Sáb. 12 Abril 2025 Actualizado ayer a las 8:46 pm

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El presidente Vladímir Putin en la sesión plenaria del 34° Congreso de la Unión Rusa de Industriales y Empresarios (Foto: Kristina Kormilitsyna)
No hay más que esta realidad

Putin confirma que la debilidad transaccional inclina la balanza del poder

El resultado geopolítico posterior a la Segunda Guerra Mundial efectivamente determinó la estructura económica global de la posguerra. Ambas están experimentando grandes cambios. Sin embargo, lo que permanece anquilosado es la weltanschauung (la forma de ver el mundo) general —occidental— de que todo debe "cambiar" solamente para que siga igual. Las cosas financieras seguirán como antes; no hay que perturbar el sueño. Se supone que la clase oligárquica/donante se encargará de que todo permanezca igual.

Sin embargo, la distribución del poder en la posguerra fue única. No hay nada que sea "para siempre" en ella; nada que sea inherentemente permanente.

En una reciente conferencia de industriales y empresarios rusos, el presidente Putin puso de relieve la fractura mundial y expuso una visión alternativa que probablemente adoptarán los Brics, y muchos más. Su discurso fue —metafóricamente hablando— la contrapartida financiera de su intervención en el Foro de Seguridad de Múnich de 2007, en la que aceptó el desafío militar que supone la "OTAN colectiva".

Putin insinúa ahora que Rusia ha aceptado el reto que plantea el orden financiero de posguerra. El país ha perseverado ante la guerra financiera, y también se está imponiendo sobre ella.

El discurso que pronunció durante la semana del 18 de marzo no fue, en cierto sentido, nada realmente nuevo: reflejaba la doctrina clásica del anterior primer ministro, Yevgueni Primakov. Nada romántico con Occidente, Primakov entendía que su orden mundial hegemónico siempre trataría a Rusia como a un subordinado. Así que propuso un modelo diferente —el orden multipolar— en el que Moscú equilibra los bloques de poder, pero no se une a ellos.

En su esencia, la Doctrina Primakov consistía en evitar los alineamientos binarios, preservar la soberanía, cultivar los lazos con otras grandes potencias y rechazar la ideología a favor de una visión nacionalista rusa.

Las negociaciones actuales con Washington —ahora estrechamente centradas en Ucrania— reflejan esta lógica. Rusia no está suplicando un alivio de las sanciones ni amenazando con nada concreto. Está llevando a cabo una dilación estratégica: esperar a que pasen los ciclos electorales, poner a prueba la unidad occidental y mantener todas las puertas entreabiertas. Sin embargo, Putin tampoco se opone a ejercer un poco de presión por su cuenta: la ventana para aceptar la soberanía rusa de los cuatro óblasts orientales no es eterna: "Este punto también puede moverse", dijo.

No es Rusia la que se adelanta a las negociaciones, sino todo lo contrario: es Trump quien se adelanta. ¿Por qué? Parece remontarse al apego estadounidense a la estrategia de triangulación al estilo de Kissinger: subordinar a Rusia; separar a Irán; y luego separar a Rusia de China. Ofrecer zanahorias y amenazar con "palos" a Rusia, y una vez subordinada de esta manera, ella podría entonces desprenderse de Irán, con lo cual se eliminaría cualquier impedimento ruso a un ataque del eje Israel-Washington contra Irán.

Primakov, si estuviera aquí, probablemente estaría advirtiendo que la "Gran estrategia" de Trump es atar a Rusia a un estatus subordinado rápidamente con vistas a continuar la normalización israelí de toda Asia Occidental.

Witkoff ha dejado muy clara la estrategia de Trump:

"Lo que tenemos a continuación es: tratar con Irán (...) son un benefactor de ejércitos proxy (...) pero si conseguimos que estas organizaciones terroristas se eliminen como riesgos (...) Entonces normalizaremos en todas partes. Creo que Líbano podría normalizarse con Israel (...) Eso es realmente posible (...) Siria también: puede que Golani en Siria —ahora— sea un tipo diferente. Han expulsado a Irán (...) Imagínense si Líbano (...) Siria (...) y los sauditas firman un tratado de normalización con Israel (...) ¡Sería épico!".

Funcionarios estadounidenses afirman que el plazo para una "decisión" sobre Irán finaliza en primavera...

Y con Rusia reducida a la condición de suplicante e Irán solucionado —en un pensamiento tan fantasioso—, el Equipo Trump puede dirigirse hacia el principal adversario: China.

Putin, por supuesto, lo entiende bien, y desmintió debidamente todos esos espejismos: "Dejen las ilusiones a un lado", dijo a los delegados la semana pasada:

"Las sanciones y restricciones son la realidad actual, junto con una nueva espiral de rivalidad económica ya desatada".

"No se hagan ilusiones: no hay más que esta realidad".

"Las sanciones no son medidas temporales ni selectivas; constituyen un mecanismo de presión sistémica y estratégica contra nuestra nación. Independientemente de los acontecimientos mundiales o de los cambios en el orden internacional, nuestros competidores tratarán perpetuamente de limitar a Rusia y disminuir sus capacidades económicas y tecnológicas".

"No hay que esperar una libertad total de comercio, pagos y transferencias de capital. No hay que contar con los mecanismos occidentales para proteger los derechos de los inversores y empresarios (...) No me refiero a ningún sistema jurídico, ¡simplemente no existen! ¡Solo existen para ellos mismos! Ese es el truco. ¿Entienden?".

"Nuestros desafíos existen, sí, pero los suyos también son abundantes. La hegemonía occidental está desapareciendo. Los nuevos centros de crecimiento mundial están ocupando el centro del escenario", dijo Putin.

Estos retos no son el "problema"; son la oportunidad, subrayó: "Daremos prioridad a la manufactura nacional y al desarrollo de las industrias tecnológicas. El viejo modelo se ha acabado. La producción de petróleo y gas será simplemente el complemento de una 'economía real' autosuficiente y de circulación interna, y la energía dejará de ser su motor. Estamos abiertos a las inversiones occidentales, pero únicamente en nuestras condiciones, y el pequeño sector 'abierto' de nuestra economía —por lo demás cerrada— seguirá comerciando, por supuesto, con nuestros socios de los Brics".

Lo que Putin esbozó efectivamente es la vuelta al modelo de economía principalmente cerrada de circulación interna de la escuela alemana (à la Friedrich List) y del primer ministro ruso, Serguéi Witte.

Para que quede claro, Putin no solo estaba explicando cómo Rusia se había transformado en una economía tan resistente a las sanciones que podía despreciar tanto las aparentes seducciones de Occidente como sus amenazas. Estaba desafiando el modelo económico occidental de manera más fundamental.

Friedrich List desconfió desde el principio del pensamiento de Adam Smith, que constituía la base del "modelo anglosajón". List advirtió que, en última instancia, sería contraproducente ya que desviaría el sistema de creación de riqueza y, en última instancia, haría imposible consumir tanto o emplear a tantas personas.

Este cambio de modelo económico tiene profundas consecuencias: socava por completo el modo de diplomacia transaccional del "arte de negociar" en el que se basa Trump. Expone las debilidades transaccionales. Su señuelo del levantamiento de las sanciones, además de los otros incentivos de la inversión y la tecnología occidentales, ahora no significan nada porque aceptaremos estas cosas a partir de ahora "únicamente en nuestros términos", dijo Putin. "Tampoco —argumentó— sus amenazas de un nuevo asedio de sanciones tienen peso porque sus sanciones fueron la bendición que nos llevó a nuestro nuevo modelo económico".

En otras palabras, ya se trate de Ucrania o de las relaciones con China e Irán, Rusia puede ser en gran medida impermeable —salvo la amenaza mutuamente destructiva de la Tercera Guerra Mundial— a los halagos de Estados Unidos. Moscú puede tomarse su tiempo con respecto a Ucrania y considerar otras cuestiones basándose estrictamente en un análisis coste-beneficio. Moscú puede ver que Washington no tiene ninguna influencia real.

Sin embargo, la gran paradoja es que List y Witte tenían razón y Adam Smith estaba equivocado. Ahora es Estados Unidos el que ha descubierto que el modelo anglosajón ha demostrado ser contraproducente.

El Hegemón se ha visto obligado a sacar dos conclusiones importantes: en primer lugar, que el déficit presupuestario, unido a la explosión de la deuda federal, le ha devuelto finalmente la "maldición de los recursos".

Como "guardián" de la moneda de reserva mundial —y como dijo explícitamente J.D. Vance— ha hecho necesariamente que la exportación primordial de Estados Unidos sea el dólar estadounidense. Por extensión, significa que el dólar fuerte —impulsado por una demanda sintética mundial de la moneda de reserva— ha eviscerado la economía real de Estados Unidos: su base manufacturera.

Se trata del "mal holandés", por el que la apreciación de la moneda suprime el desarrollo de los sectores productivos de exportación y convierte la política en un conflicto de suma cero por las rentas de los recursos.

En la audiencia de 2024 en el Senado con Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, Vance le preguntó si el estatus del dólar estadounidense como moneda de reserva mundial podría tener algunos inconvenientes. Vance estableció paralelismos con la clásica "maldición de los recursos", sugiriendo que el papel global del dólar contribuía a la financiarización a expensas de la inversión en la economía real: el modelo anglosajón lleva a las economías a sobreespecializarse en su factor abundante, ya sean recursos naturales, mano de obra con bajos salarios o activos financiarizados.

El segundo punto —relacionado con la seguridad—, un tema sobre el que el Pentágono lleva insistiendo unos diez años, es que la moneda de reserva —y, en consecuencia, la fortaleza del dólar— ha empujado muchas líneas de suministro militar estadounidenses hacia China. No tiene sentido, argumenta el Pentágono, que Estados Unidos dependa de las líneas de suministro chinas para abastecer los insumos de las armas de fabricación militar nacional, con las que luego lucharía contra China.

La administración estadounidense tiene dos respuestas a este enigma: en primer lugar, un acuerdo multilateral —en la línea del Acuerdo Plaza de 1985— para debilitar el valor del dólar —y pari passu, en igualdad de condiciones—, por tanto, para aumentar el valor de las monedas de los Estados socios. Esta es la opción del "Acuerdo de Mar-a-Lago". La solución "estadounidense" consiste en obligar al resto del mundo a apreciar sus monedas para mejorar la competitividad de las exportaciones estadounidenses.

El mecanismo para alcanzar estos objetivos consiste en amenazar a los socios comerciales y de inversión con aranceles y la retirada del paraguas de seguridad estadounidense. Como nuevo giro, el plan contempla la posibilidad de revalorizar las reservas de oro de Estados Unidos, una medida que recortaría inversamente la valoración del dólar, la deuda estadounidense y las tenencias extranjeras de bonos del Tesoro.

La segunda opción es el enfoque unilateral: se impondría una "tasa de usuario" a las tenencias oficiales extranjeras de bonos del Tesoro estadounidense para expulsar a los gestores de reservas del dólar y debilitarlo.

Es obvio, ¿no? Se avecina un "reequilibrio" económico en Estados Unidos. Putin tiene razón. El orden económico posterior a la Segunda Guerra Mundial "desapareció".

¿Forzarán las bravatas y las amenazas de sanciones a los grandes Estados a fortalecer sus monedas y aceptar la reestructuración de la deuda estadounidense —es decir, los recortes impuestos a sus tenencias de bonos—? Parece improbable.

El reajuste de divisas del Acuerdo del Plaza dependía de la cooperación de los principales Estados, sin la cual las medidas unilaterales pueden tornarse desagradables.

¿Quién es la parte más débil? ¿Quién tiene ahora la ventaja en el equilibrio de poder? Putin respondió a esta pregunta el 18 de marzo de 2025.


Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Strategic Culture el 31 de marzo de 2025 y fue traducido para Misión Verdad por Spoiler.

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