Lun. 04 Agosto 2025 Actualizado 2:46 pm

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El director ejecutivo de Meta, Mark Zuckerberg; el fundador de Amazon, Jeff Bezos; el director ejecutivo de Google, Sundar Pichai; y el director ejecutivo de Tesla, Elon Musk, asisten a la ceremonia de investidura presidencial de Trump en enero de 2025 (Foto: NPR)
Tecnoligarquía y poder global

Trabajo especial: La distopía totalitaria de las Big Tech en acción

Desde que existe la modernidad, pero mucho más durante las últimas décadas, una narrativa hegemónica ha ganado terreno en el imaginario global: la idea de que la tecnología —en particular la inteligencia artificial, la biotecnología, los sistemas automatizados y las plataformas digitales— mejorará nuestras vidas y resolverá los problemas que aceleran el colapso del modelo civilizatorio.

Esta fe ciega, calificada como tecno-optimismo o mesianismo tecnológico, no es un simple entusiasmo por la innovación: es una ideología política que legitima el poder concentrado en manos de unas pocas élites multimillonarias que controlan el conocimiento, y por ende, la tecnología. Según esta visión, antes que prevenirlos o ralentizarlos, los problemas globales serán "resueltos" mediante soluciones tecnológicas (technological fixes) desarrolladas o por desarrollar.

Esta visión no surge del liberalismo clásico, sino de su propia degeneración: el libertarismo. Se trata de un movimiento que, en sus orígenes, defendía la autonomía individual y la limitación del Estado, pero que hoy se ha transformado en un proyecto autoritario donde las corporaciones tecnológicas asumen funciones estatales sin rendir cuentas democráticas.

Lo que el escritor y filósofo Mike Brock llama "libertarismo corrompido" no defiende la libertad del ciudadano, sino la libertad absoluta de las élites para operar fuera de cualquier marco regulatorio, ético o social. Ciertos sectores intelectuales, filósofos, inversores y pensadores influyentes han construido una cosmovisión en la que:

  1. Los problemas globales (cambio climático, desigualdad, colapso civilizatorio), catalizados por la acumulación por desposesión y la sobreexplotación de la materia y energía, deben resolverse exclusivamente mediante soluciones tecnológicas.
  2. Dichas soluciones deben ser desarrolladas y controladas por una minoría "iluminada": los "visionarios" tecnológicos.
  3. El sistema democrático, la participación ciudadana y las instituciones públicas son obstáculos al progreso, no garantías de justicia.

En este escenario, la tecnología deja de ser una herramienta al servicio de la humanidad para convertirse en un proyecto mesiánico secular, cuya salvación solo puede venir de arriba: de los laboratorios privados, las fortalezas subterráneas y los satélites espaciales financiados por los nuevos señores feudales del siglo XXI.

La batalla por el colapso: supervivencia elitista y escapismo tecnológico

La crisis civilizatoria global no es un fenómeno reciente, pero sí se ha acelerado en las últimas décadas debido a la sobreexplotación de la naturaleza. La causa reside en el modelo capitalista extractivista y la desigualdad estructural. El rebasamiento de la capacidad de carga (overshooting) y de los límites ambientales planetarios apuntan al colapso ambiental, mientras que el dogmatismo neoliberal ha profundizado la deuda y el empobrecimiento en el Sur Global.

Sin embargo, lejos de asumir una postura colectiva de responsabilidad o transformación radical, las élites tecnológicas y financieras parecen haber optado por un camino mucho más conveniente a sus intereses: construir sistemas de escape y control para asegurar su supervivencia y avanzar hacia un estado de excepción mediante el control tecnológico de los procesos sociales y políticos de la humanidad. Entretanto intentan convencer al resto de que sus soluciones tecnológicas nos beneficiarán a todos.

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No es casualidad que los superricos de Silicon Valley recurran a "seguros apocalípticos" en forma de búnkeres subterráneos de lujo que fueron silos de misiles, y las opciones se vuelven cada día más sofisticadas (Foto: The Telegraph)

Esta estrategia consciente de segregación geográfica y política incluye desde refugios subterráneos de lujo en Nueva Zelanda hasta comunidades privadas con acceso restringido en zonas rurales remotas, pasando por la creación de nuevas formas de gobierno basadas en la lógica empresarial como la CEOcracia. Según reportes, más de la mitad de la élite de Silicon Valley está invirtiendo millones en búnkeres de alta tecnología diseñados para sobrevivir a catástrofes climáticas, pandemias o disturbios sociales.

En palabras del investigador Douglas Rushkoff, "los milmillonarios tecnológicos saben que están llevando el mundo al colapso y quieren escapar". Y lo hacen bajo la premisa de que su conocimiento técnico y su capacidad financiera les dan derecho a gobernar, sin rendir cuentas ante instituciones ni ciudadanos.

Un péndulo autoritario: entre la tecnocracia y el futurismo

La ideas mesiánicas basadas en la tecnología tampoco son recientes. El origen de la tecnocracia se remonta a la década de 1930, durante la Gran Depresión, cuando figuras como Howard Scott y Thorstein Veblen propusieron un modelo de gestión económica basado en el conocimiento técnico y científico, alejado de la política tradicional. La idea era simple: los ingenieros y técnicos, no los políticos, deberían tomar decisiones económicas, ya que poseerían una comprensión superior de los sistemas complejos.

Aunque inicialmente tenía tintes socialdemócratas, esta idea fue absorbida prontamente por sectores conservadores y corporativos que vieron en ella una forma de eliminar la participación ciudadana y aumentar el control corporativo sobre los recursos naturales y las economías nacionales.

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En los años 30 y 40 del siglo XX, el Movimiento Tecnocrático reunía a miles de personas, como este en Hollywood, para reorganizar la sociedad poniendo a los científicos al mando, como piensan muchos hoy en Silicon Valley (Foto: BBC)

Por otro lado, el futurismo, movimiento literario y estético fundado por Filippo Tommaso Marinetti en la Italia de 1909, fue una corriente que celebraba la velocidad, la guerra, la máquina y la ruptura con el pasado. El futurismo italiano no solo fue un estilo artístico, sino también un precursor del fascismo; de hecho, Marinetti colaboró activamente con Mussolini y su ideología se integró en la propaganda del régimen.

Las conexiones entre el futurismo y el fascismo son claras: ambos glorificaban la violencia, la jerarquía y la obediencia ciega al poder centralizado. Hoy, versiones contemporáneas de este pensamiento reaparecen en movimientos como el neofuturismo tecnológico (vinculado al ciberpunk), que idealiza la innovación disruptiva y ve en la caída de los Estados-nación una oportunidad para que las empresas tecnológicas dominen el orden global.

Lo interesante es que, aunque aparentemente opuestos, tecnocracia y futurismo comparten una visión elitista del progreso: uno busca sustituir la política por la técnica; el otro, convertir la tecnología en motor de una nueva religión secular. Ambos coinciden en que el pueblo no debe decidir, sino obedecer.

La Ilustración Oscura y el fin de la política

En las últimas décadas, han emergido corrientes filosóficas que articulan una crítica radical al sistema liberal, proponiendo modelos alternativos basados en el autoritarismo, la desigualdad y la dominación tecnológica.

Parten de una premisa: "Si crees que la tecnología inevitablemente vuelve obsoletos los viejos sistemas, ¿por qué debería ser diferente la democracia? ¿Para qué molestarse en arreglar el gobierno si está condenado a ser reemplazado por algo más avanzado?".

Estas ideas, en vez de estar fragmentadas como escuelas o doctrinas, están imbricadas y se retroalimentan.

Una de sus expresiones está en el Neorreaccionarismo (Nrx), que surgió en los años 2000, principalmente en foros online y blogs como Mencius Moldbug's Unqualified Reservations. Este es un escrito de Curtis Yarvin, quien es seguidor el vicepresidente estadounidense JD Vance.

Defiende el retorno a formas de gobierno autoritarias, como monarquías electivas o CEOcracias, donde el poder sea ejercido por una élite seleccionada tecnológica o económicamente. NRx aboga por un gobierno liderado por CEOs y magnates tecnológicos, y considera que la meritocracia tecnológica es la única forma de evitar el caos social.

Otra de las corrientes filosóficas más influyentes en este imaginario elitista es la Ilustración Oscura (Dark Enlightenment), término acuñado por el filósofo Nick Land e inspirado en figuras como Peter Thiel, financista de la campaña de Trump, cofundador de PayPal y uno de los primeros inversores de Facebook.

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Peter Thiel, fundador de PayPal y financista de Facebook, fue conocido en 2016 como uno de los mayores donantes de la campaña presidencial de Donald Trump y resurgió como un financista clave del movimiento Make America Great Again en 2024 (Foto: The National Memo)

Como explica Slavoj Žižek en The Dialectic of Dark Enlightenment, esta corriente representa una inversión perversa de los valores de la Ilustración clásica: en lugar de libertad, igualdad y razón universal, predica jerarquía, elitismo y determinismo tecnológico.

Para Žižek, el núcleo del pensamiento de Land reside en una lectura distorsionada de Deleuze y Guattari: si el capitalismo es una fuerza de desterritorialización permanente, entonces su lógica debe ser acelerada hasta su extremo final. No se trata de resistir al capitalismo, sino de empujarlo hacia su colapso interno, provocando lo que Land llama la Singularidad, un punto en el que la inteligencia artificial superará a la humana y la conciencia individual será absorbida por una red autónoma de máquinas.

Este momento no se presenta como una tragedia, sino como una liberación: el fin de la humanidad tal como la conocemos. En palabras de Žižek, el aceleracionismo oscuro "celebra y busca acelerar la extinción de la humanidad a manos de sus propias herramientas tecnológicas". Es un apocalipsis deseado, un acto de suicidio colectivo disfrazado de progreso inevitable.

Lo más perturbador, sin embargo, no es la visión apocalíptica en sí, sino que esta filosofía haya sido adoptada por sectores influyentes de Silicon Valley. Para ellos, la Singularidad no es solo un horizonte tecnológico, sino un fin político: un mundo sin conflictos, sin democracia, sin antagonismos sociales. Un mundo donde ya no haga falta votar, porque las decisiones las tomarán algoritmos entrenados por genios tecnológicos.

Žižek advierte que esta visión es, paradójicamente, demasiado optimista: presupone que existe un destino histórico inevitable, un final predecible hacia el cual todo converge. También evoca a Jean-Pierre Dupuy, quien plantea que nuestra situación no es de determinismo lineal, sino de necesidades superpuestas: es necesario que ocurra una catástrofe global (ecológica, nuclear, social), y también que actuemos para evitarla. Ambas posibilidades coexisten, y es precisamente esa tensión la que abre espacio para la acción ética y política.

Agrega que el error del aceleracionismo oscuro es negar ese espacio: pretende que el futuro ya está escrito, y que cualquier resistencia es inútil o retrógrada. Así, se convierte en una ideología perfecta para las élites: les permite actuar como si fueran meros ejecutores de una ley histórica, mientras acumulan poder, recursos y refugios para el día del colapso.

Del libertarismo al tecnofeudalismo: el crasheo del ideal de libertad

Volviendo a Brock, este plantea que el libertarismo original —una doctrina que nació como crítica al autoritarismo estatal— ha sido secuestrado por las élites tecnológicas para justificar un nuevo orden tecnofeudal. Empresas como SpaceX, Palantir, Amazon y OpenAI no buscan simplemente hacer negocios; aspiran a crear infraestructuras paralelas al Estado: ciudades privadas, redes de vigilancia, sistemas educativos automatizados, incluso colonias espaciales extraterrestres.

Estas corporaciones no solo monopolizan la tecnología: también la imaginación del futuro. A través de campañas mediáticas, documentales, conferencias TED y alianzas con universidades, imponen una narrativa única: que el futuro será tecnológico, liderado por CEOs, y que cualquier alternativa es utópica o peligrosa.

Peter Thiel, figura central en este ecosistema, lo ha dicho abiertamente: "Lo más importante es que ya no creo que la libertad y la democracia sean compatibles". Para él, la democracia es incompatible con el progreso tecnológico porque ralentiza las decisiones. Lo que necesita el mundo, según esta visión, no son elecciones, sino visionarios iluminados que tomen el control y actúen sin obstáculos.

Este modelo recuerda al futurismo italiano de Marinetti, que glorificaba la máquina, la velocidad y la violencia como medios de purificación social. Hoy, el neofuturismo tecnológico repite esos mismos patrones: celebra la "disrupción", desprecia la regulación y ve en el caos una oportunidad para reconfigurar el orden mundial bajo nuevas jerarquías.

Por su parte, el exministro griego de Finanzas, Yanis Varoufakis, define como tecnofeudalismo un sistema donde las grandes plataformas digitales actúan como señores feudales, extrayendo valor de los datos privados de sus usuarios, su trabajo y su atención, sin otorgarles derechos reales sobre lo que producen. No se trata de ciudadanos, sino de siervos digitales.

Tecnofascismo: Vigilancia, control y anulación de lo político

Paralelamente al tecnofeudalismo, emerge el concepto de tecnofascismo, que describe cómo las tecnologías digitales están siendo utilizadas para socavar libertades individuales y colectivas.

El tecnofascismo es un sistema social totalitario en el que la fascinación de las masas por la ideología es sustituida por la fascinación hacia la tecnología. Esto posibilita el despliegue de un control absoluto sobre la sociedad, en cuya fase final se suele situar la manipulación biológica y/o mental de los individuos para lograr una sociedad uniforme y pacificada dirigida bajo los criterios de potencias hegemónicas y sus corporaciones. Ejemplos claros incluyen:

  • Programas de vigilancia masiva. El sistema TITAN de Palantir, fundada por Thiel, utiliza inteligencia artificial para integrar datos de sensores, cámaras y bases militares, prometiendo "precisión milimétrica" en operaciones bélicas. Sin embargo, en Gaza, esta supuesta precisión no ha evitado masacres civiles, sino que las ha facilitado bajo la apariencia de neutralidad técnica. Las tragedias en Rafah y las muertes de trabajadores humanitarios ponen de manifiesto la grotesca ironía y el devastador costo humano de tal "precisión".

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Palantir, fundada por Peter Thiel, ideólogo de la Ilustración Oscura, ha anunciado el lanzamiento de Tactical Intelligence Targeting Access Node (TITAN), un sistema con inteligencia artificial (IA) para el ejército estadounidense contratado (Foto: Archivo)
  • Manipulación mediática y electoral. Plataformas como Facebook han sido señaladas por su papel en la manipulación de elecciones, uso de microtargeting político y difusión de noticias falsas. La democracia se convierte en un campo de experimentación algorítmica.
  • Control corporativo sobre infraestructuras críticas. Empresas como SpaceX y OpenAI están desarrollando tecnologías espaciales e inteligencia artificial que, en teoría, podrían operar fuera del marco legal nacional. Un ejemplo reciente es el contrato firmado entre OpenAI y el Departamento de Defensa estadounidense por 200 millones de dólares para desarrollar IA aplicada a seguridad nacional. Esto no solo borra la línea entre sector público y privado, sino que establece un precedente peligroso: el monopolio tecnológico sobre la toma de decisiones estratégicas.

Como señala Žižek, vivimos en una locura compartimentada: sabemos que podríamos enfrentar una guerra nuclear, un colapso ecológico o una dictadura algorítmica, pero el público en general se preocupa más por la cultura de la cancelación o por los excesos verbales de Trump. Esta desconexión entre el conocimiento y la acción es precisamente lo que permite que el tecnofascismo avance sin resistencia.

Condicionamiento simbólico: cómo se normaliza el control tecnológico

Una de las herramientas más poderosas de las élites tecnológicas no es solo la infraestructura o el dinero, sino la narrativa. A través de medios afines, campañas de marketing y discursos mesiánicos, logran convencer a la población de que sus proyectos son necesarios e inevitables.

De esta manera ha avanzado culturalmente la programación colectiva para aceptar como verdades incontestables ideas como:

  • Que el progreso tecnológico siempre implica mejora social.
  • Que toda resistencia al progreso tecnológico es retrógrada.
  • Que los CEOs saben más que cualquier gobierno electo.
  • Que el futuro debe ser diseñado por unos pocos visionarios, no por instituciones democráticas.

Hollywood ha jugado un papel fundamental en esta normalización. Personajes como Tony Stark (Iron Man), un trasunto ficticio de Elon Musk, son retratados como héroes solitarios que salvan al mundo sin rendir cuentas a nadie. Esta imagen del "genio tecnológico" oculta la explotación, la desigualdad y el autoritarismo que sustentan sus imperios.

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La imagen de Tony Stark (Iron Man) representa al "genio tecnológico" que oculta la explotación, la desigualdad y el autoritarismo que sustentan sus imperios (Foto: Marvel)

Günther Anders ya advertía en La obsolescencia del hombre (1956) que el control no requiere represión violenta, sino condicionamiento simbólico: anestesiar las mentes con entretenimiento, consumo y sexualidad, para que no pregunten, no piensen, no se rebelen.

El mundo enfrenta una encrucijada: continuar por el camino trazado por las élites tecnológicas, que prometen un futuro controlado, segmentado y jerárquico, o imaginar alternativas donde la tecnología sirva a la emancipación colectiva y no al control autoritario.

La crítica no es anti-tecnológica, sino anti-dominio tecnológico. No se trata de rechazar la ciencia, sino de democratizarla. No de negar el progreso, sino de preguntar: ¿Para quién? ¿A costa de qué? ¿Quién decide?

Como decía Walter Benjamin, "no hay documento de civilización que no sea al mismo tiempo un documento de barbarie". Hoy, frente a las promesas tecnológicas de las élites, surge la pregunta: ¿Qué barbarie se esconde tras esa civilización artificial que nos ofrecen?

La respuesta está en los búnkeres subterráneos, en los algoritmos de vigilancia y en los contratos militares de OpenAI, como ejemplos. La crisis ecológica en curso es, en buena medida, una crisis de expectativas: las de una sociedad que sueña con la abundancia eterna y el control tecnológico de la naturaleza mientras se estrella estrepitosamente contra sus límites biofísicos. Cada vez es más costoso extraer fósiles y minerales por el agotamiento de sus fuentes.

Pero aún queda espacio para la acción. Como sugiere Dupuy, el hecho de que el colapso sea posible no significa que sea inevitable. La única imperativa ética es intervenir, romper la deriva y reconstruir una política que no dependa de visionarios iluminados, sino de sujetos colectivos capaces de imaginar otro mundo.

Un mundo donde la tecnología no sea un arma de dominación, sino una herramienta de liberación.

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