La adquisición de Hess Corporation por parte de Chevron, anunciada en octubre de 2023, desencadenó una disputa empresarial de alto nivel.
Chevron pactó la compra de Hess por 53 mil millones de dólares con el objetivo de incorporar un 30% de participación en el bloque Stabroek, un yacimiento ubicado frente a la fachada atlántica de la Guayana Esequiba venezolana, zona aún pendiente de delimitación entre Venezuela y Guyana conforme al Acuerdo de Ginebra de 1966.
Esa amalgama empresarial no pasó desapercibida para la ExxonMobil, que ha servido de operadora principal del bloque por medio de la ilegalidad del enclave guyanés. Así que activó un arbitraje internacional ante la Cámara de Comercio de París alegando que la fusión "vulnera" sus derechos de preferencia en el consorcio.
Su objetivo evidente era impedir el avance de Chevron y, de ser posible, asumir ella misma el control de las acciones de Hess, lo que la colocaría con dominio directo sobre dos terceras partes de ese espacio.
Este movimiento reveló el nivel de agresividad que ha alcanzado la competencia entre ambas majors.
En este contexto, la rivalidad entre Chevron y ExxonMobil cobra un sentido mayor. No se trata únicamente de una competencia por acciones y dividendos, sino de un pulso por influencia territorial y por el control de las rutas de suministro energético.
Un recordatorio
La pugna actual entre ExxonMobil y Chevron no es un fenómeno nuevo ni excepcional. Es, en realidad, la reedición de una rivalidad con raíces profundas en la historia del capitalismo energético estadounidense.
Ambas compañías son herederas directas del colosal emporio fundado por John D. Rockefeller: Standard Oil, empresa que llegó a controlar más del 90% del mercado de refinación de crudo de Estados Unidos a comienzos del siglo XX.
En 1911, tras un histórico fallo antimonopolio de la Corte Suprema, la Standard Oil fue dividida en 34 compañías independientes, entre ellas Standard Oil of New Jersey (posteriormente Exxon) y Standard Oil of California (posteriormente Chevron).
Pero esto no fue una derrota real del poder concentrado; aquella disolución consolidó patrimonios y estructuras bajo nuevas formas legales.
Los principales accionistas, incluido el propio Rockefeller, mantuvieron sus participaciones de manera proporcional en las nuevas empresas, lo que derivó en un aumento sustancial de su riqueza.
Rockefeller, de hecho, vio triplicarse su fortuna tras el fallo judicial, convirtiéndose en el primer multimillonario de la historia moderna.
Las supuestas "Standards menores" siguieron operando bajo lógicas de complementariedad y reparto de mercado, y aunque la competencia fue efectiva en ciertos ámbitos dentro de ese circuito, el control estratégico del sector permaneció en el mismo ecosistema empresarial.
¿Nuevos ciclos de fusiones corporativas?
Chevron y ExxonMobil han retomado posiciones centrales en el tablero energético global.
Sus recientes movimientos, la adquisición de Pioneer Natural Resources por parte de Exxon y la compra de Hess Corporation por Chevron, responden a una lógica de expansión territorial y consolidación de reservas en un entorno global complejo.
Las diferencias estructurales entre ambas compañías se han acentuado en los últimos años. Según la firma Wood Mackenzie, entre 2030 y 2040, el flujo de caja upstream de Chevron, es decir, los ingresos netos derivados de sus actividades de exploración y producción de petróleo y gas podría disminuir en un 25%, mientras que en el caso de Exxon la reducción proyectada sería de apenas un 5%.
Esta brecha refleja una divergencia en la capacidad de ambas compañías para sostener ingresos en el núcleo de su negocio energético, lo que a su vez responde al contraste en sus decisiones de inversión. Mientras Exxon ha mantenido su apuesta por activos clave como la Cuenca Pérmica, incluso en un entorno de precios moderados, Chevron ha optado por reducir su exposición y ajustar sus desembolsos de capital en esa área.
Otro elemento clave es la capacidad de reposición de reservas. Sobre ello, Chevron reportó en 2024 un nivel de 9 mil 800 millones de barriles, su punto más bajo en una década, frente a los 19 mil 900 millones de Exxon.
Ante esta tendencia, la compañía ha reorientado su estrategia hacia activos offshore con potencial comprobado y alta disponibilidad, asegurando nuevas concesiones en Namibia, Guinea Ecuatorial, Brasil y especialmente en Venezuela.
Este último caso reviste especial importancia: Chevron no solo opera en un país con reservas vastas, sino que lo hace sobre una infraestructura ya instalada, lo que reduce significativamente los costos de entrada y permite acelerar la producción.
Este giro refleja una búsqueda de reservas con menor costo de extracción y mejor conexión logística con centros de refinación y exportación.
En este mapa, Venezuela representa una plataforma geoestratégica de alto valor. La reactivación de sus operaciones, facilitada por una licencia reciente de la administración Trump, abre la posibilidad de ampliar su producción a más de un millón de barriles diarios.
La apuesta de Chevron, evidenciada en declaraciones de su CEO, Mike Wirth, va dirigida a consolidar una operación integrada que aproveche las sinergias con las refinerías del Golfo de México, diseñadas para procesar crudos pesados como el venezolano.
Ahora bien, la estrategia de Chevron prioriza la eficiencia operativa y la disciplina de capital, con un enfoque orientado al flujo de caja libre y la rentabilidad sostenida. En activos clave como la Cuenca Pérmica, la compañía ha optado por estabilizar la producción, alrededor del millón de barriles diarios hacia 2025. En paralelo, se reestructura mediante la desinversión de activos de alto costo, reduciendo su huella financiera para sostener su solidez en un entorno volátil.
Por otro lado, el retiro parcial de Chevron de proyectos en Canadá y la venta de activos por más de 6 mil millones de dólares revelan un reposicionamiento deliberado.
Al reenfocar capital hacia regiones con ventajas estructurales, Chevron busca aumentar su exposición a reservas operativamente viables y reducir su dependencia de mercados de menor rendimiento.
Y, a grandes rasgos, ExxonMobil, engendro directo de la Standard Oil, despliega una estrategia marcadamente expansiva. Más allá de su crecimiento operativo, recurre a prácticas de presión política, arbitraje internacional y maniobras de desestabilización para imponer su peso en mercados clave y obstaculizar a competidores.
Su objetivo más inmediato es aumentar en un 50% su producción en la Cuenca Pérmica para 2030, lo que le permitiría alcanzar los 2,3 millones de barriles diarios.
En el contexto geopolítico actual, la industria del petróleo y gas se encamina hacia una concentración, pues las grandes majors están acelerando la carrera por reservas estratégicas y activos con ventajas operativas, mientras las firmas medianas y pequeñas, incapaces de sostener el ritmo de inversión o resistir las presiones del mercado, serán absorbidas, especialmente en Estados Unidos.
De hecho, Smead Capital Management advierte que "tendremos tres o cuatro compañías petroleras en los próximos 10 a 15 años [en EE.UU.] y sabemos que una será Exxon y otra Chevron. Pero desconocemos las demás".
Este nuevo ciclo de fusiones no se limita a la disputa de mercado entre dos grandes competidores, sino que refleja una carrera por asegurar el control de áreas con alta concentración de hidrocarburos y acceso operativo favorable.