Sáb. 12 Abril 2025 Actualizado ayer a las 8:46 pm

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El presidente de Ecuador, Daniel Noboa, se reúne con el exempresario estadounidense de la industria mercenaria, Erik Prince (Foto: Archivo)

El eterno retorno oligárquico en Ecuador

Radiografía de la clase dominante y el riesgo de que Noboa la haga estallar.

"El nuevo Ecuador", reza el eslogan utilizado por el gobierno de Daniel Noboa, y es inevitable no reparar en la deslumbrante paradoja que entraña porque pocas cosas son tan viejas en ese país como las oligarquías agroexportadoras a las que pertenece el presidente.

La familia Noboa es de la más poderosas de las oligarquías bananeras. Su ascenso ocurrió gracias al boom bananero que el país experimentó desde fines de la década de 1949 y que, tal como lo señala un estudio ya clásico sobre el tema, El banano en el Ecuador, editado por Carlos Larrea, concluyó en 1964, lo que produjo una crisis del sector que se transformó en una crisis económica general. La investigación de Larrea y sus colegas señala que durante el período de crisis dos empresas concentraron el mercado de exportación del rubro en aproximadamente dos tercios: Standard Fruit y Corporación Noboa. De modo que, hacia los años ochenta, la empresa bananera de esta familia se había fortalecido notablemente a pesar de que el fruto había dejado de ser central en la estructura de exportaciones del país a partir de que en los setenta iniciaron las exportaciones de petróleo y, con ello, un ciclo completamente nuevo de acumulación capitalista dependiente.

El boom bananero trajo consigo una de las escasas etapas de modernización y estabilidad política que ha experimentado el país. La coincidencia es notable: entre 1948 y 1960 se mantuvo una estabilidad democrática que permitió una continuidad constitucional nunca vista entre cuatro gobiernos de distintos partidos. Todos ellos impulsaron políticas desarrollistas que buscaban una capitalización de la renta proveniente de las exportaciones bananeras. Este desarrollismo conservador estuvo marcado por una especie de "pacto de clase" entre tres sectores: los oligarcas agroexportadores de la costa, los terratenientes de la zona andina —que habían asumido un proyecto de modernización— y una burguesía industrial débil, subordinada y usualmente derivada de los propios grupos terratenientes costeños y serranos. Pero, sin duda, el sector dominante dentro del pacto fue el sector bananero. Eso hizo del abuelo del actual presidente, Luis Noboa Naranjo, uno de los hombres más poderosos de Ecuador.

Durante las décadas siguientes la familia Noboa concentró ingentes cantidades de capital. Hacia los años de 1990 constituía uno de los más poderosos conglomerados empresariales del país, con inversiones en sectores como el alimenticio, el automotriz, bancario, hotelero, entre otros. Y, por supuesto, habían tejido nexos muy sólidos con sectores políticos que representaban sus intereses. En los ochenta Luis Noboa Naranjo, el abuelo de Daniel, hizo del Partido Social Cristiano, especialmente de su líder histórico León Febres Cordero —quien fue uno de los altos gerentes de sus empresas— su vocero. 

Y en los noventa Álvaro Noboa Pontón, el padre, logró afianzar sus relaciones con el Partido Roldosista Ecuatoriano, llegando inclusive a ser su candidato presidencial en 1998. Posteriormente creó su propio partido, una maquinaria electoral de esas a las que nos tienen muy acostumbrados los empresarios en América Latina, la organización que inicialmente se denominó Partido Renovador Institucional Álvaro Noboa (Prian), para luego cambiar su nombre por Partido Renovador Institucional Acción Nacional. Con este partido corrió para la presidencia en las elecciones de 2002, 2006, 2009, 2013. En todas sus postulaciones fue derrotado.

Álvaro Noboa ha sido un pintoresco personaje de la política nacional, que terminó convirtiéndose en un meme. No destaca precisamente por su inteligencia y son comunes sus exhibiciones estentóreas y estrafalarias. Para buena parte de las generaciones jóvenes es un tipo bonachón que resulta gracioso y entrañable. Esto fue muy bien aprovechado por Daniel Noboa en su anterior campaña presidencial. Sin embargo, Álvaro Noboa encarna las prácticas oligárquicas más deplorables. Explotación laboral en sus haciendas bananeras, evasión de impuestos, el uso patrimonial del Estado e, incluso, oscuras estratagemas legales para quedarse con la herencia de su padre son parte del inventario de esas prácticas. Por tanto, el vínculo de los Noboa con las altas esferas del poder político ha sido permanente y cada vez ha sido menos mediada.

Otra realidad económica y política

En las primeras décadas del siglo XXI la estructura de las clases dominantes se modificó significativamente y el lugar de los Noboa dejó de ser preponderante. El punto de inflexión de esas transformaciones fue la crisis financiera acaecida en 1999, la cual viabilizó el ascenso de grupos de la banca sin vínculos orgánicos con las burguesías agroexportadoras y de otras ramas de la economía. En un estudio de Carlos Pástor titulado Los grupos económicos en el Ecuador se advierte que, en las últimas décadas, la hegemonía económica de los agroexportadores cedió el paso a nuevos grupos cuyos núcleos de acumulación se centran en las finanzas, el comercio del mercado interno y la construcción. Esta recomposición también se expresó en el campo político, los partidos tradicionales de la derecha ecuatoriana se derrumbaron irremisiblemente y dejaron un vacío de representación que abrió las puertas a expresiones políticas alejadas de la impronta empresarial, lo cual hizo posible que entre 2007 y 2017 gobernara la Revolución Ciudadana de Rafael Correa.

En este escenario de recomposición de las estructuras de dominación que resultó de ese vacío político es donde aparece Daniel Noboa. Principalmente, de la recuperación del control oligárquico del poder político luego del paréntesis que significó el gobierno correísta. Pero esta vuelta al "orden empresarial" del Estado presenta una novedad sumamente importante: a lo largo de estos últimos años, en Ecuador se ha constituido un "bloque de poder" en el sentido estricto. Hasta antes del correísmo, una característica fundamental de las clases dominantes era su fragmentación y su incapacidad por alcanzar una integración orgánica nacional, lo cual le imprimió al Estado central una debilidad crónica que hacía posible la solución de disputas y el equilibrio de poder entre fracciones de clase. Es esto lo que se alteró de modo sustancial en los años recientes, un acuerdo de élites muy sólido sirvió para desmantelar los avances de estatalidad democrática del correísmo y las mediaciones institucionales que limitaban su control sobre el Estado. El "bloque de poder" sumó a élites del Estado, especialmente de los aparatos represivos y del sistema judicial, a los grandes medios de comunicación de derechas que tienen una absoluta hegemonía mediática y a la embajada de Estados Unidos. Esto sirvió para apuntalar su estrategia ideológica fundamental: el lawfare contra el correísmo. Todo esto, en medio de una descomposición social generalizada, cuya mayor expresión es el desate de una escalofriante violencia criminal relacionada con el narcotráfico que ha terminado penetrando las estructuras estatales con inusitada rapidez.

Autoritarismo exacerbado

La estrategia ha sido profundamente autoritaria, una concentración inédita del poder estatal en torno a ese pacto de élites sin respeto por el orden constitucional y legal. Pero ese autoritarismo no se limitó al ejercicio del poder político, se extendió hacia la sociedad mediante la piedra angular del anticorreísmo, que fue generando una identidad política con profundos rasgos autoritarios, cargada de un rechazo enfermizo hacia las izquierdas, de clasismo, racismo, xenofobia y machismo. Una ideología práctica que fue exacerbada por la crisis económica, la pandemia y la violencia de los últimos años. Sin embargo, esta representación ideológica, bastante extendida, no alcanzaba una expresión política clara, ninguna figura pública ni tampoco ninguna organización política lograba articular tal representación.

Daniel Noboa es el resultado lógico de este proceso de reconstitución del poder de los sectores dominantes. Su éxito político radica en que fue él quien logró canalizar esa sensibilidad política extendida en la sociedad y asumirla de forma activa, al tiempo que radicalizó las tendencias autoritarias de los últimos años. Se puede colegir que esta condensación del poder político en Daniel Noboa le ha permitido a la oligarquía agroexportadora disputar su lugar en el bloque de poder. Por supuesto, no hay ninguna sutileza en esa recuperación de espacio puesto que se presenta a todas luces como un asalto al Estado, varios contratos públicos del actual gobierno han sido entregados en operaciones opacas a empresas de su grupo familiar. En suma, las mismas prácticas de las viejas oligarquías remozadas en la juventud y el desenfado de sus herederos.

Es posible que el retorno oligárquico que representa Noboa, que busca cambiar la correlación de fuerzas interna del bloque de poder, termine por resquebrajarlo. Los actuales comicios, en los que el presidente buscará ser reelecto el 13 de abril en disputa con la correísta Luisa González, podrían sugerir que tanto la hegemonía que alcanzaron los sectores empresariales en el plano de las clases dominantes como la que lograron en las identidades políticas de la población muestran signos de agotamiento. La desastrosa gestión llevada a cabo por los gobiernos empresariales de los últimos años y los terribles resultados de la aplicación de su modelo neoliberal y autoritario han conducido a Ecuador a un punto crítico de su existencia como república. El contraste con esta realidad podría estar desconfigurando la desmesurada estructura de poder antidemocrático que las élites consolidaron en este último tiempo. Y bien podría ser que Noboa, quien aparecía como el adalid definitivo del bloque de poder, sea quien termine por hacerlo saltar en pedazos.


Este artículo fue publicado originalmente en el medio Tektónikos el 9 de abril de 2025.

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