Obviando las historias individuales de cada quien, las muertes más dolorosas son las que tienen la marca de la esclavitud, la opresión corporal, el yugo colonial. Cuando las tragedias se dan sobre una población ya golpeada cotidianamente por factores foráneos, el golpe es más contundente sobre las emociones sociales.
La muerte de al menos una docena de venezolanas y venezolanos en las costas de Güiria conmociona a cualquiera, y sin embargo existen sectores que, a costa del sufrimiento familiar y el dolor nacional ante la tragedia, intentan pescar en el río revuelto de la demagogia politiquera cuya única motivación consta en la criminalización de Venezuela, su gobierno y su pueblo sin ningún tipo de pruritos.
Este es un país en guerra, una de baja intensidad, otras veces bajo altas temperaturas, pero en constante estado de defensa por asedio. Las bajas humanas siempre son y serán lamentadas, sobre todo si tomamos en cuenta que quienes ponemos los muertos somos quienes ponemos el cuerpo y la mente para que esta tierra que mentamos Venezuela no caiga a pesar de los dolores.
En Güiria están ocurriendo tragedias similares con cierta recurrencia, como sucede en la mayoría de las fronteras en crisis. El gobierno nacional, en un comunicado, identificó la causa del naufragio de estas personas con la trata de personas, trasunto lingüístico contemporáneo para referirse al comercio de esclavos.
Con el movimiento migratorio venezolano más activo que nunca, impulsado por un contexto económico y social complicado, han emergido esquemas de trata de personas en las fronteras con Venezuela con el fin de reorientar la mano de obra barata nacional, es decir, la fuerza de trabajadores precarizados, hacia las economías ilegales bajo modalidades de coacción dignas del siglo XVI y XVII.
El historiador trinitario Eric Williams demostró cómo el trabajo esclavo fue fundamental en el desarrollo del modo de producción capitalista europeo durante siglos, siendo promovido por corporaciones del comercio de trata y de la moderna agroindustria.
Podría asegurarse que, en nuestros tiempos, la esclavitud está hecha a medida y semejanza de las redes de narcotráfico y prostitución, dos de las más lucrativas en zonas de conflicto y contextos de violencia irregular. No en balde son ramas de la economía ilegal con amplio auge en Colombia desde hace, por lo menos, medio siglo.
En Venezuela existe una institución que combate la trata de personas. En julio de este año, la Oficina Nacional contra la Delincuencia Organizada y Financiamiento del Terrorismo emitió algunos datos de interés sobre este flagelo en la República Bolivariana.
- 68% de las personas que son víctimas de trata de persona son de sexo femenino; 32% son hombres.
- 1 de cada 5 personas son niños o niñas, y 7 de cada 10 son niñas o mujeres.
- Este delito es considerado el tercer negocio ilícito más rentable del mundo.
Vistos estos números, la realidad se antoja mucho más siniestra y trágica. Las informaciones sobre el reciente naufragio en las costas de Güiria apuntan a un patrón de la trata de personas en Venezuela, en el que familias enteras son trasladadas de un país hacia otro por vías irregulares bajo coacción, aun cuando existe un deseo por emigrar por parte de connacionales.
Aunque no existe una normalización por parte de quienes no experimentamos esas situaciones de esclavitud y vemos con desagrado y urgencia lo acontecido, sí existe la trata como un elemento que dinamiza constantemente las economías ilegales dentro y más allá de las fronteras de Venezuela, con mano de obra venezolana.
En nuestro país las autoridades han intentado combatir este flagelo. Basta con hacer una rápida búsqueda en la web para darse cuenta de que las redes de trata están expandidas no solo en las zonas fronterizas del país (por ejemplo, en Santa Elena de Uairén -estado Bolívar- o en La Guajira venezolana -estado Zulia-) sino también en Valencia (estado Carabobo), en la región centro-norte del país. Lo sabemos porque se han desmantelado algunas importantes en los últimos años.
Sin embargo, es un esfuerzo que necesita ser acompañado por más que un marco jurídico en Venezuela y unas autoridades atentas hasta donde puede llegar un Estado vapuleado por el bloqueo y la guerra de desgaste institucional, conducida por los peones connacionales de Estados Unidos.
La esclavitud es un signo de que el capitalismo como sistema aún tiene un marco de desarrollo en el que todo se vale con impunidad para concretar ganancias extraordinarias. Los reportes de la Oficina de Drogas y Crimen de la ONU afirman que el narcotráfico a escala global genera aproximadamente ganancias anuales por un total de 650 mil millones de dólares. Si este negocio necesita de esclavos modernos para aceitarse, buscará esa fuerza de trabajo en cualquier lugar del planeta.
De esto no van a hablar los sesudos analistas e influencers de la opinión de la oposición venezolana, pues lo que importa es pegarle a un gobierno que se ha encargado de combatir lo que el banco contrario justamente critica.
Para un botón, nadie se enteró de que hubo un naufragio similar en las costas de Güiria en mayo de 2019, en la que desaparecieron más de 30 personas. Fue un hecho estremecedor que no tuvo amplificadores mediáticos en su momento porque, tal vez, no hubo elecciones recientes o algún acontecimiento político importante en Venezuela para desprestigiarla.
La selectividad de los casos de este tipo a tomar da cuenta de la manipulación y la intoxicación mediática contra los intereses nacionales. El antichavismo nunca va a cuestionar lo que está detrás de la trata de personas, ni siquiera reconocerá lo que se hace para combatirla oficialmente. Tan solo es una realidad ignorada por muchos, hasta que irrumpe ante los ojos de manera abrumadora.
Tal instrumentalización es una vieja táctica de la oposición venezolana, que sirve incluso para tapar el pésimo balance de una "consulta popular" tan ficticia como el "gobierno interino" de Juan Guaidó.
Sin duda, lo de Güiria es una tragedia y como tal hay que entenderla, pero que los operadores antichavistas de siempre la enarbolen como espectáculo y etiqueta de redes sociales solo da a entender que no es válido visibilizar todas las tragedias, sino las que puedan ser susceptibles de la cartelización propagandística contra Venezuela.
La muerte como show brinda réditos a un antichavismo que no tiene otro capital simbólico, sino la tragedia de la población venezolana. No en balde su divisa es el bloqueo estadounidense y la intervención militar.