Estados Unidos, bajo el liderazgo de Donald Trump, ha optado por la guerra comercial, una estrategia de confrontación económica mediante la cual busca reafirmar su hegemonía. A través de aranceles masivos, amenazas y decisiones unilaterales, Trump ha convertido las relaciones comerciales con América Latina en un campo de tensión donde el poder económico se ejerce como arma de coerción.
Este enfoque, lejos de fortalecer la influencia estadounidense en la región, ha abierto brechas profundas que China y otros actores aprovechan con creciente eficacia.
El escalamiento de una disputa geopolítica
En medio de un escenario global marcado por la competencia entre potencias, Estados Unidos ha recurrido a una política exterior basada en el proteccionismo agresivo. Esta estrategia no es solo económica sino geopolítica: busca desestabilizar socios considerados "incómodos" y reconfigurar las cadenas de suministro a favor de intereses estadounidenses.
Brasil y México, dos de los mayores socios comerciales de Washington en la región, han sido blanco directo de esta política. La administración Trump ha impuesto aranceles que alcanzan hasta 50% en productos claves de ambos países, y ha utilizado justificaciones como el tráfico de fentanilo o el "desequilibrio comercial". Muchas de estas medidas parecen más actos de presión política que soluciones reales a problemas estructurales.
Tales aranceles no son aislados, forman parte de una lista más amplia que incluye países como Argentina, Chile y Perú, todos afectados por tarifas variables que buscan forzar acuerdos en temas de seguridad, inmigración y cooperación energética.
La lógica pareciera apuntar a la extorsión como alternativa al no poder competir con el peso diplomático de China, y el enfoque suele estar basado en acuerdos que muchas veces no se cumplen, lo cual genera inestabilidad y desconfianza.
México: Entre llamadas, firmeza diplomática y postergaciones
México, socio estratégico en el marco del T-MEC, ha vivido en los últimos meses una montaña rusa de tensiones con Washington. A principios de agosto el gobierno de Claudia Sheinbaum evitó un alza arancelaria inminente tras una llamada telefónica con Trump, cuando logró una prórroga de 90 días para negociar un acuerdo de largo plazo. "Evitamos el alza arancelaria anunciada para mañana y logramos 90 días para construir un acuerdo basado en el diálogo", anunció Sheinbaum en redes sociales.
Pese al alivio temporal, el contexto sigue siendo convulso. Trump exigió mantener el llamado "arancel del fentanilo" de 25%, además de nuevas tarifas al acero, aluminio y cobre. Este tipo de medidas, que afectan sectores cruciales de la economía mexicana, no solo impactan las exportaciones sino que debilitan la confianza empresarial y frenan la inversión.
Sin embargo, Sheinbaum ha manejado la crisis con una mezcla de firmeza y diplomacia. Con una aprobación de 80% según una encuesta de Enkoll, la presidenta ha aprovechado su capital político para negociar desde una posición de fuerza. Ha optado por evitar la confrontación directa priorizando el respeto mutuo y la cooperación fronteriza. Pero el riesgo persiste: el T-MEC, neurálgico para la economía mexicana, vence en 2026, y el proteccionismo trumpista podría complicar su renovación.
¿Brasil envuelto en una vendetta política?
Si México ha logrado una tregua, Brasil enfrenta una batalla abierta. El 6 de agosto entraron en vigor aranceles de 50% a los productos brasileños; ante la medida, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva respondió que "es el presidente de Estados Unidos pensando que puede dictar reglas para un país soberano como Brasil. Es inaceptable".
El aumento pasó de 10% a 50% sin una justificación económica clara, lo que llevó a varios analistas a interpretarlo como un intento de forzar un castigo por la posición de Brasil dentro de los Brics, intromisión de Trump en el caso Bolsonaro o las recientes regulaciones brasileras que afectan grandes tecnológicas.
Brasil es el principal exportador de café a Estados Unidos, con 35% del mercado, seguido por Colombia (27%) y Perú. Este sector ahora enfrenta una incertidumbre enorme: los costos de importación se disparan, y los consumidores estadounidenses podrían ver aumentar el precio del café. Aunque existe un periodo de gracia hasta octubre para mercancías ya embarcadas, el mensaje es claro: Estados Unidos puede castigar a sus aliados con la misma facilidad que a sus rivales.
Esta medida no pareciera responder a intereses económicos; así lo devela el comunicado publicado por la Casa Blanca, en el que alude a asuntos de la política interna brasilera. Todo apunta a una lógica de poder en la que prevalecería más la venganza política que la economía de Estados Unidos.
Además, pese al anuncio de 50% en los aranceles comerciales, se otorgaron casi 700 excepciones, lo que evidencia la arbitrariedad de la medida. Brasil, uno de los países más afectados, ve cómo su posición como actor regional se ve comprometida por decisiones unilaterales de Washington, aunque se haya intentado alinear al relato de esa potencia durante la cumbre de los Brics de 2024.
Deterioro (geo)económico por doquier, excepto para China
Lejos de ser un arma de doble filo, los aranceles de Trump hieren profundamente la economía estadounidense. Los costos adicionales se trasladan directamente sobre los consumidores porque aumentan los precios de bienes esenciales. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ya advirtió que estas políticas podrían ralentizar el crecimiento global, y Estados Unidos no es una excepción.
En México el impacto es multifacético. Los aranceles afectan sectores claves como el automotriz y la minería, lo que podría desencadenar una caída en la inversión y una posible recesión. Pese al crecimiento económico del primer semestre y la baja leve en pobreza, el riesgo de una desaceleración es real. Además, la presión sobre Pemex y la seguridad interna limitan el margen de maniobra del gobierno.
En Brasil el incremento es calificado como una "golpiza arancelaria" dado que los efectos pueden ser profundos en ciertos sectores relevantes y en regiones específicas, especialmente aquellas con alta dependencia del comercio con Washington. Aunque Colombia y México podrían beneficiarse como alternativas de suministro, la calidad y las preferencias del consumidor marcan una diferencia que no se resuelve con tarifas bajas.
Paradójicamente, mientras Trump busca aislar China mediante guerras comerciales, sus políticas están abriendo la puerta a una mayor influencia del gigante asiático en América Latina. En medio del caos arancelario, Beijing ha intensificado su cooperación con países como Brasil, México y Argentina ofreciendo inversiones, acuerdos de libre comercio y cooperación tecnológica sin condiciones políticas. Algunos efectos ya son evidentes:
- La Oficina Presupuestaria del Congreso estadounidense (CBO, por sus siglas en inglés) estima que los aranceles minarían el crecimiento de la economía del país y dichos ingresos serán neutralizados por las pérdidas debidas a recortes de impuestos.
- El déficit comercial de Estados Unidos ha aumentado.
- Ha aumentado la cantidad de acuerdos comerciales en países emergentes como Brasil, India e Indonesia, y alianzas como Mercosur y la Asean.
- Los precios en Estados Unidos ya han empezado a subir.
- En la actualidad China exporta más, pero menos a Estados Unidos.
México representa ahora alrededor de 2,4% de las exportaciones totales de China, lo que lo sitúa por delante de Brasil, que tiene una población mayor y absorbe solo 1,7% de las exportaciones chinas, como su mercado de exportación más importante en América Latina.
China apunta hacia América Latina como un "refugio estratégico" frente a las tensiones con Estados Unidos. Mientras Trump castiga a sus aliados, el país líder de los Brics construye infraestructura, compra materias primas y se posiciona como un socio más predecible; esta dinámica podría erosionar la incidencia estadounidense en la región.
Algunos análisis afirman que "la influencia de Estados Unidos en América Latina está en declive" y la arremetida arancelaria, en lugar de reafirmar su liderazgo, ha generado diatribas, inestabilidad y una oportunidad perfecta para que otros actores llenen aun más el vacío.
En un mundo multipolar, la coerción económica no sustituye a la cooperación estratégica. Y si Estados Unidos no cambia de rumbo, podría perder no solo mercados, sino también aliados.