El megáfono digital de Donald Trump fue sustituido por los micrófonos y las órdenes ejecutivas de la Casa Blanca desde el 20 de enero. Previamente había vociferado que deseaba anexionar Canadá y Groenlandia —perteneciente al Reino de Dinamarca— a los territorios federales de Estados Unidos.
Ya juramentado, anunció que cambiaría el nombre del golfo de México por golfo de Estados Unidos, una clara agresión simbólica contra su vecino sureño, del que se apropió en pleno siglo XIX de 55% de su territorio, según el Tratado de Guadalupe Hidalgo de 1848.
A esto se une la amenaza de tomar el canal de Panamá —construido por Estados Unidos, inaugurado en 1914 y traspasado al Estado panameño en 1999, con lo que se cumplieron los Tratados Torrijos-Carter de 1977—, sin detallar cómo lo haría. Por supuesto, el gobierno de José Raúl Mulino abogó en un comunicado oficial ante la Organización de Naciones Unidas por "abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial de cualquier Estado".
Se trata de una actualización MAGA de la Doctrina Monroe, cuyo objetivo más obvio consiste en limitar la influencia de China y Rusia sobre el Hemisferio Occidental. La presente reinvención del monroísmo asume que el reposicionamiento geopolítico y geoeconómico de Estados Unidos en este lado del mapamundi es una prioridad para "contener" los dos poderes emergentes en todo el continente.
La particularidad de esta reinterpretación de la doctrina consiste en la ampliación del visionado estadounidense hacia el Círculo Polar Ártico, donde los rusos y los chinos ya cooperan en la construcción de infraestructuras, la consolidación de rutas marítimas, el control geopolítico-militar y el fomento geoeconómico de la Ruta Marítima del Norte —denominación rusa— y la Ruta de la Seda Polar —o del Hielo, según la nomenclatura china—. La verdad es que Washington está llegando tarde a la competencia, pero sin duda eleva esta región a un nivel de importancia estratégica.
La versión trumpista del monroísmo posiciona a Estados Unidos como el ente rector de los asuntos en el Hemisferio Occidental, y lo coloca en el centro del mapa con la intención de dominar continentalmente tanto el paso del Noroeste con la posibilidad de proyectar su poder naval desde Canadá y Groenlandia, atravesando su influjo geopolítico hasta la Tierra del Fuego, donde cuenta con la garantía vasallesca de un Javier Milei enfebrecido de MAGA.
Por ello, podríamos categorizarlo como un nuevo momento de la Doctrina Monroe, cuya fuente excepcionalista, actualizaciones y posterior aplicación en América Latina y el Caribe relataremos sucintamente a continuación.
Los orígenes de la doctrina
Antes de que obtuviera su independencia y se erigiera como república, Estados Unidos ya poseía el gen expansionista en su constitución estructural. Los colonos británicos conquistaron y colonizaron la costa este de Norteamérica para extenderse progresivamente hacia el oeste, procedimiento que los Padres Fundadores y sus sucesores continuaron a tracción de sangre y capital.
Las élites económicas y políticas que han gobernado Estados Unidos desde su nacimiento han dado muestras de que el expansionismo, asociado a las ansias de dominación hegemónica, es un rasgo permanente que determina su intrínseco acervo ideológico, su régimen interno y su política exterior. Son numerosos los historiadores, investigadores y teóricos políticos que han definido y documentado extensamente dicha "naturaleza", y la memoria de millones de latinoamericanos, caribeños y pueblos de todas las latitudes a escala mundial pueden dar fe de ello.
En sus proyecciones geopolíticas, los estadounidenses se veían a sí mismos como el agente dominador de todo el Hemisferio Occidental y así lo hicieron ver y valer a través de leyes y doctrinas. Se mantuvieron al margen de los procesos independentistas que se desarrollaron en el siglo XVIII y XIX, sin embargo se erigieron como árbitros de los acontecimientos emancipatorios de diversas maneras.
El 15 de enero de 1811 el Congreso sancionó la Resolución de No Transferencia, la cual dictaba que, preservando "su seguridad, tranquilidad y comercio", Estados Unidos no aceptaba que potencia extranjera alguna, es decir, extracontinental, tomara el lugar de España como agente colonizador en el "territorio contiguo a la frontera sur", a saber: en el resto de América.
Este fue un claro precedente de lo que se conoció luego como la Doctrina Monroe.
Con el discurso anual pronunciado el 2 de diciembre de 1823 ante el Congreso, James Monroe, el quinto presidente —esclavista— de esa nación, cuyo mandato duró dos periodos entre 1817 y 1825, marcó un hito en la política exterior estadounidense advirtiendo, entre otras cosas, a las potencias europeas que "deberíamos considerar cualquier intento de extender su sistema a cualquier parte de este hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad".
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Si bien la declaración fue pronunciada por Monroe, la visión y la redacción del documento son atribuidas históricamente a su Secretario de Estado, John Quincy Adams, posterior presidente de Estados Unidos.
Europa experimentaba una época convulsa entre guerras y conflictos de todo tipo tras la caída del emperador Napoleón Bonaparte en Francia y la constitución de la Santa Alianza, compuesta por las monarquías de Rusia, Austria y Prusia. En su discurso, cuando Monroe declaraba explícitamente "su sistema", se refería a las monarquías europeas que prevalecían, incluida la británica, en contraposición a la modalidad republicana propia de su país.
Si bien cuando fue pronunciado el discurso presidencial ante el Congreso existían amenazas latentes de que los españoles, los británicos, los holandeses, los franceses —durante la era napoleónica y también tras la restauración monárquica—, los rusos (zaristas) y los prusianos invadieran y ocuparan territorios americanos en fases independentistas, como en efecto lo hicieron a lo largo del siglo XIX, Estados Unidos aun no tenía el poderío suficiente para enfrentar a dichas potencias en el continente.
Además, en este contexto, el país norteamericano tenía pretensiones de seguir expandiéndose hacia el oeste y sur norteamericanos. Con la Corona británica, el verdadero Hegemón de la época, mantuvo la disputa por Oregón hasta mediados del XIX, sin llegar a las armas, invocando el Destino Manifiesto, primo hermano de la Doctrina Monroe y de corte providencial, que justifica el expansionismo estadounidense bajo el credo de que existe una predestinación geográfica de gobernar toda la masa continental debido al derecho divino de seguridad que se adjudica la Unión para sí a nombre de un supremacismo racial, propio de la concepción anglosajona sobre su autoconferida misión civilizatoria en todo el mundo.
Pero lo importante aquí es señalar lo que apunta el historiador venezolano Vladimir Acosta en su estudio crítico-histórico sobre Estados Unidos, El monstruo y sus entrañas:
"Lo principal del mensaje de Monroe había sido impedir que Francia se apoderara por conquista o por cesión de las provincias internas de México, incluida Texas; oponerse a que Rusia extendiera sus dominios hasta California; defender la Florida y la Louisiana; y cuidar de que Cuba no cayera en manos de una gran potencia. Lo demás era solo un apéndice".
La Unión terminó anexando los territorios mencionados en el siglo XIX —a excepción de Cuba, isla donde mantuvo un protectorado hasta principios del XX—, e incluso más allá del continente, hacia el Pacífico —Hawái y Guam—. Este proceso de expansión ubicaba a sus gobernantes en una situación en la cual no podían cubrir múltiples frentes allende Norteamérica, contexto que se mantuvo hasta años después de la victoria del Norte capitalista industrialista por sobre el Sur capitalista esclavista en la llamada guerra civil estadounidense (1861-1865).
Por ende, la declaración presidencial era más un gesto de arrogancia que de verdadera advertencia ya que no podía respaldarlo con acciones vinculantes. De hecho, Monroe contemplaba el deseo de mantener relaciones amistosas con las potencias europeas so pretexto de la regularidad diplomática —la neutralidad frente a las guerras europeas— y comercial.
Así que la Doctrina Monroe planteaba las consideraciones fundamentales de Estados Unidos, de orden geopolítico, en torno a la supremacía territorial, política-económica, militar y comercial sobre toda la extensión del continente americano, pretensión que carecía de vinculación de facto y de iure en su momento, pero que cimentó un legado que posteriormente rendiría sus frutos.
Lo curioso es que el discurso monroísta de 1823 nunca pronunció la famosa frase con que se resume la doctrina: "América para los americanos". Se trataba más bien de un eslogan que sirvió a fines diplomáticos, publicitarios y de relaciones públicas. En lengua inglesa —"America for the Americans"— puede traducirse con un doble propósito: 1) nombrar a Estados Unidos ("America") como soberano autoproclamado del Hemisferio Occidental; y 2) coronar a los estadounidenses ("Americans") como las autoridades de todo el continente americano.
También: "Norteamérica para los norteamericanos" o "América para los norteamericanos". La polisemia, en este caso, favorece a los intereses pregonados de las élites estadounidenses.
Venezuela y la primera actualización del monroísmo
Aunque para la época los estadounidenses no podían respaldar con acciones sus pretensiones declaradas aquel 2 de diciembre de 1823, el discurso de Monroe recorrió el resto del continente por los distintos circuitos de comunicación disponibles con una repercusión que levantó las cejas a más de un jurista o diplomático.
El ministro de Hacienda y de Relaciones Exteriores de la República de Colombia —la Gran Colombia—, don Pedro Gual, emitió un mensaje pidiendo una aclaración formal sobre las vías en que Estados Unidos podía ejercer la Doctrina Monroe, a sabiendas de que El Libertador Simón Bolívar desconfiaba de dicha declaración.
El historiador cubano Francisco Pividal, en su libro Bolívar: pensamiento precursor del antimperialismo, y el diplomático y escritor Indalecio Liévano Aguirre, en Bolivarismo y monroísmo, reproducen la carta que envía la Cancillería colombiana al Secretario de Estado, John Quincy Adams, y su respuesta:
"¿De qué manera piensa el gobierno de Estados Unidos resistir por su parte cualquier intervención de la Santa Alianza con el propósito de sojuzgar las nuevas repúblicas o de inmiscuirse en sus formas de gobierno; si hará un Tratado de Alianza con la República de Colombia para salvar a América en general de las calamidades de un sistema despótico; y, por último, si el gobierno de Washington califica de intervención extranjera el empleo de las fuerzas españolas contra América en el momento en que España está ocupada por un ejército francés y su gobierno bajo la influencia de Francia y sus aliados?".
La Secretaría de Estado respondió: "Estados Unidos no podrá oponerse a ellas [las amenazas de Francia y de la Santa Alianza] por la fuerza de las armas, sin ponerse previamente de acuerdo con las potencias europeas cuyos intereses y principios permitirían obtener una cooperación efectiva".
Lo que confirma la poca disposición que la Unión tenía para afrontar las amenazas de invasión y ocupación europeas sobre territorios americanos emancipados políticamente, además de la presunción de neutralidad respecto a los conflictos bélicos en Europa y América.
La Doctrina Monroe fue olvidada con el paso de las décadas; el presidente estadounidense James Polk la invocó en 1848 para pedir al Congreso la anexión de la República de Yucatán y así impedir su adhesión a una potencia europea, para más señas la francesa, cuestión que fue denegada a pesar de que recién había despojado Texas de México por la fuerza.
En este contexto entra la confrontación entre Venezuela y la Corona británica por la Guayana Esequiba, un ejemplo histórico de praxis monroísta. Territorio que penetró durante décadas y despojaba de facto a través de métodos colonizadores y cartográficos, en específico en la zona del Yuruari, al oeste del río Esequibo.
Desde el 14 de noviembre de 1876 el Ministerio de Relaciones Exteriores, a cargo de Eduardo Calcaño, bajo el mandato presidencial del general Antonio Guzmán Blanco, se enviaron varias misivas al Secretario de Estado y al Congreso de Estados Unidos invocando la Doctrina Monroe para que la Unión intercediera en el conflicto británico-venezolano e instalar un arbitraje para solucionarlo.
Las peticiones fueron desoídas por la parte estadounidense, más preocupado por recuperarse de la guerra civil de la década anterior y de proseguir su desarrollo capitalista, con miras a convertirse en una potencia industrial que pudiera competir con su padre anglosajón.
Hasta que las gotas colmaron el vaso. El 26 de enero de 1887 el presidente Guzmán Blanco indicó a su ministro de Relaciones Exteriores, Diego Bautista Urbaneja, que dirigiera una nota al ministro inglés Saint John con señas claras de las infracciones usurpadoras cometidas por la Corona desde las bocas del Orinoco hasta el Pomarón, denuncia apoyada por un informe del ingeniero Jesús Muñoz Tébar, ministro de Obras Públicas, tras una expedición oficial a la Guayana.
Profundización del monroísmo
El 12 de mayo siguiente el Congreso venezolano declaró la violación de la Doctrina Monroe por parte de los británicos, una proclama que no tuvo resonancia en la Casa Blanca hasta que el 3 de diciembre de 1894 el presidente Grover Cleveland anunció al Congreso que decidía involucrarse en la disputa venezolana por el Esequibo, asunto celebrado por el gobierno del general Joaquín Crespo.
Richard Olney, secretario de Estado de la administración Cleveland, envió un memorando al embajador estadounidense en Londres, Thomas F. Bayard, para que fuera leído ante Robert Gascoyne-Cecil, mejor conocido como lord Salisbury, primer ministro del Reino entre 1895 y 1902. La misiva rezaba lo siguiente:
"Hoy Estados Unidos es prácticamente soberano en este continente, y su fiat es ley sobre los temas a los que limita su interposición. ¿Por qué? No es por pura amistad o buena voluntad. No es simplemente por su elevado carácter como Estado civilizado, ni porque la sabiduría, la justicia y la equidad sean las características invariables de los tratos de los Estados Unidos. Es porque, además de todos los demás motivos, sus infinitos recursos combinados con su posición aislada lo hacen dueño de la situación y prácticamente invulnerable frente a cualquiera o todas las demás potencias.
"Todas las ventajas de esta superioridad peligran de inmediato si se admite el principio de que las potencias europeas pueden convertir los Estados americanos en colonias o provincias suyas. El principio sería aprovechado con avidez, y cada potencia que lo hiciera adquiriría inmediatamente una base de operaciones militares contra nosotros. Lo que a una potencia se le permitiera hacer no podría negársele a otra, y no es inconcebible que la lucha que ahora se libra por la adquisición de África pudiera trasladarse a Sudamérica".
De esta manera, Cleveland retoma y actualiza la Doctrina Monroe; la robustece con su intervención en el conflicto británico-venezolano.
Unos años antes, entre 1889 y 1890, se celebró en la ciudad de Washington la Primera Conferencia Internacional Americana —la cual inauguraría el panamericanismo, que cimentaba la ventaja política, económica y comercial sobre el resto de América Latina y el Caribe—. Allí Estados Unidos anunció que se conformaría en su suelo un tribunal de arbitraje con jurisdicción para todo el continente, propuesta rechazada por la mayoría de los delegados sudamericanos.
Sin embargo, la inestabilidad gubernamental de Venezuela le permitió a Estados Unidos entrar por esa senda arbitral e imponer así condiciones de acuerdo con el monroísmo invocado, tras recibir la respuesta británica de aceptar las negociaciones para concretar un laudo que dispusiera oficialmente las líneas fronterizas entre su colonia guayanesa y la república venezolana, tras una intensa correspondencia entre Cleveland y Salisbury, quien al principio no reconocía la doctrina.
Pero el país norteamericano prevaleció y así, el 2 de febrero de 1897, se firmó el Tratado de Washington, que instaló el tribunal que terminó fallando el Laudo Arbitral de 1899, la consumación de la Doctrina Monroe a través de una componenda política que dio rienda suelta a la asunción de Estados Unidos como potencia hegemónica en el continente americano y consolidó su fase definitivamente imperial.
Venezuela sufrió los daños intencionados del monroísmo con el despojo colonial del Esequibo, a partir del llamado Acuerdo de 1905, acción declarativa producto de la presión por el bloqueo naval entre 1902 y 1903 por parte de Alemania, Inglaterra e Italia, consentido por el gobierno de Theodore Roosevelt como corolario.
La entrada al siglo XX de Estados Unidos incluía la política del palo y la zanahoria, el control sobre Cuba y Puerto Rico y el resto es historia conocida por el resto de la región: interferencias en asuntos extranacionales; invasiones militares y masacres complotadas sin rendir cuentas; explotación corporativa y saqueo de recursos de sus principales agentes privados económicos y financieros; asedio cultural y chantajes de todo tipo; imposición de agendas políticas y geopolíticas; etcétera. Aun, nada le es ajeno al monroísmo.
De todos esos métodos, anclados en la doctrina, se desprendió el manual de la Guerra Fría, Plan Cóndor mediante, de la que se extendió una línea histórica acumulativa que tuvo otro momento cumbre con la administración de Ronald Reagan y la ofensiva terrorista de los Contras en Nicaragua, las operaciones de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) en todos los rincones latinocaribeños y el absolutismo del dólar en constante expansión hasta nuestros días.
Los cimientos de la Doctrina Monroe fueron consolidándose a lo largo del siglo XIX y XX y la convirtieron en un instrumento beligerante de cuño geopolítico para imponer las agendas de guerra y dominación política, económica, financiera y cultural que distinguen a la ahora decadente nación norteamericana; si es que todavía le calza el calificativo de nacional a Estados Unidos.
Trump pretende, con una nueva exégesis de la Doctrina Monroe, detener el declive hegemónico de Washington a escala internacional, prometiendo que "Estados Unidos pronto será más grande, más fuerte y mucho más excepcional que nunca". Es una añeja declaración de principios, versión recargada (reloaded), que atraviesa lo continental y lo traspasa, en un intento desesperado por tomar del cuello una era que se le escapa de las manos.