El reciente despliegue de piruetas del farsante interino por Estados Unidos y Europa (ah, y por la “Polombia” de Iván Duque, tan distinta a la Colombia pueblo) tuvo un objetivo obvio y de fácil digestión: demostrarle a ese animal gigantesco llamado “opinión pública” que todavía queda gente que lo apoya. Atención a lo que anuncia o sugiere la palabra concretísima o ambigua palabra “gente”.
Lo que hace o debería hacer cualquier líder político que se sienta ligado a un proyecto de país es intentar impresionar gráficamente mediante la más antigua de las coreografías demagógicas o proselitistas: líder en primer plano, mucho pueblo y Fuerza Armada alrededor o al fondo.
He recordado el análisis de un antiguo ministro de Chávez en 2005, angustiado porque creía que la coalición de derecha en contra del comandante era indestructible: gremios, empresarios, medios, iglesia y todo aquel se juntaba en durísima plegaria en contra de Chávez.
En una reunión, el exministro quiso expresar de manera contundente se miedo y su desconsuelo, y lo hizo con una frase que causó el efecto contrario. Dijo: “Estamos perdidos: lo único que tenemos a nuestra lado es al pueblo y al Ejército”. La carcajada que se escuchó después es la misma que se escucha al ver qué cosa congrega el falso interino a su alrededor: ni pueblo ni Ejército, lo que equivale a decir que no convoca a nadie.
Pero sí lo intentó el Guaidó, cómo negarlo. Muchos kilómetros viajó en busca del ansiado baño de multitudes, pero ese baño llegaba solo por gotas. Las esmirriadas concentraciones daban para un par de fotos buenas para instagram, pero imágenes tomadas un poco más de lejos desbarataban su plan: el carisma del tipo es más gris que el de cualquier sofá de casa antigua.
Al pueblo llano no lo emociona, no lo alborota, no lo convence, y las veces que ha intentado captar la atención de los componentes de la Fuerza Armada solo ha conseguido echársela en contra. Extraño pero inexplicable, dijo alguien alguna vez.
Recibida a finales de 2019 la orden norteamericana de no suicidare, no retirarse y no desaparecer, sino continuar con el simulacro, cae el muchacho en 2020 con un plan distinto: ya que la legitimidad vía respaldo popular o apoyo de alguna facción militar no te la tiene, quedaba ir a echarse la foto con los sujetos y mafias que sí le habían manifestado respaldo, es decir, algunos gobiernos (“miles”, según sus propagandistas) y partidos neonazis.
De Colombia saltó a Europa, de allí a Miami y del chiquero fascista por excelencia saltó a la casa del amo, adonde fue recibido con todo el boato, como si se tratara de alguien importante.
Siempre hay alguien que lo dice mejor que uno, así que es mejor cotar, para resumir toda la agenda del clan Guaidó en enero, un tuit de Luisana Colomine:
“Es como retratarse con el director del cole y hacerle coco a tus compañeros solo para que no se metan contigo”.
Es todo: Guaidó fue allá a decirnos a los venezolanos que está bien, que pueblo no tiene, pero cuidadito con llamarme feo, que aquí están mis padrinos y mis amos para defenderme.
Ahora, ¿por qué Trump se sigue jugando esa carta marchita? ¿No habrá alguien con un poco más de energía vital, personalidad o formación, para ponerlo a jugar a ser presidente?
Precisamente, Trump no necesita ni quiere apadrinar a ningún venezolano con criterio propio, fuerte sentido nacionalista ni carácter para poner condiciones: el estúpido ideal, el que se deja regañar y manipular y que nunca alzará la voz para defender a su país de la rapiña corporativa norteamericana y europea, es ese que la historia le atravesó en el camino.
El anuncio crucial de Trump al iniciar febrero no tuvo lugar en sus declaraciones directas (“Aplaudan a este valiente”, “El socialismo destruye países”, “La dictadura de Maduro será destruida”) sino en otros gestos: por ejemplo, ensalzar a Iván Simonovis, presentándolo como un viejo aliado que los ayudó a derrocar brevemente a Chávez, e impartirle órdenes al clan Guaidó a ver si esta vez lo hacen “mejor” que en 2019, comenzando por organizar unas elecciones con el CNE y los candidatos que Estados Unidos ordene.
La provocación del uso a mansalva de la figura de Simonovis, un anciano más o menos disfuncional pero con una historia personal de la que Guaidó no puede jactarse, tiene por objeto dejarle claro al mundo cuál es su verdadero prototipo de venezolano consentido.
No el sifrino que juega a ser malote, sino al asesino que es malo de verdad y tiene algo que mostrar. Simonovis no es un subalterno de Guaidó sino el tipo que ejecutó la matanza de chavistas en 2002. Guaidó podrá ser la ficha para barnizar de civilismo la jugada del derrocamiento, pero Simonovis es, al menos simbólicamente, el sujeto al que Trump quiere convocar para este 2020 de definiciones.
Ya no más Borges ni muñecos con corbata por el estilo; la hora de Trump es la del matón en serie y organizador de matanzas. Guaidó recibe órdenes en público; Simonovis es el recordatorio y el regaño disfrazado: “Aprende de este tipo”, parece decirle. “O apártate”, el ultimátum.
Es la última oportunidad de Guaidó y sus ineptos.