Jue. 27 Febrero 2025 Actualizado 4:40 pm

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Friedrich Merz durante un acto de campaña electoral en Oberhausen (Foto: EFE)

Lo que las elecciones alemanas dicen de Europa

Las elecciones al parlamento federal en Alemania ponen al frente tanto los principales problemas de Europa hoy en día, como los síntomas del estado de negación para encontrarle una cura a esos males. El centro —o extremo centro— europeo una vez más logra contener la "amenaza populista", aunque en el camino se hagan más daño que bien. 

1. Los resultados electorales

Friedrich Merz, el líder de la Unión Demócrata Cristiana (CDU), será el próximo jefe de gobierno de Alemania.

La coalición democristiana CDU, más el gemelo CSU —predominantemente católico— de Bavaria, resultaron ganadores de la contienda electoral del 23 de febrero.

Pero con 28,6% de los votos, la alianza no alcanzó la mayoría y necesitará armar su coalición para efectivamente formar gobierno.

En unas elecciones generales en las que uno de los principales factores de ansiedad era el ascenso de los populismos de derecha e izquierda, el extremo centro logró preservar el control del Estado federal.

Alternativa para Alemania, el AfD, alcanzó el segundo lugar, para convertirse en la principal fuerza de oposición con 20,8%.

El partido socialdemócrata, SPD, hasta la semana pasada la instancia que encabezaba la alianza del gobierno liderado por Olaf Scholz, se hizo con 16,4% del escrutinio, en lo que consideran su peor resultado en los últimos 100 años.

En 2021 el SPD de Scholz ganó —sin alcanzar la mayoría absoluta— destronando la hegemonía del CDU/CSU que había encabezado Angela Merkel y que ha signado la política alemana, incluso ahora, desde temprano en el siglo (2005-2021).

En 2021, como ahora los democristianos, los socialdemócratas tampoco alcanzaron el 30% de los votos que les daría la mayoría absoluta, por lo que se vieron obligados a formar alianzas.

Para ello se armó la "coalición semáforo", por los colores de los tres partidos que la conformaron: el SPD (rojo), el Partido Verde y el Partido Demócrata Libre (amarillo).

El Partido Verde también acusó un descenso en sus votos —desde 14,7% en 2021 hasta 11,6%—, quizás no tan pronunciado como el SPD, pero no por eso menos sintomático del desempeño de la alianza.

El Partido Demócrata Libre (FDP), formación liberal-empresarial responsable con su salida del colapso de la alianza gobernante —del que era socio junior— y del llamado a elecciones, en esta oportunidad ni siquiera alcanzó el 5% necesario para ingresar al Parlamento Federal, llegando a 4,3% de los votos, viniendo de 11,4% en 2021.

Por último, una doble sorpresa por izquierda: el inesperado retorno de Die Linke —de 4,9% en 2021 a 8,8% el domingo pasado—.

Mientras que la Alianza Sarah Wagenknecht (BSW), populista de izquierda, al menos hasta ahora tuvo un desempeño inferior al esperado y con 4,97% no obtiene ningún escaño federal.

No obstante, el BSW exigió una revisión mientras que algunas de sus figuras sospechan que su resultado es producto de maniobras fraudulentas de los partidos hegemónicos.

Con ese cuadro el centro político mantiene el control y, en esencia y en consecuencia, el rumbo actual que ha conducido a la "locomotora de Europa" a su peor momento.

No menos sintomático, a pesar de la oposición del CSU, lo más probable es que se produzca una nueva alianza CDU/CSU-SPD, con algún lugar para los Verdes.

De este modo, el poder político alemán vuelve al esquema de asociaciones que fue el punto exacto donde quedaron las cosas hasta la salida de Merkel. ¿Qué puede salir mal?

2. Su significado en el contexto alemán y por extensión europeo

Salgamos primero del cliché central que al menos, hasta ahora, conserva vigencia: pase lo que pase, en buena medida el rumbo de Europa sigue condicionado al de Alemania.

A pesar de irse desvaneciendo su poder a través de uno de los suicidios político-industriales más impresionantes de la historia, el peso formal germánico conserva vigencia.

Algo aceptablemente extensivo y sintetizado por el régimen postnacional y paraestatal de la Unión Europea, liderado por la orwelliana Úrsula Von der Leyen.

Situado el cliché, se pueden acopiar los males principales y visibles de la parálisis que compone el aferramiento del poder centrista:

  • La posición belicista inmutable respecto a Ucrania, que pudiera plantearse igualmente como militantemente antirusa —con una creciente hostilidad antichina—.

  • Directamente conectado con el primer ítem, pero no limitado a eso, el sostenido proceso de desindustrialización, financiarización y profundización del desmantelamiento sociolaboral del neoliberalismo tardío —dado el actual estado de los servicios públicos—, agravado por el fundamentalismo ambientalista.

  • La profunda ansiedad "nativa" consecuencia de la política migratoria que está acentuadamente rediseñando el mapa demográfico alemán, con choques estridentes producto de la no-integración de las oleadas migrantes.

  • El dogma invertido que ha representado la posición dura del establishment alemán respecto a Gaza, el genocidio por streaming y la posición categóricamente prosionista.

  • La fase superior del dogma de la cancelación que ya alcanza un rango operativamente judicial, penalizando las opiniones adversas tanto de Gaza —por izquierda—, la migración —por derecha— como de cualquier señalamiento que ataque los dogmas vigentes y al funcionariado del gobierno —al menos durante los años de la coalición semáforo, algo que difícilmente cambie ahora—.

  • La psicosis paranoica que reviste a la percepción del establishment sobre la "amenaza" populista, reduciendo lo desarrollado en el ítem anterior al mismo campo semántico de interpretaciones de lo nacional, bajo el uso instrumental de luchar contra el fascismo y otros extremismos.

  • El notorio desprecio, por izquierda y por derecha, de la clase obrera y plebeya local —si se le puede llamar así a los empleados, autónomos, desempleados y la franja efectivamente industrial— no sujeta al retorcimiento de la carnavalización identitaria y principal receptor de las peores manifestaciones de estas políticas.

  • Lo que se ha traducido en varios intentos de proscripción del AfD y las críticas al Estado de Israel mediante la equivalencia de antisionismo con antisemitismo —la perversa inversión del "nunca más" del Holocausto—.

  • La sostenida desnacionalización o gringuificación de las élites, reforzando el lóbrego "sentido común de época", a pesar del duro despertar de la languidez liberal con el retorno de una nueva administración Trump.

Hasta este punto, si no fuera obvio el objeto de esta nota, se pudiera hacer indistinguible de la deriva que también condiciona actualmente a los otros "principales" países de Europa occidental: Francia y el Reino Unido.

La estrategia de campaña de Merz y del CDU/CSU consistió principalmente en mimetizar al AfD respecto a sus posiciones en materia migratoria, buscando restar votos al segundo, algo que, efectivamente, llegó a pasar.

No pasó siquiera un día en el que dicha reivindicación quedara de lado y Merz declarara categóricamente que quedaba excluida cualquier posibilidad de alianza con el AfD, reforzando y conservando la vigencia del "cortafuegos" del extremo centro contra la movilización populista.

En 2023 Merz manifestó la posibilidad de establecer una eventual alianza con el AfD, pero fue triturado por la ortodoxia vigente.

Aun así, en un intento de diferenciación de cortísimo alcance, a la par de la simulación populista el futuro canciller alemán también ha señalado en diversas ocasiones la necesidad de fortalecer la "independencia" de Europa respecto a Estados Unidos.

Esto, en teoría, comienza a manifestarse con el anuncio —probablemente offside— de la brutal ministra de exteriores, Analenna Baerbock, de un fondo europeo de 700 mil millones de dólares para la remilitarización del subcontinente con la creación de un nuevo megapaquete financiero, probablemente patrocinado con eurobonos (deuda), y obligatoriamente un incremento tributario que redundará en la precarización sostenida, tanto de Alemania como de Europa.

Pero, hilando fino, dos detalles destacan: por un lado, a pesar del anuncio del conglomerado Rheinmetall a reorganizar algunas de sus fábricas para producir municiones, según Bloomberg, buena parte del armamento será comprado a Estados Unidos en desmedro de la propia industria de las armas europea —incluida la alemana—, alejando la posibilidad, como dijo Conor Gallagher, de un keynesianismo militar que supondría un estímulo industrial.

Por el otro, la Europa —y en particular la Alemania— postvoladura del Nord Stream 2 se encuentra no menos entrampada en la importación, desde Estados Unidos, de gas natural licuado para alimentar a grandes costos —igual con la compra de petróleo ruso a India— su parque industrial.

De este modo —más sobre esto más adelante— Europa sigue obligada a participar, en su papel de subordinada, en la nueva empresa por cazar a la ballena blanca.

Por si quedan dudas de la disonancia discursiva entre lo declarado y lo hecho, Friedrich Merz, antiguo ejecutivo del monstruo Blackrock, es uno de los hombres de las corporaciones estadounidenses desde hace mucho tiempo, por lo que, en el cortísimo plazo, es de esperar que la fantasmagórica amenaza rusa seguirá siendo uno de los ejes centrales en el proceso autodestructivo.

Nada indica que el "cortafuegos" antipopulista tenga éxito más allá de las palancas del Estado federal —las regiones son otra cosa— o, como ya se dijo, que exista algún tipo de racionalización migratoria que tome en consideración las distintas angustias de la ciudadanía.

Por el contrario, es más difícil imaginar una reaproximación a los acuciantes problemas internos, tanto políticos como morales.

La invitación a visitar Berlín y la "cálida conversación" entre Merz y Netanyahu es más que una señal.

Puede que el nuevo gobierno sea un BMW o un Mercedes, pero nada le quita el acelerador en plena calle ciega.

3. Populismos: sobre el AFD y la BSW

Septiembre de 2024 fue el momento de alarma. Las elecciones en tres provincias orientales evidenciaron el ascenso (predeciblemente) del AfD y (sorpresivamente) de la BSW.

En Turingia, el AfD se convirtió en la primera fuerza, mientras que en Sajonia y Brandemburgo escaló para convertirse en la segunda, roncándole en la cueva al CDU en el primero y al SPD en el segundo.

En las tres contiendas, el BSW, apenas fundado en enero de 2024, alcanzó un importante tercer lugar que desplaza a los partidos más establecidos.

Sarah Wagenknecht abandonó Die Linke (La Izquierda) en 2023 por varias diferencias de fondo.

Soberanía, diálogo con Rusia y una racionalización consistente de las políticas migratorias son parte de los ejes centrales de su partido, y por lo tanto los motivos para su banalización, tachando a la Alianza de “nacionalista” y “xenófoba”, de acuerdo a los actos reflejos esperados.

La combinación entre elementos “culturalmente conservadores y progresistas en lo socio-político”, al decir de Wolfgang Streeck, sería el cuadrante que ocupa. Pero la clave, que también la ofrece el sociólogo y economista, es que Wagenknecht hace las preguntas que son y las responde correctamente.

Este punto no es menor en una sociedad donde el silencio sobre sus grandes fantasmas ha sido una constante, si le hacemos caso a escritores como W.G. Sebald y Alexander Kluge, y si vemos cómo, precisamente, los grandes tópicos apremiantes son tapiados con los dogmas sociales hiperliberales preestablecidos y la intensificación rusofóbica.

La Alianza de Wagenknecht, al igual que el AfD, en ese sentido, componen el espectro populista dentro de la política formal, un fenómeno que en la política alemana ha cobrado su forma hasta ahora más lograda respecto al resto de Europa.

Que, también como dijo Streeck, son las zonas de la actividad sociopolítica (los márgenes) desde donde puede emerger algo que enfrente y cuestione al automatismo del centro.

Y es en esto donde se debe encontrar una de las claves del crecimiento sostenido del AfD. Más allá de sus posiciones en contra de la migración desregulada, antes de la aparición del BSW, era el único partido que se oponía categóricamente a la guerra en Ucrania, propugnando relaciones amistosas con Rusia.

Esa herejía contra la ortodoxia de la euronomenklatura (en casa y fuera de ella) facilitó que un grupo importante de la ciudadanía encontrara una correspondencia con la locura belicista, más allá de las posiciones conservadoras o reaccionarias.

El AfD, en sus orígenes (2013) se erigió como un partido euroescéptico y anti-OTAN desde el campo conservador. En cierto sentido, emprendió el camino en dirección opuesta al periplo del Partido Verde, que de las posiciones pacifistas terminó siendo la facción extremista y soberbia.

El carácter populista de la formación ha significado que manifestaciones de la derecha extrainstitucional (y facha) se cuelen también dentro de la formación lo que ha supuesto más de un acto disciplinario a lo largo de su historia.

Pero pareciera que su principal problema ha sido la elasticidad política e ideológica. La demostración más clara ha sido, recientemente, la interacción con Elon Musk que lo ha conducido a modificar sus posiciones más críticas respecto a la OTAN y su percepción, ahora más favorable que antes (luego de Musk) respecto a Estados Unidos.

Además, en dos puntos fundamentales no se ha alejado de la ortodoxia del centro: el neoliberalismo e Israel.

La simplificación bajo las etiquetas de ultraderecha y fascista, que principalmente provienen del centro político liberal, impregnando a la izquierda como Die Linke, tiene mucho que ver con lo dicho hasta ahora y la amenaza que supone al poder formal.

Tras las pasadas elecciones federales mucha gente se ha “sorprendido” por lo homogéneamente acabado de sus resultados que, al manifestarse en el mapa, delimitan con mucha claridad las dos Alemanias divididas durante la Guerra Fría, con una hegemonía incuestionable del AfD en la ex Alemania Oriental, que es donde el BSW le disputa ahora votos al primero.

Y es que el tema de la unificación y sus modos de ser implementados opera sobre un silencio de piedra formal similar al fantasma nazi durante la Guerra Fría.

Porque bajo cualquier criterio intelectualmente honesto nunca se trató de una unificación sino de una ocupación económica donde poco y nada tuvo de valor la opinión general de la ciudadanía de la antigua República Democrática Alemana.

Para cualquiera que vaya a Berlín encontrará una ciudad que prácticamente se colonizó a sí misma, y como sujetos coloniales, siguen siendo concebidos como ciudadanos de segunda, algo patente en las formas de tachar tanto al AfD como al BSW.

De este modo, el “cortafuegos” opera ruidosamente contra la formación de derecha y con una desestimación e ignorancia consciente sobre el segundo, ambos portando la doble letra escarlata del nacionalismo y el cuestionamiento a la migración desregulada: dos grandes problemas para la visión post-nacional y “fin de la historia” de Europa, que la izquierda, en buena medida, comparte.

4. El "giro de 360 grados" y un muy letal más de lo mismo

Al momento de ir cerrando esta nota Calin Georgescu, el candidato ganador en primera vuelta de las elecciones en Rumania, fue arrestado cuando se disponía a inscribirse para las elecciones en mayo.

Pero hay elecciones presidenciales en mayo porque anularon las de diciembre de 2024, por motivos, cuando menos, espurios. No es muy diferente ahora cuando la fiscalía lo acusa de acciones que en mucho recuerdan al patrón habitual de lawfare visto en otras partes.

En esta oportunidad está siendo imputado, según las agencias, de haber dado declaraciones falsas sobre el financiamiento de su campaña —más su patrimonio, "organizar un grupo racista y hacer apologías de crímenes de guerra—.

Lo acusan de recibir financiamiento oculto de Moscú.

Acompañado siempre del mote "candidato de extrema derecha", Georgescu es euroescéptico, conservador, contrario a la influencia estadounidense y a la guerra en Ucrania, a favor de mejores relaciones con Rusia.

Rumania ocupa un lugar estratégico en su proyección hacia el mar Negro y por compartir fronteras con el suroeste ucraniano. Su victoria electoral supondría un vuelco sustantivo tanto en la guerra como en la política europea.

Rumania fue explícitamente mencionada por el vicepresidente J.D. Vance en su intervención en la Conferencia de Seguridad de Múnich como uno de los ejemplos de ausencias de libertades y distanciamiento de los presuntos "valores comunes" de la alianza transatlántica. Hasta ahora no ha dicho nada sobre la detención y el proceso que inicia contra el rumano.

Pero lo de tal candidato es una manifestación sintomática en su versión más primaria en contraste con las variables más bizantinas del procedimentalismo de la UE y del sistema de contrapesos alemán.

Y si a usted, querida persona que lee, le pasó por la mente aquello de que Rumania es distinta, más "primaria" por ser un país de Europa oriental, el 30 de enero, en el Bundestag, se debatió justamente la posible proscripción del AfD.

Se trata de una idea que llega al punto del parlamento nacional tres semanas antes de las elecciones federales porque ya ha pasado por un proceso de maduración en las conversaciones políticas, en particular del extremo centro, y donde no es descabellado imaginar a un Die Linke apoyando semejante idea.

La banalmente cruel Analena Baerbock, ministra de exteriores del gobierno saliente —de los verdes—, declaró hace dos años en la edición 2023 de la Conferencia de Seguridad de Múnich que Vladímir Putin tenía que dar "un giro de 360 grados" para que Ucrania esté segura.

En la lucha por demostrar palmariamente que sabe menos de geometría que de relaciones internacionales, este pareciera más bien el giro que ha dado el establishment alemán en las últimas elecciones.

El "cortafuegos" alemán comparte más de una similitud con las maniobras que se han ejecutado en Francia y el Reino Unido en sus respectivas elecciones en 2024, buscando mantener, precisamente, el centro del poder, y que se sumergen cada vez más en la crisis sociopolítica y de gobernabilidad.

El retorno de Trump con su nuevo gobierno MAGA a la Casa Blanca tampoco ayuda mucho en materia de cohesión narrativa y política.

En cuanto a lo primero, la fractura pudiera aceptarse total —piénsese, de nuevo, en Vance en Múnich—, pero en materia de actuación política no es tan sencillo, ni tan superficial.

Y esto se debe a que si bien en la superficie, con algo de pánico incluido, existe un viraje que en teoría apunta hacia la paz en el conflicto ucraniano, por un lado existe la iniciativa del "rearme" europeo como una señal de posible "independencia" de Washington.

Pero las declaraciones que Pete Hegeseth, el nuevo jefe del Pentágono, dio en Bruselas en el marco del Grupo de Contacto para la Defensa de Ucrania parecen dejar clara la marca: una "división del trabajo" en el que Europa "se encargue" del "esfuerzo" militar contra Rusia —"proveer seguridad a Ucrania"—, mientras que Estados Unidos se encarga de "disuadir" a China.

Desde esta perspectiva la victoria de Merz encaja sin dificultades en la mecánica del plan. Simulación de independencia, buenas relaciones corporativo-empresariales con Estados Unidos, lealtad eurocrática y, por lo tanto, una probada disposición para continuar la guerra contra Rusia, ya no hasta el último ucraniano sino, quizás, hasta el último europeo.

"Esta convergencia estratégica", escribe Thomas Fazi a propósito del entusiasmo de Merz por aumentar el presupuesto de defensa y asumir, presuntamente, la seguridad europea, "emparejada con la orientación conservadora" de Merz,

los "vínculos profundos con los sectores financieros y corporativos de Estados Unidos, y el atlanticismo arraigado, todos lo ponen en un buen lugar para ser el 'vasallo en jefe' europeo de los estadounidenses en nuestra era postliberal".

Tras el clímax de la cadena de humillaciones estadounidenses contra Europa en Múnich, Kishore Mahbubani, una de las voces más serias del mundo de las relaciones internacionales, planteó en Foreign Policy que había llegado el momento cuando el "viejo continente" ahora hiciera "lo impensable" para sobrevivir.

Entre sus ideas exponía que Europa se alejara de los dictámenes estadounidenses y creara su propia negociación estratégica directamente con la Federación Rusa —como lo hubiese hecho un De Gaulle, por ejemplo—, o que aceptara la propuesta china de crear una interfaz entre la Franja y la Ruta y el European Global Gateway —su proyecto de interconexión— como ejemplos para recuperar su propia autonomía estratégica.

Mas todo parece señalar que la clase de socialdemócratas y democristianos de la eurocracia —con el equipaje de mano de la izquierda aceptada— preferirá aumentar la velocidad hacia la catástrofe, y Alemania, a la vanguardia, encabalga esos síntomas.

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