Vie. 27 Diciembre 2024 Actualizado Sábado, 14. Diciembre 2024 - 10:42

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Más de 5 millones de venezolanos se movilizaron en las primarias PSUV del 8 de agosto (Foto: Carolina Alcalde / Voice Of America)

Primarias desde las gradas

Semanas antes de la primarias del PSUV las gradas ya estaban llenas. Se habían apoltronado, como siempre, juntos pero no revueltos, los opinadores a control remoto, los militantes de lo impoluto, los ombliguistas, los maestros del lamento eterno, los odiadores, los repetidores falacias gastadas, los analistas expertos con títulos universitarios y chorrocientos post grados que nos explican los brutos que somos… los que siempre tienen tanto que decir de todos menos de ellos mismos.

Decían frotándose las manos, que sería una elección amañada por Diosdado, el malvado, y que dejaría fracturas irreparables –indevolvibles, diría Ismael García-. Veremos.

Esperaban también el bofetón que supondría para el partido de Chávez, la ausencia de votantes. "Así estarán que tuvieron que abrir la elección para todo el mundo, y ni así…". 

Todo lo malo, todo lo catastrófico del mundo lo esperaban para las primarias del domingo pasado. Y pasó lo que pasó. Lo de siempre. La realidad abofeteando a quienes construyen fantasías a partir de los deseos que gestan sus ombligos y que gritan desde las gradas a modo de instrucciones, críticas, denuncias o simplemente pataletas.

Maibort Petit, por ejemplo, opositora guaidosera, sin vela que le toque en este entierro, desde su grada VIP en New York City, lanzó la originalísima "denuncia" de una elección amañada: un voto por 20 litros de gasolina y una bolsa de CLAP. Creyendo, la pobre, que echándole gasolina a las primarias podía encender esa mentira tan sobada, tan gastada… tan gafa.

Temprano en la mañana se dieron cuenta en las gradas de que el espectáculo desierto que fueron a ver no lo era. Que la gente estaba saliendo a votar y a montones, que había aún más movimiento que en las postulaciones, que ya es decir bastante. Que hasta en los centros del este del Este se formaban colas. “Y claro, cómo no va a haber colas si nuclearon cuatro centros en uno y pusieron una sola máquina. ¡Yo gafo no soy!", dijo uno inteligentísimo a las once de la mañana, asegurando que la espera desespera y que esa gente se iba a devolver a su casa, como él se habría devuelto de haber salido a votar, porque el sol y el calorón, o sea…

Y como veían que resistían, tendencias en las gradas se vistieron de indignación porque pobrecito, que falta de respeto ese gentío esperando pacientemente para votar –¡y votando, maldición!–.

Genios con Phd lanzaban desde sus vísceras su desprecio al pueblo, perfumándolo con frases en francés y citas de Lenin o de Churchill, según de qué lado viniera su vena antipopular. Como fuera, el caso es que en las gradas Lenin y Churchill coincidían en que somos un pueblo sin formación, ni cultura, lejano a la idea de civilización con cafeterías con terraza, latte y croissant en la mañana, vino y quesos por la tarde, que podríamos ser y no somos por brutos y manipulables… por tercermundistas, pues.

No podían faltar los lamentos de quienes asumen que son "la voz de los que no tienen voz". Esos extraños representantes de nadie que creen que tienen el mandato divino de quejarse por el sufrimiento ajeno de quienes, aún sufriendo, no saben que sufren y no se quejan. 

Retorciendo, como todos ellos, la realidad a su medida, escriben su queja doliente por esos pobres diablos que permanecen en la cola dos, tres, cuatro, seis horas para emitir su voto. Ignorando la convicción, la persistencia, la paciencia, la decisión irrevocable de votar de las millones de personas que estaban en los centros electorales de todo el país, pera reducirlos a pobres diablos. Los voceros de los que no tienen voz –cuyos partidos, por cierto, no hacen primarias y si las hicieran pasarían pena– acusaban al PSUV de indolente por celebrar que ese gentío persistiera en su empeño de votar, porque un buen partido habría hecho unas elecciones bien ordenadas donde la gente no tuviera que esperar ni cinco minutos para emitir su voto. Todo esto, claro, dicho desde la tapa de la barriga, sin elementos de juicio, como todo lo que se hace en las gradas.

Mientras tanto, más de cinco millones asistieron a los centros electorales. Tres millones y medio votamos. Las UBCH y los CLAP, las estructuras del partido, estuvieron más afinadas que nunca. Y es que los chavistas nos crecemos cuando las cosas se ponen complicadas, si, y las colas del domingo lo fueron, pero no tanto como otras cosas verdaderamente terribles, que ya hemos remontado.

Entonces la cola fue una oportunidad para el debate, la discusión, la queja de verdad y en carne propia. En la cola, a diferencia de las gradas, la gente se daba aliento, recordándose unos a otros por qué esta vez tampoco se podía arrugar. Nuestros adultos mayores a la vanguardia. No son pobres viejitos, como los pintaban en las gradas, son los guerreros en cuya piel arden aún las cicatrices del país de donde venimos y al que no debemos, ni vamos a volver.

En las colas, bien lejos de las gradas, estaba la solidaridad, la consciencia, la determinación, la alegría y, sí, hasta la rabia de este pueblo que se expresa con voz propia, que no necesita traductores, ni protectores lastimeros. Allá en las colas, bien lejos de las gradas, estaba la dignidad del pueblo chavista librando y ganando una nueva batalla.

Pasados tres días de aquel largo y bonito domingo, ya con candidatos definidos en casi todos los estados y municipios del país, en las gradas se destiñe con sol y lluvia un cartelito que decía, falsamente, "Los chavistas #SeEstánMatando. Van a quedar divididos".

Deseos no empreñan.

¡Nosotros venceremos!

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