Vie. 03 Octubre 2025 Actualizado 12:04 pm

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Debemos enterrar la cultura humano-capitalista para crear otra cultura (Foto: El Cayapo)

Todos los caminos del odio llevan al humanismo

¡Bonita herencia la que dejan los que acumulan odios!

Estos son los días en que nada asombra. El señor Trump, desde la ONU, anuncia con bombos y platillos al mundo que le hará la guerra y que, por tanto, merece el premio Nobel de la Paz. Ya no es el Hitler que justificó la muerte de setenta millones en la segunda guerra: es el payaso naranja que justificará miles de millones de muertos, y las desaforadas multitudes le entregarán el premio Nobel de la Paz.

Este engendro de las corporaciones, al igual que Hitler, tendrá sus acompañantes: el Chuki Netanyahu, el cocainómano Zelenski y el sometido Macron. Junto a una corte de eunucos presidentes y funcionarios internacionales que le harán el coro.

La multitud marcha frenéticamente al despeñadero, ahíta con la droga del humano-capitalismo. Pareciera que ya nada se puede hacer. El destino de este tiempo está lacrado en las frentes de los que aman el suicidio en su fanatismo torpe; todos los resortes éticos se fragmentaron, mientras el drogadicto pide más y más.

Todo le pertenece al humano-capitalismo, excepto el pensamiento no ocurrido. Los mecanismos instalados en el planeta son suyos. El conocimiento, los bancos, los transportes, los correajes, la información, las instituciones, la organización mundial del comercio, la ONU, la OEA, la guerra, la paz, la droga y sus carteles, más lo que ocultemos en los recónditos entretelones de la memoria o nombremos, es de su propiedad o está a su servicio.

En ese concierto, la terrible realidad nos dice que Venezuela es una mina, de la que antiguamente sacaban cuero, caña, añil, café, cacao, y quienes vendían eran los dueños de la mina que tenían el control del comercio a nivel internacional e imponían los precios que les diera la gana. El que mataba o tenía la vaca lo que hacía era calarse la lavada del cuero, la podrición del traste; lo mismo pasa con el café, con el cacao, con el añil, la caña, el oro, la sarrapia, el balata, el algodón, las plumas de garza, babas bebé, cueros de babo y la mierda de pájaros.

La riqueza es un espejismo en Venezuela; en quinientos años no está en ninguna parte de este territorio; cuando mucho, alguna elite zarrapastrosa y arrastrada disfruta de algunas migajas pagadas por el dueño por cuidarle la mina.

Después de que las petroleras nos invadieron silenciosamente a partir de 1900, ¿podemos pensar que la OPEP la crearon para combatir a las Siete Hermanas? ¿Podemos creer que las petroleras iban a permitir que un pendejo como Pérez Alfonso creara una organización que las combatiera? ¿Podemos imaginar que la nacionalización petrolera a cargo de Carlos Andrés, otro agente de las petroleras, nos podía generar beneficios a los venezolanos? A menos que pensemos que la cultura ordinaria, rampante y tramposa de la clase alta y media, creada por el hacer petrolero, sea una gracia, ¿a quién carajo se le podía ocurrir tamaña estupidez? A nadie, solo a los estúpidos creyentes de izquierda y a más nadie, porque los adecos y copeyanos sí sabían lo que pasaba, porque todos ellos eran piezas títeres de las transnacionales del petróleo.

Todos sabían la imposibilidad, por cuanto Pérez Alfonzo era ministro de Fomento de Rómulo Betancourt, el hombre de confianza de las petroleras para llevar adelante la matanza contra los comunistas en el continente y el Caribe.

Desde la aparición de Chávez, el 4F de 1992, en medio del escenario político venezolano, aprendimos jubilosamente la imposibilidad de que nosotros no podemos ser independientes mientras el capitalismo exista. No hay forma, no hay lugar, no hay espacio, setenta años lleva Cuba batallando heroicamente y ahí están, igual Nicaragua, así pasaron ochenta años los soviéticos llevando pingazos, bloqueados, sancionados, dos guerras en el lomo más la tercera guerra fría y ahí están cayéndose a coñazos por tratar de que los dejen respirar como capitalistas, los iraníes, sancionados hasta más no poder y con una población buscando la occidentalización a como dé lugar, queriendo ser humanos y los chinos abandonaron miles de años de cultura para afiliarse irremediablemente en este nuevo resurgir, a la cultura humana-capitalista, eso somos los venezolanos, los colombianos, los haitianos, los libios, los sirios, cualquiera que usted nombre en el planeta, porque nadie piensa que se puede sustituir a ese gran aparato, a esa gran máquina, que es la cultura humano-capitalista.

Todos creemos que es natural comprar y vender dentro del marco de las leyes del capitalismo; cuando él no está comprando ni vendiendo como una persona, ¿conocemos algún comerciante que venda honestamente algo? ¿Sabemos de algún comerciante que no quiera robar, perdón, aumentar sus ganancias por cualquier medio? Nadie quiere vender barato, porque no pueden, es el robo convencional: hay una convención para robar y dejar robar; eso se llama comercio y se ve en todos los niveles, desde la bodeguita de la esquina hasta las grandes compañías.

Eso es tan sencillo. Todo el que compra no quiere comprar caro y todo el que vende no quiere vender barato. ¿Qué relación es esa? Esa es una sociedad entre ladrones, desde la taguarita más pequeña hasta el Wal-Mart, es una sociedad entre ladrones porque quienes se asociaron fueron los ladrones, criminales, que establecieron determinadas reglas para cómo evitar arruinarse con la guerra, porque todos están armados, no pueden evitar que alguien quiera ganarse el descuido. La única manera que lo evitan es con el aparato de guerra: no hay una sola corporación que no tenga un aparato de seguridad, y bueno, el ejemplo lo tenemos en los Estados Unidos, que cuando empezó la explotación petrolera habían sobre trescientas compañías petroleras. Ahorita quedan muchas menos, tal vez unas siete importantes, y las demás solo son prestadoras de servicio. ¿Y qué pasó con las otras? Se las comieron, y no solo que se las tragaron, les quitaron el comprador, los mataron, también les quemaron los pozos, les quemaron las casas de familia. Eso ocurrió en los Estados Unidos. Ocurrió en el planeta con el oro, con el coltán, con el litio, con las tierras raras, con lo que usted quiera, hermano, y ese sistema está instalado en todo el planeta. Entonces, no puede haber mina independiente.

Venezuela nunca ha negociado su petróleo, eso lo hacían los gringos, o los ingleses, holandeses, quien tuviera inversión ahí. No iban a permitir que un presidente negociara petróleo. Si lo intentaban, los tumbaban del gobierno o simplemente los asesinaban. Caso reciente: Chávez. Porque los precios son de ellos, menos se puede pensar que los sembradores de café en Guarico, Biscucuy, Mérida, Boconó, le colocan el precio al café; no pueden porque la bolsa de café está en Nueva York, en Alemania, Inglaterra, Japón. Ahí es donde están las bolsas, son los que deciden el precio de las cosas, porque son los grandes monstruos de la jugada. La naranja, el cambur, la caña, la gallina, los cochinos, los patos, y el día que no la puedan controlar matan cochino, le inventan enfermedades a las gallinas y suben esos precios y sanseacabó.

Constituirnos en otra cultura es lo único que puede sustituir a la cultura capitalista, porque a la cultura china la está sustituyendo la cultura humana, igual que a la cultura persa, rusa, india, árabe. Y a nosotros no nos están jodiendo los gringos, a los gringos también los está jodiendo la cultura humana-capitalista que arropa a todo el planeta.

¿Alguien en su sano juicio puede creer que de la noche a la mañana los jóvenes estadounidenses se volvieron locos e iniciaron la peste del fentanilo? Claro que no, esta peste es obra de las grandes transnacionales que necesitan eliminar grandes contingentes de esa población porque ya no les producen plusvalía y solo consumen las riquezas que nos roban a nosotros, los habitantes de las minas, cuando saquean nuestros recursos naturales. Pero con la ideología nos hacen ver a todos que somos soberanos, independientes y humanos.

Nosotros somos mina directa de la cultura humana-capitalista, esclavos sin reclamo, sin aviso y sin protesto. Dejemos de pensar en el país independiente, por la sencilla razón de que el humano-capitalismo no lo permite, ni a los rusos ni a los chinos ni a los venezolanos, ni a los haitianos ni a ningún otro. Nos permiten hacer lo que nos dé la gana porque ellos estarían perdiendo y ellos no se van a dar el lujo de perder.

Ante esos contundentes hechos, debemos darle la vuelta a la idea y dejar de pensar en el país libre, en el país soberano e independiente, ya que esos términos ideológicos corresponden a la narrativa humano-capitalista, y comenzar a plantearnos un hecho cultural donde realmente no estemos obligados a estar sometidos a las reglas impuestas por ellos.

Supongamos que decidimos mantenernos en el cuento de la independencia, la libertad y la soberanía. Entonces debemos resolver, no solo la tecnología de punta; la economía, la cultura en general, los aperos científicos; pero si revisamos el modelo de escuelas, liceos, universidades, tecnológicos, ¡sorpresa!, es el de ellos, todo aplicado a la producción y el comercio. También necesitamos el control de las bolsas y los sistemas financieros para poder vender en condiciones de ventaja; pero los controlan ellos. Lo más importante es cómo lo protegemos: dónde la bomba atómica, los misiles de largo y corto alcance, los drones, el control de la inteligencia artificial, el aparato de seguridad moderno y, sobre todo, la amenaza creíble encima y debajo de la mesa. A la hora de cobrar deudas u obligar a vendernos barato lo que necesitamos: eso implica ser libres, soberanos, independientes en la cultura humano-capitalista. Lo demás son discusiones en madrugadas de borrachos, peleando por el último trago.

Ahí es donde está el verdadero problema a plantearse: cómo crear otra cultura; no cómo somos independientes; porque la soberanía planteada en el marco de todo lo descrito es que nos permitan hacer lo que ellos hacen. Que seamos un malandro también, pero ¿cómo ser malandros en un barrio donde todos son malandros viejos controlando el vecindario?

Porque en el marco de la cultura humano-capitalista es hacer lo que todos hacen, y ¿cómo lo hacen? Malandreando, porque todas las condiciones y oportunidades están establecidas por malandros disfrazados de empresarios pulcros e impolutos que administran prístinas corporaciones por medio de leyes y acuerdos entre caballeros nobles y honestos.

Estos buenos señores no lo van a permitir, porque a la larga, ¿qué pasa si Venezuela decide no entregarles el petróleo? Bueno, sencillamente todos se ponen de acuerdo y nos invaden. Y nosotros podemos combatir hasta morir, está bien, ya lo han hecho pueblos enteros, no somos los primeros y a la larga todos conocemos los resultados; es deprimente, agobiante, pero la verdad es mejor que cualquier piadosa mentira.

Pero no estamos perdidos. Podemos invertir el cerebro colectivo en construir una cultura que sustituya la cultura criminal del humano-capitalismo, porque todo lo que tenemos, empresas, cuarteles, religiones, universidades, hospitales, escuelas, es capitalista. No hay nada que no sea capitalista, podemos ponerle el nombre socialista que nos guste, pero eso es capitalismo y está produciendo profesionales para el capitalismo, y profesionales de segunda, de tercera. No es que tenemos unos profesionales que están trabajando por el mercadeo del petróleo, no es verdad que estamos trabajando para construir mecanismos de defensa súper arrechos, nada de eso está ocurriendo, y en caso de que así fuese, sería plausible hasta un límite, porque al final, como ya dijimos, solo nos convertiríamos en malandros capitalistas, explotadores de esclavos.

Sería plausible si lo estuviéramos haciendo para ganar tiempo porque estamos pensando en otra idea que sustituya al capitalismo, pero es que no estamos invirtiendo medio en el ámbito del pensamiento distinto, que es el único sitio donde el capitalismo no nos habita. No lo puede comprar porque no le serviría ese pensamiento al capitalismo, por tanto no nos podría dominar.

Pero, ¿dónde están esos intelectuales, dónde están esos académicos, dónde están esos profesionales que se constituyen en equipos de investigación, de trabajo? ¿Dónde está ese entusiasmo, esa vivacidad, esa teluridad, que nos haga decir somos de este territorio, quedémonos en este territorio, vivamos en este territorio, construyámoslo desde otra perspectiva que no sea el crimen y el robo, del que se sostiene el humano-capitalismo?

No lo están, porque los expertos, expertos son en el pasado, en lo ya ocurrido, y todas sus recetas son humano-capitalistas, que es lo existente. Por tanto su experiencia solo sirve para ponerle grilletes al posible futuro por crear y atarlo al presente poderoso. Todos al final, en el mejor de los casos, solo son administradores honestos del humano-capitalismo. Nosotros hablamos de pensar, de conducta Chávez, de asumir el abismo.

Sabiendo esto, ¿nos ponemos a llorar? No, hermano, agarre la escardilla, el pico, la pala, la chicura del pensamiento, abramos un hueco y sembremos una semilla. ¿Cuál semilla vamos a sembrar? Conversémosla, una semilla que cuando surja sea fuerte, frondosa, que no la destruya el viento ni la arranque la creciente, que sea robusta y que dé frutos sanos que se puedan multiplicar en semillas sanas para ir sembrando una cultura en todo el territorio. Lo demás, hermano, es quedarse tullidos del cerebro, como hasta ahora ha sucedido, y aceptar la tragedia.

Lo que nos hace pertenecer a lo inconmensurable es el territorio donde nacemos. Punto de sentimiento, de mirada, de camino, el haber nacido en un sitio equis del mundo, no en el trasladarnos o adquirir datos culturales de otro país. El hecho simple de haber nacido en esta teluridad nos hace inconmensurables y desde esa infinitud pensemos cómo hacer, construir, sembrar una cultura de raíz fuerte, permanente.

Hace quinientos años la raíz que había la mocharon, la quitaron con miedo para acumular odios, porque no la comprendieron, porque vinieron a saquear, no a compartir; y la volvieron cuadritos y después los historiadores, los antropólogos, los sociólogos, los arqueólogos nos vendieron retazos de imaginarios, pegados con saliva de loro y chicle, convirtiéndonos en creyentes.

Lo que intentemos debe ser concebido entendiendo la existencia del humano-capitalismo en evidente deterioro permanente, sin la posibilidad de recuperación, de transmutarnos en otra cosa que haga cambiar la mentalidad de los dueños y los esclavos. Los hechos y el imaginario que nos relata son el movimiento del trambucar disfrazado de progreso. Por tanto no hay opción de reparación, de mejora. Lo existente se sostiene en el odio y camina irremediablemente hacia la muerte. Cuando pensemos, pensemos lo distinto, lo que pueda sustituir lo irremediable.

Ya todas las barajitas están agotadas. El problema es que en ese marco de quebranto, mientras creamos la idea, no deberíamos pregonarla, predicarla, ostentarla como simple idea. Es necesario experimentarla en lo físico, no importa el tiempo que nos lleve el proceso, es el ejemplo físico lo que entusiasma a la permanencia, porque lo otro es una idea pregonada que afiliará fanáticos. Eso le pasó a las religiones, al comunismo, al anarquismo, al socialismo, a las utopías, no así al humano-capitalismo, que se constituyó desde el experimento generando un modo de producción que terminó imponiéndole al mundo sus modos, usos y costumbres como cultura físico-ideológica. El cómo se nombró ocurrió mucho después de su instauración.

Desde entonces el humano-capitalismo ha demostrado la capacidad argumental, física, ideológica de destruir cualquier idea, pero sobre todo con la debilidad de la idea, que sus argumentos no son palpables, físicos. Por eso las destruye a menos que les reporte beneficios, entonces las usan como la religión, es decir, hay gente que cree en dios; nunca lo ha visto, palpado, sentido, solo en su locura ideológica. El comunismo no ha existido nunca, el socialismo tampoco, mientras que el capitalismo se muestra como casa, fábrica, máquina, arte, conocimiento que produce; mientras que el comunismo no puede mostrar nada, sus propulsores solo se plantearon, de buena fe religiosa, repartir riquezas.

Ante el empuje arrollador del capitalismo con sus inventos, con sus fábricas, con su arquitectura, los comunistas no podían entender sino que se dedicaron a confrontar al capitalismo, y nunca fueron creativos, nunca salieron de la resistencia, de la defensa, del ataque, no hagas eso, no hagas aquello, no explotes, no robes, y jamás salieron de la acusación religiosa y la victimización permanente, y cuando les tocó dirigir se dedicaron a la administración del Estado, sustentados en la peregrina idea de la repartición equitativa de las riquezas.

Nunca se dedicaron los intelectuales etiquetados o autopercibidos como comunistas a desentrañar qué era la riqueza, cómo se producía, solo se conformaron con los preceptos de Marx y Engels, los cuales convirtieron en ideología. Nunca se percataron que la riqueza no se puede distribuir equitativamente, porque no alcanza para todos los dueños y esclavos. Munca fueron capaces de analizar más allá de lo que hizo Marx, que demostró que era la fábrica y que era el capitalismo, que era la acumulación de capitales.

Más allá, ninguno fue capaz de decir que el comunismo no puede ser fábrica, el comunismo no puede ser carro, no puede ser esto, no puede ser aquello. El comunismo tiene que ser otra arquitectura, otra comida, pero nadie se dedicó a experimentar una casa comunista y un modo de producir comunista; hacer camisas, generar producción, nadie se apropió de un territorio o compró un territorio para experimentar cómo se podía vivir de otra manera. Eso no ocurrió nunca entre los comunistas, no ocurrió en la Unión Soviética, no ocurrió en Cuba, no está ocurriendo en Venezuela, no ocurrió en Nicaragua, ni en el este europeo, ni en los experimentos africanos, ni asiáticos, no ocurrió en China. Todos se volcaron a la administración del capitalismo, del aparato de producción capitalista, y los resultados son lo que tenemos ahora.

La lealtad no es declarativa ni un panfleto. Desde la aparición de Chávez firmando el decreto de convocatoria a la Constituyente en 1999, supimos que la vida tiene sentido si nos consagramos a una idea.

Veintiséis años después hemos aprendido que la lealtad no es a los hombres o las siglas, aun cuando los incluya: la lealtad es con nosotros, hombres y mujeres que en este tiempo y territorio tomamos la decisión inquebrantable de enterrar la cultura humano-capitalista y heredar territorio propicio para crear otra cultura, sin esclavos ni amos.

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<