El triunfo del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido de Evo Morales en Bolivia, ha despertado las más amplias expectativas con relación al retorno a una nueva etapa "progresista" en América Latina y el Caribe.
No es para menos: se conquistaron las elecciones de forma decisiva en primera vuelta. De acuerdo con los resultados oficiales y definitivos, superó el 55% de los votos. Más de 26 puntos de ventaja en comparación con el segundo candidato más votado, Carlos Mesa. Sin duda alguna, una conquista contundente de la mano de Luis Arce, el nuevo presidente del Estado Plurinacional.
Más allá, el impacto más relevante se centra en la remoralización de las "fuerzas progresistas" o de izquierda dentro del país, y fuera de este. Ese, se puede considerar el mayor logro que ha estimulado la conquista de las elecciones y el retorno del MAS, después de lo que se supone, no tiene discusión, el golpe de Estado perpetrado contra Evo Morales en 2019.
La agenda de EEUU para la recuperación del control de su "patio trasero"
Apenas transcurrió un año desde que Bolivia entró en una fase de incertidumbre, donde la OEA, países del Grupo de Lima, EEUU y la Unión Europea se convirtieron en verdaderas amenazas para la seguridad de la nación; sin embargo, también lo es que Jeanine Áñez no ha cumplido un año en el poder desde su autoproclamación como presidenta, y vaya, no perdió tiempo en restaurar la agenda neoliberal y de subordinación del país ante la aún primera potencia mundial, cuya agenda rediseñó para recuperar el control sobre América Latina, que siempre ha considerado su "patio trasero".
"Patio trasero" que, según Saul Cohen en su libro de 2009 The Geography of International Relations, en el que estudia la geopolítica y la relevancia de la geografía para las relaciones internacionales, se había "convertido en una región geopolítica independiente", en tanto, ya no era el satélite geoestratégico que había sido para EEUU durante la Guerra Fría; y en el cual asegura que, después del colapso de la Unión Soviética, América Latina llegó a ser vista por EEUU como algo periférico a sus propios intereses estratégicos y económicos.
Sin embargo, esto cambió drásticamente con la entrada del nuevo siglo, primero y particularmente por la competencia entre EEUU y China por los recursos naturales estratégicos de la región.
En segundo lugar, el hecho de que Brasil surgiera como poder regional dominante, con posibilidad de convertirse en una potencia mundial, favoreciendo la insubordinación de la región en términos geopolíticos.
Y, por último, la influencia y el apoyo de Venezuela con el surgimiento de la Revolución Bolivariana, a cuyo eje se había incorporado Bolivia y Ecuador, separando aún más al continente del "coloso del norte".
En términos geopolíticos, así se concebía la participación de Bolivia en la región, con el ingreso desde el año 2006 en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA – TCP), así como también lo oficializó Ecuador el 24 de junio de 2009, sumándose al bloque creado en 2004 por Cuba y Venezuela, y donde convergen, además, Nicaragua y varias islas del Caribe.
En este tiempo se pronosticaba que, con la creciente competencia entre EEUU y los intereses ideológicos y económicos venezolanos, la región andina corría el riesgo de convertirse en un micro-shatterbelt (micro cinturón destrozado). Han pasado varios años desde entonces, y la agenda del país norteamericano con todas las opciones puestas sobre la mesa, son de evidente conocimiento público y notorio.
El aporte de Jeanine Áñez a la desintegración regional
De 2009 a 2019 pasaron 10 años, pero en menos de uno, la autoproclamada en Bolivia, bajo el paraguas de "llamar a elecciones a la brevedad", cambiaba de inmediato el rumbo de la política exterior llevada adelante por Evo Morales durante 13 años.
A los dos días de asumir el poder político de la mano de las Fuerzas Armadas, anunciaba la expulsión de 725 médicos, médicas y personal de salud cubanos del país. En concordancia con los 8 mil que ya había retirado Jair Bolsonaro de Brasil en 2018, y la no continuidad de 400 galenos anunciados por el gobierno de Lenín Moreno días antes en Ecuador.
La cosa no quedó allí, y el 15 de noviembre de 2019 continuaba su agenda de desintegración rompiendo relaciones diplomáticas con la República Bolivariana de Venezuela. No sin antes reconocer al autoproclamado Juan Guaidó como "presidente encargado" del país. Incluso, se informaba el retiro de Bolivia del ALBA-TCP, y de una vez, la posibilidad de deslindarse de la Unión Suramericana de Naciones (Unasur).
En diciembre de 2019, analizaba la separación de Bolivia de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), por la acción de México de dar asilo político a Morales, e informaba la no asistencia a la reunión pautada para enero de 2020.
Por otro lado, el 22 del mismo mes comunicaba el ingreso al Grupo de Lima para "contribuir a lograr una solución pacífica, democrática y constitucional a la crisis en Venezuela", no a la de Bolivia: a la de Venezuela.
Y, entre otros ejemplos, una vez iniciado el año 2020, terminó rompiendo relaciones diplomáticas con Cuba y se integró a las reuniones del Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur).
El ascenso de una élite ideológicamente contraria a la integración suramericana
En pocas palabras, pateaba el alcance al que llegó la integración regional suramericana en los últimos años, sumándose al grupo de gobiernos de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú, que anunciaron en 2018 la decisión de "suspender por tiempo indefinido su participación" en la Unasur, alegando que Venezuela y Bolivia bloqueaban su funcionamiento.
Lo propio hizo Lenin Moreno por Ecuador en 2019, sentenciando que "no existen las condiciones para que Unasur pueda volver a trabajar por la integración sudamericana", tal cual como en 2018 había accionado contra el ALBA-TCP cuando anunció el retiro del país del bloque.
Mismos gobiernos que, en representación de sus naciones, crearon en 2019, con el fin de enterrar a la Unasur, al Foro para el Progreso de América del Sur (Prosur), como "una herramienta de cooperación, de diálogo sin ideologización alguna" y sin Venezuela, el enemigo común del bloque.
Y una vez fuera de la UNASUR, con pasos firmes, principalmente estos gobiernos fueron ejecutando disciplinadamente el trazado perfecto de la política estadounidense para poner en bandeja de plata el desmembramiento de la integración latinoamericana y la región como zona de paz, acompañando la escalada de "todas las opciones puestas sobre la mesa", incluyendo la intervención militar por parte de EEUU en suelo venezolano.
Por si fuera poco, intentando revivir el TIAR en 2019. Todo para garantizar un interés vital de EEUU: los recursos naturales.
Esta cima en el tema de la integración regional que se alcanzó con la creación de Unasur, pero también de la Celac, se vio esfumada en sólo cuatro años a un nivel de descomposición más apresurado que el infringido para la conquista y la puesta en marcha de estos instrumentos.
La consecuencia directa de un cambio de políticas llevadas a cabo por el ascenso de una élite ideológicamente contraria a la integración suramericana y de toda la América Latina y el Caribe, claramente identificados en Mauricio Macri en Argentina, con Temer y Bolsonaro en Brasil, Duque en Colombia, Piñera en Chile, Kuczynski y Vizcarra en Perú, Cartes y Abdo Benítez en Paraguay, Moreno en Ecuador, incluyendo a Luis Almagro desde la OEA, y finalmente la saliente golpista Jeanine Áñez en Bolivia, quienes diezmaron la integración regional retornando a un alineamiento pautado por las políticas de EEUU, mediante la conformación del Grupo de Lima para discutir exclusivamente sobre Venezuela.
Menos discursos integracionistas, más acciones precisas
A esta velocidad de conducción de las fuerzas contrarrevolucionarias para restaurar y desmantelar lo construido en integración regional, es que se precisa elevar a un nivel superior la euforia del triunfo, para convertir las expectativas en pasos concretos y contundentes, quizás sin moderación en algunos casos, conociendo que queda un camino empedrado a remontar, antes que las fuerzas opuestas arrasen en cuanto puedan con todo lo que queda de pie, evitando la recomposición definitiva de las reservas morales de un "progresismo" que va recuperando espacios de poder, marcados más en discursos integracionistas que en acciones precisas.
Y es que, hasta hace un año, Bolivia defendía la integración regional en cada uno de estos espacios, desde dentro, infringiendo la fuerza mínima para mantenerla en agenda. Quizás es ese espíritu el que se anhela, se celebra, el que se espera vuelva con el triunfo del MAS.
Por los momentos, con la reconquista del poder político por el MAS en Bolivia y un posible retorno en el año próximo de la Revolución Ciudadana en Ecuador, lo que pudiera ocurrir en primera instancia, es un resurgimiento del ALBA-TCP, cuyo organismo se ha mantenido y contenido con mayor firmeza, ante la arremetida desintegracionista de EEUU en los últimos años.
Ya fue la Alternativa Bolivariana una contrapartida fáctica a la propuesta del ALCA, nacida al fulgor de los pueblos en el año 2004. Quizás vuelva a jugar un nuevo papel preponderante en los tiempos que corren.