha quedado demostrado en la escasa representación parlamentaria conseguida en las últimas elecciones de 2015.
Por esta debilidad se han valido de medios de comunicación como PanAm Post, de intelectuales de extrema de derecha, de algunos think-tanks y de influencers en las redes sociales para expandir su mensaje e incidir en la opinión pública.
Sus alterados portavoces sostienen que el conflicto ya no es político, sino de “seguridad”; es decir, se debe resolver con plomo y no con diálogo.
Son víctimas de una trama delirante donde rusos, militantes de Hezbolá y delegados misteriosos del Partido Comunista de China conspiran a oscuras para mantener a Venezuela sometida como si fuese una colonia tropical.
Proponen como fórmula de “resolución” al conflicto la combinación de una “amenaza creíble” con una intervención quirúrgica para acabar con el “régimen de Maduro”. Han propagado la idea de que si Washington enseña sus atributos de fuerza, eso sería suficiente para que el chavismo caiga.
En los últimos días, el planteamiento de esta fórmula se ha cumplido parcialmente con la expedición por Macuto, demostrando su falla de origen. Ha quedado expuesta la falsa creencia de que la fuerza bruta es suficiente para derrocar al gobierno venezolano.
Y es que ha ocurrido todo lo contrario a lo teorizado: ante la agresión militar comandada por Silvercorp, el chavismo ha fortalecido el consenso generalizado de defensa y dignidad nacional, reduciendo el espacio político y narrativo de la premisa del “quiebre” por la vía armada.
La hipótesis de la “traición al legado de Chávez”
En la acera de enfrente, y representando también una minoría en términos políticos y electorales, algunos sectores iracundos de la “izquierda” venezolana han desplegado la narrativa de que Maduro ha “entregado” el legado de Chávez, en el marco de una conspiración con tendencias reformistas y empresariales que han demolido las conquistas del proceso chavista.
Se hacen llamar el “chavismo crítico”.
Según su perspectiva, apoyada en un rosario de complejos, afirmaciones confusas y escasos datos de la realidad material, Maduro estaría encabezando una “traición” a gran escala con el objetivo de entregar el país a capitalistas, burócratas y terratenientes.
Esta premisa no se detiene a reflexionar el complejo panorama presupuestario de la República a raíz del bloqueo económico de Washington y el secuestro de los activos nacionales que han impedido al país recuperar su economía y atender la pandemia de Covid-19.
Para ellos, este terrible cuadro material en que se encuentra el país se ubicaría en un segundo plano, ya que lo fundamental es que Maduro, y el gobierno venezolano en general, parecen haber decidido que esta es la situación que más nos conviene, como si nuestra realidad concreta fuese el subproducto de una maniobra cargada de maldad y sadismo.
Pero si esta teoría fuese cierta, lo más lógico sería que Washington y el ala armada del antichavismo suspendieran sus permanentes intentos de derrocar al gobierno venezolano, ahora recientemente con una intervención armada.
Al fin y al cabo, si Maduro está día a día entregándoles el país a sus enemigos, lo que se podría esperar es que Estados Unidos y hasta el mismo Guaidó, sus enemigos principales, celebraran las acciones del mandatario o lo vieran con buenos ojos.
Y es que resulta paradójico y confuso. A medida que aumenta la “entrega del legado”, a mayor conspiración para acabar con la Revolución “desde adentro”, los intentos de golpe sanguinario por impulso de Washington van escalando en peligrosidad.
¿No debería ser al revés? Es decir, ¿la “traición al legado” no debería suponer la satisfacción de Guaidó y la Casa Blanca? ¿Por qué estarían interesados en derrocar un gobierno neoliberal y ultracapitalista que, según ellos, por decisión propia, mantiene a la población subsistiendo con un sueldo de 4 dólares? ¿Por qué querrían acabar a la fuerza con un gobierno que comparte sus intereses?
Una premisa que no tiene coherencia ni sentido.
La incursión armada por La Guaira vino a demostrar que la tesis política de la “traición” de Maduro parte de una base ideológica y material errada, pues anula un factor clave: el derrocamiento a la fuerza de Maduro implica tumbar al chavismo y la nación venezolana.
Se resisten a entender algo tan evidente.
La premisa de “los dos bandos”
Salvo los delirios ideológicos que a modo de matices agregan ambos extremos, se ha abierto paso una idea de que el conflicto en Venezuela es una especie de batallita entre dos sectores políticos. Se simula un ring donde se nos quiere hacer creer que es una pelea a 12 asaltos entre Maduro y Guaidó.
Ver la situación como un conflicto “ente los políticos” despegados de la realidad parte del pensamiento neoliberal y tecnocrático que se impuso hace varias décadas para legitimar el papel de los empresarios y yuppies financieros al frente de los asuntos del gobierno, el estado y la sociedad.
Esta apreciación ha permeado en buena medida nuestra psicología colectiva, nuestro lenguaje político como sociedad, dejando como resultado una visión parcial y engañosa donde “ambos sectores” representan “lo mismo”.
Visto así, todos los políticos serían malas personas que persiguen beneficios particulares, por lo que resultaría mejor colocar a expertos, banqueros y tecnócratas en los puntos de dirección de la sociedad.
Como resultado, la economía neoliberal ha triturado la política. El único filtro para darle sentido a nuestra realidad viene de los números, de las cifras y de los parámetros inventados por el capitalismo.
El fallido plan de magnicidio hizo ver que Venezuela no es un país de espectadores frente a una pelea desgastante entre “dos bandos”.
Lo confirma que la alerta ante la amenaza de intervención generó una enorme movilización social en todas las capas de la sociedad, incluyendo militares, policías y población en general organizada bajo la milicia.
Se demostró, nuevamente, la capacidad organizativa del chavismo desde abajo pero también cómo sus instrumentos de organización social son los únicos con los que cuenta el país para defenderse ante el recrudecimiento de la guerra.
En cuestión de pocas horas, la batallita entre “políticos” desapareció del panorama e hizo visible que la República Bolivariana y la dignidad nacional es mantenida por cientos de miles de brazos que, organizadamente bajo un plan de defensa territorial, gestionan en gran parte de la geografía nacional las tensiones económicas y sociales que nos presenta este momento.
Ninguna de las tesis políticas que intentan explicar la realidad venezolana puede ofrecer una opinión coherente sobre las razones que han impedido que la República Bolivariana se desmorone ante el escalamiento de las agresiones.
Parecen estar ciegos ante la realidad que tienen al frente: el chavismo no ha caído porque hay cientos de miles de ellos trabajando en el anonimato para que eso no ocurra.
Como balance político, el fracaso de la “Operación Gedeón” nos ha dejado a una coalición de tendencias antichavistas que han tenido que recurrir a la contratación de mercenarios a falta de una estrategia política basada en la organización social y territorial de sus militantes.
También ha visibilizado que el chavismo no es únicamente el gobierno constitucional de Venezuela, sino una fuerza política y territorial organizada, que trabaja sobre metas concretas y específicas y que responde a un objetivo común general que incorpora a millones de personas impulsando su movilización en momentos de alto peligro.
Por esa razón, el objetivo de la operación era quirúrgico: capturar y asesinar al Presidente venezolano como un atajo para acabar con el chavismo. El problema es que no calculan ni tienen una estrategia para manejar el día después, y el chavismo sí.
Años preparándote para lo peor es una ventaja organizativa y una tesis política efectiva para dar respuestas a una realidad marcada por el conflicto. Esa tesis es la única que puede organizar nuestras ideas en un momento tan complicado como este.