La conmoción global generada por el Covid-19 es un elemento súbito que ha venido a acelerar una remodelación plena del ordenamiento planetario.
No es destemplada esta afirmación, entendiendo que el sistema económico y las relaciones intrínsecas de la política mundial tienen al factor de crisis sistémica como un elemento latente que siempre ha propiciado turbulencias y reacomodos. Esta vez no será la excepción.
Quizá, como pocas veces, un viejo adagio chino tiene tanta vigencia como hoy: “El aleteo de una mariposa podría estremecer el otro lado del mundo”. Un enunciado fundamental de la llamada Teoría del caos. Al menos hasta ahora, se sabe que el Covid-19 pasó de los murciélagos a los humanos cuando el murciélago equivocado fue incorporado a la cadena alimenticia, y a partir de ese minúsculo evento, estalla el virus a finales de 2019, y a la tercera semana de marzo de 2020 los mercados mundiales se colocaron a un nivel de colapso sólo comparable a los de la crisis de 2008 y la “Gran Depresión” de 1929, augurando el auge de una “economía del día después” del virus.
Un brote viral en China por sí solo no explica el declive de la economía mundial. Tal como lo dice la propia Teoría del caos, entre el aleteo de la mariposa y el estremecimiento del otro lado del mundo hay “circunstancias de amplificación”. Para la economía y la política mundial, esos factores yacen en el andamiaje gestado en la globalización, en la institucionalidad global y en el conjunto de relaciones que han propiciado que la actual crisis sanitaria se proyecte ahora como una nueva gran crisis económica y de la gobernanza.
Los primeros síntomas de una remodelación
En este punto son claramente previsibles algunos espasmos, algunos síntomas de la crisis sistémica acentuada por el virus. La gran crisis económica y política que podría venir tuvo un episodio en 2008, y al parecer el virus ha venido a acelerar una gravitación, una inercia que ya era inexorable.
Para el filósofo surcoreano Byung-Chul Han,
“la reacción pánica de los mercados financieros a la epidemia es además la expresión de aquel pánico que ya es inherente a ellos. Las convulsiones extremas en la economía mundial hacen que esta sea muy vulnerable. A pesar de la curva constantemente creciente del índice bursátil, la arriesgada política monetaria de los bancos emisores ha generado en los últimos años un pánico reprimido que estaba aguardando al estallido. Probablemente el virus no sea más que la pequeña gota que ha colmado el vaso. Lo que se refleja en el pánico del mercado financiero no es tanto el miedo al virus cuanto el miedo a sí mismo. El crash se podría haber producido también sin el virus. Quizá el virus solo sea el preludio de un crash mucho mayor”.
Entretanto, algunos analistas como Robin Niblett, director de Chatham House, también conocido como Instituto Real de Asuntos Internacionales del Reino Unido, opinan que la pandemia podría remodelar la globalización económica como hoy la conocemos: “El Covid-19 está obligando a los gobiernos, empresas y sociedades a reforzar su capacidad de enfrentarse a largos períodos de autoaislamiento económico”.
Por otro lado, el epicentro del virus en China y la decisión del gobierno de la República Popular de aplicar cuarentena total vinieron con la paralización fabril, rompiendo un eslabón esencial en la producción de bienes con impacto desde la región Asia-Pacífico hasta Occidente. Este factor aceleró el “pánico” en los mercados, evidenciando la fragilidad de la globalización económica.
El investigador principal de estudios sobre América Latina del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, Shannon K. O’Neil, considera que a partir de este punto las empresas replantearán y reducirán las cadenas de suministro multinacionales que dominan la producción hoy en día.
“Más empresas querrán saber más sobre la procedencia de sus suministros y cambiarán la eficiencia por la redundancia. Los gobiernos también intervendrán, obligando a las industrias estratégicas a tener planes de respaldo y reservas nacionales. La rentabilidad caerá, pero la estabilidad de la oferta debería aumentar”, pronostica el analista, en un discurso claramente congruente con el ideario económico de la era Trump que supone rescindir del modelo que colocó a China como la locomotora industrial del planeta.
Para la ganadora del Pulitzer Laurie Garret, “el choque fundamental para el sistema financiero y económico del mundo es el reconocimiento de que las cadenas de suministro y las redes de distribución mundiales son profundamente vulnerables a las interrupciones. Por lo tanto, la pandemia del coronavirus no solo tendrá efectos económicos duraderos, sino que conducirá a un cambio más fundamental”.
En clara alusión a un cambio en el modelo de tercerización de las cadenas de valor hacia China y Asia, Garret indica que “el resultado podría ser una nueva etapa dramática en el capitalismo global, en la que las cadenas de suministro se acercan a casa y se llenan de redundancias para proteger contra futuras interrupciones. Eso puede reducir las ganancias a corto plazo de las empresas, pero hace que todo el sistema sea más resistente”.
Tal parece que los analistas occidentales están reescribiendo y prediciendo el futuro dentro de la misma coherencia que colocó a Donald Trump, como un factor del industrialismo nacional, en la presidencia estadounidense. Es decir, desde un punto de bifurcación y ruptura con los neoliberales afectos a la globalización como la conocemos.
El andamiaje de Occidente, que había pregonado a la globalización como orden civilizatorio del mundo unipolar, está perdiendo en su propio juego frente a los actores emergentes, especialmente China, foco inicial de la pandemia pero al mismo tiempo objeto de las políticas de la Administración Trump de “guerra comercial”, como una indiscutida respuesta a la imparable influencia del gigante asiático.
La tendencia de “reacomodo” también se perfila de igual manera en la política. Con el auge del coronavirus y la vulnerabilidad política que se cierne sobre los gobiernos, el fortalecimiento de los Estados-nación podría ser la alternativa más fiable para la gobernabilidad, de cara a un mundo en el que la institucionalidad global se diluye.
Un signo inconfundible de este reacomodo yace en la pérdida de liderazgo estadounidense, que queda confirmada en esta crisis sanitaria. De hecho, el liderazgo norteamericano está siendo claramente cuestionado hasta dentro de sus propias fronteras. “Estados Unidos dejará de percibirse como líder internacional debido al estrecho interés propio de su gobierno y su incompetencia”, señala Kori Schake, vicedirector general del Instituto Británico Internacional de Estudios Estratégicos.
Según Schake, los efectos globales de esta pandemia podrían haberse atenuado en gran medida si las organizaciones internacionales hubieran proporcionado más información y con mayor antelación, lo que habría dado a los gobiernos tiempo para prepararse y dirigir los recursos hacia donde sean más necesarios.
“Esto es algo que Estados Unidos podría haber organizado, demostrando que, si bien tiene un interés propio, no es lo único que tiene. Washington falló la prueba de liderazgo, y el mundo está peor por ello”, subraya el analista.
El Covid-19 está en efecto marcando el perfil de la gobernanza intra-países. En un reciente análisis presentado por la revista Foreing Policy, Stephen M. Walt, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Harvard, indicó que “la pandemia fortalecerá el Estado y reforzará el nacionalismo. Los gobiernos de todo tipo adoptarán medidas de emergencia para gestionar la crisis, y muchos se mostrarán reacios a renunciar a estos nuevos poderes cuando la crisis termine”, opina.
John Ikenberry, profesor de política y asuntos internacionales en la Universidad de Princeton, también suscribió la tesis del reforzamiento de los nacionalismos, “dado el daño económico y el colapso social que se está desarrollando, apenas ocurrirá cualquier otra cosa que no sea un refuerzo del movimiento hacia el nacionalismo, la rivalidad de las grandes potencias y el desacoplamiento estratégico”.
Esta tendencia implica el fortalecimiento de los Estados, el desarrollo de formas de gobierno más severas, el sentido de “emergencia” y discrecionalidad en las medidas de los gobiernos y la consolidación de un “estado de excepción global” como forma medular de la gobernanza. Una vuelta de tuerca sin dudas.
Estas formas de ejercicio de poder implicarían la aceleración y degradación del esquema agotado de gestión multilateral de la política. Es decir, la Unión Europea podría evolucionar en las próximas décadas a su disolución, primero de facto y luego de manera formal.
También, el sistema de Naciones Unidas, marcado por su incapacidad de dar respuesta a las grandes crisis del presente, también podría ser sobrepasado de cara a las próximas grandes crisis que están a la vista, a saber, la crisis económica que se detonará justo ahora por la pandemia, y más al largo plazo la gran crisis en materia socio-ambiental.
Las guerras por recursos, la migración por razones socio-ambientales, el hambre y ahora el potencial de los virus como factor de alerta permanente, podrían inhabilitar a los entes multilaterales colocando a los gobiernos en un marco pronunciado y sostenido de excepcionalidad.
Las placas tectónicas de la política apelan a una tendencia en que las relaciones internacionales también estarán marcadas por el “repliegue” de la gobernanza desde los países “hacia adentro”, de manera acompasada al desmembramiento de la globalización como hoy la conocemos.
Paradójicamente, ello implica, hasta el momento, un desplazamiento de la gravitación del poder de Occidente a Oriente. “El coronavirus solo acelera un cambio que ya había comenzado: de una globalización centrada en Estados Unidos a una globalización más centrada en China”, comenta, a su vez, Kishore Mahbubani, miembro del Instituto de Investigación de Asia de la Universidad Nacional de Singapur.
Las primeras señales de estos eventos yacen en que este es el momento de mayor dificultad para Europa desde la Segunda Guerra Mundial, y es precisamente China el país que ha liderado un esfuerzo de solidaridad mediante el apoyo directo a España e Italia, este último país que, al igual que Serbia, ha denunciado que la Unión Europea los ha “abandonado” en plena crisis sanitaria.
Las señales de liderazgo internacional de China frente al manejo de la crisis no son espasmódicas. Este ciclo viene precedido por la ingente presencia de China en el comercio, financiamiento, cooptación de materias primas y desarrollo de infraestructuras a lo largo del mundo, tendencia que se ha acelerado en las últimas dos décadas y que delinearon las Nuevas Rutas de la Seda, el proyecto de integración económica e inversión a gran escala más ambicioso que la humanidad ha conocido desde el Plan Marshall en el siglo XX. Un gran acto de ingeniería geopolítica.
Del aleteo de una mariposa a un planeta estremecido y remodelado
La actual pandemia se perfila como detonante a una reacción de estampida del propio sistema capitalista hacia una nueva dirección. Está avasallando al liberalismo político y apunta a la globalización como andamiaje económico. Pero ello no significa un declive del capitalismo como constructo. Por el contrario, las crisis son un factor concomitante que han servido para el reacomodo de las estructuras de poder.
Sin embargo, el punto de actual crisis es un espacio de oportunidad para que confluyan todas las presiones multidireccionales. En esta encrucijada, los neoconservadores y nacionalistas han logrado descifrar y promover la sustitución de la globalización liberal como no lo han hecho las izquierdas y socialdemocracias del mundo, por eso van ganando y el Covid-19 les dará un nuevo impulso.
Pero, al mismo tiempo, el punto de estremecimiento es una acción refleja para intentar socavar el cambio de liderazgo planetario que se perfila hacia China y a los países emergentes de manera inevitable.
De ahí que el resultado más previsible desde hoy es el de un mundo donde Estados Unidos acelere su pérdida de liderazgo, el multilateralismo internacional como lo conocemos se degrade y, al mismo tiempo, la multipolaridad irrumpa frente a un mundo más convulso.