Hace 200 años, en medio del fragor de la lucha por la independencia, el Libertador Simón Bolívar y el más importante jefe militar español para Nueva Granada y Venezuela, general Pablo Morillo, comenzaron a hacer gestiones para iniciar un proceso de negociación que permitiera acordar un armisticio que detuviera el conflicto e iniciara un diálogo que llevara a una conclusión negociada del mismo.
En el transcurso del intenso intercambio epistolar entre patriotas y realistas, iniciado en junio de ese año 1820, Bolívar agregó a la posibilidad del tratado de armisticio propuesto por los españoles, otro que permitiera regularizar la guerra en caso que feneciera la suspensión de las acciones bélicas o se rompieran nuevamente las hostilidades por cualquier razón.
Las dos partes acudían a la mesa de negociaciones por motivos distintos. En el caso de los españoles, el 1° de enero de ese año se había producido el levantamiento del general Rafael del Riego en las Cabezas de San Juan (Andalucía), reconociéndose la legitimidad de la Constitución liberal de Cádiz que restableció las autoridades constitucionales y con ello evitó el traslado a América del Ejército con el que Fernando VII buscaba someter a los patriotas que luchaban por la Independencia.
En este contexto, el 11 de abril, las autoridades del nuevo gobierno de Madrid expidieron instrucciones para que se buscaran negociaciones en pos de la reconciliación con los insurgentes en América. Morillo recibió estas pautas el 6 de junio disponiéndose a escuchar a las autoridades, a los representantes del clero y a los más destacados vecinos de Caracas para conocer sus opiniones y pulsar el estado de ánimo de la sociedad en relación con ellas. De estas reuniones resultó la publicación de la Constitución al día siguiente 7 de junio, a continuación de lo cual, informó a sus generales que tenía órdenes de las Cortes de comunicarse con los insurrectos, con el gobierno de Colombia y con Bolívar para restablecer la paz y solucionar por vía del diálogo la situación de Venezuela y Nueva Granada.
Bolívar, por su parte, después del Congreso de Angostura en febrero de 1819 y tras un pormenorizado estudio de las variables operativas analizadas en perspectiva táctica y estratégica, entendió que era necesario iniciar primero la campaña de liberación de Nueva Granada antes que la de Venezuela para producir la derrota total del ejército español.
A partir del diseño de una extraordinaria planificación de las operaciones que incluyó evitar el choque frontal con el enemigo en esta etapa, así como la elaboración de un plan secreto de desinformación que ocultara sus verdaderas intenciones, sorprendió al enemigo entrando a Nueva Granada por los llanos en plena temporada de lluvias y atravesando la cordillera por el Páramo de Pisba a casi 4.000 msnm., el lugar menos esperado por los realistas que fueron derrotados sucesivamente en Paya, el río Gameza, Pantano de Vargas y el puente de Boyacá, lo que el abrió el camino a Bogotá y a la derrota total de los españoles en Nueva Granada. Ahora, el ejército patriota contaba con los inmensos recursos financieros, de armamento, humanos, logísticos y de vituallas que le podía aportar el gigantesco y rico territorio liberado.
De inmediato, Bolívar regresó a Venezuela, hizo su entrada en Angostura el 11 de diciembre, el 17 en sesión solemne del Congreso fue proclamada la República de Colombia y en fecha tan temprana como el 24 de diciembre emprendió el regreso a Bogotá donde entró los primeros días de marzo de 1820, permaneciendo menos de un mes para volver a Venezuela en la segunda semana de abril, a partir de lo cual se dispuso a enfrentar el escenario bélico que tenía en la toma de Maracaibo su principal objetivo y a la búsqueda de una paz negociada, ambas actividades desarrolladas de forma simultánea.
Para el Libertador, la paz era la posibilidad de lograr la independencia evitando la pérdida de mayor cantidad de vidas humanas y calamidades al pueblo. La primera vez que hizo mención a la posibilidad de que se creara un escenario de negociación con el enemigo fue en una carta que le dirigió al vicepresidente Carlos Soublette desde Cúcuta el 19 de junio. Sobre la base de estos preceptos, Bolívar comenzó a preparar y prepararse para establecer conversaciones con Morillo, con este objetivo impartió órdenes a sus generales para evitar falsas tentaciones que condujeran a conductas equivocadas que pudieran poner en riesgo u ocasionar problemas al proceso de negociación.
A partir de julio y hasta noviembre fue necesario superar una gran cantidad de diferencias, incomprensiones y dificultades para llegar a los puntos comunes que permitieran firmar el armisticio que era lo que se discutía en un primer momento. En medio del intercambio epistolar preparatorio de las negociaciones, en una carta a Morillo el día 3 de noviembre, el Libertador hace una propuesta sorprendente. Le dice al jefe español que apela a sus buenos oficios en favor del sentido humanitario, para que gire instrucciones a sus comisionados a fin de que se concluya un “tratado verdaderamente santo” que regularice la guerra de los horrores y crímenes que hasta ahora se habían cometido, para que el mismo sirva como “un monumento entre las naciones más cultas, de civilización, de liberalidad y filantropía”.
Con esta propuesta, “de manera magistral” al decir del historiador peruano Gonzalo Quintero Saravia, Bolívar le arrebató la iniciativa a Morillo al agregar al armisticio un tratado de regularización de la guerra. Lo califica de “golpe de efecto maestro”, toda vez que quien había decretado la guerra a muerte, ahora era quien abogaba por la humanización del conflicto.
Este proyecto del Libertador ampliaba el marco de la negociación y transformaba un simple acuerdo transitorio de suspensión de hostilidades en un tratado entre Estados soberanos en el marco del derecho internacional, lo cual en caso de firmarse le daba reconocimiento formal y efectivo a Colombia como sujeto de derecho. He ahí el verdadero objetivo de Bolívar, mientras le concedía carácter táctico al armisticio, entendía la dimensión estratégica que podría alcanzar la firma del tratado de regularización de la guerra. Con ello, los comisionados colombianos tendrían una extraordinaria herramienta de negociación toda vez que podían ceder mucho de lo que los españoles seguramente pedirían en el armisticio, para mantener incólume lo referido al segundo documento que se habría de discutir.
Las negociaciones en directo se produjeron en Trujillo a partir del 22 de noviembre para que los días 25 y 26 se firmaran ambos tratados por los comisionados de las dos partes, la de Colombia formada por el general Antonio José de Sucre, el coronel Pedro Briceño Méndez y el teniente coronel José Gabriel Pérez y la de España integrada por Ramón Correa y Guevara, Juan Rodríguez del Toro y Francisco González de Linares.
Al día siguiente, 27 de noviembre, ambos jefes se encontraron en la pequeña población de Santa Ana. Bajo un ambiente de gran efusividad y alegría, dieron rienda suelta a la conversación, ambos hablaban la misma lengua, no solo porque el idioma utilizado era el español, sino ―sobre todo― porque se producía una identidad de guerreros que amaban a sus patrias y habían consagrado su vida a servirlas. Los dramas horribles que toda guerra genera pasaron a segundo plano y se sucedieron los brindis a favor de la paz. En ese contexto, Bolívar propuso que si algún incidente amenazara con generar hostilidades, se resolviera por vía de una junta de arbitraje, idea que fue aprobada por Morillo.
Los dos soldados hablaron de sus campañas, de los avatares de la política, intercambiaron sobre la situación de Europa y América. Se explayaron con viva emoción al exponer sus ideas, Bolívar era gran conversador, poseía gran facilidad de palabra, Morillo no se quedaba atrás haciendo gala de expresividad y amplitud, pero el Libertador le ganaba en agudeza y frontal exposición de sus puntos de vista sin titubeos.
Al finalizar el día, ambos generales se retiraron a descansar en el mismo cuarto y bajo el mismo techo. Aquellos dos hombres que se habían sometido a largas noches de insomnio que el uno le había producido al otro y viceversa, durmieron de manera apacible, tal vez por primera vez en muchos años.