Este año 2025, el capitalismo, una vez más, nos mide de nuevo en el contexto salarios y ganancias en su normal funcionamiento en todo el planeta, buscando por supuesto bajar los salarios y aumentar sus rentas, mientras deciden quién es el dueño de dueños e imponer sus fórmulas explotadoras a los 8 mil millones de esclavos que somos. Nada sustancial ha cambiado. Hoy nos obnubilan con una gran niebla de falsa información para ocultarnos la realidad, mientras los dueños se confrontan en las actuales circunstancias, dejando su reguero de esclavos muertos, única verdad posible que solo la conocen ellos, porque ningún dueño muere en los campos de batalla.
Las actuales escaramuzas y amenazas del nuevo mensajero de la Casa Blanca, proponiendo a los esclavos la rendición y aceptación de esos capitales como los nuevos dueños y sus nuevas reglas, no es nada nuevo en el cómo negocian los asesinos y ladrones, solo que ahora sus planes, y no sus locuras o rabietas, los anuncian a plena luz del día y los transmiten en vivo y directo por todos los medios de información a todos los creyentes del mundo en pajaritos preñaos, para que sepamos a qué atenernos con la nueva dictadura humano-capitalista. El cómo resolverán, que harán con Ucrania, Palestina, Europa, Estados Unidos, Argentina o el mundo, ese es un problema que resolverán los ladrones empresarios que controlan el movimiento del capital en el planeta. A los esclavos nos toca pensar fuera de ese marco.
Pero en ese lienzo convencional, lo que va a ocurrir con el gobierno nuestro, es un problema que tendrá que resolver la dirección. A nosotros nos toca seguir arrimando el hombro para apoyarla y realizar las tareas que nos corresponden en el sangrerío de la guerra, que nos imponen las transnacionales.
Desde 1492 hasta estos días, a la gente de este continente nos fue robado el futuro y desde entonces hemos sido obligados a trabajar bajo el sistema de la esclavitud para que una elite poderosa pueda practicar la libertad a sus anchas, cuando sea y contra quien sea. Esta develación anunciada por Chávez, nos ha colocado en el punto de no retorno, el pasado no es una opción y el rendirnos menos aún; solo nos queda la consagración colectiva, también enseñada por Chávez para heredar un futuro construido, donde la gente sea gente y no pieza, tuerca o tornillo del andamiaje capitalista. Durante mucho tiempo nos afiliaron a conceptos como libertad, democracia, igualdad, fraternidad, civilización, progreso, humanidad y los defendimos en los miles de ejércitos del capitalismo, que impusieron su imaginario, modos, usos y costumbres por todo el mundo, en el entendido de que teníamos derechos y que unas personas ignorantes o malucas no permitían que los disfrutáramos, pero la terca realidad siempre dándonos portazos en la nariz nos ha hecho entender con la llegada de Chávez que todo eso es solo fantasía para que los esclavos se nos haga agua la boca imaginando mundos felices.
Pero, en este período real, ya nada de eso nos sirve a nosotros como esclavos para construir el mundo que represente intrínsecamente el qué seremos, cómo seremos, quiénes seremos. Exactamente 500 años después, un esclavo en contradicción de nombre Hugo Rafael Chávez Frías lideró una insurrección como nunca antes se había visto, un esclavo con un plan y una determinación consagratoria que estaba por encima del pasado y el presente.
Con la llegada de Chávez (y no hablamos de mesías, dios o iluminado, hablamos de un ser de carne y hueso con las mismas carencias nuestras, con los mismos afectos deformados y comerciales que nos ha impuesto la cultura humano-capitalista, desde la familia, iglesia, escuela, arte, producción y comercio), estamos obligados responsablemente, en la actual contradicción, a ser esclavos que piensan; a plantearnos la posibilidad de generar otra idea que no sea andar criticando la corrupción, que si esto sirve, que si esto no sirve, que si el gobierno lo hace bien o lo hace mal, sin entender que el gobierno no es lo importante: lo importante es que somos esclavos de un sistema mundial y que este gobierno comienza con la historia de nosotros, porque el esclavo que la inicia no era dueño de nada, ni de la tierra, ni del petróleo, ni de las otras minas, como tampoco tenía conexiones con las grandes corporaciones que dominan al mundo, y aún viniendo del ejército no formaba parte de los alabarderos que dirigían ese ejército, actualmente también en contradicción.
Este esclavo en contradicción, después de 500 años de férreo dominio del capitalismo sobre esta mina, inicia un proceso auténtico, interesante, donde nos dice que es posible construir un país, porque los dueños de esta mina nos robaron el futuro y no es posible recuperarlo, y la otra opción es continuar siendo esclavos por siempre esperando un golpe de suerte.
Nosotros necesitamos hablar sobre cómo crear pensamiento, desde una mina como esta, con un gobierno como este, con una época histórica como esta y con el ejemplo de un esclavo que no proviene de ninguna elite históricamente empresarial, gobernante, sino que es de un pueblo llamado Sabaneta, esclavo del cual nos sentimos profundamente orgullosos, por su ejemplo como pensador y político comprometido con lo que pensaba y sentía, que por encima de sus contradicciones como esclavo nos enseñó en vida el cómo consagrarse, cómo respetarse, cómo no venderse, que nos arrojó muchas claves, códigos, los cuales podemos estudiar con seriedad y desarrollar ideas interesantes, más allá de lo que aprendimos antes o después de él, siempre como esclavos en contradicción.
Cuando él dice nosotros, no está hablando de él y su familia solamente, y posiblemente la gran mayoría de nosotros los esclavos no entendamos de qué está hablando, incluida su familia, pero él está diciendo que a todas las generaciones existentes, antes y después de él, nos robaron el futuro, y cuando nos lo dice, debemos comprender que robar es que no tiene devolución, por tanto, no podemos pedirle a un gobierno que lo restablezca, porque el futuro se lo comieron, vivieron, disfrutaron, quitaron unas elites extranjeras y locales en nombre de sus sacros y bellos derechos a ser libres, y mal podemos pretender que con las mismas condiciones materiales de existencia con las que nos han robado podamos recuperar lo robado, y no podemos pedirle a un gobierno que lo resuelva, eso no lo podemos pensar.
Sin embargo, Chávez nos dice que tiene una salida, nos dice: hermanos, nosotros podemos pensar que se pueden construir condiciones materiales distintas para que a otros no le roben el futuro; nos dice: convirtámonos en políticos, en decisores, en organizadores de otra posibilidad, para que el futuro no le sea robado a nadie más. Además, nos explica que, en esencia, quien nos robó fue el capitalismo. También nos describe de quién es el capitalismo y cómo funciona, y no sólo habla del capitalismo en el país, nos habla del capitalismo dominando dictatorialmente en el planeta.
La pregunta para nosotros es: ¿Nos afiliamos o no a ese pensar o decir, o seguimos ilusionados en un buen cargo, en que un político nos resuelva, creyendo en demagogias? O nos planteamos seriamente ser esclavos en contradicción, con capacidad para decirle al mundo nacimos donde nació Chávez, que tuvo la audacia de decirnos las verdades a partir de la realidad del esclavo que somos, y que podemos, si así lo dispusiéramos, ser algo más que un esclavo aspirante y ambicioso; ser vitalmente promotores del futuro, no como una utopía sino como una realidad tangible, un país en un espacio verdadero, acompañados con unos dirigentes que nos están ofreciendo pensar, experimentar sueños y, sobre todo, construirlos colectivamente, en donde la gente pueda vivir, ya no como dueño o esclavo, sino como gente en otro modo de producción que genere otra cultura. Eso no ocurre todos los días, es una oportunidad que no debemos dejar pasar.
Todos los cuentos que sabemos y nos contamos son parte de nuestras miserias, resolviendo cosas del hambre y la miseria de miles de formas, porque eso era lo que éramos, y seguimos siendo, pero nada de eso nos sacará del atolladero capitalista. Esa idea no la podemos poner en práctica por ego, para que nos aplaudan o tener tarimas, aplausos, reconocimientos o premios, porque el problema planteado no es tarima, no es premio, no es nada de eso; va más allá de nosotros como individuos y las necesidades particulares, eso es clave; porque la discusión es que nos toca a nosotros pensar, independientemente de intelectuales, poetas, músicos y toda esa caterva que necesita de micrófonos y tarimas para poder existir; nosotros necesitamos conversar sobre salud, vivienda, educación, arquitectura, que no existen sino como negocios en el marco del sistema capitalista.
Y eso tenemos que hacerlo en los copitos de los cerros, en las orillas de carreteras y autopistas, en barrios, en caseríos, en edificios, en urbanizaciones, donde nos arruma el capitalismo, y para ello hay que crear las condiciones, decirle específicamente al gobierno que promueva equipos de pensadores para resolver problemas concretos en un país determinado que debemos crear. Pero no en los grandes y mullidos salones donde las ideas para el regodeo de doctores se dan por don divino, sino en los sitios donde la gente que quiera pensar, decida y ahí crear las condiciones.
Lo cierto es que nosotros estamos planteando que hay un tiempo y un espacio real en el que estamos viviendo, y hay que asumirlo como tiene que ser, no como creemos que es. Ahora nos toca abrir un proceso discursivo que nos incorpore a los esclavos en un campo contradictorio, a plantearnos la teoría del cómo los esclavos en contradicción podemos separarnos del capitalismo para andar juntos, cómo entender que no se trata de traicionar el capitalismo, porque los esclavos no inventamos el capitalismo, por tanto, no lo podemos traicionar, no puede ser traidor quien no ha inventado una idea. Es como decir que estamos traicionando el comunismo, como si este existiera. Dentro de estos cánones todo está sometido, hasta nuevo aviso, a la conversa de los esclavos en contradicción, en todo el planeta.
Ese es el planteamiento: ¿Cómo lo vamos a conversar, a través de qué lo vamos a discutir? Ahí tenemos que ser honestos todos, porque es un acto intelectual de una dimensión que no ha ocurrido en el planeta, ¿somos honestos o no para plantearnos esa discusión? Porque esa sí es una discusión seria: es cómo, cuándo, dónde, con quién y para qué, esa es una discusión de interrogantes serias y de responsabilidades sensatas que debemos tener. La gran discusión es que si nos vamos a separar no es por despecho, no es porque no me dan, no es porque no soy dueño, o porque hay o no corrupción, porque no nos gusta el capitalismo, porque nos queremos quedar solos; ¿o nos vamos a separar porque tenemos otro plan para vivir? Para ello, debemos pasar por el desierto de la soledad política y filosófica que nos permita superar las trabas y diseñar el otro plan, el de los juntos, que es harina de otro saco y otro maíz.
¿Cuál es el plan de nosotros los esclavos, qué pensamos nosotros los esclavos? Porque no vamos a seguir condenando al capitalismo por maluco, en eso se nos va la vida. Es ocioso decir que el capitalismo es malo, que mata gente, que discrimina, que no quiere a los negros, que no quiere a los blancos pobres, a los poetas, a los indios, a las mujeres, que la corrupción, la explotación; porque él quiere un enemigo que le diga eso, no importa si habla bien o mal pero que hable; si ese enemigo no aparece más, si no hay nadie que siga criticando al capitalismo, entonces él tendrá que preocuparse.
Plantearnos una discusión fuera del capitalismo puede producir pensamiento fuera de la filosofía, eso es posible: ahí es donde hay que engrasarse el cerebro con preguntas que nos quiten el óxido de los pegostes ideológicos, impuestos por el humanismo, para poder parir las ideas.
Porque la idea de salirse, separarse, del capitalismo para enamorarse de lo posible y lo distinto, pasa por responder el cómo, cuándo, dónde, con quién, hay que discutirla: ¿Para qué queremos separarnos? ¿Para no trabajar más, para que no nos molesten? ¿O tenemos un plan de construir otra casa y no el apartamento que nos constriñe, donde somos los únicos presos que tenemos llaves de nuestros calabozos? ¿Con quién nos vamos a vivir? Todo eso es un plan que tenemos que conversar y con quien lo vamos a discutir con el otro que se está separando también, porque cuando decimos “separémonos del capitalismo para andar juntos”, estamos diciendo todos los esclavos; la especie debe separarse del capitalismo para poder andar juntos como una especie, y crear un plan para andar juntos, porque aquí en el capitalismo todos somos individuos separados, presa fácil del sistema. Ahora, si nos separamos y queremos andar juntos, entonces formamos parte de otra cosa, entonces, ¿cómo es esa otra cosa, cómo se come, a través de qué se construye, cómo se construye, se malbarata la energía, no se malbarata, se es eficiente, se es organizado, se tiene conocimiento? Todo eso debe ser conversado, discutido, analizado.
Hoy eso tiene que tener una responsabilidad intelectual. Ya no se puede andar maricoriniando que mi poema es mejor, que mi canción es mejor, que yo canto mejor que este, que yo hago un poema mejor que este, que yo soy más filósofo que el otro; esa pelea es estúpida, porque eso en el capitalismo es de pinga y el capitalismo da premios por esa guerra que nos sube el ego, el autoestima.
La idea es: ¿Podemos o no, como esclavos, comprender nuestra contradicción? Porque si somos capaces de sostener una conversa como esta, es porque estamos en contradicción y nos estamos planteando interrogantes, y separarse es como una soledad colectiva, pero con un plan que genere un proceso para irse juntando, porque no basta con separarse, tiene que haber un proceso si nos separamos y nos encontramos con otros separados y damos la conversa; cómo vivir como separados, fuera de ser separados, que abandonemos el ser separados, porque no podemos vivir como separados: tenemos que vivir como otra juntura, no como separados, porque entonces cargaríamos una bulla en el cuerpo que no resuelve, porque se supone que la vaina es juntos, pero ¿juntos para qué? El capitalismo nos junta si no tenemos un plan, el capitalismo es un plan que tiene a todo el mundo donde tiene que estar, produciendo riquezas y acumulándola. El plan tendría que ser concebido para que cada célula de la especie, cada ser vivo tenga el conocimiento de que pertenece a una especie, donde ningún individuo estaría separado.
Comprendiendo que esa juntura, al igual que la anti-natura del capitalismo, genera caos, cuál caos producir que no violente en extremo el caos natural: eso tenemos que discutirlo, porque es un dato político y obliga a una decisión política. Cómo hacer que ese caos sea el mínimo daño a la vida, es lo que tendríamos que pensar, porque se debe ser cónsono con el plan, el cual debe ser absolutamente eficiente, entendiendo la eficiencia en función de la vida; distinto al capitalismo, que le importa un carajo destruir árboles, montañas, ríos, lagos, gente, culturas, lo que sea, porque su objetivo es ganar plata, tener poder, no le importa más nada, porque sabe que sin eso no existe. La cosa es muy sencilla: con el plan del capitalismo han desaparecido en este territorio más de 2 mil ríos, de los cuales más de 700 eran navegables: ¿El plan colectivo que elaboremos los esclavos en contradicción buscará destruir o conservar los últimos ríos que quedan? De esa idea dependerá la otra arquitectura.
Tenemos que generar un modo de producción donde eso sea practicable, porque eso no es posible sin la práctica de cómo aliviar el hambre, cómo vestir, qué vestir, dónde vivir, dónde correr, dónde jugar, dónde dormir; eso no es posible sin otro modo de producción, porque el capitalismo no es posible sin la fábrica, y no vamos a sustituir al capitalismo por otra fábrica administrada por obreros revolucionarios que administrarán pulcramente y repartirán equitativamente las riquezas, creyendo que somos socialistas o chavistas o comunistas, sin entender que la fábrica obedece a un concepto y que su dinámica intrínseca siempre la conducirá a la acumulación y la explotación. “Árbol que nace torcido nunca su rama endereza”, a menos que la quiebres y la empatemos con pegatanque, y aún así seguirá siendo la fábrica capitalista, así digamos que es nueva, que le pongamos otro nombre, pero en la práctica es la misma, en el cuerpo y en el cerebro. Nosotros somos esclavos burgueses, sin comprensión de quiénes somos, de dónde venimos, aunque no lo reconozcamos y queramos disfrazarnos de humanos.
La conversa se torna demagogia cuando el discurso no se relaciona con la realidad. Si no nos entendemos en la contradicción dueño-esclavo, si no abandonamos la esclavitud como condición de vida, y no que no trabajamos más, sino que dejamos también la ilusión de ser dueño, es imposible diseñar políticas, porque no es simple que digamos que hay que hacer planes políticos, pero para hacer planes políticos, debemos dejar de ser esclavos en el cerebro y no sólo en el cuerpo, porque el cuerpo tiene que seguir trabajando, pero en el cerebro tenemos que dejar de ser esclavos para poder soñar. Es un problema de sueño, ¿o es que acaso el capitalismo no fue un sueño? ¿O creemos que el capitalismo es natural? No, fue un sueño y se vuelve un concepto porque los tipos experimentaron la experiencia, la sistematizaron; eso no fue una vaina esotérica como todo el mundo pretende decir que fue, no, el capitalismo fue un proceso que determinó que la sistematización de la experiencia daba como resultado una cultura con un modo de producción que, al final, permitía la existencia perenne de las elites en el ejercicio del poder, transmitiéndoselo como herencia.
No es que no necesita de eso, porque eso es inercial. Hay millones de esclavos soñando con dirigir una empresa, así sea para vender humo, aunque nunca lo haya hecho. Ahora, él puede quebrar, como puede ser exitoso, pero es así como ocurre: el capitalismo quiebra o progresa y es exitoso, se mantiene y es exitoso; no es que todo el mundo en el capitalismo triunfa; de ser así, el mundo sería distópico. La dialéctica del sistema funciona de esa manera para poder mover la economía, porque si toda la economía es lineal, revienta. El valor del capital pierde el sentido.
Los poderosos saben que tienen que tener esclavos, esa es la memoria del poder, esa memoria del poder es al final la que construye un plan. ¿Qué memoria tenemos los esclavos? La enajenada del dueño. Todo el cuerpo, la carne, es un tatuaje de la esclavitud, la ilusión libertaria en el esclavo es práctica en el dueño. Nadie puede darnos libertad como ofrecen los demagogos, porque ¿quién nos va a regalar un aparato de producción? Pero nuestra pobreza es tal que no entendemos que somos prisioneros a diario de las fábricas, que cuando hablamos de libertad, la entendemos como salir de la cárcel, o decidir entre perro caliente o hamburguesa.
Nunca una consigna había tenido tanta pertinencia en el desafío de la gente como la de “Chávez no murió, se multiplicó”, pero esta debe hacerse de carne y hueso, no debe convertirse en un panfleto para usarse en los eventos y espasmos políticos diarios, hasta convertirla en una anquilosada consigna más, sino que debe ser el acicate de la gente para construir el futuro colectivamente y no pensar que Chávez nos lo ofreció, sino que debemos ser nosotros y las generaciones futuras quienes lo construyamos, porque el futuro no existe, debe ser construido. No nos cansaremos de decirlo: hasta que sea carne y hueso en la memoria cotidiana de los pueblos que se crearán a sí mismos.