Vie. 15 Noviembre 2024 Actualizado ayer a las 3:18 pm

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Tuberías destinadas al gasoducto Nord Stream 2 son cargadas en un barco en el puerto de Mukran, en la isla alemana de Ruegen, en febrero de 2018 (Foto: Reuters)

Europa en una nueva encrucijada energética

La crisis energética en los últimos dos años alcanzó una nueva dimensión debido a las sanciones ilegales impuestas a Rusia por Occidente. Este hecho no solo ha acelerado la incertidumbre en torno a los suministros energéticos sino que ha intensificado la fractura en las relaciones geopolíticas que sostienen el flujo de los recursos hidrocarburíferos rusos hacia Europa.

El gas natural, que durante décadas fluyó como el pulso constante de una cooperación beneficiosa entre el país eslavo y los Estados europeos, ahora, bajo el sistema de agresión financiera occidental, se ha convertido en una soga atada por los propios miembros de la Unión Europea (UE).

En la medida en que las decisiones contra Rusia se mantienen, las rutas alternativas para el envío de los hidrocarburos han cobrado mayor relevancia. Actualmente, los suministros de gas ruso a Europa están limitados a dos vías principales: el proyecto TurkStream, que envía ese recurso desde la Federación hacia Türkiye, y luego hacia Europa central, y la ruta a través de Ucrania, por la entrada de Sudzha.

Eslovaquia como nodo de redistribución

En un giro reciente, el primer ministro ucraniano, Denys Shmyhal, anunció el 7 de octubre de 2024 a su homólogo eslovaco, Robert Fico, que Kiev no extenderá el acuerdo de tránsito de gas con Rusia cuando este expire a finales de año. La decisión tiene implicaciones geopolíticas y energéticas que van más allá de un simple acuerdo bilateral.

Shmyhal expresó en el encuentro que, si bien entiende la aguda dependencia de algunos Estados incluida Eslovaquia del suministro de gas ruso, el objetivo estratégico de Ucrania es privar al Kremlin de los beneficios de la venta de hidrocarburos. No obstante, aseguró que "la eventual diversificación de las entregas de suministro superará estos problemas".

Ahora bien, la cooperación entre Eslovaquia y Rusia ha sido, históricamente, estrecha. En el contexto de las tensiones geopolíticas actuales, Eslovaquia ha mantenido una relación pragmática con Moscú, consciente de su dependencia para satisfacer las necesidades energéticas de su economía. El operador del sistema de transporte de gas eslovaco Eustream y el mayor comercializador de energía eslovaco SPP obtienen ganancias de hasta 1 500 millones de dólares anuales en operaciones con gas ruso.

Incluso en 2022, tras el anuncio de Ursula von der Leyen de su intención de prohibir las exportaciones energéticas de Rusia, Eslovaquia y Chequia pidieron un aplazamiento de la medida, el cual lograron para surtirse a través del oleoducto Druzhba hasta fines de 2023. De acuerdo a los registros, ese año Eslovaquia importó desde Rusia aproximadamente 89% de su requerimiento de gas natural, lo cual constituye un signo claro de dependencia tanto por el suministro como por la redistribución de los hidrocarburos de la Federación a otros países.

El país centroeuropeo es miembro de la Unión Europea y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), espacios donde el primer ministro eslovaco ha sido un firme opositor al ingreso de Ucrania en la alianza militar atlántica porque eso crearía las bases para una "Tercera Guerra Mundial". Por otro lado, para crear un punto medio en las presiones ucranianas, ha mostrado un mayor apoyo a la idea de que se una a la UE: "No pondremos obstáculos a la adhesión de Ucrania a la UE", afirmó Fico hace unos días.

Para la administración de Zelenski, Eslovaquia es un vecino importante en su búsqueda de apoyo diplomático y militar, así como en sus aspiraciones de ingresar a las organizaciones mencionadas. Por ende, la decisión de Shmyhal de no extender el acuerdo de tránsito de gas ruso por territorio eslovaco parece estar orientada a forzar las aspiraciones de adhesión a esas plataformas y, evidentemente, para cercar a Rusia de esos mercados.

La dependencia continúa

Antes de la crisis ucraniana, la red de gasoductos rusos había sido una columna vertebral para Europa central y oriental.

En 2021 transitaron por dichas zonas hasta 150 mil millones de metros cúbicos de gas, lo que proporcionaba una fuente confiable de energía para gran parte del continente.

A los fines de ilustrar esa magnitud, según reportes de la UE, en total los países miembros consumen más de 350 mil de millones de metros cúbicos de gas, cuyo uso principal se orienta hacia la generación de electricidad, la calefacción doméstica y los procesos industriales. El consumo de gas ruso rondaba un poco más de 40% del total.

Europa pudo haber tenido una oportunidad de oro para mitigar su crisis en el rubro si se sumaban al Nord Stream 2, debido a que el proyecto se diseñó para asegurar el suministro continuo de gas al continente.

La infraestructura, que habría duplicado la capacidad de envío a la región europea, fue saboteada en diferentes frentes, fue sacrificada para beneficiar a EE.UU., lo que ha puesto a Europa en una posición extremadamente vulnerable.

En 2023 EE.UU. fue el mayor proveedor de gas natural licuado (GNL) de la UE, con casi 50% del total de las importaciones.

No es coincidencia. Se trató de una estrategia de monopolización del mercado gasífero europeo. Solo en 2023, en comparación con 2021, las importaciones procedentes de Estados Unidos casi se triplicaron.

En definitiva, la decisión del gobierno de Zelenski de no renovar el acuerdo de tránsito de gas con Rusia no es más que un intento de empujar a Europa hacia una exacerbación de su cuadro de crisis energética.

Mientras que Rusia sigue siendo el actor clave en la seguridad energética de esa región, Ucrania ha optado por utilizar el gas como arma política, lo cual ha puesto en riesgo la estabilidad del mercado y, sobre todo, la seguridad del resto de los países.

Con la reducción o el corte total de estos suministros, los países de Europa central se verán forzados a recurrir a proveedores más costosos o menos estables, lo que generará mayores precios para los consumidores y una muy posible ralentización económica, y así se afectará la competitividad de sus industrias.

La dependencia de Europa del gas ruso sigue siendo una realidad innegable, y cualquier intento de desviar la narrativa hacia una ruptura definitiva con Moscú solo agravará la situación.

La encrucijada continúa afectando a Europa, mientras Estados Unidos factura en el proceso.

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