La pandemia del Covid-19, a más de tres meses de su primer brote, ha contagiado a cientos de miles de personas en más de 160 países.
Su propagación ha repercutido en sectores económicos estratégicos de la economía mundial, incluyendo las bolsas de valores y los precios del petróleo, abriendo una nueva guerra de acumulación del capital contra el trabajo.
¿Quién pagará la factura de la crisis? No serán los peces gordos
Para la economista Nomi Prins, una de las observadoras mejor calificadas en la actualidad para describir el funcionamiento del capitalismo mundial en crisis, ha advertido:
“La amenaza del coronavirus afectó a los trabajadores de la industria, proveedores de alimentos y bebidas, artistas, equipos, limpiadores y todos los miembros asociados. Como resultado, con otros cruceros experimentando problemas similares y las compañías aéreas en crisis, la industria de viajes se paralizó, mientras que la demanda de los bienes y servicios asociados a ella se redujo”.
Para Prins el pronóstico a mediano plazo es poco alentador y asume que el Covid-19 será un factor multiplicador de la catastrófica desigualdad de nuestra era:
“La realidad es que una economía basada en la desigualdad se encuentra en una encrucijada, y el coronavirus parece haberla infectado. Incluso si la desigualdad extrema del momento presente tiene sus precedentes obvios, es probable que la volatilidad que ahora se está produciendo en todo el mundo continúe ampliando esa gran división, posiblemente hasta el punto de ruptura”.
Los severos impactos económicos y financieros que ha desencadenado la pandemia podrían compararse con la crisis del año 2008, cuando la caída del gigante Lehman Brothers arrastró la economía global a una recesión prolongada signada por el desempleo masivo, la suspensión de garantías sociales y la transferencia de riqueza (directa) de los bancos centrales a los bancos privados, corporaciones e inversores monopólicos que habían ejecutado apuestas financieras irresponsables.
Pero esta comparación puede ser insuficiente para medir los efectos de la pandemia.
El analista Adam Tooze opina que ambos procesos tienen una naturaleza distinta y con efectos diferenciados. Precisa que:
“…una severa recesión en el segundo trimestre de 2020 es ya inevitable. La industria global de la manufactura ya se tambaleaba en 2019. Ahora vamos a parar deliberadamente las economías más grandes del mundo durante unos meses. Cierran las fábricas, tiendas, gimnasios, bares, colegios, universidades y restaurantes. Indicadores tempranos apuntan a que las peticiones de subsidios por desempleo podría llegar a los 2,5 millones tan solo en la tercera semana de marzo. Esto supondría el shock económico más grande de la historia”.
La Reserva Federal, que nunca les falla a los peces gordos del sistema, ha reducido las tasas de interés al 0% e inyectado 700 mil millones de dólares a la compra de bonos del Tesoro y de deuda corporativa para mantener a flote el mercado de valores y de deuda.
La idea es resolver el problema estructural de la deuda con más deuda, mientras hacia abajo socializan las pérdidas generando desempleo, desmantelando la industria y socavando derechos y garantías sociales elementales.
La relación simbiótica entre la élite política de Washington y los grandes capitalistas de Wall Street es descrita por Robin Kaiser-Schatzlein en The Nation.
“Desde la crisis financiera de 2008, la idea de que la banca es una industria criminal se ha convertido en un poco obvia en la sabiduría convencional. Los bancos engañan, mienten y actúan de manera poco ética, y debido a que son tan grandes, el gobierno no puede permitirse que fracasen. Los bancos absorben capital productivo de la economía, lo que impide una inversión significativa”, apunta en su último artículo de investigación.
Por debajo, Trump intenta manejar la situación suspendiendo temporalmente la ejecución de hipotecas, las deudas estudiantiles y otros factores de presión económica sobre la población ya que es un año electoral donde se juega su reelección presidencial.
Las medidas están lejos de resolver los problemas estructurales de una economía marcada por el endeudamiento personal, el trabajo precario y la ausencia de garantías sociales mínimas.
El reforzamiento de estas condiciones, más allá de los pañitos de agua caliente en clave electoral de Trump, son la garantía de que la factura de la crisis del Covid-19 correrá por cuenta de las capas bajas del país, lo que representa una gran oportunidad para que los grandes capitalistas ajusten cuentas, reduzcan gastos “innecesarios” y protejan sus ganancias en medio de la incertidumbre.
La primera gran crisis de la economía postforfista
La mezcla explosiva entre la aplicación extendida del paradigma neoliberal y la revolución tecnológica en los factores de producción y consumo que signan nuestra época, incorporan un nuevo elemento que puede agudizar una crisis de desempleo no vista desde la Gran Depresión de 1929.
El periodista John Cassidy afirma para The New Yorker que “todas las compras no esenciales que las personas hacen en su vida diaria, desde ropa nueva y electrodomésticos hasta servicios personales como sesiones de spa, comidas en restaurantes y paseos en Uber (…) Todo este material no esencial representa aproximadamente el 40% del PIB de los Estados Unidos. En otras palabras, es enorme, tanto en términos de su contribución en dólares a la economía como del número de personas que emplea”.
El Covid-19 ha generado una interrupción sincronizada en las cadenas de suministro global de materias primas, impactando notablemente a las industrias, los servicios y al comercio internacional.
No obstante, el aspecto diferenciador de esta crisis económica con la Gran Depresión o con otros colapsos económicos más recientes radica en que no transcurre en el marco de una economía industrial que puede reactivarse inyectando dinero y abriendo nuevos mercados. En cambio, esta crisis ocurre bajo el dominio de una economía postfordista donde la circulación de mercancías y servicios, al menos en los países con las economías más grandes y mejor integradas, constituye el nervio central y el principio básico de su funcionamiento.
La nueva división internacional del trabajo que trajo el neoliberalismo delegó la producción industrial a las periferias de Asia, África y América Latina, mientras que en los países occidentales y con mejores índices de desarrollo dedicarían sus vidas a disfrutar los beneficios de una sociedad de consumo hiperconectada.
En ambos espectros la crisis ha tenido efectos devastadores, aunque no se sobrevive a la situación de la misma manera.
Con el distanciamiento social que ha traído la pandemia, la sociedad de consumo en los países occidentales ha entrado en una especie de cortocircuito generalizado, comprometiendo los empleos y el “dinamismo” de la industria de servicios por la interrupción de la demanda y las medidas que se vienen tomando para reducir los contagios evitando al máximo la interacción social.
Como efecto expansivo, en los países periféricos caracterizados por la producción primaria de bienes y materias primas, la crisis golpea con mayor dureza.
El resultado general es una crisis de desempleo que la Organización Internacional de Trabajo (OIT) proyecta en 25 millones de puestos de trabajo perdidos por el Covid-19.
A esta proyección se incorpora otro problema: el subempleo o la precarización del trabajo.
Según reseña El País de España:
“La OIT no solo advierte del aumento del desempleo. También del peligro que supone que en estas circunstancias aumente el subempleo, uno de los enemigos contra los que esta organización advierte normalmente y ahora con más motivos. Los colectivos que están más expuestos son los que ya están en peores circunstancias y peor han salido de la crisis anterior: jóvenes, mujeres, trabajadores de más edad y los empleados que no tienen protección social (falsos autónomos, trabajadores precarios de la nueva economía digital) e inmigrantes”.
Despidos masivos: cómo el capital va ajustando cuentas
Reporta Bloomberg que “las solicitudes de beneficios de desempleo en Estados Unidos están a punto de aumentar a un récord de 2 millones esta semana”, utilizando datos provenientes del banco de inversión Goldman Sachs.
En Estados Unidos las grandes empresas han comenzado a despedir a cientos de trabajadores, sobre todo los que dependen de la industria de servicios, hotelería, comercio e industria manufacturera. Por tal motivo, muchos han abarrotado las oficinas de empleo para adelantarse a pedir los beneficios ante un crecimiento de la ola de despidos.
Vale acotar que este beneficio pueden solicitarlo aquellos que han obtenido trabajos formales, una minoría con relación a los trabajadores “independientes” que trabajan como Ubers, prestadores de servicios u otros tipos de empleo precarios que están por fuera de la economía formal.
La misma lógica se reproduce en Brasil, donde el presidente Jair Bolsonaro ha publicado un decreto donde “el empresario tendrá el derecho de dejar de pagar al trabajador durante el periodo en el que dure la suspensión contractual, pero podrá conceder una ayuda compensatoria mensual, sin naturaleza salarial”, según reseñó la cadena SER.
Una situación similar ocurre en Colombia y en otros países latinoamericanos que han tomado como guía el modelo estadounidense para gestionar las crisis económicas sistémicas.
El gobierno de Iván Duque ha iniciado una guerra institucional de saqueo a los recursos públicos para transferirlo a empresas y bancos privados, según ha informado la alcadesa de Bogotá, Claudia López, a través de su Twitter.
Mientras tanto, las garantías al nuevo ejército de desempleados abarcan el asistencialismo temporal (sin perspectivas claras de cómo se prolongará a medida que continúe la crisis del Covid-19) y la indefensión y desprotección del Estado.
Aunque en el marco de esta crisis el Estado ha recuperado cierta centralidad en la gestión económica, los gobiernos neoliberales en alianza con las empresas monopolistas en la región echan mano de los recursos públicos para inyectárselo a los peces gordos, mientras abandonan a una gran masa de trabajadores a su suerte y a la incapacidad económica de hacer frente al Covid-19.
Un microcosmos de todo el sistema: Amazon
La corporación estadounidense Amazon es el modelo de empresa postfordista y neoliberal del siglo XXI. Mezcla el trabajo precario, las horas extras no pagadas, la esclavitud que acarrea la industria de los envíos y el comercio electrónico y la cancelación de todo derecho laboral y sindical.
Amazon lo dice todo sobre el capitalismo en tiempos de coronavirus.
El dueño de esta megacorporación (Jeff Bezos) es una de las personas más acaudaladas del planeta, su riqueza personal es equivalente a los ingresos en dinero de millones de personas de capas medias y bajas en el mundo.
Esta empresa continúa operando en medio de la pandemia y ha desdoblado su alcance a medida que la cuarentena avanza y la población ve el incentivo, en medio de la pandemia, de comprar alimentos, productos electrónicos, farmacéuticos y de otro tipo mediante Internet, evitando el contacto social y su exposición al contagio.
Amazon se adaptó a una crisis que favorece su monopolio en el comercio minorista, e hincha sus ganancias producto de un modelo de empleo que roza el esclavismo.
En tal sentido, los almacenes de Amazon se han transformado en auténticos focos de contagio, y la empresa, aludiendo al exceso de trabajo, evita imponer medidas de seguridad mínimas que puedan detener el ritmo de trabajo tanto de los almacenadores como de quienes están encargados de realizar los envíos.
Tyler Hamilton, un trabajador de un almacén de Amazon en Minnesota, cuenta que su salario ha aumentado en par de dólares pero que “para obtener el pago de riesgo hay que estar allí durante 40 horas a la semana y las horas extras”.
El portal The American Prospect asegura:
“Lo que Amazon da con el pago de horas extras, entonces, viene a expensas de la seguridad de los trabajadores, que es casi imposible de administrar en los entornos de almacén y entrega. La cantidad de personas en los almacenes y la carga de trabajo dificultan el distanciamiento físico. Amazon colocó cinta adhesiva en el piso del almacén de Hamilton utilizando un estándar para mantener una distancia de tres pies de los compañeros de trabajo, la mitad del estándar recomendado de seis pies. Al menos un trabajador de Amazon dio positivo por Covid-19 en un almacén en Queens, y la compañía volvió a abrir al día siguiente. Los trabajadores de dos New York Whole Foods, una división de Amazon, también dieron positivo”.
Los trabajadores no solo no cuentan con desinfectantes y otras medidas de seguridad que prevengan los contagios, también, según el portal, no cuentan con garantías laborales y salariales si enferman de Covid-19 y no pueden asistir al trabajo:
“Si un trabajador de Amazon se enferma, tiene pocos recursos. Amazon agregó hasta dos semanas de licencia por enfermedad remunerada para cualquier persona diagnosticada con Covid-19; con pruebas escasas, esto no está disponible para la mayoría de los trabajadores de almacén con salarios bajos. Amazon también amplió el tiempo libre no remunerado, lo que significa que las personas pueden quedarse en casa si se sienten enfermas o inseguras sin temor a ser despedidas. Por supuesto, a los trabajadores que se quedan en casa no se les paga”.
Amazon abrió un fondo de asistencia para los trabajadores y ha solicitado donaciones privadas en línea para que pueda cubrir problemas relacionados con los trabajadores. Así como lo escucha: una de las empresas más grandes del planeta pide donaciones para atender a quienes enfermen trabajando por un salario miserable.
Por más microscópico que pueda parecer, este caso de Amazon describe la dinámica del capitalismo en general.
Describe el esclavismo que gobierna las relaciones de producción en el esquema económico actual, la maquila en la que se ha transformado el comercio electrónico, la indefensión del trabajador y su sustitución rápida si no puede ajustarse a una dinámica de trabajo estresante y sobreexplotadora: el ejército de desempleados que crean las políticas de ajuste y salvataje a los empresarios, desde Estados Unidos hasta Brasil y más allá, genera una ventana de oportunidad para el reemplazo rápido de trabajadores y la disminución de su salario.
Igualmente, Amazon describe las tendencias estructurales del capitalismo en tiempos de una pandemia singular: refuerza las condiciones de desigualdad, precarización y aprovecha el pánico de una sociedad acuartelada que se ve obligada a exponer su salud frente a la falta de trabajo y la voracidad de los capitalistas que suprimen el salario al mínimo.