Uno puede suponer, con Sun Tzu y la milenaria experiencia de la humanidad haciendo la guerra, que el enemigo intenta engañar tanto a propios como ajenos bajo fines estratégicos. Las operaciones psicológicas son usuales para los decisores de conflictos, quienes no escatiman en recursos que podrían amoldar imaginarios y decisiones a favor o en contra de lo que implantan en épocas extraordinarias.
En el caso actual, los estragos causados en Estados Unidos producto de la pandemia por el nuevo coronavirus son más que visibles, tanto para el común como para los medios que no tienen por objetivo cubrir con un velo la crítica situación que viven los estadounidenses en tiempos de pandemia.
El mismo magnate presidente Donald Trump dijo recientemente en una conferencia de prensa en la Casa Blanca que esperaban unos 200 mil muertos por Covid-19, una estadística que a su juicio suena promisoria pero que superaría a cualquier otro país.
Estados Unidos es hoy el epicentro de la pandemia, y se espera que así lo sea durante algunas semanas más, lo que resultaría en una catástrofe que, por todos los motivos, Washington intenta tercerizar degradando las culpas hacia sus enemigos internacionales.
La Casa Blanca se embarcó, primero, en una narrativa de demonización llamando al SARS-CoV-2 “el virus chino”, acusando a Beijing de “encubrimiento” para crear una pandemia global que afectaría, sobre todo, a Norteamérica.
Una intensa campaña de relaciones públicas se lleva a cabo con este fin en medios estadounidenses e internacionales afines a la política exterior de Washington. Los mismos funcionarios del gobierno federal han sido instruidos para que respondan a las preguntas de periodistas e investigadores en formato “culpar a China”, reporta The Daily Best.
Sin embargo, las operaciones psicológicas enmarcadas en esta maniobra se han ido al garete con sendos artículos de New York Times y Washington Post en los que aseguran que la Administración Trump está “encubriendo” la cantidad de muertes que la pandemia causa dentro de sus fronteras.
Aunque los periódicos mencionados llevan años acumulando expedientes mediáticos contra el magnate presidente, la tasa de mortalidad en Estados Unidos crece exponencialmente con el tiempo y la capacidad que tienen las autoridades norteamericanas para diagnosticar mediante pruebas a ciudadanos pre o post-mortem es escasa con respecto a la necesidad. El número real de víctimas por Covid-19 quedan fuera de los registros oficiales.
Esto sin contar con los “daños colaterales”, es decir, las muertes que, por el colapso del sistema médico y sanitario estadounidense, no pueden tratarse por otras enfermedades con altas tasas de mortandad. Tomas Pueyo ya hablaba de esto en su publicación del 19 de marzo.
Visto así, no parece que tal “encubrimiento” sea otro bulo mediático de los medios corporativos sino más bien un plan de control de daños con intenciones políticas.
La economía estadounidense en el abismo de la depresión
El año 2020 es uno electoral en Estados Unidos, en el que el magnate pretende reelegirse para la presidencia. Las expectativas antes de la asunción de la pandemia eran enormes para Trump, con un Partido Demócrata sumido en una guerra interna por la candidatura, mientras el establishment intentaba impedir el ascenso de Bernie Sanders y posicionar a Joe Biden a pesar de sus evidentes síntomas negativos de salud mental.
Pero llegó el coronavirus para echar por tierra el alto valor de los mercados financieros y una “economía real” que venía subiendo en puestos de trabajo, infraestructura y producción fabril, luego de años de políticas neoliberales aguas adentro en Norteamérica. El as visible de Trump era, precisamente, la economía frente a los futuros votantes estadounidenses.
La respuesta de la Casa Blanca ante la pandemia ha dejado mucho qué desear a los ojos de los ciudadanos. Navigator Research, un proyecto de encuesta progresiva operado por dos empresas encuestadoras, comenzó a hacer un seguimiento diario en torno a cómo la población está percibiendo la respuesta de la Administración Trump ante el nuevo coronavirus.
Los números del martes 7 de abril no son alentadores para el republicano.
La mayoría percibe que la respuesta económica de Trump favorece a los más ricos del país; la población, sin importar el color político, se siente preocupada por la recesión; y “los estadounidenses están preocupados por sus finanzas personales y como resultado toman decisiones financieras difíciles”, comenta la encuesta.
Además, las señales de que Estados Unidos se encamina hacia una depresión económica son previsibles.
- La tasa de desempleo es altísima, con más de 10 millones de inscritos en el programa de seguro para desocupados del gobierno federal para esta crisis, y se espera que sobrepase los 47 millones en los próximos meses.
- Lo anterior repercute en la crisis del sector servicios, que representa el 70% de la economía estadounidense.
- De igual manera están en riesgo los sectores que dependen del comercio, la libre circulación de personas y las cadenas de suministros, como el de las aerolíneas, los envíos postales, los hoteles y los restaurantes, pero también los fabricantes de automóviles, los juegos y el comercio minorista.
- Se siguen teniendo expectativas catastróficas para las bolsas de valores, a pesar de que algunos días el mercado esté al alza. Pero no existe confianza de que se estabilice en el corto y mediano plazo, lo que produce una baja en la inversión de empresas y servicios.
- Se avecina un golpe al gasto del consumidor, que encarna aproximadamente el 70% de la economía estadounidense. Un 36% de los trabajadores estadounidenses representan a la economía de servicios y contratos tercerizados (gig economy), que no tienen seguro médico ni de vida, mucho menos un colchón financiero del que puedan surtirse en tiempos de depresión económica. Además, unos 15,5 millones de personas trabajan en restaurantes, por ejemplo. Es el precariado gringo.
- Ya se experimenta un racionamiento de alimentos como en tiempos de guerra, junto a controles de precios y acumulación de bienes comestibles en los hogares de los estadounidenses, producto del pánico generado por la respuesta del gobierno federal a la pandemia.
- La mayoría de los estadounidenses no tiene ahorros. Encuestas demuestran que menos del 58% de los ciudadanos ni siquiera tienen mil dólares en una cuenta de ahorros.
- Los pagos en rentas de alquiler se encuentran morosos, un acumulado de 14 billones de dólares, según la Reserva Federal. ¿Los propietarios de inmuebles expulsarán a millones de familias norteamericanas a las calles, sin hogar y desamparados?
- Las pequeñas empresas, que representan casi la mitad del empleo privado en los Estados Unidos, están al borde del colapso, si ya no están en bancarrota. Lo que amenaza el sustento de millones, y asimismo corre el riesgo de socavar un eventual repunte económico a medida que las dificultades financieras se extiendan a los pequeños y medianos propietarios, vendedores minoristas y prestamistas.
- Los comedores públicos y bancos de alimentos están viendo un aumento de la demanda, razonable si se comprende los puntos anteriores. Es una tragedia que va in crescendo, pues la mayoría de sus trabajadores son voluntarios, personas de la tercera edad y tienen miedo de contraer la Covid-19. Además, las cadenas de suministro tardan semanas en abastecer estos lugares, de los que se alimentan miles y millones de estadounidenses en estado de precariedad.
Es la economía estadounidense, estúpido, que camina a solo a orillas del abismo.
Primero China, ahora Venezuela
Por este acumulado de factores más las calificaciones negativas en el imaginario y pensar de las mayorías en Estados Unidos sobre el gobierno de Trump, no parece absurdo pensar que Washington haya pensado en un plan B para atraer la atención sobre otros asuntos que involucren actores internacionales ya demonizados por años.
Es allí donde entra Venezuela y las recientes acusaciones formales de narcotráfico por parte del Departamento de Justicia. A esto se le suma una “operación antinarcóticos” que moviliza recursos del Pentágono hacia aguas del Caribe, con el ojo apuntando hacia la cabeza del presidente Nicolás Maduro y demás altos dirigentes del Estado venezolano.
Esto lo confirma Newsweekcon funcionarios estadounidenses: la susodicha “operación antinarcóticos” es una fachada de Trump para desviar la atención de su aguda crisis interna por la pandemia.
Este hecho hace tanto daño a su población (por omisión y encubrimiento de su crisis) como a la venezolana, que se encuentra a la expectativa ante la pandemia pero que, con las medidas drásticas puestas en marcha por el Gobierno Bolivariano, no se encuentra en la dificultades persistidas en Estados Unidos.
Además, el propio ejército estadounidense, a cargo de la “operación antinarcóticos”, también lidia con las dificultades del coronavirus.
Un reporte de Real Clear Investigations recoge el testimonio del general Tod D. Wolters, de la Fuerza Aérea, quien aseveró que el ejército de Estados Unidos “se está preparando para el peor de los escenarios con respecto a un potencial propagación” de la Covid-19.
“Pero cuál es ese tipo de escenario es un secreto militar”, agrega el medio. Continúa:
“El Departamento de Defensa ha estado proporcionando totales acumulados de infecciones, hospitalizaciones y mortalidad por Covid-19 relacionadas con el ejército, con cifras separadas para los miembros del servicio, sus familias y contratistas civiles. Por ejemplo, hasta el lunes (30 de marzo), el Pentágono reportó 1,087 casos, de los cuales 569 involucraron tropas. Estas cifras fueron más altas en dos tercios de lo que habían sido el viernes (3 de abril). Pero las exigencias de precisión epidemiológica comienzan a chocar con los imperativos del secreto operativo”.
Como el Pentágono no quiere dar perspectivas ante el mundo de que las tropas estadounidenses se encuentran debilitadas por la pandemia, el mismo secretario de Defensa, Mark Esper, dijo a Reuters: “No voy a adquirir el hábito de comenzar a proporcionar números en todos los comandos y llegar a un punto (…) (en el que) revelamos información que podría poner a las personas en riesgo”.
Por demás, ya en 2017 el Pentágono sabía que un nuevo coronavirus afectaría al mundo y llamaba a anticiparse, a través de un informe secreto recientemente desclasificado por The Nation, admitiendo que sería “una enfermedad de importancia operacional” cuya rápida transmisión “degradaría la presteza y efectividad de combate”.
Lo que asimismo deja lugar a las dudas de que, efectivamente, el ejército estadounidense esté dispuesto a una operación de tal envergadura en el Caribe y con el propósito de enfrentarse a Venezuela en una batalla campal. Parece irrazonable, incluso para los militares estadounidenses acostumbrados a aventuras genocidas en el Sudoeste Asiático.
Tomando en cuenta todos estos elementos, son malas noticias para los ciudadanos estadounidenses que Donald Trump prefiera mirar hacia otro costado cuando su propio país tiene una catástrofe ante sus narices.
La transparencia en estos momentos es un ingrediente preciado, más cuando se combina con medidas efectivas para proteger los intereses de las mayorías y no de los pocos dueños del capital financiero, los verdaderos responsables de que la economía estadounidense esté en el piso, noqueado y vertida en sangre. Las medidas de Washington carecen de oportunidad e incumbencia a favor de la sociedad.
Trump realmente le está haciendo la guerra a sus ciudadanos.