Dom. 24 Noviembre 2024 Actualizado Viernes, 22. Noviembre 2024 - 18:34

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Según la imagen/concepto de la mano invisible del mercado, la codicia y el egoísmo de cada empresario conducen a la prosperidad de toda la sociedad (Foto: Smetek / Science Photo Library)

El mito del "capitalismo se arregla por arte de magia" prevalece en nuestra mente

Uno de los conceptos económicos más famosos es "la mano invisible" del mercado, que pretende explicar por qué la codicia y el egoísmo de cada persona rica conducen a la prosperidad de la sociedad en su conjunto.

El principio básico de la metáfora es que el capitalismo se organiza de una manera mágica: las dinámicas económicas basadas en los intereses de riqueza y poder de individuos alcanzarán espontáneamente el equilibrio, y aunque para obtener riquezas haya que actuar de manera egoísta, otra magia incomprensible hará que la sociedad se mueva hacia adelante. Bajo esta creencia, todo lo que no se ajuste al pensamiento del mercado es malo, porque dificulta el trabajo de la mano invisible de "arreglar" las cosas.

Adam Smith, conocido como el autor del concepto, utilizó la frase tres veces. La primera vez que la usa es en un tratado de astronomía para describir la compresión que tenían las personas en la antigüedad sobre su entorno. Allí menciona "la mano invisible" de Júpiter, dios mitológico al que se le atribuyó el poder para desatar varios eventos de la naturaleza.

En La teoría de los sentimientos morales, Smith vuelve a mencionar la frase, esta vez desde un enfoque económico, indicando que "alguna mano invisible" obliga a los ricos a servir "al interés público y a la multiplicación de la raza humana". Lo hace una tercera vez en La riqueza de las naciones, en una sección sobre el comercio, para explicar cómo los comerciantes y fabricantes, aunque actuan por motivos egoístas, son guiados por la "mano invisible" del mercado, que los hace servir a los intereses de la sociedad mucho más que si lo hicieran de manera consciente.

La idea de que el mercado es inherentemente estable no da mucha cabida a que en los estudios sobre economía se incluyan factores psicológicos de las personas que interactúan en tal dinámica. Si este espacio de investigación para explicar el comportamiento del mercado es reducido, mucho más lo es el del ámbito del psicoanálisis, que indaga en el inconsciente para conocer los impulsos y deseos reprimidos.

La investigadora Lynn Parramore escribe sobre el tema en un ensayo publicado recientemente. Ella parte de las evidentes consecuencias destructivas que los sistemas económicos han dejado en la gente para hacer la pregunta: "¿Podría ser hora de reconsiderar si el psicoanálisis tiene algo útil que decir sobre la triste ciencia?".

En su trabajo, Parramore cita el libro Por amor a la imaginación: aplicaciones interdisciplinarias del psicoanálisis junguiano (2014), del psicoanalista Michael Vannoy Adams, que a su vez se basa en los estudios del psiquiatra suizo Carl Jung sobre el mundo de las imágenes, sus significados e influencias. El libro ayuda a hacer consciente la imagen de la mano invisible del mercado, y de ese modo, "a desentrañar lo que hay en la sombra del capitalismo contemporáneo", dice la investigadora.

Con 250 años en el inconsciente colectivo, no hay "otra imagen [que] impregna tanto, domina tanto el mundo moderno", como la de la mano invisible del mercado, dice Vannoy Adams. Autores que precedieron a Smith, desde Homero hasta Voltaire, utilizaban la imagen de la mano invisible para representar "fuerzas fantasmales o divinas que intervienen en los asuntos humano", indica Lynn Parramore. Durante la época de Smith, las novelas góticas narraban manos invisibles que aparecían "para dar portazos y hacer avanzar la trama humana". Más adelante, la autora hace referencia a un caso particular:

"Adams señala una versión especialmente evocadora de la mano citada en 'Las pasiones y los intereses de AO Hirschman'. La ilustración reproducida de una mano celestial e inmaterial que aprieta un corazón humano bajo el lema 'Affectus Comprime' o, en la traducción de Hirschman, '¡Reprime las pasiones!'. Una imagen psicoanalítica si alguna vez hubo una".

El mito dice que la mano invisible consigue milagrosamente que la codicia beneficie a todos, pero en realidad lo que hace aquella fuerza imperceptible es expiar de culpas a los pocos que sí se benefician acumulando riquezas. Siguiendo el enfoque de Jung, Vannoy Adams explica que la culpa, cuando no es reconocida, tiende a proyectarse sobre los demás como una sombra. "En los sistemas de libre mercado, se culpabiliza a los pobres (...) y por no actuar de manera que aumente su riqueza". Nosotros aquí conocemos esa conducta en la famosa y muy caricaturizada frase "el pobre es pobre porque quiere".

Otro aspecto que la mano invisible abarca es el religioso. El siglo XVIII, el de la Ilustración, fue el punto de partida para que la moda de glorificar al Señor perdiera adeptos en las sociedades europeas. Por lo tanto, se puede decir que el mercado vino a ganar fuerza como candidato para reemplazar a Dios en la ejecución de milagros. El dios mercado, dice Vannoy Adams, es un deus absconditus, un dios que está oculto y es incomprensible; es un deus ex machina, que, al igual que en una antigua obra de teatro griego, aparece de la nada para intervenir en las decisiones egoístas de los que buscan riquezas y equilibra el resultado final. 

El ámbito religioso de la mano invisible privilegia lo abstracto sobre lo concreto. Parramore señala que esta función:

"(...) parece impregnar la economía, donde los practicantes a menudo se han enamorado de modelos abstractos que los han cegado a lo que se puede ver fácilmente en la realidad, particularmente la pobreza y el sufrimiento de los seres vivos".

Esta imagen del dios mercado que, al igual que Dios, opera independientemente del plan humano, justifica la oposición a la intervención gubernamental. Si hay algún problema en el sistema, la mano invisible lo resolverá. Lo que no se resuelve es relegado al olvido de lo que Vannoy Adams nombra como el "inconsciente económico".

Entonces sucede algo, como una pandemia, que pone a prueba la creencia de que no es necesaria la intervención gubernamental. Los Estados de todo el mundo gastaron billones de dólares para intervenir en la economía, en unos casos para ayudar a los desempleados y proteger a la población en general, y en otros para rescatar bancos y salvar negocios.

Escenarios como el de la pandemia, la posibilidad de una nueva recesión económica y otras crisis se hacen comunes ahora en el mundo globalizado y neoliberal, repercuten en las grandes mayorías, en todos los seres vivos y en el entorno que habitamos, mientras que la fuerza que debería equilibralo todo no hace su aparición. Parramore cita una advertencia hecha por Jung en 1957, ante la "incapacidad de reconocer la sombra y comprender las operaciones del inconsciente":

"Uno puede considerar el estómago o el corazón como algo sin importancia y digno de desprecio, pero eso no impide que comer en exceso o esforzarse demasiado tenga consecuencias que afecten a todo el hombre. Sin embargo, creemos que los errores psíquicos y sus consecuencias pueden eliminarse con meras palabras, porque 'psíquico' significa menos que aire para la mayoría de las personas. De todos modos, nadie puede negar que sin la psique no hubiera mundo en absoluto y menos aún un mundo humano. Prácticamente todo depende del alma humana y sus funciones. Debería ser digno de toda la atención que podamos prestarle, especialmente hoy, cuando todos admiten que la prosperidad o la desgracia del futuro no se decidirán ni por los ataques de animales salvajes ni por catástrofes naturales ni por el peligro de epidemias mundiales, sino simplemente por los cambios psíquicos en el hombre".

El capitalismo nos está fallando a nosotros y al planeta; sin embargo, actuar para el beneficio propio sigue dominando nuestra conducta. La fantasía arraigada en la mente humana de la mano invisible, que supuestamente corrige las asimetrías en el sistema, blinda a las minorías poderosas, las salva de ser expuestas como las responsables de los padecimientos globales, y en el resto del mundo es una estampita que acumula toda la fe de que algún día, a través de los mecanismos de la competencia, disfrutaremos los mismos beneficios que disfrutan las minorías.

Si queremos abandonar la ilusión y formular una teoría que no se centre en deseos individualistas, sino en el bienestar de los seres vivos, primero hay que mirar hacia lo más íntimo y profundo de nuestro ser, indagar en todo lo que fue construido ahí para que fuera posible instalar las conductas antinaturales de la codicia y el egoísmo.

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