No hay que darle vuelta alguna a lo sucedido, salvo —nada menos— acerca del estado estructural del horizonte económico. Es impactante. Una amplia primera minoría del pueblo argentino le renovó el crédito a Javier Milei. O, más específicamente, al presidente de Estados Unidos.
Fue mileísmo o antimileísmo, como era de prever. El porcentaje de ausentismo no debe confundir, porque no faltarán quienes saquen la cuenta proporcional entre habilitados para votar y votantes efectivos. Esa lógica no tiene ni tendrá sentido nunca, porque implica que los ausentes significarían una fuerza distinta a la de quienes sí fueron a sufragar.
Le guste a quien le guste y le pese a quien le pese, hay un componente enorme de voto ideológico, gorila, desclasado, que no es ninguna novedad en nuestra historia. Todo lo contrario.
Es cierto que en 2023 la suma de La Libertad Avanza (LLA) y Juntos por el Cambio (legislativas) fue 53,9 por ciento. Dos años antes, ese agregado resultó de 47,6. Quiere decir que el voto antiperonista o antikirchnerista —como prefieran— de este domingo perdió unos cuantos puntos, visto con rigor matemático. Pero en visión política coyuntural, ganó cómodo y para sorpresa del propio Gobierno. Reparemos en que, en Provincia, llevó la cara de José Luis Espert. No importó. Extraordinario, reconozcámoslo.
Tanto en la impresión de la suma general como en la composición de las Cámaras, el oficialismo se aseguró la cantidad de legisladores necesarios para continuar su decretismo.
Sí es diferente la interpretación sobre cuánto le costará a Milei alcanzar voluntades para aprobar las leyes de reformas —laboral, previsional, impositiva— que requiere a fines de profundizar el ajuste eterno.
Provincias Hundidas reveló ser eso mismo, con Juan Schiaretti y Maximiliano Pullaro humillados —como corresponde, diríase— al haber apostado por no ser ni esto ni lo otro, sino todo lo contrario. Los libertaristas suman a grosso modo 13 escaños en el Senado y en Diputados aumentan 64 bancas que, con los socios, los dejan al borde o superando el quórum para encarar las sesiones.
Más luego: ¿eso implica indefectiblemente que seguirán al arbitrio de la billetera nacional, votándole a Milei cuanto quiera imponerles? ¿O son tan flexibles como para virar a una oposición “efectiva” cuando quemen las papas económicas de un modelo atado con alambre?
Imposible saberlo.
Hace unas horas, en nuestro espacio radiofónico, señalamos que, a priori, era difícil calcular cuánto influirían en la decisión del electorado los escándalos de corrupción que sacuden al Gobierno. ¿Mucho, poquito, nada o casi nada?
Quedó claro que fue lo último. El "casi" es adjudicable, tal vez, al nivel récord de ausentismo para elecciones legislativas. Demasiada gente que volvió a retirarse de la participación hasta más ver, apática o asqueada frente al hecho de que "la política" no le arregla la vida y ni siquiera sus necesidades o expectativas elementales. La corrupción, en todo caso, es un bonus track respecto de eso.
Dijimos, entonces, que la dirección general del voto se jugaría en otra cancha, dispuesta a través de dos bloques de preguntas básicas.
¿Decidiría que la inflación a la baja carece de mayor envergadura porque el poder adquisitivo se desplomó, porque las mayorías no llegan a fin de mes, porque todos los indicadores dan para abajo y porque la economía está técnicamente en recesión?
¿O decidiría que esa inflación se estabilizó en descenso, por más que sus números oficiales se saben manipulados gracias a una canasta familiar desactualizada? ¿O decidiría que todavía es muy fuerte la imagen negativa del gobierno anterior, a lo que puede agregarse a) el miedo profundo a un terremoto financiero y b) que la fuerza del antiperonismo sigue siendo inmensa en distritos clave?
Ganó lo segundo, sin dudas.
Puede añadírsele, con el diario del lunes, que La Libertad Avanza logró conformar un liderazgo nacional unificado en la figura de Milei. Que, en contrapartida, el peronismo no pudo, ni tan sólo, aglutinar un mismo emblema en todo el país. Descansó en que con el anti bastaba. No ensayó una sola idea propositiva. Ni una.
Simplemente, el peronismo barrió su tierra debajo de la alfombra y, peor, a partir de este lunes hay quienes serán capaces de facturarle la derrota al único dirigente que se demostró apto para encarar su renovación progresista: Axel Kicillof.
Hoy, sigue sin existir otro fuera de él, aunque le cueste asumirlo a sectores internos que, en silencio, hasta estarán "festejando" lo que considerarán "su" derrota… ¿En función de cuál alternativa, encarnada por quién? ¿El concepto frente a este mazazo es y será el contrafáctico de que no había que desdoblar? ¿Eso es todo lo que hay para ofrecer? ¿El comentario del dictamen de las urnas y no la acción que pudiera revertirla en 2027?
Dicho esto en torno a la lectura del resultado, conviene reparar en un factor que ahora pasa de largo porque los libertaristas festejan eufóricos. Y porque en el palo progre-peronista no pueden creer que a esta sociedad, o a su electorado activo, le haya importado un pito la imagen de Espert, y de jubilados molidos a palos, y de la realidad —entre otras— de vivir endeudados con la tarjeta para comprar alimentos (de paso: que esto sirva para corroborar que no deben romantizarse los comportamientos populares, atándose a símbolos perimidos o de escasa/nula incidencia).
Nada ha cambiado estructuralmente, para insistir, en el modelo económico que todos los actores del poder real reconocen como agotado.
Por un rato podrá regir la fantasía de la cotización del dólar yendo para atrás, en esencia. Pero jamás ocurrirá que tenga destino favorable un esquema de especulación financiera y apriete contra los más débiles, inepto para generar las divisas que no produce y dependiente de que el Tesoro de Estados Unidos le deje la mano agarrada in eternum.
Algo o todo de eso sufrió el macrismo, como bien se recuerda inútilmente por estas horas en que, para "el palo", no hay nada que no se asemeje a desastre.
Macri venció de taco en las intermedias de 2017 y a los pocos meses comenzó a precipitarse su derrumbe porque, sencillamente, todo lo sólido se desvanece en el aire.
Ganó Trump, sí, señor. Al galope.
Pero es indefectible que tarde o temprano descubrirá lo evanescente de su triunfo.
Es probable que a nadie se le pase por la cabeza pensar en eso durante este momento de impacto profundo, cuando es harto comprensible no poder creer que el gorilismo, la timidez, la insensibilidad social, se hayan ratificado de esta manera.
Eduardo Aliverti es periodista, un reconocido locutor y docente residenciado en Buenos Aires, Argentina. Participó de la fundación de Página/12 y firma como uno de sus columnistas más destacados.
Este artículo fue publicado originalmente en el diario Página/12 el 27 de octubre de 2025.