Dom. 24 Noviembre 2024 Actualizado Viernes, 22. Noviembre 2024 - 18:34

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Boric continuará imaginándose un "imperialismo ruso" inexistente y seguirá condenando la supuesta "violación de DD.HH." en Venezuela (Foto: Rodrigo Garrido / Reuters)

Boric y la geopolítica

La victoria de Gabriel Boric en las elecciones presidenciales chilenas de 2021 sobre el ultraderechista José Antonio Kast despertó un interés particular en la región, no solo porque implicaba un "viraje" de la política que venía implementando Sebastián Piñera en el país, sino porque supuestamente a escala regional Chile retomaría la agenda de integración que la administración anterior desatendió.

Boric, en definitiva, sumaba argumentos —o eso pretendía— a la tesis de la "nueva ola progresista" en América Latina y el Caribe tras los triunfos de Andrés Manuel López Obrador (2018) en México y de Alberto Fernández en Argentina (2019).

La prensa y el establishment mundial muestran a Boric como fiel representante de la nueva izquierda, del actual progresismo en la región, uno fresco, alejado del populismo, que evita la confrontación con el statu quo. Pero lo cierto es que maneja una narrativa que reivindica derechos que no termina de concretar, lo que ya le pasó factura —en el proceso constituyente— no solo en su variopinta coalición gubernamental sino, fundamentalmente, en la pérdida de la base social que lo llevó a La Moneda.

La contradicción que supondría este panorama, que para muchos genera problemas en un gobierno carente de identidad propia, ha sido funcional para la política exterior que la administración de Joe Biden mantiene tanto hacia Sudamérica como también en los asuntos mundiales de interés geopolítico para Estados Unidos.

La gestión de Boric se ha convertido en esa caja de resonancia que le permite a la Casa Blanca tercerizar la condena a Rusia y solicitar apoyo a Ucrania en América Latina y el Caribe sin que ningún funcionario del Pentágono o del Departamento de Estado lo haga directamente, así como condenar los gobiernos incómodos a los intereses de Washington en la región, haciendo este mandado desde las filas "progresistas" y usando los mismos argumentos de John Bolton o Elliott Abrams, a guisa de los mejores tiempos de Trump.

Una ventana para Ucrania

Vladímir Zelenski encontró en Chile un ariete importante a la hora de presentar en Sudamérica la visión ucraniana de la Operación Militar Especial rusa en el Dombás. Conversaciones entre ambos mandatarios y la participación de Zelenski en el parlamento del país austral demuestran la acogida que ahí se ha granjeado la "causa ucraniana".

La insensatez del joven presidente lo ha llevado a respaldar la orden de arresto que la Corte Penal Internacional ha realizado contra el presidente Vladímir Putin, y si bien Chile no se sumó al envío de armas a Ucrania, solicitud realizada por Estados Unidos en meses recientes, se ha consolidado como portavoz de la causa ucraniana en los foros regionales, donde ha abogado por concretar una condena regional contra Rusia, como quedó en evidencia durante la más reciente III Cumbre UE-Celac realizada a principios de julio en Bruselas, Bélgica.

En la cumbre birregional, Boric mostró su desacuerdo con posiciones que no querían que la reunión entre ambos bloques centrara su atención en un conflicto que es entendido de distinta manera por las 33 cancillerías latinocaribeñas:

"Es importante que desde América Latina lo digamos con claridad, lo que sucede en Ucrania es una guerra de agresión imperial inaceptable, donde se viola el derecho internacional, y entiendo que la declaración conjunta está trabada hoy día porque algunos no quieren decir que es la guerra contra Ucrania. Estimados colegas, hoy día es Ucrania, pero mañana podría ser cualquiera de nosotros".

Y si la actitud del mandatario fue alabada por las metrópolis europeas destacando la sintonía que existía con Chile, la ansiedad e inexperiencia mostrada por su actitud devela una incomprensión del clivaje al que estamos asistiendo con este recambio que supone la transición a un nuevo orden internacional, ya que sigue analizando y asumiendo la geopolítica mundial desde las “lógicas” coloniales del derecho internacional, y no asume que la complejidad actual demanda ir más allá de los discursos dicotómicos de "buenos y malos" en el concierto mundial.

Sobre Venezuela

Para el presidente chileno, en Venezuela y en otros países de la región existe una abierta violación de los derechos humanos y una disminución de la calidad democrática en las instituciones del país.

Boric prefiere montarse en la retórica del Grupo de Lima que hacer el ejercicio crítico de cuestionar, "dadas sus profundas convicciones progresistas", un relato hegemónico que valida y sustenta una política —las sanciones— abiertamente contraria al derecho internacional y paradójicamente violatoria de los derechos humanos.

A consideración del presidente chileno en Venezuela no hay una construcción de una narrativa, como prudentemente aseguró Lula tras él mismo ser víctima de una ficción que lo llevó a estar preso más de un año. Para Boric, la violación de derechos humanos en Venezuela "es una realidad, es grave", y él la constata.

Olvida el chileno que hay procesos de confección de significados que buscan moldear comportamientos, legitimar políticas y asignar roles a ciertos actores, como señalan los investigadores Miskimmon, O'Loughlin y Roselle (2017). No toma en cuenta el presidente Gabriel Boric que los derechos humanos son una "gramática en construcción", un discurso en disputa o un arma arrojadiza de la que se apropian las potencias occidentales para intervenir en países —una decenas de ellos, solo en este siglo, dan fe de eso: Irak, Libia, Siria, Haití, etcétera—.

El problema es que Boric sigue validando une enunciación que justifica desde la "izquierda" una política agresiva contra toda una población, que no condena a sus diseñadores y que ya fue denunciada en la Declaración Política de Quito en el marco de la IV Cumbre de Presidentes de la Celac en 2016 y en la Declaración Política de la V Cumbre de la Celac en Santo Domingo en 2017.

Mucho más que coincidencias

Como ya lo mencionaba el secretario de Estado Antony Blinken en su visita a Santiago en octubre pasado: con Chile hay más que coincidencias, existen valores compartidos y una sintonía que hace que se defiendan "principios sobre los que todos estamos de acuerdo", sin que bloques ideológicos medien en esa defensa.

En un momento cuando la confrontación entre China y Estados Unidos asume como escenario el continente latinocaribeño y los recursos estratégicos que tienen nuestros suelos se convierten en materia de interés geoestratégico para las potencias, el que existan estas afinidades con Estados Unidos es un aliciente para el establishment de Washington y New York, que sigue de cerca los negocios del país austral con China en materia de inversión, pero que la asume aliada en su política contra países incómodos a sus intereses.

Mientras, por un lado, el Chile "progresista" de Boric continuará imaginándose un "imperialismo ruso" inexistente, por el otro, seguirá condenando "la violación de derechos humanos" por parte del gobierno del presidente Nicolás Maduro y haciendo tímidas menciones a la responsabilidad de los países agresores y responsables de la crisis socioeconómica y política en Venezuela.

El detalle es que, en el primer caso, no abonará a una solución política, lo que lo aleja de los nuevos centros de decisión mundial; en el segundo, continuará "martillando" y recibiendo la mesada que significa lucrarse con la migración venezolana, que para finales de 2020, según el INE chileno, ascendía a 450 mil venezolanos.

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