Jue. 28 Marzo 2024 Actualizado 5:20 pm

La historia de ese Estado llamado “Don Luis” y el país sobre sus hombros

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En estos tiempos venezolanos de bloqueo y pandemia están sobre el tapete las duras condiciones en que la población ha tenido que atrincherarse en cuarentena. Vienen a este punto temas como el acceso a la gasolina y el suministro de servicio eléctrico en buena parte del país.

Son el temario de comidilla política hoy, son exactamente un árbol caído con el que tantos quieren hacer leña, a veces haciendo omisión al largo devenir venezolano y los eventos que nos pusieron en este punto. Una nueva trivialidad, en la que todos nos acordamos del gobierno (ahorita sí), pero que concurre en una época muy compleja.

Irremediablemente pienso en las refinerías venezolanas, cuyo equipamiento es totalmente estadounidense. Pienso también en el Sistema Guri, en sequía otra vez, pero compuesto por un equipamiento de turbinas y mega transformadores en su patio de distribución que también son tecnologías estadounidenses y europeas.

Pero pienso también en el asunto de fondo, en la situación histórica del Estado rentista paternal. Esa subjetividad que nos une, como si fuéramos una familia (a veces disfuncional). Pienso en lo que se hizo, en lo que no se hizo. Pienso en el bloqueo.

¿Cómo hacer un argumentario sobre eso? ¿Cómo explicar lo que sucede y que parezca didáctico? Me pregunto con el ánimo de escribir una opinión muy honesta y tal vez un poco fuera de mi estilo habitual. Quizá la mejor manera es un relato, una historia de un Estado rentista petrolero venezolano llamado “Don Luis”. Permítanme.

Los últimos años mozos de Don Luis

Don Luis es fabricante de zapatos y tiene una tienda de zapatos. Heredó un negocio familiar. Tiene una fábrica que durante años le ha servido para sostener su gran familia. Es una historia de bonanzas y crisis, en la que en los últimos 20 años se ha visto de todo.

Hace apenas unos años Don Luis equipó su casa, le hizo remodelaciones y ampliaciones, hizo obras, compró bienes y hasta hizo fiestas tirando la casa por la ventana. Sus hijos se iban con dólares al extranjero, les dio salud y educación a sus hijos y hasta se dio el lujo de financiar a un hijo tracalero que es “empresario”, el cual recibía mesadas en dólares pero además lo robaba. Un hijo disfuncional, hay que decirlo.

Eran tiempos en los que los zapatos se estaban vendiendo bastante y a alto precio. Don Luis tenía maquinaria comprada en otro país y su negocio estaba generando ingresos para su familia y sus trabajadores. La prosperidad era tal, que algunos de los trabajadores de la modesta fábrica se daban el lujo de robar la tienda, sacando lo que podían, unos más y otros menos.

Durante esos años Don Luis sufrió el “Síndrome de los 50”, le llaman. Esa época en la que a los hombres maduros les da por creerse jóvenes y andar de imprudentes y hasta se ponen una franelitas chupi-chupi. A él le dio por irse a veces a gastar en cosas innecesarias y hasta una vez, andando prendido, se cayó de una moto y anduvo fracturado.

Pero Don Luis nunca fallaba en sus obligaciones. A veces renqueando, a veces con dolores, pero nunca dejó de responderle a su familia. Pese a desvaríos de la bonanza, siempre mantuvo la claridad sobre los deberes y las prioridades. Su prosperidad reciente estuvo siempre sobre las prioridades, administrando la casa, el negocio y los compromisos.

Cuando vino la crisis

A Don Luis, el hijo empresario lo robó durante años. Algunos empleados de Don Luis se prestaron. El hijo empresario se alió con otro hijo zagaletón, uno que solo se dedicaba a quejarse y conspirar, para ponerse ambos a cargo de la zapatería. Como es típico de la mentalidades de nuevos ricos, cuando vieron que el negocio iba bien, a pesar de lo bien que estaban todos, estos querían más. Querían cogerse todo el negocio para ellos para desheredar a los hijos más pendejos y más vulnerables.

El hijo empresario y el otro zagaletón decidieron que el negocio había que quebrarlo para que se los entregaran, le hicieron una guerra interna. Luego cayó el precio de los zapatos. En cuestión de tres años aquel negocio y aquella familia se volvieron un desastre. Pero lo más triste del asunto era que los hijos tramperos de Don Luis en realidad querían convertir la zapatería del papá en una sucursal de una cadena de zapaterías más grande, que tenía sucursales en todos lados, la marca U.S.A.

La cadena de zapatos U.S.A. había cooptado a los hijos de Don Luis y estos accedieron a cambio de promesas y privilegios. La orden era tomar el control de la zapatería, de la casa, embargar a Don Luis como fuere. Y así culminaron los últimos años de bonanza de Don Luis. Comenzaron a pasar penurias, el desmadre económico se hizo evidente, faltó comida en la alacena, todo se volvió especulación monetaria y a Don Luis algunos hijos se le fueron de la casa.

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Don Luis ya no podría vender zapatos

La cadena de zapatos U.S.A., dueña de muchos negocios en el ramo, decidió que los hijos inútiles de Don Luis no servían para la labor encomendada. Así que ellos se metieron de lleno en el asunto. Desde hacía años ya habían hablado con proveedores para que no le vendieran materiales ni repuestos a Don Luis. Pero ahora formalizaron la cosa.

Desde ese momento, Don Luis ya no podía vender zapatos, no podía comprar materia prima, no podría comprar repuestos para su maquinaria. Para los autores de esto, daba lo mismo que la familia de Don Luis la pasara mal. A Don Luis le enviaron un mensaje claro: “Entréganos el negocio, entréganos la casa. Esa zapatería va a poder vender zapatos, cuando pase a nuestra franquicia, cuando nosotros pongamos a alguien que administre a beneficio nuestro”. Así de sencillo. Así se lo dijeron.

Evidentemente, Don Luis no se iba a quedar de brazos cruzados. Desde entonces, vende a duras penas zapatos a escondidas, hace mil maromas para comprar casi en condiciones de piratería algunas cosas que necesita para trabajar, para llevar cajas de comida para su casa, para comprar un repuestico para una máquina, para comprar insumos, para vender, sino zapatos, suelas sueltas, plantillas, trenzas, algo que le pueda generar un mínimo de ingresos.

Don Luis incluso tuvo que meterse en el patio de su casa, cortar algunas matas y ponerse a sembrar yuca para venderla. Hasta le prohibieron vender yuca, ordenaron a todos los verduleros a que nadie se la comprara.

Él tenía unos ahorros en la caja de ahorros del pueblo y hasta esos reales se los congelaron. Lo vetaron para que nadie le prestara. La idea era dejarlo sin liquidez para reinvertir en la fábrica, para la familia, etc.

Total que al día de hoy, ni el del abasto, ni el vecino tracalero de al lado (que por cierto es jíbaro), ni el proveedor de materiales de zapatería, le pueden comprar o vender a Don Luis. Solo unos comerciantes amigos que están al otro lado del pueblo, uno chino y otro musiú, son los únicos que negocian con Don Luis y lo hacen bajo grandes presiones de los sicarios económicos estos.

Ni pensemos en lo difícil que la está pasando la familia de Don Luis. Algunos hijos ingenuamente creen que si entregan el negocio y la casa, esos bienes van a seguir siendo de la familia y que van a estar mejor. Otros no son pendejos y entienden el asunto. Perder el negocio y perder la casa es perderlo todo, y luego no habría nada que buscar. Los primeros quieren entregarse. Los segundos no están dispuestos.

La maquinaria de la zapatería

La zapatería de Don Luis está sufriendo los estragos de años de un bloqueo no declarado, y de años de bloqueo dicho por la calle del medio. Resulta que los fabricantes de la maquinaria, de los repuestos y de los insumos trabajan casi todos para la cadena U.S.A. Otros fabricantes, por orden de estos sicarios, tampoco pueden venderle nada.

Es por eso que a Don Luis le ha tocado arreglar cosas él mismo, le ha tocado llevar rodamientos al tornero a ver si salva la pieza, le ha tocado adaptar correas multiuso de carros para adaptarlas a las máquinas. Le ha tocado meterle al electricista y al mecánico.

Él mete repuestos y repara como puede, comprando algo por aquí, arreglando otro por allá. Pero son repuestos que quedan obsoletos a los tres o seis meses, que quedan inservibles al año, que no aguantan la pela. Entonces a Don Luis a veces le toca parar la máquina, hasta refaccionar y luego retomar la producción a duras penas. Las máquinas se han vuelto unas trojas, están como decimos aquí, “engalladas”.

Don Luis no puede ir a comprar los repuestos que necesita. No solo porque es un lío que se los vendan, es que además, sin poder vender zapatos o yuca, tampoco tiene ingresos suficientes para eso, lo prioritario es la comida de la casa y los servicios a duras penas.

Él y su familia tenían un pequeño negocio, una pequeña sucursal, por allá por las avenidas Houston e Illinois, pero se las robaron los de U.S.A. Esa sucursal servía para comprar repuestos e insumos, porque tenía otras facilidades, pero desde que se las quitaron entonces la cosa se complicó más. Por cierto, que un hijo de Don Luis, un zagaletón, se prestó para eso. En fin.

A Don Luis le ha tocado apoyarse en sus amigos comerciantes, que le ofrecen bienes y equipos para algunas cosas de su casa, pero no tienen todo lo que él necesita, porque sus maquinarias dependen de partes y piezas que solo tienen los que no le quieren vender.

La consecuencia es evidente: el negocio mengua y en la casa se quedan sin luz y sin mover los carros, andan trasteando, un rato bien, un rato mal.

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¿Y si se hubiera hecho esto? ¿Y si se hubiera hecho lo otro?

Don Luis es el padre que siempre tuvo, y hasta tuvo de sobra, pero ya nadie se acuerda de eso. Ahorita es el padre al que todos le extienden la mano y le exigen, desde los hijos que verdaderamente necesitan hasta los ingratos. No faltan incluso los críticos de lado y lado, los expertos de “lo que hubiera sido mejor”. Está bien. Nunca falta quién salga con eso. Pero veamos el asunto a cuadro cerrado.

“Que hubo empleados y administradores que se robaron plata”, es cierto. Pero Don Luis recibió un negocio de su abuelo Rómulo, que era prácticamente una franquicia de U.S.A. Un negocio que ya era disfuncional, que estaba quebrado, que estaba endeudado, una fábrica que ya estaba con máquinas averiadas, un negocio en el que la prole de empleados y administradores eran bien tracaleros. Don Luis ha sido el único que ha metido presos a varios y otros hasta que se han ido del pueblo y ahora trabajan para U.S.A.

“Que no manejó bien el negocio”. Don Luis no es un administrador perfecto pero por el contrario ha sido el dueño en el que más se le vio el queso a la tostada y con el cual esa familia se acomodó de maneras en que nunca lo había estado. Ahorita nadie se acuerda de eso pero fue el que llevó a la zapatería a nuevos niveles de prosperidad y más importante aún, a la familia. Pagó las deudas y acomodó a casi todos.

“Que no se ahorró lo suficiente”. Sí es cierto, pero tampoco. Don Luis ahorró, ahorró suficiente, pero los hijos pedigüeños botaratas, los empleados choros, las necesidades del día a día, atender a los hijos pequeños, atender los gastos imprevistos, atender los líos que le genera el bloqueo y poner curitas a la fábrica y a la casa, hicieron que poco a poco él tuviera que sacarle al cochinito hasta que quedó mamando y loco.

“Que si él hubiera repotenciado las máquinas, la fábrica no estuviera en ese estado”. Falso. Decir eso es no entender el negocio. Es creer que tienes una máquina nueva y más nunca tienes que meterle mano, típico de ricos cuando compran carro nuevo. Eso es no conocer el negocio de la familia ni tener idea de cómo se maneja. Si en los años mozos Don Luis hubiera remodelado todo el taller, al día de hoy estaría pasando roncha igualito o casi, porque igualito habría requerido cambio de repuestos a los tres o seis meses, cambio de partes e insumos, que no le están vendiendo. La situación sería casi la misma.

Lo que queda para el viejo

Explicado esto, ese Estado rentista petrolero llamado “Don Luis” y la nación sobre sus hombros tienen hoy una complicada foto de familia. Don Luis es un viejo caduco, pero ahora se resignó a dejar de ejercer su figura paternal como siempre lo hacía, para arremangarse en una guerra que le impusieron. Lo ha dicho muchas veces, “estamos en guerra”, pero no siempre todos lo entendemos así. No es fácil.

Estos matones que lo bloquean, quieren invadirlo, quieren meterse en su casa, amenazan, azuzan, arremeten, vienen contra nosotros. Para el viejo sería mucho más fácil entregarse y entregarnos. Pero aquí cabe una pregunta indispensable: ¿Cuál es el precio de la dignidad? ¿Qué queda para nosotros luego de venderla?

Ese viejo cansado, que se parece a esos robles que llamamos “padres”, todavía comanda, todavía define, aunque lo critiquen de lado y lado. Tiene una responsabilidad más pesada aún, que va más allá de su casa y a la que tiene que responder frente a todas las críticas. El hombre se les paró de frente a los matones y ha dicho que no va a ceder. Ha dado todas las señales de que no va a entregarse.

Sin él no hay negocio, sin él no hay casa, y más importante aún, sin él no hay familia. Su apellido es Venezuela, no se los había dicho. Tiene un nombre completo que defender. No va a entregar lo que tiene, no va a entregar lo que es, no va entregar el futuro.

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<