El presidente Jair Bolsonaro durante una entrevista con el podcast Paparazzo Rubro-Negro insinuó que las jóvenes venezolanas que viven en las afueras de Brasilia se dedican a la prostitución. El comentario causó revuelo al punto de que la primera dama, Michelle Bolsonaro, y Damares Alves (PL), exministro y senador electo por el Distrito Federal, salieron a tratar arreglar el bochorno.
¿Cómo lo hicieron? La primera dama y el senador fueron hasta São Sebastião a reunirse con los líderes de la comunidad de inmigrantes venezolanos no para ofrecer disculpas, sino para exigir el silencio de las mujeres respecto al comentario del aún presidente brasileño.
En la reunión, que duró más de cinco horas y tuvo lugar este lunes 17 de octubre en la casa de un párroco de Lago Sul, las líderes de la comunidad comunicaron el "compromiso de no hablar nada" a la hermana Rosita Milesi, que dirige el Instituto de Migraciones y Derechos Humanos, una entidad que trabaja para ayudar a los migrantes y refugiados venezolanos en la capital.
Sin embargo, las que fueron ofendidas no participaron en la reunión porque se negaron. Y los líderes comunitarios cedieron tras la intermediación de la representante del gobierno fake de Juan Guaidó en Brasilia, María Teresa Belandria. Ahora, ¿qué clase de incidencia tiene una funcionaria ficticia para hacer control de daños en una situación que pudiera tener efectos en el curso de la campaña presidencial en Brasil?
Bolsonaro, cuya costumbre no es retractarse, se disculpó por sus polémicas declaraciones sobre un grupo de niñas venezolanas asegurando que sus palabras sobre las adolescentes fueron descontextualizadas.
Para Venezuela, lo destacable de la situación no es la actitud habitual de Bolsonaro, ni que la esposa haya salido a tratar de arreglar la situación con una actitud que no sorprende, sino la actuación de la ficha de Guaidó tratando de lavarle la cara a uno de los que apoyó el "interinato" durante su falso mandato. Lo lógico era que defendiera a sus compatriotas, no a quien las ofendió.