Sospecho que esta reflexión y propuesta para la reflexión será un poco larga. Perdonen de antemano; responsabilizo de este ejercicio al mucho tiempo libre, y a otros asuntos de los que hablaré más adelante. Prometo hacer un esfuerzo para que, aparte de largo, no sea del todo aburrido, o no tanto.
El tema transversal del momento en todo el mundo, aparte del muy superficial: “¿Y cuándo volverá la normalidad?”, es el decisivo y profundo: “¿Cómo deberíamos vivir si se produce un colapso?”. Pues ya empezamos: ¿el colapso de qué? ¿Del sistema? ¿De las ciudades? ¿De nuestra paciencia? ¿Del gobierno venezolano o de otros? ¿Qué cosas colapsarán y qué otras permanecerán, o irán cambiando sin que de entrada se note mucho?
Es fácil de detectar una primera paradoja, desmenuzable así para efectos de su mejor comprensión:
- Estados Unidos nos obligó, moldeó, entrenó y acostumbró durante 100 años para vivir en un modelo de sociedad y de ciudad, con una forma de acceder a la energía y los alimentos.
- Como decidimos sublevarnos, Estados Unidos nos castiga. ¿Cómo? Haciendo colapsar ese tipo de ciudad y de modelo sin el cual muchos sienten que “no se puede vivir” (acabo de leer un tuit que decreta: “Sin gasolina no hay alimentos”).
- Ya se asoma la paradoja: lo que no lograron varias generaciones de marxistas, comunistas, anarquistas ni libertarios de ningún signo (destruir la ciudad capitalista industrial), lo están haciendo los propios norteamericanos y sus aliados, mediante sabotajes y bloqueos. ¿Qué han saboteado los gringos aquí? ¿El socialismo? No: están saboteando lo único que existe, que es el modo de vida capitalista.
- La pregunta crucial, decisiva, la de ayayay, la bonita, la amarga, la pelo en el pecho: ¿los revolucionarios y chavistas vamos a aprovechar este momento inigualable para terminar de demoler lo que el enemigo ya está demoliendo, o vamos a exigir el retorno a la lógica de ciudad capitalista que nos suponíamos llamados a liquidar?
En este clima y escenario tan propicios para la audacia, para el huir hacia adelante, entre las personas que prefieren ser o parecer absolutamente moderadas, serias, cientificistas o tan siquiera sobrias, persiste una especie de síndrome contrario al acto de imaginar o soñar, probablemente basado en una conocida canción de Silvio Rodríguez.
Esa canción habla sobre tres hermanos imbéciles que se extraviaron por andar mirando a la historia, a la actualidad y a “lo porvenir”. Recomendamos no tomarse esa canción al pie de la letra, que desde el título, de paso, ya anuncia que se trata de una fábula. Sí hay que analizar la historia, la noticia del día y también el futuro, así nadie posea un certificado confiable de futurología.
Sorprende y desespera un poco, también, oír a tanto chavista decir con entusiasmo que Venezuela tiene revolución para rato porque hay con qué financiarla, “nuestras” reservas probadas de petróleo alcanzan para 350 años. Y que, a causa de un montón de factores, es probable que algún día el precio del petróleo remontará hacia muy arriba tal vez rozando la barrera psicológica de los 100 dólares por barril (al cierre de esta nota, está por los 20 dólares, lo cual no parece desanimar a esos entusiastas creyentes en el retorno de la bonanza).
Al respecto hay una buena y una mala noticia. La mala es que ese “nuestro” inmenso charco de hidrocarburos pudiera caer cualquier día de estos en manos del enemigo, entre otras cosas porque el enemigo ha anunciado unas 10 mil veces desde el año pasado que viene por él.
La buena noticia es que, sea quien sea el dueño o administrador del charco de petróleo, el modelo o paradigma basado en los combustiles fósiles y otros derivados del petroleo sí está agotándose como paradigma, y tal vez la humanidad se verá por fin obligada a pensar y actuar en términos de LO QUE VIENE O LO QUE HAREMOS DESPUÉS DEL COLAPSO.
Sí, es muy probable y cercana la posibilidad de que el capitalismo ya no dé para más, aunque decretar eso no sea tan fácil ni automático. Vuelve la vocesita optimista (que es la misma pesimista): “Pero es que hay petróleo para 350 años”. Mijo: la Edad de Piedra se terminó y no fue por falta de piedras (digo, alguna debe quedar por ahí, reza en algún epígrafe leído hace poco). La era del petróleo y del plástico se acabará mucho antes de que se seque el último pozo petrolero, dice un James Canton.
Entonces, ¿empezamos a ensayar o aunque sea a pensar en la forma en que los sobrevivientes pergeñaremos después del desplome que viene?
La “normalidad” o como quiera que se llame
Debo el actual interés en profundizar en este tema, aparte de la circunstancia de la buena cantidad de tiempo libre y para las actividades que hacen volar la mente (lecturas, conversas, trabajo manual), el tropiezo con algunos fenómenos o momentos clave como la experiencia barcelonesa, cuya municipalidad y fibra comunera andan experimentando formas de organización capaces de sobrevivir “pase lo que pase, aún después del colapso” (asunto a desarrollar aparte), estimulados o enardecidos como andan por allá; unos, con la introducción en un libro de Carlos Taibo titulado así, Colapso, y otros, metidos hasta las cejas en la construcción efectiva de estructuras y organizaciones.
Antes, en la primera década de este siglo, tuvimos ocasión de zambullirnos en lo que proponía o ladraba El Cayapo desde el sueño o diseño de un concepto llamado “poblados integrales”: la sociedad sin anclaje cultural o conceptual alguno con las ciudades capitalistas. Cómo construir en otros lugares y con otros materiales, y no encima ni en el interior de la ciudad y la sociedad que van muriendo, ni con los escombros de esa ciudad y esa sociedad.
Ahora, justo ahora, proliferan en las redes y en medios de “información” de este lado y de aquel dos especulaciones o suposiciones macro.
Una, muy fantástica e improbable: que cuando se acabe la cuarentena ya no habrán capitalismo ni imperio, y que cuando todos salgamos a la calle y nos quitemos los tapabocas, Estados Unidos y Europa ya no tendrán como ser ni creerse los dueños del mundo. Escenario propicio para que, ahora sí, construyamos el socialismo (otros dicen que para que sobrevenga el reino de Dios; hay dogmas para escoger).
Esa especie de sueño feliz y luminoso es producto de (o respuesta a) otro que, lamentablemente, sí tiene una pesada ancla de probabilidades que lo conecta con la realidad: la concreción de la amenaza imperial, consistente en destruir al gobierno de Venezuela, secuestrar o asesinar a sus líderes más visibles e imponer en nuestro país un gobierno dócil a las órdenes, planes e instrucciones de Estados Unidos.
Evidente y lamentablemente, cuando “esto” se termine, Estados Unidos no será el vil promontorio de cadáveres y restos de basura que muchos anuncian, con la tierna pero ingenua intención de disiparnos los temores y facilitarnos el sueño. En el supuesto o suposición, bastante refrescante pero fantástica y descabellada, de que ocurra alguna hecatombe natural o provocada que dejen destruidas sus estructuras físicas, financieras y funcionales (y las de Europa), esa cosa llamada capitalismo seguirá viva y con ganas de seguir viviendo. Porque el capitalismo no tiene una única sede material, ni un cerebro ni un líder mundial que lo sostenga. Si fuera así, sería más o menos obvia la forma de eliminarlo: mediante un ataque con explosivos, tóxicos o corrosivos, tal como se eliminan los nidos de ratas.
De momento, el capitalismo es un asunto que ya los habitantes del planeta llevamos incrustado en el cuerpo, en la conciencia, en las costumbres, en la cultura, en los modos de desenvolvernos, de producir y gestionar la energía. Si desaparecieran Europa y Estados Unidos no se producirá una declaratoria unánime de adopción de otra forma de vida en sociedad. No se escuchará nada como: “Naah, se acabó el capitalismo. Bueno, ahora seamos todos socialistas”. Porque el capitalismo no vive en un lugar centralizado sino en el cuerpo y en la mente de los ciudadanos del mundo, mayoritariamente impedidos o negados a sobrevivir por métodos distintos a la lógica capitalista de relacionarse con el planeta.
Es más probable, aunque resulte absolutamente molesto, un desenlace o continuación en la que el capitalismo en su derrumbe nos arrastre como especie, o a una buena parte de la especie. Lo que vislumbra la canción de Gino González: “El mundo va más o menos, porque ahora no se acaba solamente pal pendejo”.
Entonces, mente en las nubes, pies en la tierra. Está bien soñar la otra sociedad, pero sin convertir el ejercicio en una novela de ciencia ficción. La humanidad todavía no está tan siquiera en condiciones de ponerle nombre a “eso” que viene, entre otras cosas porque no lo ha experimentado. Dentro de un siglo, ojalá que menos, seguramente viviremos de manera distinta, en un “modo” diferente a como vivimos ahora.
Las preguntas: ¿ese modo será mejor o peor que el actual? ¿Estaremos en condiciones al menos de planificarlo?
El experimento Venezuela
De alguna manera, en nuestro país se han dado algunas de las características o síntomas parciales de un colapso social inducido. Como los dueños del mundo no pueden acabar con el socialismo, que aún no existe, han comenzado por someter a nuestro cuerpo social a un procedimiento experimental: a ver qué tal reaccionamos los ciudadanos a algunas experiencias de colapso, o al colapso en cómodas cuotas.
No importa el jugueteo retórico o psicológico acerca de “si solo puede destruirse lo que existe, entonces en Venezuela lo que está muriendo es el capitalismo”; el bombardeo antivenezolano incluye una etiqueta muy visible en la que se señala que “esto” que estamos viviendo y viendo destruirse es el socialismo, y que Estados Unidos y Colombia quieren hacernos el favor de devolvernos al capitalismo, ese territorio donde nos iba tan bien (y no lo sabíamos).
Ese experimento ha tenido aquí una forma de larga pelea por capítulos, episodios o rounds. Esa pelea no acaba de comenzar sino que tiene rato en desarrollo, así que es bueno que nos asomemos, si no a la historia remota, al menos a lo que hemos vivido desde que comenzamos a romper con el siglo XX venezolano; qué cosas puntuales o tropiezos específicos hemos padecido, y/o nos han estimulado el impulso protagónico, desde que nos dio por ser chavistas.
Si usted quiere refrescar la memoria antes de continuar con este texto, diríjase al apéndice previo a la publicación de esta nota. En ese enlace encontrarán un repaso por los más notables 11 rounds peleados por el chavismo y por Venezuela en condiciones de alta tensión social: los episodios de los últimos 20 años en que los venezolanos debimos sufrir los rigores de la alteración drástica de nuestra cotidianidad, físicamente y también mediante la inversión de grandes dosis de energía emocional. Hay también una mención a este terrible round once que estamos peleando ahora.
Si prefiere no retroceder hasta allá o hacerlo después, siga leyendo acá abajo. A ver cómo se vislumbra el temido o esperado round 12.
Y aunque en el boxeo profesional las peleas de campeonato mundial están pautadas a 12 rounds, y no hay más allá sino la decisión de los jueces, aventuraremos también algunas anotaciones sobre el “después”.
El round 12
Organicemos:
- El chavismo, y por extensión toda Venezuela, ha vivido al menos once coyunturas de altísima tensión en los últimos veinte años (ver apéndice).
- Esto significa o explica el que, mientras muchos países andan con la alarma a millón y con el ánimo en dos manos, en lo que es su primera conmoción severa en mucho tiempo, acá nos comportamos como en una coyuntura difícil o crítica más. Todos los pueblos pobres del mundo han sufrido siempre, pero, al menos acá en Sudamérica, no hay otro pueblo o país que haya sido sometido a tantos momentos de extrema tensión (política, social, psicológica o nerviosa) en este siglo como Venezuela.
- Las veces que hemos estado cerca de colapsar o de tocar fondo en Venezuela, los recursos, métodos o actitudes colectivas que nos han permitido sobrevivir han consistido en prácticas de desurbanización o ruralización. No significa (por ahora) que estemos practicando una vuelta masiva al campo, sino que hemos puesto en práctica con éxito una lógica de sobrevivencia y resistencia anterior a la ciudad industrial.
- Ocurra lo que ocurra en Venezuela, el capitalismo colapsará o mutará violentamente hacia otro estadio o fase de la historia humana y la historia natural. Eso tal vez no lo veremos los seres humanos vivientes a esta fecha, o probablemente ya está ocurriendo muy lentamente y estamos muy ocupados como para detectarlo.
Así que el temible round 12 venezolano hay que suponerlo o esperarlo en su peor registro o escenario, no basado en pesadillas sino en anuncios públicos e incluso en documentos difundidos: Estados Unidos y sus aliados se han propuesto destruir al chavismo.
La más honesta actitud que nos cabe a los militantes es tomarnos en serio esas amenazas. Ya sabemos que el pánico y el desmembramiento como unidad nacional no son situaciones que se nos den muy fácilmente a los venezolanos. Por lo tanto, es preferible darle crédito a todo lo que anuncian los charlatanes desde el Norte y desde el Occidente, y entender que siempre puede ser peor, en lugar de creer que “los gringos y los colombianos nos tienen miedo porque somos hijos de Bolívar”.
En ese hipotético y peor escenario el ataque ya no sería sectorial o parcial sino una aplicación simultánea de sus métodos anteriores, y alguno inédito o novedoso:
- Ataque masivo contra nuestras fuentes y productos energéticos (alimentos, agua, gas doméstico, combustibles, electricidad);
- Corte o suspensión de la estructura que hace posible las comunicaciones digitales;
- Cierre masivo de vías de tránsito con apoyo y presencia de grupos mercenarios con entrenamiento y equipamiento militar;
- Presencia de alguna fuerza transicional regular o irregular que fuerce la celebración de algún parapeto de elección de un gobierno títere;
- Inicio del proceso de demolición de la base política y social del chavismo;
- Guerra del pueblo (y entonces se vería que el chavismo tampoco es destructible como un nido de ratas, ya que el chavismo no es una guarida ni un gobierno sino un concepto hecho carne de pueblo).
¿Y si no ocurre o no se da de esa forma monstruosa el mortífero round 12?
Entonces se dará de otra forma. Y habrá un después. Y en ese después estará todavía el chavismo reinventando la sociedad, desde las parcelas o espacios donde haya voluntad de resistencia u organización.
En un programa aparentemente inocuo o inofensivo, sobre la música actual y las formas de interpretarla, la cantora Lheorana González soltó de pronto un trabuco, bomba o misil que estalló al final de la transmisión:
“En un hipotético escenario apocalíptico, en que ya no haya tecnología con que mejorar o reproducir sonidos digitales, volveremos a escuchar nuestra voz, y sabremos entonces cómo era que de verdad cantábamos los pueblos”.
Rumbo al grito originario, primitivo y primordial de la especie: cuando no haya con qué producir los elementos que mueven al tipo de sociedad que tenemos, entonces “avanzaremos”.
¿Avanzar hacia dónde? Pudiera ser hacia un futuro con elementos del pasado: al momento en que debamos construir casas sin cemento ni cabillas, comer sin ir al supermercado, vestirnos sin que haya esclavos en las maquilas, comunicarnos sin que haya minas de coltán, desplazarnos sin petróleo. Un futuro “como antes” pero no como en la Cuarta República, sino como antes de la ciudad industrial, pero mejorado por los golpes dados y recibidos.
Repetir tantas veces como sea necesario: ¿es mucho soñar a estas horas tempranas de la pelea? Tal vez para empezar a preparar la fiesta o el llanto lo sea, pero para imaginar el después, no es nada temprano.