Ilustración conceptual: el futuro de Gaza rediseñado bajo control extranjero, ecos de la repartición colonial de hace un siglo.
Hace cien años los poderes occidentales establecieron las fronteras en Asia Occidental con gobernantes y mandatos, y repartieron la tierra mientras marginaban a la gente que vivía ahí. En 1993 Yasser Arafat estuvo en el jardín de la Casa Blanca, estrechó la mano con Yitzhak Rabin, y el mundo aplaudió mientras los líderes hablaban con lenguaje grandilocuente, prometiendo un Estado palestino.
Treinta años después, Arafat está muerto, Rabin fue asesinado y no existe estado palestino alguno, mientras que supoblación enfrenta la desposesión, el bloqueo y una guerra catastrófica. Pero, una vez más, Washington presenta un nuevo "plan de paz". Donald Trump ensalzó su lanzamiento como "uno de los días más grandes en la civilización" e, incluso, llegó a jactarse de traer "la paz eterna a Medio Oriente". La retórica es teatral; la realidad es coercitiva.
Trump y Netanyahu en la Casa Blanca revelando el "plan de paz" de Gaza. Trump lo llamó "uno de los días más grandes de la civilización".
Y la ironía es pronunciada. La misma Inglaterra que emitió la Declaración Balfour, que provocó 75 años de desposesión palestina, ahora envía a uno de sus hijos, Tony Blair, para "salvar" Gaza. Del país que ayudó a crear el problema proviene el hombre con la tarea de recolonizarlo.
El "plan general" de Trump: las promesas para los titulares
La Casa Blanca produjo un "Plan general para ponerle fin al conflicto en Gaza" de 20 puntos. Sus elementos titulares son descarnados y dramáticos:
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Un cese al fuego inmediato de aceptarlo ambas partes; Israel se retira a las líneas acordadas y suspende los bombardeos.
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Un intercambio de rehenes/prisioneros: dentro de 72 horas todos los rehenes —vivos y fallecidos— serán retornados; Israel libera 250 prisioneros sirviendo cadena perpetua y alrededor de 1 700 gazatíes detenidos desde el 7 de octubre de 2023. Para cada cuerpo israelí retornado, Israel entregará los restos de 15 gazatíes.
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A los combatientes de Hamás que se desarmen y se comprometan con la "coexistencia pacífica" se les concederá amnistía; a aquellos que decidan irse de Gaza se les ofrecerá salvoconducto y exilio.
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Flujos inmediatos de atención humanitaria: restauración de la energía, agua, hospitales, panaderías; remoción de escombros y logísticas para la reconstrucción, distribuida a través de Naciones Unidas y la Media Luna Roja.
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Gobernabilidad: Gaza será administrada temporalmente por un comité tecnocrático palestino supervisado por una "junta de paz" internacional —anunciada como presidida por Donald Trump, con Tony Blair incluido—. El comité supervisa la reconstrucción y el redesarrollo hasta que la Autoridad Nacional Palestina (ANP) "complete las reformas" y se le considere apto para retomar el control.
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Economía: Gaza reimaginada como una Zona Económica Especial (ZEE), con aranceles preferenciales, incentivos para la inversión y un panel internacional de expertos para reconstruir la Franja como una "ciudad milagro" en un esfuerzo conducido por donantes.
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Seguridad: Gaza será desmilitarizada bajo supervisión internacional. Israel retendrá un perímetro de seguridad indefinible y control sobre ciertos cruces, incluido el corredor Philadelphi a lo lago de la frontera egipcia.
En apariencia, el plan promete un alivio rápido y un mecanismo para la liberación de rehenes. Pero la mecánica y el contexto revelan otra cosa: un plano para una Gaza administrada que carece de consentimiento palestino, salvaguardas o una vía creíble rumbo a la soberanía.
"Incompleto" sin Hamás y presentado bajo amenaza
El plan es vacío sin la aquiescencia de Hamás. Pero la coreografía política es descriptiva: el documento parece haber circulado entre Israel, los Estados donantes y las capitales regionales, luego revelado públicamente por la Casa Blanca, completado con un ultimátum amenazante.
Durante la rueda de prensa, Trump declaró en términos simples:
"Si Hamás no acepta, Israel tiene todo mi apoyo para que terminen el trabajo de destruir la amenaza de Hamás. Bibi, tendrás todo nuestro apoyo para hacer lo que tengas que hacer".
Esa declaración no es mera retórica; es un apoyo explícito de Estados Unidos para un final abierto de acción militar israelí. Y, crucialmente, solo luego de la revelación pública de Trump, luego de que el plan fue presentado como aceptado por Israel y los Estados árabes, es que los mediadores de Catar y Egipto le entregaron el texto a Hamás. La delegación del movimiento dijo que "estudiaría responsablemente la propuesta", pero la secuencia es inconfundible: a Hamás se le dio el acuerdo luego de que se convirtiera en un hecho consumado públicamente y bajo la sombra de un ultimátum televisado.
Esto es coacción vestida de diplomacia. La viabilidad del plan depende de la aceptación palestina; la realidad fue que el acuerdo fue presentado a los palestinos tan solo luego de un plazo público y la amenaza implícita de aniquilación.
Amnistía, exilio, y el camino burocrático rumbo a la desposesión
Dos de los elementos moralmente más difíciles son las cláusulas de amnistía y exilio. El plan ofrece amnistía a los combatientes de Hamás si renuncian a la violencia y, alternativamente, salvoconducto fuera de Gaza. Pedir a los milicianos que acepten el exilio es pedir a la gente que abandone su patria. Es una política enmarcada como misericordia pero funcionalmente asemejándose a otra iteración de la limpieza étnica: remover la columna vertebral de la resistencia armada palestina, incentivar la partida y recompensar a aquellos que permanecen con reconstrucción administrada por el extranjero.
Mientras tanto, la lógica de la "partida voluntaria", ya presente en el borrador de plan de Blair, arriesga burocratizar el desplazamiento. Partidas pudieran disfrazarse con papeleos y registros, pero los certificados no reemplazan hogares, ni las salvaguardas administrativas podrán sustituirse por el derecho al retorno.
Cisjordania ausente; el Estado como promesa vaga
Nótese lo que el plan no hace. Está estrechamente vinculado con Gaza. No realiza ninguna mención seria sobre Cisjordania, Jerusalén oriental, los asentamientos, o las preguntas fundamentales sobre la ocupación. El lenguaje de la Casa Blanca vagamente gesticula un futuro "camino creíble" a la autodeterminación palestina si el redesarrollo de Gaza avanza y la ANP completa sus reformas, pero no hay un cronograma, ni mecanismos vinculantes, y tampoco mención alguna a las fronteras previas a 1967. La categoría de Estado se deja como aspiracional y condicional, contingente a la aprobación extranjera en lugar de a la autodeterminación palestina.
Sin cronogramas, sin garantías y la humillación inevitable
Quizás lo más irrecusable es lo que el plan deja deliberadamente sin definir. No hay una línea temporal para la transición en Gaza. No hay escala sobre lo que "reconstrucción" signifique, no hay garantías de que Israel no continuará con sus asesinatos y ataques bajo el pretexto de la seguridad.
La Autoridad Palestina no está solo siendo desplazada, sino humillada. Tanto Netanyahu como Trump hablaron de una futura entrega a la ANP solo si "cumple con las condiciones" establecidas por otros. Estas condiciones no fueron explicadas, pero la lógica es clara: los palestinos solo pueden gobernarse a sí mismos si Israel y Estados Unidos certifican que están en condiciones.
La propuesta se lee como el ultimátum de un padre a su hijo: compórtate y quizás te concedemos privilegios. Pero estos no son privilegios, son los cimientos de la vida: seguridad, hogar, ciudadanía, el futuro de un pueblo. Exigirle sumisión a la gente cuya tierra ha sido destrozada y luego declara que vas a "permitirles" el autogobierno solamente bajo inspección es una inversión moral profunda. Se les dice a las víctimas de bombardeos que sean pacientes, obedientes y agradecidos o, de lo contrario, verán.
Un plan de acción para la ocupación permanente
Visto en su conjunto, el plan se lee como una hoja de ruta para un arreglo light de ocupación permanente:
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La gobernabilidad de Gaza tercerizada a tecnócratas bajo una junta externa.
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Israel retiene un perímetro de seguridad permanente —el corredor Philadelphi y otras zonas de compresión— y capacidad de veto ante cualquier rearme.
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La reconstrucción es impulsada por donantes y dirigida por inversores, decisión que incrusta control económico extranjero.
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Se le promete a la ANP una entrega eventual, pero solamente luego de reformas que pudieran no ser nunca verificadas de forma creíble, lo cual deja Gaza en un limbo transicional indefinido.
Ese limbo es el objetivo estratégico: aliviar a Israel de gobernar día a día mientras mantiene sus metas de seguridad intactas, y relevar a las capitales árabes y del golfo de la carga doméstica de la cuestión palestina para que puedan proceder con la normalización en sus propios términos.
Lo que está ausente
Nótese lo que no está ahí:
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No hay Estado palestino.
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No hay solución de los dos Estados.
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No hay mención a las fronteras de 1967.
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Ningún papel para Jerusalén oriental o Cisjordania.
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No hay garantías de que Israel vaya a detener sus asesinatos o ataques una vez que los rehenes sean liberados.
En su lugar, Netanyahu incluso exigió que los palestinos deben detener "la incitación en los medios" y poner fin al "lawfare" en la Corte Penal Internacional y la Corte Internacional de Justicia. En otras palabras: cero críticas, cero responsabilidad ante la legislación internacional.
El cuadro general
El plan Trump-Blair resuelve el problema de Israel, no de Palestina. Israel no quiere gobernar Gaza directamente, pero tampoco quiere ni a Hamás ni a la ANP en su lugar. Este plan instala una autoridad dirigida desde afuera para administrar Gaza mientras que Israel mantiene la ventaja militar y política.
Es una administración foránea enmascarada como transición.
Europa relegada
El reciente reconocimiento europeo de Palestina por parte de España, Irlanda, Noruega, Eslovenia y otros fue ensalzado como un avance. Pero el plan Trump hace que todos esos gestos sean nulos y sin efecto. Borra la soberanía de la mesa por completo. El propio Trump se burló del acto de reconocimiento como algo ridículo, y subrayó cuán poco peso le dan Washington y Tel Aviv. El timing no es un accidente, este lanzamiento también es un mensaje para Europa: sus declaraciones no significan nada frente al plano estadounidense-israelí.
La recompensa del Golfo: normalización por omisión
Este producto político tiene beneficiarios más allá de Washington y Jerusalén. Al externalizar Gaza a una autoridad transicional, los Estados del Golfo y otras capitales árabes se alivian de la presión política y popular de la cuestión palestina. La normalización con Israel se pausó por la guerra; el constructo Blair-Trump despeja el camino a los Estado árabes para terminar ese proceso mientras que el destino de Gaza está siendo administrado por manos extranjeras. Resumido: el plan es de conveniencia regional, una forma de sellar el "dolor de cabeza palestino" y retomar los vínculos económicos y diplomáticos con Israel.
Cuando los líderes de países como Arabia Saudita, Jordania, los Emiratos, Egipto y otros firman un comunicado respaldando el marco, implícitamente entregan Gaza en un plato a Israel y a sus administradores internacionales. Eso no es ni altruismo ni una estrategia para el bienestar palestino, es un sacrificio geopolítico. Otra victoria silenciosa para Israel.
Los actores internacionales, Erdogan y el extraño coro del consenso
El despliegue público del plan presenta un coro de apoyo: donantes occidentales, capitales árabes e, incluso, voces inesperadas alabando la iniciativa. Un comunicado conjunto de los ministros de exteriores de Arabia Saudita, Jordania, Emiratos Árabes Unidos, Türkiye, Catar y Egipto explícitamente dio la bienvenida a la propuesta de Trump expresando "la confianza en su habilidad para encontrar un camino hacia la paz", y juraron trabajar con Washington para finalizarlo e implementarlo. El comunicado reafirmó su disposición para apoyar "un acuerdo general que ponga fin a la guerra, evite el desplazamiento de palestinos, reconstruya Gaza y cree un rumbo hacia una paz justa".
El presidente turco Recep Tayyip Erdogan también se sumó alabando "los esfuerzos y el liderazgo" de Trump, "orientados a detener el baño de sangre en Gaza y alcanzando un cese el fuego", además de que prometió la contribución de Türkiye con una "paz justa, duradera y aceptable para todas las partes".
Pero esta demostración pública de consenso apenas trata una verdad moral: la negociación sobre el futuro de Gaza procedió en gran medida sin los palestinos a los que su vida cobrará forma. Para presentar un plan a Hamás y a otras facciones tan solo luego de que fuese celebrado internacionalmente no es diplomacia, es coerción disfrazada de consenso.
Voces palestinas rechazan la custodia
Líderes y activistas palestinos han sido categóricos. Husam Badran, miembro del buró político de Hamás, enmarcó la propuesta como una negación a la agencia palestina:
"El pueblo palestino tiene el derecho a la autodeterminación, tal como se le reconoce en el Derecho Internacional. No somos menores de edad que necesitan custodia. Las decisiones sobre Gaza o Cisjordania son asuntos internos palestinos que deben resolverse mediante consenso nacional, no impuesto por poderes foráneos. Cualquier plan vinculado CON Blair es un mal presagio".
Este rechazo importa. No se puede construir una paz duradera ninguneando a la gente cuyas vidas están siendo gobernadas por el arreglo. Los actores internacionales podrán sacar todas las hojas de ruta y dar todas las ruedas de prensa; la legitimidad no vendrá automáticamente.
Rechazo de las otras facciones de Gaza
No es solamente Hamás el que ve la propuesta como ilegítima. La Yihad Islámica Palestina (PIJ), la segunda facción armada más grande de Gaza, y un aliado central en la guerra actual, emitió un rechazo categórico. La PIJ describió el plan Trump como "una cobertura política a la continuación de la guerra de exterminio contra nuestra gente", diseñado para liquidar la causa palestina bajo la guisa de la reconstrucción y la seguridad.
El comunicado fue contundente: ninguna facción palestina, dijeron, tiene el derecho a renunciar por escrito a la resistencia o a entregar sus derechos nacionales. Este rechazo realza una realidad central: incluso si Hamás es coaccionado a considerar el plan, su implementación es prácticamente imposible cuando las otras fuerzas mayores de Gaza lo etiquetan de ilegítimo. En efecto, la hoja de ruta de Trump yace no solo en la aquiescencia palestina sino en el silenciamiento de cada forma de organización de la resistencia armada.
Lawfare, control de los medios y el borrado de la responsabilidad
En la rueda de prensa Netanyahu transmitió otro objetivo: reducir las críticas y la responsabilidad legal. Habló de "detener la incitación de los medios" y "poner fin al lawfare contra Israel en la CPI y la CIJ". Estos no son notas al pie menores. Son un intento de criminalizar el disenso y escudar acciones del escrutinio internacional. En la práctica, terminan siendo exigencias para una impunidad absoluta: los palestinos tienen que aceptar un futuro administrado mientras pierden la habilidad de corregir, o siquiera criticar.
Trump limitó su apreciación a Netanyahu con una línea que pretendía ser un halago: "Este será el logro que te coronará". La floritura retórica oculta el precio: soberanía palestina, responsabilidad y dignidad.
Conclusión: un siglo de control reempacado
Este marco es más un cambio de imagen del control que un plan de paz. Toma del lenguaje de "transición", "estabilización" y "reforma" mientras reintroduce la lógica colonial del mandato extranjero. El eco histórico es condenatorio: las mismas capitales que prometieron un Estado palestino tres décadas atrás ahora presentan un trato que reemplaza la soberanía con el control fiduciario, derechos con registros, y justicia por inversión.
La ironía es marcada. La Declaración Balfour, dictada por Londres hace un siglo, condujo a Palestina por el camino de la desposesión. Hoy, otro británico, Tony Blair, regresa bajo la bandera del salvador con la tarea de "administrar" Gaza. El colonialismo no se ha ido, ha sido reempacado. Del país que creó la catástrofe viene un hombre proponiendo presidir su continuación.
Si el pueblo de Gaza va a sobrevivir y a reconstruir con agencia y dignidad, cualquier acuerdo debe apoyarse en un consenso palestino genuino, cronogramas significativos rumbo a la soberanía, y garantías de que las responsabilidades legales y políticas permanecerán intactas. Cualquier cosa menos de eso no es un acuerdo de paz; es una ocupación administrada, un consorcio colonial disfrazado con el lenguaje de la tecnocracia y el humanitarismo.
Y en su núcleo es humillación: palestinos reducidos a niños ante la mirada de sus ocupantes, diciéndoles que se "comporten" antes de que se les permita el derecho más básico de todos: el de decidir su propio futuro.
Hala Jaber es una destacada periodista anglo-libanesa que ha cubierto y se ha especializado en reportar los conflictos en Asia occidental, ha recibido numerosos premios, autora de varios libros y colaboradora de diversos medios por más de dos décadas.
Publicada originalmente en inglés el 30 de septiembre en su página de Substack, la traducción para Misión Verdad la realizó Diego Sequera.