Cuando los esclavos añoramos la libertad sin pensar qué es, amamos la esclavitud.
Un buen día se paseaban por el mundo los dueños de las grandes corporaciones y vieron con asombro la existencia de un gran abismo, absolutamente vacío, totalmente sin nada, y entonces se miraron los unos a los otros y al unísono se dijeron: "Esto no puede estar vacío, sí, hay que llenarlo, pobrecito, y en el futuro debe servir para que vengamos a vacacionar, sí, convirtámoslo en un paraíso terrenal".
Y fue así, como de la noche a la mañana, con sus grandes esfuerzos, entusiasmo, altruismo y su gran don de trabajo y emprendimiento, las corporaciones se pusieron manos a la obra y construyeron grandes tierraductos y comenzaron a trasladar tierra al abismo, desde otro país que ya les pertenecía, como lo era Estados Unidos, hasta que lo llenaron; pero después dijeron: "A esta tierra le faltan cosas", y de inmediato construyeron grandes oleoductos, gasoductos y trasladaron trillones y trillones de barriles de petróleo y trillones de metros cúbicos de gas; pero en su febrilidad y entusiasmo, construyeron oroductos, coltanductos, tierrasrarasductos, acueductos, y fabricaron ríos, árboles, animales, y cuando ya todo estaba rebonito, para celebrar se pusieron a beber güisqui hasta que se durmieron.
En eso apareció una gente remaluca, adoradora de lo ajeno, que, viendo aquello tan bonito, miraron a todas partes y como no advirtieron a nadie, se lo cogieron, así como si nada.
Cuando los pobres dueños de las corporaciones humano-capitalistas se despertaron, se encontraron con la sorpresa de que les habían hecho catitumba y no recoja. Esta gente pérfida y retorcida, la más maluca del mundo, se llamaba a sí misma venezolanos.
Pero no satisfechos, estos venezolanos arremetieron contra las corporaciones que desde Europa y con mucho esfuerzo habían fundado y creado en el Caribe unas islas maravillosas y paradisíacas, para puro vacacionar en el invierno y guardar sus ahorros bien habidos, que se las cuidaban unos africanos, indios, chinos, que las corporaciones invitaron a vacacionar un buen día, porque siempre en este cuento todo ocurría siempre un buen día, y estos señores agradecidos y felices por la tanta amabilidad de los dueños de las corporaciones, que desprendidamente les habían ofrecido ese gran paraíso fiscal, decidieron no volver nunca más a la tierra de origen.
Pero como nunca falta un pero, cuando ya la felicidad fastidiaba, aparecieron estos venezolanos, infieles, mentirosos y contumaces criminales, a robarse las islas de la fantasía creada por las corporaciones; así fue como se robaron la Guayana inglesa, la francesa, Surinam, Trinidad y Tobago, Curazao, Aruba; pero no conformes y con la ambición a millón, se dedicaron a invadir cuantas veces les diera la gana a Granada, República Dominicana, Cuba, Puerto Rico, Haití —en el caso haitiano hasta para ayudarla humanitariamente la invadían—, y todo lo hacían sin que el mundo chistara, porque ¿quién se le amotina a gente tan zafia y sanguinaria?
Pero el cuento no termina aquí, no señor, esto pica y se extiende: no acorde con sus logros, estos venezolanos agalludos se confabularon y llenaron de drogas a los chinos, aprovechando que se hallaban peleando entre ellos, y así se cogieron media China; pero antes de cogerse a la china, se cogieron a la India, y se cogieron Japón, Australia y Nueva Zelanda.
Pero más cerca, aquí en el continente, los muy truhanes y terrófagos le robaron más de la mitad del territorio a México, invadieron y saquearon a Centroamérica, se cogieron Perú, Colombia, Uruguay, Paraguay, Argentina, Bolivia, Ecuador.
Esta gente verdaderamente es una desalmada, agalluda, sin madre ni padre, que nacieron por la tapa de la barriga y que aún siguen por el mundo amenazando e invadiendo a todo el que se les antoje con el cuentico de que todo eso les pertenece por mandato divino y destino manifiesto.
Es por esto que, ya cansados de reclamar que les devuelvan lo suyo, las valientes y virtuosas corporaciones les declararon la guerra a los venezolanos, diciéndoles que les devuelvan su propiedad privada, porque ellos se jodieron muy bonito para construir todo eso y nadie tiene derecho a quitárselo, y mucho menos con esa trampita del catitumba y no recoja, que eso hace rato ya lo habíamos inventado nosotros, así como toda cualquier otra trampa: la patente es nuestra.
El mundo era feliz y no lo sabíamos
Las muy lindas y primorosas corporaciones humano-capitalistas salieron a pasear un día, todas agarradas de la mano, y se internaron en el bosque conocido como Asia, África y Oceanía, y mientras avanzaban, inocentemente iban recogiendo todo lo que se encontraban a su paso, y jugando a "todo es mío", se decían: "Esto es mío, y esto, y esto, y aquello, y lo que no he mirado, ni tocado, ni sentido es mío; así que ya saben, nadie se meta con lo mío que yo sí me meto con lo suyo si se descuidan y si no también", y así, entre risas y robos, llegaron hasta los confines, recogiendo todo lo que hallaban y clasificando a la gente: "Estos son amarillos, estos negros de la nieve, retrasados; aquellos rasgados; los otros caníbales; los de más allá salvajes; los demás bárbaros" —pero de cada uno recogían arte, arquitectura, música, escultura, espagueti, pólvora, tecnología, ciencia, filosofía, papel y papel moneda, imprenta, escritura, alfabetos, religiones, culinarias—, porque en su recoger, las corporaciones no tenían tiempo que perder en esas tonterías que solo sirven para contemplación de los vagos, a quienes les cobramos por hacerlo. (Se usa la palabra recoger porque en aquel tiempo la palabra robo o saqueo o expoliación no eran oficiales.)
Pero lo mejor de todo es que los habitantes de estos bosques inmensos podían ser culpados de todos los crímenes y robos que las corporaciones cometieron contra ellos, porque la religión y la ciencia así lo habían determinado: eran los portadores del pecado original y, de acuerdo con la ciencia, no reunían la capacidad cerebral para comprender lo complicado de vivir en democracia, libertad, progreso, civilización y todos los otros inventos de las corporaciones, como el fascismo, el nazismo, el franquismo, con lo que las corporaciones esconden sus verdaderos propósitos. A la hora de justificar sus ganancias, cualquier comodín es válido.
La incómoda verdad
La guerra que hoy desarrollan las corporaciones tiene el mismo objetivo que la primera guerra originada en el mundo: obtener botín. ¿Es casual la declaración del títere corporativo asentado en la Casa Blanca de que los venezolanos los robamos, o las declaraciones de la ministra finlandesa y la señora Kaja, anunciando que los rusos siempre han invadido al mundo y nadie les ha tocado un pelo, que las autoridades japonesas digan que los malvados chinos los quieren invadir de nuevo? ¿Es mera coincidencia? No, es un plan de las grandes corporaciones asociadas al capitalismo financiero especulativo para justificar su control total del mundo, y para ello no les importa mentir.
No podemos seguir viendo la realidad a través del marco ideológico impuesto por las grandes corporaciones, que nos dicen que todo el mundo quiere destruir sus bellos valores como la humanidad, la libertad, la ciencia, la democracia, la civilización, la moral, los modos, usos y costumbres de la bella y modosa cultura occidental, porque ellos inventaron todas esas marullerías para justificar sus crímenes y para acusar de lo contrario a todo aquel esclavo que decida no seguirles el juego, exponiéndolo al escarnio público como antiguamente se exponía a los herejes.
Esos ocho mil millones de esclavos que se jodan
Si la contaminación no ocurre; si la movilización de millones de gente esclava que la mueve el gran capital a trabajar en cualquier lado no se agita; si no se mueve la industria de la droga, de la energía en cualquiera de sus formas, la agroindustria; si no se menea la industria de la guerra, la diversión, la información, la alienación, la trata de europeas, bálticas, africanas, americanas, indias, asiáticas, la pedofilia, las iglesias, las islas Epstein, y en general todo el andamiaje capitalista en el mundo; si nada se revuelve, ellos no obtienen su ganancia: ellos necesitan que todo eso suceda. No es verdad que hay un mundo fácil, limpio, agradable, que marcha como está en el cerebro de la gente: no, el mundo no funciona así; el mundo anda a través de una gente que es dueña del mundo, que lo decidieron, se lo propusieron y tienen una regla, un método, un estilo para ser dueños y tienen el poder para ejercerlo.
El capital especulativo en el copito de la pirámide
El capitalismo en Occidente llegó a un punto en que empezó a vivir específicamente de la especulación financiera, porque es lo que genera mayor ganancia y menos inversión, sustentado por supuesto en su armamento, su industria tecnológica de punta, en la farmacéutica y la droga en general, y en los medios de información, que con las redes llegaron a niveles de control absoluto de los esclavos.
Venezuela y sus quinientos años de dominio
Resumen apretado de la historia: llegada de europeos, saqueos, asesinato, robos, evangelización o alienación o drogadicción de los antiguos habitantes, corte radical con las culturas anteriores, destrucción de raíz de la intracultura que existía e imposición de la explotación por la vía de la colonia, que hoy añoran las estúpidas clases medias: las casas señoriales con sus tejas rojas —pero no hablan de los latigazos con los que se hicieron, ni de las niñas o adolescentes esclavas que violaban los amos y que al final se convirtió, como en un hecho natural, en que las esclavas se enamoraran de sus amos—; pero de lo que realmente se enamoraban era del poder ostentado para evitar el maltrato y tal vez ejercerlo.
Guerra de independencia asociada al nacimiento del capitalismo en el mundo occidental. Los terratenientes esclavistas del continente terminaron entregándose a los nuevos amos del capital, remachando la condición de mina a la que fuimos condenados en estos territorios.
Invasión silenciosa de las petroleras
No solo nos robaron las tierras por la vía de las concesiones fraudulentas, sino que además nos impusieron un estado invasor ocupante durante casi un siglo, apañados por los terratenientes y comerciantes que nunca tuvieron el orgullo de pertenecer a este territorio.
Desde entonces, silenciosamente, el ejército invasor ocupante, creado e impuesto por las petroleras —los campos petroleros, la radio, los periódicos, las escuelas, las universidades— nos enajenaron con una cultura torpe, imitadora, minera, ordinaria, traída desde el norte por administradores, ingenieros y capataces que solo sabían dar órdenes y consumir, que solo fue resistida inocentemente por pescadores y campesinos internados en los montes, las vegas, montañas y selvas inhóspitas para alguna gente, que dejaron los dueños; en donde se pudo cantar, bailar, comer desde otro modo, uso y costumbre, criticado enormemente por las clases acomodadas, pero desprovistos de todo bagaje cultural propio, se robaron todo lo producido por esta gente, que sin querer, o sin organización o plan, mantuvieron en pie la posibilidad de ser país distinto a la mina que se nos había condenado con la anuencia de las elites mineras y apoyadores admirados de todo lo extranjero.
Hasta 1999 todo parecía marchar bien en el mundo: los chinos se veían ensimismados produciendo, sin meter las narices en ninguna otra parte; los rusos no daban señales de salir del atolladero; Europa seguía siendo la perrita obediente del prepotente capital financiero especulativo; mientras el resto del mundo seguía las órdenes del gran imperio capitalista. Lo único que parecía estar en marcha eran los planes del capital financiero especulativo con su arrogancia expresada en el *fin de la historia*.
En Venezuela se iniciaba tímidamente un proceso que en muy poco tiempo la convertiría en una pieza invaluable para el tablero de ajedrez del capitalismo mundial, en una torre que ellos necesitan conquistar, tumbar, tomar, porque los posiciona en mejores condiciones para poder darle jaque al rey representado en China, que dirige al capital industrial, quien ha presentado su plan de la ruta y la franja y ya lo tiene bastante avanzado, obligando al capital financiero especulativo a presentar una hoja de ruta, más en el ámbito del engaño que de la realidad.
Hugo Chávez
Chispa fuerte que se introduce de sopetón en el cerebro de las mayorías depauperadas.
Los planes del capital financiero es destruir Venezuela, destruir el estado, destruir el ejército, la política, la República; empezaron a vender la imagen de los estados fallidos, narcos, forajidos, que impusieron como narrativa en el mundo, y plantearon una supuesta nacionalización que no era más que la recuperación de la chatarra que dejaban las corporaciones petroleras en Venezuela —siendo los mismos que tienen ciento y pico de años gobernando el mundo del petróleo los verdaderos dueños—. Para ello crean un proyecto a veinte años para ser recuperada por los mismos gerentes que habían trabajado con la Shell, con la Creole y con la ExxonMobil, la Chevron; así nace PDVSA con su pata chueca, financiada totalmente por el Estado a imagen y semejanza de las corporaciones.
Los planes de las corporaciones eran y todavía siguen siendo caotizar Venezuela, reformular todo el estado a través de esa vaina que llamaban la COPRE, crear un mini estado, un lo que fuera, donde estas corporaciones pudieran dominar a su antojo el negocio, no solo del petróleo, sino todo lo demás, sin tener perrito que les ladre.
Cuando Chávez se convierte en una pieza que no estaba dentro del ajedrez de los transnacionales, Venezuela se torna en un peligro: ese panorama cambia; no se percibe tan rápido, duró más o menos unos diez años. Cuando las corporaciones reaccionan, ya Chávez es Chávez y Maduro era Maduro y Diosdado era Diosdado y Padrino López… Y nosotros, los anónimos de carne y hueso.
Exactamente se encuentran con que no bastaba con matar a Chávez, que no convenía con sanciones, que la vaina se les había ido lejos: no tenían dirigentes de oposición importantes, eran solo ambiciosos habladores de guebonadas; porque no se forma a un político de la noche a la mañana con manualitos, panfletos de libertad y fiestas mexicanas, y menos un político que lo que tiene son ambiciones formadas en casas de papá y mamá, realmente malcriados. Son los María Corina, Leopoldo López, Capriles y todos los demás que ya conocemos, donde su característica unitaria es que todos son ladrones y miran a Venezuela como la miraron sus padres y antecesores: la mina, como decía el poeta citado en la canción de Gino González: "Venezuela es una vaca, que lo que arroja es peseta y ese mucho el carajo, no quiere aflojar la teta".
La verdad es que ellos hicieron todo para controlar a Chávez de mil y una forma, no pudieron, ni con ninguno de los demás que abierta o en silencio se han montado la patria en el lomo. Es por esto que hoy nos amenazan con rayos y centellas, con guerra y exterminio.
Trump, el agente naranja de la guerra
Por creencia panfletaria antigua, siempre hemos creído que el enemigo es una persona, que en sí encarna todos los males reales o ficticios; por tanto, en nuestro cerebro se convierte en un monstruo terrible que debe ser destruido.
En el siglo pasado le llamamos Mussolini, Franco, Hitler, Pinochet, Videla, Stroessner, Somoza, Hirohito y muchos otros que sirvieron de mampara para esconder los verdaderos negocios y crímenes de las transnacionales. Desde hace muchos siglos el poder se ha escondido detrás del famoso chivo expiatorio, del paga peo.
Hoy tenemos los Macron, Merkel, Zelenski, Trump y otros títeres: todo lo que podamos decir de ellos es cierto —son malandros, criminales—, pero son los hijos de puta de las transnacionales, sus sicarios que les dan la orden para que jodan aquí y allá y lo hacen. Y así es la ONU, la OEA y así es todo el basurero ese que llaman las organizaciones internacionales: todas les pertenecen.
Trump es un tipo que negocia con quien sea, sobre lo que sea: si la droga le da plata, mete plata en droga; si traficar con niños, con niñas, mujeres, indios, negros, tuyios —lo que sea que le dé plata—, él va a meter plata en ese negocio miserable, porque todo lo demás lo controla el gran capital: el petróleo, la minería, las grandes industrias del mundo, porque esas son familias, corporaciones consolidadas que controlan: son los verdaderos dueños de Trump; él es el payaso de los tipos; que por dinero se puede tirar toda la basura que le dé la gana encima, porque a él no le importa, porque dice: "Hay mucho perfume para quitarle la hediondez a mierda". Él puede darse el lujo de mentir siempre, menos a las transnacionales.
Es como el viejo Biden, Obama, Clinton, Reagan: son títeres del imperio capitalista.
Si concentramos toda la propaganda contra Trump y nos olvidamos que detrás —quien nos quiere robar— no son los Estados Unidos, los europeos, sino las petroleras, los dueños de las corporaciones, entonces, cuando atacamos al aguanta piedra de Trump como la figura principal, todo el mundo se droga con el cabeza naranja, el viejo hablador de guebonadas, el viejo mentiroso, el pedófilo, el alcohólico. Hay que sacar la narrativa de Trump y buscar quién es Halliburton, quién es Chevron, ExxonMobil: esos tipos son los que realmente tienen la sartén por el mango, los dueños del oro en el planeta, los que sacan tierras raras, los que extraen agua, coltán, los que necesitan el agua, las grandes corporaciones de la droga legal e ilegal, la agroindustria. Hay que hacer un estudio serio de dónde están, y nos daremos cuenta de que esos mismos llevaron a Hitler al poder en el treinta y pico: son las mismas corporaciones, la misma gente que hoy apalancan a Trump.
No sigamos con la idea de que los presidentes: los presidentes no son nadie, excepto Maduro, Fidel, Chávez y otros que dirigen un movimiento —una idea—, es otra cosa. Ejemplo: no fue Trump quien firmó la orden ejecutiva que declara a Venezuela una amenaza inusual y creíble, fue Obama. ¿Acaso si a Trump lo destituyen o muere, se acaba la guerra contra nosotros?