Lun. 04 Agosto 2025 Actualizado 3:53 pm

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La descomposición de la democracia liberal está tomando el mundo occidental
Descomposición de un modelo en el mundo occidental

La agonía de la democracia liberal

La economía nunca ha sido libre,

la controla el Estado en beneficio del pueblo

o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de éste.

Juan Domingo Perón

La ideología dominante de este tiempo niega que exista relación alguna o causalidad entre el desastre social de exclusión, violencia y muerte y las limitaciones intrínsecas de la democracia liberal occidental, en estado de decrepitud política e histórica explícita.

La necesidad imperiosa de despolitizar a las mayorías populares para poder ejercer un dominio definitivo desde las minorías beneficiarias de esta concentración inédita de poder y dinero en pocas manos, ha tenido y tiene en el "progresismo liberal" un aliado de peso, aun involuntariamente o no tanto, como validador, por su propio fracaso, de que este sistema en su estado actual solo produce desilusión y desesperanza.

El presente social y político refuerza el impulso del capitalismo triunfante para consolidar la individualización y la atomización de las sociedades, lo que las transforma en un "mercado enormemente lucrativo" para que las propuestas de ultraderecha post pandemia, tengan un terreno fértil para desarrollar sus estrategias.

Si con la democracia no se cura, no se come ni se educa, lo que en realidad está en debate es la ontología del propio sistema democrático liberal y no quiénes son sus eventuales administradores temporarios o por qué llegan a esos lugares. Ese debate, tal vez el más real, es el que muy pocos se animan a dar.

La democracia unidimensional

Siempre es arbitrario fijar el supuesto inicio de una etapa, pero en aras de admitir esa subjetividad, habría que situarnos en la estafa financiera del 2008, mal llamada crisis financiera, para buscar el inicio de la traición de los "demócratas de Occidente" a su discurso de igualdad ante la ley. Miles de millones de dólares de los impuestos de los más débiles puestos al servicio de banqueros estafadores, de los que ninguno fue encarcelado, por decisión de gobiernos que decían representar algo muy distinto a eso que hacían y que solo tenían una dimensión: la del sometimiento al poder económico global.

El entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, en su discurso ante la Sesión Conjunta del Congreso de su país, el martes 24 de febrero de 2009, diría: "Sabiendo que no estaban a su alcance, las personas compraron casas de bancos y prestamistas y mientras tanto se pospusieron debates cruciales y decisiones difíciles hasta otro momento. Ha llegado el día del ajuste de cuentas, y éste es el momento de actuar de forma audaz y sensata, no sólo para reactivar esta economía, sino para sentar nuevas bases para una prosperidad perdurable".

Ninguna responsabilidad de bancos y prestamistas aparece mencionada. La primera medida de Obama fue la aprobación de un rescate de 800.000 millones de dólares para los bancos a tan sólo 30 días de asumir el Poder Ejecutivo. Luego vendrían el Plan de Estabilidad Financiera y el Stress Test and Capital Assistance Program (CAP), para "recobrar la confianza en los bancos", estabilizar el sistema financiero y blindar a los estafadores, a quienes les daría otro billón de dólares extra, a cuatro meses del inicio de su gestión.

De aquel daño a la credibilidad, de aquella "hipocresía democrática" de priorizar bancos y estafadores por sobre vulnerables y estafados, este avance permanente de la ultraderecha que hizo que su ascenso resultara tristemente lógico.

La irrupción de la ultraderecha

Mientras las condiciones de bienestar de las mayorías populares se desplomaban en todo Occidente, la reacción de la progresía dominante de aquellos días ante su propia debacle fue escudarse en algo cada vez más escuchado en múltiples latitudes: "el pueblo no sabe votar".

Ganarían Milei en Argentina y Trump en Estados Unidos, apoyados por gente "inculta de baja educación", la "white trash" de Nancy Isenberg en Estados Unidos, los "negros de mierda" en Argentina. La misma lógica global que aplica la "religión democrática" a todos aquellos "infieles y blasfemos" que solo merecen la cancelación y no están capacitados para la democracia. Autocrítica de su propia traición a los vulnerables que decían representar, ni una palabra.

La propia mirada maniquea sobre el bien y el mal que los ubica como fiscales y jueces de ese "incomprensible" comportamiento electoral en distintas latitudes. La tan elogiada democracia liberal ha quedado reducida a opciones de derecha y ultraderecha, pero siempre sometidas al control del capitalismo salvaje.

El discurso contra "la casta", aunque sea hipócrita y falso, funciona en muchas latitudes porque la casta existe como tal y porque la frustración de la gente de a pie necesita culpables ante la ausencia total de autocrítica y la falta de soluciones reales que pueda ofrecer la sensibilidad de las "fuerzas políticas democráticas".

La desorientación, mientras tanto, avanza y campea por todos los rincones de Occidente al punto de condenar el fracaso progresista, pero al mismo tiempo escuchar estupideces como que Trump representa un "gobierno popular" elogiable y su vice J.D. Vance, su delfín e hipotético candidato presidencial, es quien viene a restaurar el igualitarismo social en Estados Unidos.

Y ahora qué

El éxito de la globalización capitalista es total en Occidente. Las empresas son más importantes que los países, los bancos son más importantes que las monedas nacionales y este modelo supuestamente democrático, con la custodia pretoriana de jueces y militares ha venido acompañado de una insólita limitación a la libertad de pensar. Quien se atreva a no someterse al dogma religioso de la división de poderes y la libertad de mercado, mostrando el efecto nocivo de este modelo vivenciado en la inseguridad en barrios populares, en la inflación deteriorando los salarios, en el exceso de esencialización de las minorías, será "cancelado de inmediato" como "cómplice de la criminología mediática", o como "fascista representante del autoritarismo". Quien señale la sostenida pérdida de derechos de los sectores más desprotegidos o la distribución cada vez más desigual del ingreso, "les hace el juego a los sectores antidemocráticos". Lo vemos en Argentina y también en el resto de Occidente.

Entonces, la pregunta central deja de ser ¿por qué triunfa la ultraderecha?, para ser en realidad: ¿le sirve a las mayorías populares esta democracia liberal y caníbal de sus propios pueblos?

Democracia o Mercado

Después de décadas de supuesta "lucha de clases" izquierdas y derechas liberales alumbraron con su insolvencia un nuevo actor, la ultraderecha, los ingenieros del caos que producido por sus antecesores les permite armar una nueva plataforma de poder. Y aunque críticos de "la casta" en ningún caso ponen en debate la preeminencia del capital sobre el trabajo, del rico sobre el pobre o del mercado sobre el Estado, demostrando de facto que en esta democracia en agonía "gane quien gane gobernaran los mismos". El panic show democrático ya no es suficiente para recuperar esperanzas en esta democracia occidental del siglo XXI.

Es que las "almas nobles democráticas" y sus instituciones no hicieron nada por frenar el apoyo tácito o explícito a la masacre de Gaza, a la expansión de la OTAN o al apoyo a Netanyahu y Zelenski. Mucha palabra, poca acción concreta.

La proliferación de homeless en todos los países, la pandemia del fentanilo que asesina miles de estadounidenses diariamente y el virtual control que ejercen sobre los gobiernos occidentales los bancos y los productores de armas son la demostración explicita de que solo países donde el Estado y la política ejerzan un control soberano y efectivo sobre el mercado serán capaces de producir esperanzas y mejoras a sus mayorías populares.

Ahí el centro del debate, que ni siquiera es ideológico, es fuertemente político. Países como China, Rusia, Venezuela o Vietnam no tienen las mismas características, pero sí los iguala el control soberano de sus Estados Nación sobre su desarrollo, su economía y su sistema político.

A modo de breves apuntes para lo que vendrá

La ultraderecha, con personajes aun disimiles, pero parecidos, como Donald Trump o Javier Milei, no emerge como un error de época: representa cabalmente a sectores internos de la globalización capitalista que no solo no aceptan la intervención estatal a favor de los más débiles, sino que ni siquiera consideran posible la existencia de derechos sociales ni protecciones ciudadanas estatales. Ni siquiera J.D. Vance, el autor de Hillbilly Elegy: A Memoir of a Family and Culture in Crisis, en el que narra su infancia en unos Estados Unidos de blancos castigados por el desempleo y las adicciones, dando voz a una clase trabajadora desilusionada y resentida, resulta por el momento ser otra cosa que un delegado en el gobierno de las grandes corporaciones de EE.UU.

Este 2025 expresa un momento del mundo en el que la democracia liberal ya no permite opciones disruptivas o que no estén domesticadas al statu quo. Para poder hacerlo, utiliza todas las herramientas disponibles, desde los medios de comunicación, el Poder Judicial o las fuerzas de seguridad.

La hipotética "alternancia" que décadas atrás se vendía como certificado de democracia hoy es solo una fachada de diferencias estéticas, pero sin divergencias reales en lo referido al sometimiento a la lógica de mercado, a las ordenes geopolíticas del Departamento de Estado o a las instrucciones financieras del FMI y la banca internacional. Las coincidencias en "políticas de Estado" subordinadas a esa lógica son casi totales entre la mayoría de las fuerzas electorales.

Como decía David Harvey, "los neoliberales, tanto progresistas como conservadores fueron más leninistas que los leninistas y supieron crear y diseminar think-tanks que formaran la vanguardia intelectual capaz de crear el clima ideológico en el que el realismo capitalista sin esperanzas pudiera florecer".

La hipocresía de la "democracia para ricos" ya no puede convencer a las mayorías, simplemente porque no incluye sus intereses, que nunca serán respetados por el libre mercado. La incertidumbre es elocuente, pero ya es hora de llamar a las cosas por su nombre.

Hay que admitir que esta democracia liberal del siglo XXI ya no es un modelo elogiable y mucho menos incuestionable y que es hora de debatir sin tapujos que un país es democrático solo si su sistema político permite que coman, se curen y se eduquen sus mayorías populares.

Modelos democráticos hay muchos, y el democrático liberal es hoy tan cruel y productor de exclusión y desesperanza como tal vez ningún otro. Es hora de dejar el miedo y la corrección política atrás y denunciar su irreversible decadencia en este formato actual.


Publicado originalmente en Tektónikos el 3 de agosto de 2025.

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